Srta. Marple y 13 Problemas (15 page)

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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

BOOK: Srta. Marple y 13 Problemas
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“—¿Incluso cuando es impotente?

“—No la comprendo.

“—Es difícil de explicar, pero uno puede hacer algo que esté considerado como completamente equivocado, que sea considerado incluso un crimen, por una razón buena y justificada.

“Le repliqué secamente que algunos criminales habían pensado eso al cometer sus crímenes y se horrorizó.

“—Pero eso es horrible —murmuró—, horrible.

“Y luego, cambiando de tono, me pidió que le diera algo que la ayudara a dormir, ya que no había podido hacerlo últimamente desde... desde que sufrió aquel terrible golpe.

“—¿Está segura de que es eso? ¿No le ocurre nada? ¿No hay algo que torture su mente?

“—¿Qué supone usted que puede torturar mi mente? —me contestó furiosa y con recelo.

“—Las preocupaciones son muchas veces la causa del insomnio —dije sin darle importancia.

“Pareció reflexionar unos momentos.

“—¿Se refiere a las preocupaciones del porvenir o a las del pasado que ya no tienen remedio?

“—A cualquiera de ellas.

“—Sería inútil preocuparse por el pasado. No puede volver... ¡Oh!, ¿de qué sirve? No debemos pensar más, no se debe pensar en ello.

“Le receté un somnífero y me despedí. Cuando me iba pensé en lo que acababa de decirme. “No puede volver...” ¿Qué? ¿O
quién
?

“Creo que esta última entrevista me predispuso en cierto modo para lo que iba a suceder después. Yo no lo esperaba, por supuesto, pero cuando ocurrió no me sorprendí. Porque Mary Barton me había dado la impresión de ser una mujer consciente, no una débil pecadora, sino una mujer de convicciones firmes, que actuaría según ellas y que no cejaría mientras siguiera creyendo en ellas. Imaginé que durante nuestra última conversación empezó a dudar de sus propias convicciones. Sus palabras me hicieron creer que empezaba a sentir la comezón de ese terrible hostigador del alma: el remordimiento.

“Lo siguiente sucedió en Cornualles, en un pequeño balneario bastante desierto en aquella época del año. Debía ser, veamos, a finales de marzo, y lo leí en los periódicos. Una señora se había hospedado en un pequeño hotel de aquella localidad, una tal miss Barton, cuyo comportamiento fue muy extraño, cosa que fue observada por todos. Por la noche paseaba de un lado a otro de su habitación, hablando sola y sin dejar dormir a las personas de los dormitorios contiguos al suyo. Un día llamó al vicario y le dijo que tenía que comunicarle algo de la mayor importancia y que había cometido un crimen. Y luego, en vez de continuar, se puso en pie violentamente diciéndole que ya regresaría otro día. El vicario la consideró una perturbada mental y no tomó en serio su grave autoacusación.

“A la mañana siguiente se descubrió que había desaparecido de su habitación, donde había dejado una nota dirigida al coronel y que decía lo siguiente:

Ayer intenté hablar con el vicario para confesarme, pero no pude. Ella no me deja. Sólo puedo remediarlo de una manera: dando mi vida por la suya, y debo perderla del mismo modo que ella. Yo también debo ahogarme en el mar. Creí que lo hacía justificadamente. Ahora comprendo que no era así. Si quiero obtener el perdón de Amy debo ir con ella. No se culpe a nadie de mi muerte.

MARY BARTON.

“Sus ropas fueron encontradas en una cueva cercana a la playa. Al parecer se había desnudado allí y nadado resueltamente mar adentro, donde la corriente era peligrosa ya que la arrastraría a los acantilados.

“El cadáver no fue recuperado, pero al cabo de un tiempo se la dio por muerta. Era una mujer rica, resultó tener más de cien mil libras. Puesto que murió sin hacer testamento, todo fue a parar a manos de sus parientes más próximos, unos primos que vivían en Australia. Los periódicos hicieron alguna discreta alusión a la tragedia ocurrida en las Islas Canarias y expusieron la teoría de que la muerte de miss Durrant había trastornado la razón de su amiga. En la encuesta judicial se pronunció el acostumbrado veredicto de “s
uicidio cometido en un ataque de locura
”.

“Y de este modo cayó el telón sobre la tragedia de Amy Durrant y Mary Barton.

Hubo una larga pausa y luego Jane Helier dijo con expresión agitada:

—Oh, pero no debe detenerse ahí, precisamente en el momento más interesante. Continúe.

—Pero comprenda, miss Helier, esto no es un serial, sino la vida real, y en la vida real las cosas se detienen inesperadamente.

—Pero yo no quiero que se detengan —dijo Jane—, quiero saber.

—Ahora es cuando debe hacer uso de su inteligencia, miss Helier —explicó sir Henry—. ¿Por qué asesinó Mary Barton a su señorita de compañía? Ése es el problema que nos ha planteado el doctor Lloyd.

—Oh, bueno —replicó la aludida—, pudo ser asesinada por muchísimas razones. Quiero decir... oh, no lo sé. Tal vez se saliera de sus casillas o tuviera celos, aunque el doctor Lloyd no haya mencionado a ningún hombre, pero es posible que durante el viaje en barco... bueno, ya sabe usted lo que dice todo el mundo de los cruceros y los viajes por mar.

Miss Helier se detuvo por falta de aliento, mientras todo su auditorio pensaba que el exterior de su encantadora cabeza superaba en mucho a lo que tenía dentro.

—A mí me gustaría hacer mil sugerencias —dijo Mrs. Bantry—, pero supongo que debo limitarme a una. Yo creo que el padre de miss Barton haría fortuna arruinando al de Amy Durrant y Amy determinó vengarse. ¡Oh, no! Tendría que haber sido al revés. ¡Qué fastidio! ¿Por qué la rica dama asesinó a su humilde señorita de compañía? Ya lo tengo. Miss Barton tenía un hermano menor que se enamoró perdidamente de Amy Durrant. Miss Barton espera su oportunidad. Cuando Amy sale al mundo, la toma como señorita de compañía y la lleva a Canarias para llevar a cabo su venganza.¿Qué tal?

—Excelente —dijo sir Henry—. Sólo que ignoramos que miss Barton tuviera un hermano.

—Eso lo he deducido —replicó Mrs. Bantry—. A menos que tuviera un hermano menor, no veo el motivo. De modo que debía tener uno. ¿No lo ve usted así, Watson?

—Todo esto está muy bien, Dolly —dijo su esposo—, pero es solo una mera conjetura.

—Claro —respondió Mrs. Bantry—. Es todo lo que podemos hacer, conjeturar. No tenemos la menor pista. Adelante, querido, ahora te toca a ti.

—Les doy mi palabra de que no sé qué decir, pero creo que es acertada la sugerencia de miss Helier acerca de que debía haber un hombre de por medio. Mira, Dolly, seguramente debía ser un párroco. Por un decir, las dos le tejen una capa a medida, pero él acepta la de la señorita Durrant primero. Puedes estar segura de que tuvo que ser algo así. Es muy significativo que al final acudiera también a un párroco, ¿no? Ese tipo de mujeres siempre pierden la cabeza por los párrocos bien parecidos. Se oyen casos continuamente.

—Creo que debemos tratar de encontrar una explicación un poco más plausible —dijo sir Henry—, aunque admito que también es sólo una conjetura. Yo sugiero que miss Barton fue siempre una desequilibrada mental. Hay muchos más casos así de los qu pueden imaginar. Su manía fue agudizándose y empezó a creer que su obligación era librar al mundo de ciertas personas, posiblemente de las “mujeres desgraciadas”. No sabemos gran cosa del pasado de miss Durrant. De modo que es muy posible que tuviera un pasado “desgraciado”. Miss Barton lo averigua y decide exterminarla. Más tarde, su crimen empieza a preocuparle y se siente abrumada por los remordimientos. Su fin demuestra que estaba completamente desequilibrada. Ahora dígame si está de acuerdo conmigo, miss Marple.

—Me temo que no, sir Henry —replicó miss Marple sonriendo para disculparse—. Creo que su final demuestra que había sido una mujer inteligente y resuelta.

Jane Heiler la interrumpió lanzando un grito,

—¡Oh! ¡Qué tonta he sido! ¿Puedo probar otra vez? Claro que debió ser eso. ¡Chantaje! La señorita de compañía le estaba haciendo víctima de su chantaje. Sólo que no comprendo por qué dice miss Marple que fue una mujer inteligente por el hecho de que se suicidara. No lo comprendo en absoluto.

—¡Ah! —exclamó sir Henry—. Seguro que miss Marple conoce un caso exactamente igual ocurrido en St. Mary Mead.

—Usted siempre se burla de mí, sir Henry —contestó miss Marple con tono de reproche—. Debo confesar que me recuerda un poco, sólo un poco, a la anciana Trout. Cobró las pensiones de tres ancianas fallecidas en distintas parroquias.

—Me parece un crimen muy complicado y muy provechoso —dijo sir Henry—, pero no me veo que arroje ninguna luz sobre el problema que nos ocupa.

—Claro que no —replicó miss Marple—. Usted no, pero algunas de las familias eran muy pobres y la pensión de las ancianas representaba mucho para los niños. Sé que es difícil de entender para los extraños, pero lo que quiero hacer resaltar es que el fraude se apoyaba en el hecho de que una anciana se parece mucho a cualquier otra.

—¿Cómo? —preguntó sir Henry intrigado.

—Siempre me explico mal. Lo que quiero decir es que, cuando el doctor Lloyd describió a esas dos señoras, no sabía quién era quién y supongo que tampoco lo sabía nadie del hotel. Desde luego, lo hubieran sabido al cabo de uno o dos días, pero al día siguiente una de las dos pereció ahogada y si la superviviente dijo que era miss Barton, no creo que a nadie se le ocurriera dudarlo.

—Usted cree... ¡Oh! Ya comprendo —dijo sir Henry despacio.

—Es lo único que tendría un poco de sentido. Nuestra querida Mrs. Bantry ha llegado a la misma conclusión hace tan solo unos momentos. ¿Por qué habría de matar una mujer rica a su humilde acompañante? Es mucho más lógico que fuera lo contrario. Quiero decir que es así como suelen suceder las cosas.

—¿Sí? —comentó sir Henry—. Me sorprende usted.

—Pero claro —prosiguió miss Marple—, luego tuvo que usar la ropa de miss Barton, que probablemente debía quedarle un tanto estrecha, por lo que daría la impresión de haber engordado un poco. Por eso hice esa pregunta. Un caballero seguramente pensaría que estaba aumentando de peso y no que la ropa le quedaba pequeña, aunque no sea éste el modo correcto de explicarlo.

—Pero si Amy Durrant asesinó a miss Barton, ¿qué ganaba con ello? —quiso saber miss Bantry—. No podía mantener la ficción indefinidamente.

—Sólo la mantuvo por espacio de un mes aproximadamente —indicó miss Marple—. Y durante este tiempo supongo que viajaría, manteniéndose alejada de todo el que pudiera conocerla. Eso es lo que quise dar a entender al decir que una mujer de cierta edad resultaba muy parecida a cualquier otra. No creo siquiera que notaran que la fotografía del pasaporte era distinta, ya saben ustedes lo malas que son. Y luego, en marzo, se marchó a ese balneario de Cornualles donde comenzó a actuar de un modo extraño, a atraer la atención de la gente para que cuando encontrasen sus ropas en la playa y leyeran su última carta no repararan en lo obvio.

—¿Que era? —preguntó sir Henry.

—Que
no había cuerpo
—replicó miss Marple—. Eso es lo que hubiera saltado más a la vista de no ser por la cantidad de pistas falsas puestas para apartarlos de la verdadera pista, incluyendo el detalle de la comedia del arrepentimiento: No había cuerpo, ése era el hecho más importante.

—¿Quiere usted decir...? —preguntó miss Bantry—. ¿Quiere decir que no hubo tal arrepentimiento? ¿Y que... que no se ahogó?

—¡Ella no! —replicó miss Marple—. Igual que Mrs. Trout. Ella también supo preparar muchas pistas falsas, pero no había contado conmigo. Yo sé ver a través del fingido remordimiento de miss Barton. ¿Ahogada ella? Se marchó a Australia y no temo equivocarme.

—No se equivoca, miss Marple —dijo el doctor Lloyd—. Tiene razón. Otra vez me deja usted sorprendido. Vaya, aquel día en Melbourne casi me caigo redondo de la impresión.

—¿Era eso a lo que se refería usted al hablar de una coincidencia?

El doctor Lloyd asintió.

—Sí, tuvo muy mala suerte miss Barton o miss Amy Durrant o como quieran llamarla. Durante algún tiempo fui médico de un barco y, al desembarcar en Melbourne, la primera persona que vi cuando paseaba por allí fue a la señora que yo creía que se había ahogado en Cornualles. Ella comprendió que su juego estaba descubierto por lo que a mí se refería e hizo lo más osado que se le ocurrió, convertirme en su confidente. Era una mujer extraña, desprovista de toda moral. Era la mayor de nueve hermanos, todos muy pobres. En una ocasión pidieron ayuda a su prima rica, que vivía en Inglaterra, pero fueron rechazados y miss Barton se peleó con su padre. Necesitaban dinero desesperadamente, ya que los tres niños más pequeños estaban delicados y necesitaban un costoso tratamiento médico. Parece ser que entonces Amy Barton planeó su crimen a sangre fría. Se marchó a Inglaterra, ganándose el pasaje como niñera, y obtuvo su empleo de señorita de compañía de miss Barton haciéndose llamar Amy Durrant. Alquiló una habitación en la que puso algunos muebles para crearse una cierta personalidad. El plan del ahogamiento fue una inspiración repentina. Había estado esperando que se le presentara alguna oportunidad. Después de representar la escena final del drama, regresó a Australia y, a su debido tiempo, ella y sus hermanos heredaron todo el dinero de miss Barton como parientes más próximos.

—Un crimen osado y perfecto —dijo sir Henry—. Casi el crimen perfecto. De haber sido miss Barton quien muriera en las Canarias, las sospechas hubieran recaído en Amy Durrant y se hubiese descubierto su parentesco con la familia Barton. Pero el cambio de identidad y el doble crimen, como podemos llamarlo, evitó esa posibilidad. Sí, casi fue un crimen perfecto.

—¿Qué fue de ella? —preguntó Mrs. Bantry—. ¿Cómo actuó en el asunto, doctor Lloyd?

—Me encontraba en una posición muy curiosa, Mrs. Bantry. Pruebas, tal como las entiende la ley, tenía muy pocas todavía. Y también, como médico, me di cuenta de que, a pesar de su aspecto vigoroso y robusto, aquella mujer no iba a vivir mucho. La acompañé a su casa y conocí al resto de los hermanos, una familia encantadora que adoraba a su hermana mayor, completamente ajenos al crimen que había cometido. ¿Por qué llenarlos de pena si no podía probar nada? La confesión de aquella mujer no fue oída por nadie más que por mí y dejé que la naturaleza siguiera su curso. Miss Amy Barton falleció seis meses después de mi último encuentro con ella. Y a menudo me he preguntado si vivió alegre y sin arrepentimiento hasta que le llegó su fin.

—Seguramente no —dijo Mrs. Bantry.

—Yo creo que sí —dijo miss Marple—. Como Mrs. Trout.

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