Star Wars Episodio VI El retorno del Jedi (18 page)

BOOK: Star Wars Episodio VI El retorno del Jedi
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Capítulo 7

—Así que —retumbó la voz del Señor Oscuro— Habéis venido a mí.

—Y Vos a mí —replicó el joven Jedi.

—El Emperador os está esperando. Cree que os pasaréis al lado del Reverso Oscuro —continuó Vader.

—Lo sé..., Padre. —Fue un momento decisivo para Luke, llamar padre a su padre. Pero ya lo había hecho. Aún se controlaba a sí mismo y el momento ya había pasado. Se sintió, por ello, más fuerte, más poderoso.

—Vaya, finalmente has aceptado la verdad — se solazó Vader.

—He aceptado el hecho de que una vez fuiste Anakin Skywalker, mi Padre —contesto Luke.

—Ese nombre ya no significa nada para mi. —Era un nombre que definía otros tiempos; una vida y universo distintos. ¿Realmente había sido él ese otro hombre?

—Es el nombre de tu verdadero ser. —La mirada de Luke se posaba, insistente, sobre la figura cubierta de túnicas—. Sólo que lo has olvidado. Sé que hay bondad en ti. El Emperador no la arrebató toda. —Luke moduló su voz, intentando rescatar esa realidad potencial con la sola fuerza de su fe—. Por eso no podrás destruirme. Por eso no me llevarás ahora ante tu Emperador.

Vader pareció sonreír tras la máscara al detectar 1a manipulación Jedi que su hijo aplicaba a sus palabras. Se fijó otra vez en la espada de luz láser que le entregara el capitán; era la espada de Luke. Así que el muchacho era ahora un verdadero Jedi. Un hombre crecido. Sostuvo la espada apuntando hacia arriba.

—Has construido otra —dijo.

—Ésta es mía únicamente —dijo Luke con suavidad—. Ya no utilizo más la tuya.

Vader encendió la hoja y examinó la vibrante y cegadora luz como si fuera un artesano admirado.

—Tus capacidades son, en efecto, completas. Eres tan poderoso como predijo el Emperador.

Permanecieron un instante inmóviles con la espada de láser encendida e interpuesta entre ellos. Pequeñas chispas revoloteaban en torno al borde filoso; fotones impulsados por la energía que fluía entre los dos guerreros.

—Ven conmigo, Padre —suplicó Luke.

—Ben, antaño, pensó como tú... —dijo Vader, negando con la cabeza.

—No culpes a Ben de tu caída —Luke dio un paso al frente, acercándose, y se detuvo.

—No conoces el poder del lado oscuro —dijo Vader sin moverse—. Tengo que obedecer a mi Maestro.

—No doblegarás mi voluntad. Te verás forzado a destruirme —conminó Luke.

—Si ése es tu destino... —No era ése el deseo de Vader, pero el chico era fuerte y si, al final, tenían que luchar, destruiría a Luke. No podía permitir contenerse como ya hizo una vez.

—Rebusca entre tus sentimientos, Padre. No puedes hacerlo. Percibo el conflicto en tu interior. Deja que tu odio aflore y se desvanezca —insinuó Luke.

Pero Vader ya no odiaba a nadie, sólo le embargaba una ciega codicia.

—Alguien ha llenado tu mente con ideas estúpidas, jovencito. El Emperador te mostrará la verdadera naturaleza de la Fuerza.
Él
es ahora tu Maestro.

Vader hizo una seña a una distante escuadra de soldados de asalto, mientras apagaba la espada de Luke. Los guardias se acercaron. Luke y el Señor Oscuro se encararon, observándose detenidamente durante largo rato, buscando cada uno algún indicio positivo. Vader habló justo antes que llegaran los guardias:

—Es demasiado tarde para mí, Hijo.

—Entonces mi Padre en verdad ha muerto —respondió Luke; pero, entonces, ¿qué le impedía matar al maligno ser situado frente a él?, se preguntó Luke. Nada, quizá.

La enorme flota Rebelde yacía suspendida en el espacio, preparada para atacar. Estaba situada a cientos de años-luz de la Estrella de la Muerte, pero en el hiperespacio el tiempo se reducía a breves instantes, y la letalidad de un ataque se medía no en distancia, sino en precisión.

Las naves cambiaban de formación, yendo de las esquinas a los lados, dando a la Armada la configuración de un diamante romboidal. Al igual que las cobras, la flota ensanchaba su caperuza.

Los cálculos necesarios para lanzar una ofensiva, meticulosamente coordenada, a la velocidad de la luz obligaban a la flota a detenerse en un punto estacionario; esto es: estacionario respecto al punto de reentrada desde el hiperespacio. El punto elegido por la jefatura Rebelde era un pequeño planeta azul del sistema Sullust. La Armada ahora tomaba posiciones en torno a ese impávido planeta que semejaba ser el ojo de la serpiente.

El
Halcón Milenario
acabó de rondar el perímetro de la flota, comprobando las posiciones finales de todos sus elementos; luego se situó en su puesto tras la nave insignia. El momento había llegado.

Lando estaba frente a los controles del
Halcón.
A su lado, el copiloto Nien Numb —una criatura de grandes quijadas y ojos de ratón, proveniente de Sullust— pulsaba interruptores, leía cifras en los monitores y efectuaba los arreglos finales para saltar al hiperespacio.

Lando cambió su intercomunicador al canal de guerra. La última mano de la noche —pensó—, su oportunidad, una mesa repleta de elevadas apuestas; exactamente su tipo de juego favorito. Con la boca reseca, radió un informe sumario al Almirante Ackbar en la nave de mando.

Almirante, estamos en posición. Todos los cazas están preparados.

—Comience entonces la cuenta atrás. —La voz de Ackbar crujió a través de los audífonos—. Que todos los grupos asuman las coordenadas de ataque.

Lando se giró hacia su copiloto esgrimiendo una breve sonrisa.

—No te preocupes: mis amigos están por allá abajo y desmantelarán el escudo a tiempo... —Volvió a sus instrumentos rumiando para su capote—: O ésta será la ofensiva más corta de toda la historia.

—Grhung Zhgodio —comentó el copiloto.

—De acuerdo —gruñó Lando—. Permanece a la espera, entonces. —Dio unos golpecitos en el panel de control, deseándose buena suerte, aunque su más arraigada creencia era la de que un buen jugador siempre moldea su propia suerte. Además, eso es lo que Han estaba haciendo ahora y Han jamás había fallado a Lando. Tan sólo una vez, y eso fue hacía mucho tiempo, en un lejano, muy lejano sistema.

Sobre el puente de la nave estelar de mando, el Almirante Ackbar hizo una pausa y miró a sus generales: todo estaba a punto.

—¿Están emplazados todos los grupos en sus coordenadas de ataque? —preguntó, aun a sabiendas de que lo estaban.

—Afirmativo, Almirante.

Ackbar miró —tras sus ventanales de observación— al campo de estrellas durante, quizá, el último instante de reflexión que jamás tendría. Finalmente, habló por el canal de comunicaciones de guerra.

—Todas las naves saltarán al hiperespacio cuando yo lo señale. Que la Fuerza nos acompañe.

Se inclinó hacia el interruptor señalizador.

En el
Halcón,
Lando miraba fijamente al mismo océano galáctico y con la misma sensación que el Almirante de estar viviendo unos instantes grandiosos, pero también cargados de aprensión. Estaban haciendo exactamente lo que una guerrilla jamás debiera hacer: atacar al enemigo como si fueran un ejército convencional. El Ejército Imperial, que luchaba contra la guerra de guerrillas de los Rebeldes, siempre perdía —a menos que ganara—. Los Rebeldes, por el contrario, siempre ganaban —a menos que perdieran—. Y ahora —y aquí radicaba el peligro— la Alianza se lanzaba al descubierto para combatir al Imperio en sus mismos términos. Si los Rebeldes perdían esta batalla, la guerra estaba perdida.

De pronto, la señal luminosa destelló en el panel de control: la señal de Ackbar. El ataque había comenzado. Lando bajó el interruptor de conversión y abrió el acelerador al máximo. Fuera de la cabina las estrellas se sucedían a toda velocidad, dejando una estela de luz. Las estelas crecieron en brillo y extensión a medida que las naves de la flota, rugiendo, alcanzaron la velocidad de la luz, poniéndose primero al paso veloz de los fotones provenientes de las estrellas, y luego adelantándolos, al precipitarse en la comba del hiperespacio. Hasta desaparecer con la velocidad de un muón.

El cristalino planeta azul se quedó —suspendido en el espacio— solo de nuevo; mirando —sin ver— al vacío.

El comando de asalto, agazapado tras una cresta boscosa, espiaba los movimientos de la base Imperial. Leia escrutaba toda el área con unos pequeños prismáticos electrónicos.

Dos lanzaderas estaban siendo descargadas en la rampa contigua al muelle de embarque. Varios Caminantes de infantería yacían aparcados en las cercanías. Las tropas pululaban alrededor, ayudando a construir nuevos anexos, transportando materiales y provisiones y vigilando. El masivo generador del escudo zumbaba a un lado.

Aplastados bajo unos arbustos en la cima de la quebrada, junto con el comando de asalto, estaban varios Ewoks, incluyendo a Wicket, Paploo, Teebo y Warwick. Los otros estaban situados más abajo, fuera de la vista, tras el montículo.

Leia bajó los prismáticos y se escabulló, corriendo hacia sus compañeros.

—La entrada está al otro extremo de la plataforma de aterrizaje. Esto no va a ser nada fácil —anunció.

—Ahrck grah rahr growrowhr —asintió Chewbacca, mostrando su acuerdo.

—¡Oh, venga ya, Chewie! —dijo Han, mirando, dolido, al Wookiee—. Hemos entrado en sitios más vigilados que éste...

—Frowh rahgh rahrahraff vrawgh grr —contradijo Chewie, haciendo un gesto de rechazo.

Han pensó durante unos segundos.

—Bueno: las cámaras de las especias en Gargon, por ejemplo —dijo.

—Krahghrowf —gruñó Chewbacca, negando con la cabeza.

—Por supuesto que tengo razón; ahora bien, si pudiera recordar cómo lo hice... —Han se rascó la cabeza rebuscando en su memoria.

De pronto, Paploo comenzó a parlotear y chirriar, mientras señalaba algo a Wicket.

—¿Qué está diciendo? —preguntó Leia a 3PO.

El dorado Androide intercambió unas breves frases con Paploo, mientras Wicket se volvía hacia Leia con una mueca esperanzada. También 3PO se volvió a la Princesa.

—Aparentemente, Wicket conoce una entrada trasera de esta instalación —anunció.

—¿Una puerta trasera? —dijo Han, reanimándose—. ¡Eso es! ¡Así es como lo conseguimos!

Cuatro exploradores Imperiales custodiaban la entrada al bunker, que medio emergía del terreno, en la parte posterior del complejo del generador. Sus motos-cohete se alineaban, aparcadas, junto a ellos.

En la espesura, el comando Rebelde yacía a la espera.

—Grrr, rowf rrrhl brhmmnh —observó Chewbacca parsimoniosamente.

—Tienes razón, Chewie —acordó Solo—; si no hay más que esos guardias, será más fácil que derribar a un Bantha.

—Uno solo basta para accionar la alarma —previno Leia.

—Entonces seremos verdaderamente sigilosos —sonrió Han con confianza—. Si Luke puede quitarnos a Vader de la espalda, como anunciaste que podría, entonces no sudaremos demasiado. Sólo hay que derribar a esos guardias con rapidez y sigilo...

3PO susurraba a Teebo y Paploo explicando el problema y el plan a seguir. Los Ewoks barbotearon unas breves palabras y Paploo, poniéndose en pie de un brinco, corrió a través de la espesura.

—Se nos está acabando el tiempo —dijo Leia, comprobando el instrumento de su muñeca—. La flota ya debe de estar en el hiperespacio.

3PO musitó unas preguntas a Teebo y recibió una breve réplica.

—¡Oh, cielos! —exclamó 3PO, comenzando a levantarse para observar el claro próximo al bunker.

—¡Agáchate! —dijo ásperamente Solo.

—¿Qué sucede, 3PO? —demandó Leia.

—Me temo que nuestro peludo amigo se ha ido para poner en práctica una peligrosa estratagema. —El androide esperaba que no le maldijeran por ello.

—¿De qué estás hablando? —cortó Leia con una nota de temor en su voz.

—¡Oh, no! Mirad.

Paploo sorteaba los arbustos velozmente, dirigiéndose hacia las motos-cohete. Desde su escondite, los Rebeldes miraron, con el horror que produce lo inevitable, cómo el pequeño y rechoncho cuerpo peludo saltaba sobre una de las motos y pulsaba al azar todos los interruptores. Antes que nadie pudiera actuar, los motores de la moto entraron en ignición con un rugido retumbante.

Los cuatro exploradores alzaron la cabeza sorprendidos. Paploo continuó pulsando botones sin parar de hacer muecas.

—¡Oh, no, no, no! —exclamó Leia, poniéndose una mano sobre la frente.

Chewie ladró y Han mostró su acuerdo. —Magnífico ataque sorpresa el nuestro —ironizó Han. Los exploradores Imperiales se abalanzaron sobre Paploo justo en el momento en que su vehículo arrancaba, precipitándose en la floresta. Todo lo que el Ewok podía hacer era agarrarse fuertemente al manillar con sus pequeñas garras. Tres de los guardias saltaron sobre sus respectivas motos y aceleraron en pos del arrojado Ewok. El cuarto explorador permaneció en su puesto, cercano a la puerta del bunker.

Leia estaba asombrada, aunque no perdió su escepticismo.

—No está mal para ser una bola de pelusa —se admiró Han. Hizo una seña a Chewie y ambos se deslizaron hacia el bunker.

Mientras tanto, Paploo volaba entre los árboles con más suerte que control. Iba a una velocidad menor de lo que la moto podía desarrollar, pero conforme al sentido del tiempo de los Ewoks, Paploo estaba absolutamente ebrio de velocidad y excitación. Era aterrador, pero la estaba gozando. Hablaría de su aventura hasta el fin de sus días, y luego sus hijos la narrarían a sus hijos, y en cada narración exagerarían la gesta hasta que adquiriera, en sucesivas generaciones, proporciones y velocidades épicas.

Pero ahora, sin embargo, los exploradores Imperiales casi le pisaban los talones y, poco después, comenzaron a disparar varias andanadas de láser. Paploo consideró que ya había hecho bastante, y cuando rodeó el siguiente árbol —fuera del campo de visión de los soldados—, aferró un bejuco y trepó por él hasta llegar a sus ramas. Segundos después, los tres exploradores pasaron como un rayo bajo él, persiguiendo a su pieza hasta el fin. El Ewok se rió frenéticamente.

Cerca del bunker, el último explorador yacía desvestido. Esto era obra de Chewbacca, que, reduciéndolo, le quitó la ropa. Dos comandos se apresuraron a arrastrarlo al bosque, mientras el resto del grupo, agachado, formaban una línea en torno a la entrada.

Han se plantó frente a la entrada, mientras tecleaba, en el panel de control del bunker, la clave previamente robada. Con natural habilidad, pulsó varios botones y las puertas del bunker, silenciosamente, se abrieron.

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