Studio Sex (16 page)

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Authors: Liza Marklund

Tags: #Intriga, #Policiaco

BOOK: Studio Sex
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La asistente sonrió. Tenía algo brillante y sobrenatural en la mirada. Annika cerró el cuaderno. Había algo en todo aquello que no le gustaba. La mujer no estaba allí por Josefin o sus amigas, sino por su propio interés.

—¿Puedo hablar con alguna de sus amigas? —preguntó Annika.

—¿De quién? —respondió la asistente.

—De Josefin —replicó Annika.

—Sí, claro. ¿Con alguna en particular?

Annika recapacitó.

—¿Charlotta? Eran compañeras de clase.

—Claro, Charlotta, me parece que está preparando una manifestación de duelo en el lugar del crimen. Hay que organizar muchas cosas, el alquiler de los autobuses entre otras. Por aquí...

Entraron en una oficina que había detrás de la sala de billar. Allí estaba sentada una joven con falda corta, muy bronceada, que discutía algo por teléfono. Arqueó las cejas, irritada por ser molestada, pero se iluminó cuando Annika mostró elKvällspresseny acabó la conversación apresuradamente.

—Charlotta, la mejor amiga de Josefin —saludó y esbozó una sonrisa suficientemente apenada.

Annika bajó la mirada y murmuró su nombre.

—Ya habíamos hablado antes —dijo y Charlotta asintió corroborante.

—Aún sigo conmocionada —explicó Charlotta y sollozó en seco—. Lo he sentido mucho.

La asistente la abrazó comprensiva.

—Pero la unión nos hace fuertes —continuó Charlotta—. Tenemos que crear opinión contra esta violencia sin sentido. Nosotras nos encargaremos de que Josefin no haya muerto en vano.

La voz emanaba fuego y compromiso. Sería perfecta para un programa de debate de televisión, pensó Annika.

—¿De qué manera? —preguntó Annika con tranquilidad.

Charlotta dirigió una mirada insegura a la asistente social.

—Bueno, debemos unirnos. Protestar. Mostrar que no nos damos por vencidos. Eso es lo más importante ahora mismo. Apoyarnos en los momentos de dolor. Compartir nuestros sentimientos y ayudarnos a superar todo este pesar.

Esbozó una sonrisa.

—¿Y ahora estás preparando una manifestación de duelo? —preguntó Annika.

—Sí, hasta el momento se han apuntado más de cien jóvenes. Necesitaremos por lo menos dos autobuses de la SL.

Charlotta bordeó la mesa, cogió unas listas con nombres y las mostró.

—Nosotros nos ocuparemos de todos los gastos, por supuesto —intercaló la asistente.

Pettersson, el fotógrafo, apareció en la puerta.

—¿Puedo sacaros una foto a las dos? —preguntó.

Las mujeres, la joven y la mayor, se colocaron juntas con las espaldas erguidas.

—¿No podríais estar un poco más apenadas? —apuntó el fotógrafo.

Annika suspiró en silencio, cerró los ojos y se volvió. La vergüenza le quemaba las mejillas. Para alegría del fotógrafo, de inmediato las mujeres se abrazaron y sollozaron ligeramente.

—Bueno, no os molestamos más —anunció Annika y se dirigió hacia la puerta.

—Ahí fuera hay más jóvenes gimoteando —dijo Pettersson.

Annika dudó.

—Okey—contestó—. Les preguntaremos si quieren que les saquemos una foto.

Querían. Las chicas tenían los ojos arrasados en lágrimas, la vela centelleaba, una foto de Josefin, ampliada en una fotocopiadora, levitaba detrás de ellas. Pettersson fotografió los versos y los dibujos de las chicas. Mientras disparaba el ruido creció aún más. Los jóvenes de su alrededor se sintieron molestos por la presencia de los periodistas, su excitación histérica iba en aumento.

—¡Eeeh, nosotros también queremos foto! —gritaron dos muchachos con tacos de billar en las manos.

—Me parece que es hora de irse —susurró Annika.

—¿Por qué? —preguntó Pettersson sorprendido.

—Nos vamos —replicó Annika.

Se fue a buscar a Martin Larsson-Berg y el fotógrafo recogió de mala gana sus cosas. Le dieron las gracias al rector y a continuación abandonaron el edificio.

—¿Por qué tenías esa prisa de cojones? —le espetó Pettersson enfadado mientras se dirigían al coche. Él iba dos metros por detrás de Annika con la bolsa de las cámaras golpeándole la cadera izquierda. Annika respondió sin volver la cabeza.

—Esto no es sano —respondió—. Se les puede ir la olla en cualquier momento.

Ella se sentó en el coche y puso la radio.

Permanecieron en silencio durante el camino de vuelta a Estocolmo.

Annika acababa de dejar el bolso en el suelo cuando vio entrar al hombre por el fondo de la redacción. Era alto y rubio, sobre él caía la luz de la sección de deportes. Le siguió curiosa con la mirada. El hombre se detenía a cada metro, saludando con apretones de mano. Cuando alcanzó la mesa de noticias descubrió que el jefe de la redacción iba junto a él. Aquel pequeño y delgado hombrecito de buena familia era casi invisible a su lado.

—Bueno, si me prestarais un poco de atención quizá... —dijo el jefe de la redacción con su voz nasal desde la mesa. Spiken hablaba por teléfono con las piernas encima de la mesa y ni siquiera levantó la mirada. Foto-Pelle le dirigió al hombre una rápida mirada y continuó haciendo clics en su pantalla. Algunos colaboradores se detuvieron observando al hombre con escepticismo. Nadie había pedido un famoso de la tele como director.

—Escuchad un momento —dijo en otro intento el jefe de la redacción.

El rostro de los colaboradores estaba completamente rígido y Spiken se lo tomaba totalmente a la ligera. Annika no se movió. De pronto el hombre rubio dio un gran salto y se subió sobre la mesa de Spiken. Se irguió en toda su longitud, se movió un poco entre los teléfonos y las tazas de café y miró a su alrededor. Entonces se puso las manos en las caderas y observó toda la redacción. La luz aún caía sobre él, Annika se levantó y se acercó al grupo. Spiken, que tenía los pies del hombre frente a sus ojos, levantó la mirada siguiendo su cuerpo, dijo«I'll call you back»y colgó el auricular. Foto-Pelle abandonó elmacey se encaminó hacia la mesa. El ruido decreció y se convirtió en un inaudible susurro, los colaboradores se arremolinaron lentamente alrededor del centro de la redacción.

—Me llamo Anders Schyman —anunció el hombre—. Por el momento dirijo una redacción de periodismo de investigación en Sveriges Television. Desde el próximo miércoles, 1 de agosto, seré vuestro nuevo director.

Se detuvo, el silencio en la sala era compacto. Su voz tenía la fuerza y la gravedad que caracterizan a las voces de los narradores de documentales extranjeros. Annika miraba la escena, fascinada.

El hombre dio un paso y dirigió la vista hacia otro lado de la redacción.

—Yo no sé hacer vuestro trabajo —dijo—. Vosotros sí. Yo no os voy a enseñar lo que debéis hacer. Vosotros lo hacéis mejor que nadie.

Nuevo silencio, Annika oyó el ruido de la noche, el aire acondicionado y el tráfico de la calle.

—Lo que haré —prosiguió el hombre, y Annika creyó que la miraba fijamente—. Lo que haré será facilitaros el camino. Yo no conduciré la máquina. Desbrozaré el sendero y colocaré los raíles. Pero no los puedo poner yo solo, tenemos que hacerlo juntos. Y vosotros seréis los maquinistas, fogoneros y revisores. Sois vosotros quienes habláis con los pasajeros, sois vosotros quienes dais la señal para que el tren salga a tiempo. Yo coordinaré las salidas, me encargaré de que vayamos a los lugares adecuados y de que haya vías hacia todas partes. Yo no soy un maquinista. Pero también tengo ambiciones de serlo pronto, cuando me hayáis enseñado todo lo que no sé. De momento sólo soy una cosa: un publicista.

Se volvió y miró hacia deportes, Annika sólo veía su inmensa espalda. Sin embargo, la voz se le oía igual de bien.

—Siento un gran compromiso con el periodismo —prosiguió—. El hombre de la calle es mi patrón. Toda mi vida he luchado contra la corrupción y el abuso de poder. Ahí se encuentra la semilla del periodismo. La verdad es mi guía, no la influencia ni el poder.

Dio un cuarto de vuelta, Annika lo veía ahora de perfil.

—Son grandes palabras, lo sé. Procuro no ser pretencioso, sino ambicioso. No he aceptado este trabajo por tener un buen salario y un título de prestigio, aun cuando esto está incluido. Hoy he venido aquí por una sola razón: para poder trabajar junto a todos vosotros.

Si un alfiler hubiera caído al suelo, lo habrían oído. El teléfono de Spiken sonó y éste se apresuró a dejarlo descolgado.

—Juntos convertiremos este periódico en el mayor de Escandinavia —dijo Anders Schyman—. Toda la calidad que necesitamos ya la tenemos aquí, y está en vosotros sobre todo. Los empleados, los periodistas. Vosotros sois el corazón y el cerebro del periódico. Pronto todos los corazones latirán al unísono y el estruendo que entonces se creará derruirá murallas. Con el tiempo veréis que tengo razón.

Sin añadir nada más dio un paso hacia el borde de la mesa y aterrizó en el suelo de un ágil salto. El murmullo regresó.

—Asombroso —dijo Carl Wennergren, que de pronto estaba a su lado.

—Sí, es verdad —contestó Annika, aún poseída por el carisma del hombre.

—Nunca había oído tantas tonterías desde el discurso de mi padre en mi examen de bachillerato. ¿Has conseguido algo?

Annika se volvió y se encaminó hacia su mesa.

—La policía tiene un sospechoso —respondió ella.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Carl Wennergren, escéptico, tras ella.

Annika se sentó y le miró a los ojos.

—Es muy simple. Su novio. Siempre suele ser así.

—¿Lo han detenido?

—No, ni siquiera ha sido imputado.

—Entonces no podemos publicar nada —anunció Carl.

—Es una cuestión de técnica de escritura —señaló ella—. ¿Tú qué has hecho?

—He escrito mi diario de navegación. Deportes lo ha pedido. ¿Lo quieres leer?

Annika le miró de reojo.

—Ahora no.

Carl Wennergren se volvió a sentar en su mesa.

—Esta muerte ha sido unbreakpara ti —dijo él.

Annika tiró unos antiguos teletipos de TT.

—Yo no lo veo así del todo —contestó ella.

—Titular y primera página dos días seguidos, ningún otro becario lo ha conseguido este verano —dijo Carl Wennergren.

—Sólo tú, claro —respondió Annika y sonrió melosamente.

—Bueno, sí, pero yo estoy en otro nivel. Yo hice mis prácticas aquí.

Y tu padre se sienta en el consejo de administración, pensó Annika, pero no dijo nada. Carl se levantó.

—Me voy al lugar del crimen y entrevistaré a algunos afligidos —dijo él por encima del hombro.

Annika asintió y se volvió hacia su ordenador. Creó un nuevo documento y le dio un tono dramático:

«La policía progresa en la búsqueda del asesino de Josefin Liljeberg...».

No le dio tiempo a llegar más lejos, «Escalofríos» se puso a sonar. Protestó en voz alta y agarró del auricular.

—Esto es demasiado —le espetó una voz femenina.

—Estoy de acuerdo —respondió Annika.

—Ya no aceptamos más las condiciones de la sociedad patriarcal.

—Completamente de acuerdo por mi parte —dijo Annika.

—Nos vengaremos, y lo haremos con sangre y fuego.

—Al parecer sois un grupo de mujeres —repuso Annika. La voz parecía irritada.

—Ahora escucha lo que te digo. Nosotras somos las Barbies Ninjas, unas amazonas que declaramos la guerra a la opresión y a los malos tratos contra las mujeres. No vamos a ser las únicas que tengamos miedo de salir solas. La violencia también la sufrirán los hombres, esto es un aviso. Pensamos comenzar con la policía, los hipócritas del poder.

Annika prestó atención, la mujer parecía una loca.

—¿Por qué nos llamas a nosotros? —interrogó.

—Deseamos comunicar nuestros mensajes a través de los medios. Queremos el máximo de publicidad. Le ofrecemos alKvällspressenque presencie nuestra primera acción.

A Annika la boca se le quedó completamente seca. ¿Y si la chica fuera en serio? Miró a su alrededor, intentó tener contacto visual coi alguien a quien poder llamar.

—¿Cómo... qué quieres decir? —preguntó insegura.

—Comenzaremos mañana —respondió la mujer—. ¿Quieres presenciarlo?

Annika miró desesperada a su alrededor. Nadie le prestaba atención.

—¿Lo dices en serio? —indagó pálida.

—Estas son nuestras condiciones —anunció la chica—. Tendremos total control sobre el texto y los titulares. Nos garantizaréis un completo anonimato y la supresión de todas las fotografías. Además queremos cincuenta mil coronas por adelantado. Al contado.

Annika respiró silenciosamente en el auricular algunos segundos.

—Imposible —respondió a continuación—. Eso es completamente imposible.

—¿Estás segura? —dijo la chica del auricular.

—Nunca en mi vida he estado tan segura —replicó Annika.

—Entonces llamaremos alKonkurrenten—avisó la chica.

—Muy bien, hazlo. Ahí te darán la misma respuesta. Te lo garantizo.

Oyó un clic en el auricular y la línea enmudeció. Annika colgo, cerró los ojos y escondió el rostro entre las manos. Dios mío, ¿qué coño haría ahora? ¿Llamar a la policía? ¿Contárselo a Spiken? ¿Olvidarlo? Tenía la sensación de que recibiría una reprimenda de toda formas.

—Aquí están los reporteros de noche —oyó decir al jefe de la redacción. Levantó la vista y vio al equipo de dirección acercarse desde la mesa de fotografía. Estaba compuesto, además del jefe de la redacción, por el nuevo director Anders Schyman, los jefes de deportes, espectáculos, fotografía, cultura y uno de los editorialistas. Todos eran hombres y todos, menos Anders Schyman, vestían similares chaquetas de fieltro, vaqueros y relucientes zapatos. De pronto recordó cómo le llamaba Anne Snapphane y le entró la risa: «La banda del fieltro».

El grupo se detuvo junto a su mesa.

—Los reporteros de noche comienzan a trabajar a las doce del mediodía y acaban a las once de la noche —dijo el jefe de la redacción dándole la espalda a Annika—. Trabajan siguiendo un horario rotativo, muchos de ellos son becarios. El pase nocturno lo consideramos una especie de aprendizaje...

Se aprestó a continuar cuando Anders Schyman se separó del grupo y se acercó a ella.

—Me llamo Anders Schyman —dijo y alargó la mano.

Annika lo miró precavidamente.

—Sí, ya lo sé —respondió, sonrió y tomó su mano—. Annika Bengtzon.

Él devolvió la sonrisa.

—Tú eres la que ha escrito sobre la muerte de Josefin Liljeberg —comentó él.

Ella se sonrojó.

—¡Vaya control! —contestó ella.

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