Annika recapacitó durante unos segundos. Esto de la ropa era nuevo, podrían explotarlo. Era una pena que la policía no atribuyera más valor al hallazgo, pero ahora, por lo menos, sabían que el asesino no la tenía.
Spiken, Jansson y Foto-Pelle habían regresado de la reunión. Estaban sentados en la mesa de noticias charlando.
—Tengo una cosa en exclusiva, por lo menos de momento —anunció ella.
Los hombres levantaron la vista con la misma expresión de sorpresa y ligera irritación.
—Han encontrado la ropa.
Los dos hombres estiraron la espalda y cogieron sus bolígrafos.
—¡Coño! ¿La podemos fotografiar?
—No, pero sí el lugar en el que la encontraron. El crematorio municipal de Högdalen.
—¿Consiguieron algo?
Annika sopesó su respuesta.
—En realidad no, pero la policía no lo podrá refutar —dijo ella.
Los dos hombres asintieron.
—Esto está muy bien —dijo Jansson—. Si lo juntamos a lo demás obtendremos una buena mezcla. ¡Mira!
Le alargó a Annika un cuaderno de apuntes.
—Me parece que comenzaremos con tu asunto, «nueva pista de la policía». Fotografía de Josefin, fotografía del basurero. ¡Dentro de poco tendrás un «careto», Bengtzon!
Los hombres soltaron una risa amable. Annika bajó la mirada y se sonrojó.
—Luego tenemos al padre —continuó Jansson—. Berit ha hecho una entrevista fantástica.
Annika se quedó estupefacta.
—¿Sí?
—Yes box,estuvo aquí arriba gritando así que Berit se ocupó de él. Dijo que quería hablar. Ahora está con los padres enseñándoles el texto. Deseaban verlo antes de su publicación.
—Increíble —murmuró Annika.
—Luego necesitaremos algo del lugar del crimen, ¿sabes si ya hay flores?
—Por la tarde no había muchas.
—Vete a ver si hay más. ¿Puedes? También sería interesante que hablaras con alguno de los apenados que se acerquen al lugar, con alguien que escriba una carta o encienda una vela.
Annika suspiró y asintió.
—¿Qué tal fue con los compañeros de clase? —preguntó ella.
—Berit no encontró a ninguno, excepto a tu Charlotta. Tenemos una fotografía de ella en la habitación de su casa. Seguro que muchos regresarán esta noche, las vacaciones están a punto de terminar. Pero pasamos de ellos por el momento. Es suficiente por hoy. Además, también tenemos los incendios forestales y la situación en el Oriente Próximo. Quizá acaben en guerra ahí abajo...
Los maquetadores irrumpieron anhelantes, con ganas de trabajar. Annika regresó a su mesa, escribió sobre la nueva pista de la policía y cogió su bolso para ir de nuevo al lugar del crimen.
Bertil Strand no estaba, y Annika encendió el televisor que colgaba de una esquina de la sala de recreo de los periodistas. Las noticias locales ni siquiera nombraron a Josefin.
Rapportdedicó medio programa a Oriente Próximo. Durante los enfrentamientos habían muerto siete israelíes y quince palestinos. Tres de ellos eran niños. Annika se estremeció.
A continuación, el portavoz del partido de los ecologistas demandaba una comisión sobre el registro de opinión y el asunto IB. Annika bostezó.
Al final de la retransmisión mostraron la segunda parte del reportaje del corresponsal en Rusia sobre el conflicto del Cáucaso. Ayer había entrevistado al presidente que hablaba sueco, hoy el periodista continuaba con la guerrilla bien equipada, que representaba a una minoría.
—Luchamos por nuestra libertad —dijo el dirigente guerrillero y sostenía un kaláshnikov en cada mano—. El presidente es un traidor hipócrita.
En el cuartel general de la guerrilla había mujeres y niños. Los pequeños reían y jugaban, polvorientos y descalzos. Las mujeres se pasaban el velo por la cabeza y desaparecían en el agujero negro de la puerta de sus casas. El jefe guerrillero abrió una puerta que daba a un sótano, el reportero le siguió bajo tierra. Bajo el foco de la cámara apareció un arsenal de armamento ruso, cajas de minas, cañones antiaéreos, filas de armas automáticas, granadas, bombas antitanque, morteros.
A Annika la embargó una gran sensación de desaliento. Estaba cansada y tenía hambre. ¿Qué importaba lo que ella escribiera sobre la muerte de una joven sueca cuando en el mundo no hacían otra cosa que matarse unos a otros?
Se fue a la cafetería y compró una bolsa de gelatina de frambuesa. Mientras regresaba a su mesa se la zampó toda y se sintió realmente mareada.
—¿Cómo estás, Annika?
Era Berit.
—Más o menos —respondió Annika—. El mundo está lleno de desgracias. ¿Qué tal te fue con los padres?
—Bien —dijo Berit—. Plantearon algunas objeciones al texto, pero nos pusimos de acuerdo en casi todo. Tenemos una fotografía de ellos, sentados en la cama del cuarto de niña de Josefin.
—¿Todavía conservan los muebles? —indagó Annika.
—Parecía que estaba todo sin tocar.
Berit se dirigió a la mesa de noticias para informar a los jefes. En ese mismo instante llegó Bertil Strand.
—¿Puedes acompañarme un momento al lugar del asesinato? —preguntó Annika, y se aseguró de llevar su bolso.
—Acabo de aparcar en el garaje. ¿No me lo podías haber dicho antes?
Patricia estaba tumbada sobre el colchón tras las cortinas negras y sudaba en la oscuridad. Le dolían las piernas, se sentía mareada debido al cansancio. No tenía fuerza para espiar a Joachim. No era justo que le pidieran eso. Sólo pensarlo le ponía los pelos de punta.
Cerró los ojos e intentó ahuyentar el ruido. Ahí fuera comenzaba a anochecer, la gente se dirigía a los restaurantes y a las citas, trasiego de ropas, vino, cerveza y sudor. Examinó su alma, intentó encontrar la verdad en su interior, escuchó su propia respiración y se entregó a una especie de autohipnosis.
Evocó desde lo más profundo de su ser la voz de Josefin en la oscuridad. Al principio la voz era alegre, crecía y decrecía, Patricia sonrió. Jossie tarareaba y cantaba, clara y limpiamente. Cuando llegó el grito, Patricia estaba preparada. Escuchó con una paciencia expectante el golpe y el desplome, el grito de Joachim. Ella se ocultó entre las sombras hasta que él enmudeció y desapareció, esperó los llantos y la desesperación desde el cuarto de Jossie. Los sentimientos de culpabilidad desaparecieron, no lo había podido impedir. No se sentía atemorizada, no estaba asustada. Ahora él ya no podía hacerle nada a Jossie.
Respiró hondo y se obligó a alcanzar la superficie. La realidad regresó, sorda y calurosa.
Tengo que preguntarle a las cartas, pensó.
Se levantó lentamente, la presión arterial no respondió e hizo que se mareara. Sacó su cofrecillo de esencias de una bolsa de deportes que había en la esquina, abrió la tapa y acarició la seda negra con sus manos. Ahí moraban sus cartas.
Se sentó en el suelo en la posición de loto y barajó el tarot respetuosamente. Luego cortó tres veces. A continuación repitió el proceso dos veces más, justo como requerían las energías. Después de cortar por última vez, no juntó los montones sino que eligió uno, lo cogió con la mano izquierda y luego volvió a barajar las cartas una vez más.
Finalmente extendió una cruz celta sobre el parqué, diez cartas que simbolizaban la naturaleza del momento desde distintos puntos de vista. La cruz celta era el sistema más completo frente a los grandes cambios, y ella sentía que se encontraba ante ellos.
No estudió ni analizó las cartas hasta que la cruz estuvo dispuesta. Pensativa consideró su situación. Su carta base era el tres de espadas, que mostraba a Saturno en Libra. Asintió, en realidad era evidente. El tres de espadas significaba aflicción y tirantez en una relación triangular. Se le recomendaba tomar resoluciones claras e inequívocas.
La carta que cruza a la carta base es la que le impedía tomar decisiones, era por supuesto la decimoquinta carta del Arcano Mayor. El Diablo, el sexo masculino. No podía estar más claro.
Las cartas tercera y cuarta mostraban sus pensamientos conscientes e inconscientes sobre la situación. No revelaban nada extraño, nueve de espadas y diez de bastos. Crueldad y opresión.
Sin embargo, la séptima y octava carta le causaron una gran impresión. La séptima la simbolizaba a ella misma y se trataba de la decimoctava carta del Arcano Mayor, la Luna. No era bueno. Indicaba que se encontraba ante una prueba definitiva y muy difícil, y que esta tenía que ver con el sexo femenino.
La octava carta la hizo recapacitar. Representaba las energías exteriores que influirían en su situación.
El Mago, la primera carta, simboliza a un comunicador alocado, un brillante sofista que se mueve continuamente en la linde de la verdad. Ella ya se imaginaba quién podía ser.
La décima carta, el resultado, la tranquilizó. El seis de bastos. Júpiter en Leo. Claridad. Revelación. Victoria.
Ahora sabía que lo conseguiría.
Diecisiete años, nueve meses y tres días
Nuestra felicidad es sólida. Él me abraza siempre. Su compromiso es enorme, de vez en cuando me resulta difícil satisfacerle. Su desengaño es grande si no se lo cuento todo, debo ser más cuidadosa. Nuestros viajes en el tiempo y en el espacio son eternos, le quiero muchísimo.
He intentado explicarle, la culpa no es suya. Es mía, soy yo quien no se decide a valorarlo como se merece.
Me ha comprado ropa que yo nunca antes había tenido, símbolos de amor y confianza. Mi ingratitud se basa en el egoísmo y la inmadurez, su desencanto es profundo y fuerte. No hay disculpa posible, una tiene su responsabilidad en una dualidad universal.
Lloro al comprender mi imperfección. Él me perdona. Luego hacemos el amor.
No me abandones nunca,
dice,
no puedo vivir sin ti.
Y yo se lo prometo.
Spiken se paseaba junto a la mesa de Annika, cuando todavía faltaba una hora y media para que ella comenzara a trabajar.
—Berit ha recibido un soplo buenísimo sobre otro asunto —informó el jefe de noticias—. Hoy tú te encargarás de cubrir el asesinato junto a Carl Wennergren.
Annika dejó caer el bolso al suelo y se secó el sudor de la frente.
—Cada día hace más calor —dijo.
—Carl viene de Nynäshamn —anunció Spiken—. ¿Te has enterado de que ha ganado la vuelta a Gotland?
Annika se sentó y encendió el ordenador.
—No, pero me alegro.
Spiken se sentó a su mesa y abrió elKonkurrenten.
—Hoy hemos ganado —señaló él—. No tienen a los padres ni la información sobre la ropa encontrada. Ayer tú y Berit hicisteis un buen trabajo.
Annika bajó la cabeza.
—¿Qué haremos hoy? —preguntó ella.
—Hoy no tendremos cartelera —anunció Spiken—. Las ventas siempre bajan el tercer día. Además tendría que ser algo realmente grande que superara la historia de Berit. Debéis intentar sacarle una teoría a la policía, a estas alturas deberían tener una. ¿Sabes si se traen algo entre manos?
Annika dudó, pensó en Joachim y recordó la aversión de Spiken por las «peleas familiares».
—Quizá —contestó simplemente.
—Si la policía no encuentra una pista, la historia pronto perderá fuerza —continuó Spiken—. Debemos vigilar el lugar del crimen, hoy puede que aparezcan sus amigos llorando y cosas por el estilo.
—¿Y un gráfico con un plano de sus últimas horas? —sugirió Annika.
Spiken se iluminó.
—¡Coño! Tienes razón, eso no lo hemos hecho. Prepara el material y habla con los dibujantes.
Annika anotó.
—¿Algo más? —preguntó ella.
—Vamos a tener un nuevo director, el presentador de un programa social de Sveriges Television.
Annika no lo conocía, sólo lo había visto en la tele. Era alto y rubio, en principio a ella le resultaba tosco y antipático.
—¿Qué te parece? —preguntó ella cuidadosamente.
—Que esto va a estar jodidamente revuelto —respondió él—. ¿Cómo coño puede un famoso de la tele creerse que va a venir aquí a enseñarnos a hacer nuestro trabajo?
Con eso expresó lo que parecía ser la opinión generalizada de la redacción. Annika cambió de tema.
—¿Hoy Anne Snapphane hace algo especial o puede trabajar con nosotros en el asesinato?
Spiken se puso de pie.
—La señorita Snapphane tiene de nuevo un tumor cerebral y se está practicando de nuevo unas jodidas resonancias magnéticas. ¡Pero, Carl, joder, felicidades!
Carl Wennergren entró paseando por la redacción con una copa en la mano. Spiken se acercó a él en dos zancadas, le palmeó la espalda. Annika permaneció sentada a su mesa, muda y conmocionada. ¡Dios mío, Anne, un tumor cerebral!
Le temblaban las manos cuando cogió el auricular y marcó el número. Anne Snapphane respondió después de la primera señal.
—¿Cómo coño estás? —preguntó Annika con el llanto en la voz.
—Estoy muy preocupada —contestó Anne Snapphane—. Me siento mareada y sin fuerzas. Si cierro los ojos veo lucecitas.
—Spiken me lo ha dicho. ¡Dios mío! ¿Por qué no me lo has contado?
Anne perdió el hilo.
—¿Qué?
—¡Que tienes un tumor cerebral!
Anne Snapphane parecía confundida.
—Pero si nunca he tenido un tumor cerebral. Me he hecho cantidad de revisiones y nunca me han encontrado nada raro.
Annika no comprendía nada.
—Pero Spiken dijo... ¿No tienes cáncer de cerebro?
—Mira, lo que pasa —explicó Anne Snapphane— es que me imagino que tengo enfermedades. Soy consciente de ello, pero aun así, un par de veces al año me siento morir. El invierno pasado conseguí que me hicieran una resonancia magnética en el Karolinska. A Spiken esto le pareció muy divertido.
Annika se recostó en la silla.
—¡Eres una hipocondríaca, cabrona! —espetó Annika.
Anne Snapphane soltó una risita amarga.
—Sí, así lo llaman. Así que he conseguido hora en el ambulatorio a las 15.30, una nunca puede estar segura...
—¿Qué vas a hacer en tus días libres?
—Si no me internan subiré a Piteå con los gatos. Cogeré el tren nocturno.
—Okey—dijo Annika—. Nos veremos cuando vuelvas.
Finalizaron la conversación y Annika se sumió en la meditación sobre sus propios días libres. Esa era la última jornada después de cinco días de trabajo, ahora tendría cuatro días libres. Iría a Hälleforsnäs, estaría con Sven y visitaría aWhiskas.Suspiró. Pronto tendría que decidirse. O apostaba por quedarse e intentar conseguir trabajo en Estocolmo o renunciaba a su contrato de alquiler y regresaba de nuevo a casa.