Srta. Marple y 13 Problemas (17 page)

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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

BOOK: Srta. Marple y 13 Problemas
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Todos se acercaron para mirar. Las catálogos para la señorita Rosen eran de un jardinero y de un establecimiento de peletería de Londres muy importante. El doctor Rosen recibió una factura de las semillas compradas a un jardinero local para su jardín y otra de una papelería de Londres. La carta dirigida a él decía lo siguiente:

Mi querido Rosen:

Acabo de regresar de la finca de Mr. Helmuth Spath. El otro día vi a Udo Johnson. Había venido para visitar a Ronald Perry, y me dijo que él y Edgar Jackson acaban de llegar de Tsingtau. Con toda Ecuanimidad, no puedo decir que envidie su viaje. Envíame pronto noticias tuyas. Como ya te dije antes: guárdate de cierta persona. Ya sabes a quién me refiero, aunque no estés de acuerdo conmigo. Tuya,

Georgine

—El correo de Mr. Templeton consistía en esta factura que como ustedes ven enviaba su sastre y una carta de un amigo de Alemania —prosiguió sir Henry—. Esta última, desgraciadamente, la rompió durante su paseo. Y por último tenemos la carta que recibió Gertrud.

Querida Mrs. Swartz:

Esperamos que pueda usted asistir a la reunión del viernes por la noche. El vicario dice que tiene la esperanza de que vendrá y será usted bien venida. La receta del beicon era estupenda y le doy las gracias por ella. Confío en que se encuentre bien de salud y podamos verla el viernes. Queda de usted afectísima,

Emma Greene

El doctor Lloyd sonrió afablemente, al igual que Mrs. Bantry.

—Creo que esta última carta puede eliminarse —dijo el doctor.

—Yo opino lo mismo —replicó sir Henry—, pero tomé la precaución de comprobar que existía esa tal Mrs. Greene y que se celebraba la reunión. Ya saben, nunca está de más ser precavido.

—Esto es lo que dice siempre nuestra amiga miss Marple —comentó el doctor Lloyd sonriendo—. Está usted ensimismada, miss Marple. ¿En qué piensa?

La aludida se sobresaltó.

—¡Qué tonta soy! —exclamó—. Me estaba preguntando por qué en la carta del doctor Rosen la palabra Ecuanimidad estaba escrita con mayúscula.

Mrs. Bantry exclamó:

—Es cierto.
¡Oh!

—Sí querida —respondió miss Marple—. ¡Pensé que usted lo notaría!

—En esa carta hay un aviso definitivo —dijo el coronel Bantry—. Es lo primero que me llamó la atención. Me fijo más de lo que ustedes creen. Sí, un aviso definitivo... ¿contra quién?

—Hay algo muy curioso con respecto a esa carta —explicó sir Henry—. Según Templeton, el doctor Rosen la abrió durante el desayuno y se la alargó diciendo que no sabía quién podía ser aquel individuo.

—¡Pero si no era un hombre! —dijo Jane Helier—. ¡Está firmada por una tal “Georgina”!

—Es difícil decirlo —dijo el doctor Lloyd—. Tal vez el nombre sea Georgey y no Georgina, aunque parezca más bien lo contrario. En todo caso, resulta un tanto chocante, porque esta letra no parece de mujer.

—Eso es igualmente curioso —dijo el coronel Bantry—, que la enseñara fingiendo no saber quién se la escribía. Tal vez pretendía observar la reacción de alguien al verla, pero ¿de quién?, ¿ del chico o de ella?

—¿O tal vez de la cocinera? —insinuó Mrs. Bantry—. Quizá se encontrase en la habitación sirviendo el desayuno. Pero lo que no comprendo es... es muy curioso que...

Frunció el entrecejo contemplando la carta. Miss Marple se acercó a ella y, señalando la hoja de papel con un dedo, cuchichearon entre sí.

—Pero, ¿por qué rompió la otra carta el secretario? —preguntó Jane Helier de pronto—. Parece... ¡oh! No sé... parece extraño. ¿Por qué había de recibir cartas de Alemania? Aunque, claro, si como usted dice está por encima de toda sospecha...

—Pero sir Henry no ha dicho eso —replicó miss Marple a toda prisa, abandonando su conversación con Mrs. Bantry—. Ha dicho que los sospechosos son
cuatro
. De modo que incluye a Mr. Templeton. ¿Tengo razón, sir Henry?

—Sí, miss Marple. La amarga experiencia me ha enseñado una cosa: nunca diga que nadie está por encima de toda sospecha. Acabo de darles razones por las cuales tres de estas personas pudieran ser culpables, por improbable que parezca. Entonces no apliqué el mismo procedimiento a Charles Templeton, pero al fin tuve que seguir la regla que acabo de mencionar. Y me vi obligado a reconocer esto: que todo ejército, toda marina y toda policía tienen cierto número de traidores en sus filas, por mucho que se odie admitir la idea. Y por ello examiné el caso contra Charles Templeton sin el menor apasionamiento.

“Me hice muchas veces la pregunta que miss Leire acaba de exponer. ¿Por qué fue el único que no pudo presentar la carta que recibiera con sello alemán? ¿Por qué recibía correspondencia de Alemania?

“Esta última pregunta era del todo inocente y por lo tanto se la hice a él, siendo su respuesta bastante sencilla. La hermana de su madre estaba casada con un alemán y la carta era de una prima suya alemana. De modo que me enteré de algo que ignoraba hasta entonces, que Charles Templeton tenía parientes alemanes. Y eso le colocó inmediatamente en la lista de sospechosos. Es uno de mis hombres, un muchacho en el que siempre he confiado, pero para ser justo y ecuánime debo admitir que es el que encabeza la lista.

“Pero ahí lo tienen: ¡No lo sé! No lo sé y, con toda probabilidad, nunca lo sabré. No se trata sólo de castigar a un asesino, sino de algo que considero cien veces más importante. Se trata, quizá, de la posibilidad de haber arruinado la carrera de un hombre honrado a causa de meras sospechas, sospechas que por otra parte no me atrevo a despreciar.

Miss Marple carraspeó y dijo en tono amable:

—Entonces, sir Henry, si no le he entendido mal, ¿de quien sospecha principalmente es del joven Templeton?

—Sí, en cierto sentido. Y en teoría los cuatro habrían de verse igualmente afectados por esta situación, pero no es ése el caso. Dobbs, por ejemplo, aun cuando yo lo considere sospechoso, eso no altera en modo alguno su vida. En el pueblo nadie recela de que la muerte del doctor Rosen no fuese accidental. Gertrud tal vez se haya visto algo más afectada. La situación puede representar alguna diferencia, por ejemplo, en la actitud de Fraülein Rosen hacia ella, aunque dudo de que eso le afecte excesivamente.

“En cuanto a Greta Rosen... bueno, aquí llegamos al punto crucial de todo este asunto. Greta es una joven muy hermosa y Charles Templeton un muchacho apuesto, convivieron cinco meses bajo el mismo techo sin otras distracciones exteriores y ocurrió lo inevitable. Se enamoraron el uno del otro, aunque no quieren admitir el hecho con palabras.

“Y luego ocurrió la catástrofe. Ya habían transcurrido tres meses, y un día o dos después de mi regreso, Greta Rosen vino a verme. Había vendido la casita y regresaba a Alemania, una vez arreglados los asuntos de su tío. Acudió a mí, aunque sabía que me había retirado, porque en realidad deseaba verme por un asunto personal. Tras dar algunos rodeos al fin me abrió su corazón. ¿Cuál era mi opinión? Aquella carta con sello alemán, la que Charles había roto, la había preocupado y seguía preocupándola. ¿Había dicho la verdad? Sin duda
debió decirla
. Claro que creía su historia, pero... ¡oh!, si pudiera saberlo con absoluta certeza.

“¿Comprenden? El mismo sentimiento, el deseo de confiar, pero la terrible sospecha persistiendo en el fondo de su mente, a pesar de luchar contra ella. Le hablé con absoluta franqueza, pidiéndole que hiciera lo mismo, y le pregunté sí Charles y ella estaban enamorados.

“—Creo que sí —me contestó—. Oh, sí, eso es. Éramos tan felices. Los días pasaban con tanta alegría. Los dos lo sabíamos, pero no había prisa, teníamos toda la vida por delante. Algún día me diría que me amaba y yo le contestaría que yo también. ¡Ah! ¡Pero puede usted imaginárselo! Ahora todo ha cambiado. Una nube negra se ha interpuesto entre nosotros, nos mostramos retraídos y cuando nos vemos no sabemos qué decirnos. Quizás a él le ocurre lo mismo. Nos decimos interiormente: ¡Si estuviéramos seguros! Por eso, sir Henry, le suplico que me diga: “Puede estar segura, quienquiera que matase a tu tío no fue Charles Templeton”. ¡Dígamelo! ¡Oh, se lo suplico! ¡Se lo suplico, se lo suplico!

“Y maldita sea —exclamó sir Henry, dejando caer su puño con fuerza sobre la mesa—, no pude decírselo. Se fueron separando más y más los dos. Entre ellos se interponía la sospecha como un fantasma que no podían apartar.

Se reclinó en la butaca con el rostro abatido y grave mientras movía la cabeza con desaliento.

—Y no hay nada más que hacer, a menos —volvió a enderezarse con una sonrisa burlona—, a menos que miss Marple pueda ayudarnos. ¿Puede usted, miss Marple? Tengo el presentimiento de que esa carta está en su línea. La de la reunión benéfica. ¿No le recuerda alguien o algo que le haga ver este asunto muy claro? ¿No puede hacer algo por ayudar a dos jóvenes desesperados que desean ser felices?

Tras la sonrisa burlona se escondía cierta ansiedad en su pregunta. Había llegado a formarse una gran opinión del poder deductivo de aquella solterona frágil y anticuada, y la miró con cierta esperanza en los ojos.

Miss Marple carraspeó y se arregló la manteleta de encaje.

—Me recuerda un poco a Annie Poultny —admitió—. Claro que la carta está clarísima, para Mrs. Bantry y para mí. No me refiero a la que habla de la reunión benéfica, sino a la otra. Al haber vivido tanto en Londres y no tener ninguna afición por la jardinería, sir Henry, no es de extrañar que no lo haya notado usted.

—¿Eh? —exclamó sir Henry—. ¿Notado qué?

Mrs. Bantry alargó la mano y escogió una de las cartas, un catálogo que abrió y leyó pausadamente:

“—Mr. Helmuth Spath. Lila, una flor maravillosa, su tallo alcanza una altura inusitada. Espléndida para cortar y adornar el jardín. Una novedad de sorprendente belleza.
“Udo Johnson. Amarilla y cálida. De aroma peculiar y agradable.
“Edgar Jackson. Crisantemo de hermosa forma y color rojo ladrillo muy brillante.
“Ronald Perry. Rojo brillante. Sumamente decorativa.
“Tsingtau. Color naranja brillante, flor muy vistosa para jardín y de larga duración una vez cortada. Ecuanimidad...

“Recordarán ustedes que esta palabra aparecía en la carta escrita también en mayúscula.

“Flor de extraordinaria perfección en su forma. Tonos rosa y blanco.

Mrs. Bantry, dejando el catálogo, terminó diciendo con una gran excitación:

—Y
¡Dalias!

—Las letras iniciales de sus nombres componen la palabra “MUERTE” —explicó miss Marple satisfecha.

—Pero la carta la recibió el propio doctor Rosen —objetó sir Henry.

—Ésa fue la maniobra más inteligente —explicó miss Marple—. Eso y la amenaza que se encerraba en ella. ¿Qué es lo que haría al recibir una carta de alguien desconocido y llena de nombres extraños para él? Pues, naturalmente, mostrársela a su secretario y pedirle su opinión.

—Entonces, después de todo...

—¡Oh, no! —exclamó miss Marple—. El secretario, no. Vaya, eso precisamente demuestra que
no fue él.
De ser así, nunca hubiera permitido que se encontrase la

carta e igualmente no se le hubiese ocurrido destruir una carta dirigida a él y con sello alemán. Su inocencia resulta evidente y, si me permito decirlo,
deslumbrante
..

—Entonces, ¿quién...?

—Pues parece casi seguro, todo lo seguro que puede ser algo en este mundo. Había otra persona presente durante el desayuno y pudo... es natural, dadas las circunstancias, alargar la mano y leer la carta. Y así fue. Recuerden que recibió un catálogo de jardinería en el mismo correo...

—Greta Rosen —dijo sir Henry despacio—. Entonces su visita...

—Los caballeros nunca saben ver a través de estas cosas —replicó miss Marple—. Y me temo que muchas veces a las viejas nos ven como a... brujas, porque vemos cosas que a ellos les pasan inadvertidas, pero es así. Una sabe mucho de las de su propio sexo por desgracia. No me cabe la menor duda de que se alzó una barrera entre ellos. El joven sintió una repentina e inexplicable aversión hacia ella. Sospechaba puramente por instinto y no podía ocultarlo. Y creo que la visita que le hizo la joven a usted fue sólo puro
despecho
. En realidad se sentía bastante segura, pero antes de marcharse quiso que usted fijara definitivamente sus sospechas en el pobre Mr. Templeton. Debe usted reconocer que, hasta después de su visita, no le parecieron completamente justificadas sus propias sospechas.

—Estoy convencido de que no fue nada de lo que ella dijo... —comenzó a decir sir Henry.

—Los caballeros —continuó miss Marple con calma —nunca ven estas cosas.

—Y esa joven... —se detuvo—... ¡comete semejante crimen a sangre fría y queda impune!

—¡Oh, no, sir Henry! —dijo miss Marple—. Impune no. Usted y yo no lo creemos. Recuerde lo que dijo no hace mucho rato. No. Greta Rosen no escapará a su castigo. Para empezar, deberá vivir entre gente extraña, chantajistas y terroristas, que no le harán ningún bien y probablemente la arrastrarán a un final miserable. Como usted dice, no vale la pena preocuparse por el culpable, es el inocente quien importa. Mr. Templeton, me atrevo a aventurar, se casará con su prima alemana ya que el hecho de que rompiera su carta resulta... bueno, un tanto
sospechoso
, empleando la palabra en un sentido distinto al que le hemos dado toda la noche. Parece ser que lo hizo como si temiese que Greta la viera y le pidiera que se la dejase leer. Sí, creo que entre ellos debió de haber algo. Y luego está Dobbs, a quien, como usted dice, las sospechas no le afectarán mucho. Probablemente lo único que le interesa son sus desayunos. Y la pobre Gertrud, que me recuerda a Annie Poultny. Pobrecilla Annie Poultny. Cincuenta años sirviendo fielmente a miss Lamb y luego sospecharon que había hecho desaparecer su testamento, aunque no pudo probarse. Aquello destrozó el corazón de aquella criatura tan fiel. Y después de su muerte, se encontró en un compartimiento secreto en la caja donde guardaban el té y donde la propia miss Lamb lo había guardado para mayor seguridad. Pero era ya demasiado tarde para la pobre Annie.

“Por eso me preocupa esa pobre mujer alemana. Cuando se es viejo, uno se amarga fácilmente. Lo siento mucho más por ella que por Mr. Templeton, que es joven, bien parecido y, según comentaba usted, goza de bastante popularidad entre las damas. ¿Querrá usted escribirle a ella, sir Henry, para decirle que su inocencia está fuera de toda duda? Con su señor muerto y el peso de las sospechas... ¡Oh! ¡No quiero ni pensarlo!

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