Siempre Unidos - La Isla de los Elfos (7 page)

BOOK: Siempre Unidos - La Isla de los Elfos
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—Ésa es una acusación muy seria. Y, además, peligrosa teniendo en cuenta que..., ¿cómo decirlo?, no eres tú misma.

La diosa de la luna hizo caso omiso de la amenaza y sacó de los pliegues de su vestido un objeto familiar. Era una funda acolchada hecha con la seda más fina, y trabajada con hilos de brillantes colores. Asimismo tenía bordada un complicado dibujo que mostraba a los dioses jugando en su bosque elfo. Alrededor de la escena, bordada con un arte sin igual, se veían runas de guarda y protección que sólo una diosa elfa podría haber creado. El corazón de Araushnee latió dolorosamente en su pecho al reconocer la funda encantada.

—Esto es tuyo, ¿verdad? Nadie más en Arvandor podría hacer una labor tan maravillosa —dijo Sehanine sin ánimo de adularla.

—Esi ne convierte en una artista, no en una traidora —replicó Araushnee echando hacia atrás la cabeza—. Si tienes algo más que decir, dilo rápido y después vete.

—¿Cuándo hiciste esta bordadura? ¿Cuándo se liberó la magia de estas runas?

La diosa oscura frunció el entrecejo mientras reflexionaba sobre esas extrañas preguntas. Las runas y los símbolos de guarda eran similares a los que protegían de ataques. Corellon había luchado con Gruumsh durante toda la noche anterior y, ahora que lo pensaba, Araushnee había hecho casi todo el trabajo después de media noche, cuando la luna brillaba...

Sus ojos color escarlata se abrieron desmesuradamente cuando al fin comprendió; había trabajado cuando la luna relucía y el poder de Sehanine estaba en su apogeo.

—Tú notaste que había algo equivocado en la magia del bordado. Tú lo sabías, estoy segura de que lo sabías, pues juraría que incluso la luz de la luna te cuenta los secretos nacidos al amparo de la noche. Y, aun así, premitiste que tu señor fuera a la batalla con una prenda que lo condenaba al fracaso. ¡Si yo soy una traidora, tú también lo eres!

—Cierto que percibí tu animosidad —repuso Sehanine sacudiendo la cabeza—, pero creí que únicamente iba dirigida contra mí. Sólo lo comprendí cuando el ataque de Gruumsh desató tu maldición. Antes de que saliera la luna, cuando estaba demasiado débil para actuar, el orco destrozó la espada de mi señor y lo hirió gravemente.

—Y después, zorra entrometida, sólo tuviste que recoger los pedazos —espetó Araushnee airada—. Tú alejaste la funda de él, ¿no es cierto?

—¿Si no lo hubiera hecho, estaría seguro en Arvandor?

Araushnee lanzó un silbido de rabia y frustración. La diosa de la luz de la luna era también la diosa de los misterios, y parecía ser capaz de desentrañarlos como de crearlos. Además, era poderosa, mucho más que Araushnee o, para ser más precisos, lo sería cuando la luna estuviera alta. Pero incluso ahora, cuando los últimos rayos del sol aún teñían los cielos sobre Arvandor, la vítrea forma de Sehanine adquiría rápidamente sustancia y poder. Araushnee tenía que actuar o todo estaría perdido.

La diosa oscura extendió ambas manos y dejó que toda la fuerza de su rabia y sus celos alimentaran la magia que brotaba de la punta de sus dedos. Sedosos hilos de maligno poder rodearon a la diosa de la luna. Instantáneamente Sehanine quedó enredada en una telaraña mucho más resistente que la que había detenido la carga del poderoso Gruumsh el Tuerto.

Pero Araushnee no tenía suficiente con eso. Su cólera provocó una tempestad en miniatura, un viento que aulló y sopló una tempestad en miniatura, un viento que aulló y sopló furioso alrededor de los muros del vestíbulo hasta formar un remolino. El torbellino atrapó a la diosa de la luna, que se debatía, y la arrojó al mismísimo centro de la diminuta vorágine.

Eso era precisamente lo que necesitaba Araushnee. Nuevamente alzó las manos y nuevamente hilos de magia salieron despedidos hacia su rival. El viento los recogió, los hizo girar y los envolvió con fuerza alrededor de Sehanine, hasta que la diosa estuvo tan cuidadosa y firmemente recubierta como la oruga en su capullo.

Cuando estuvo satisfecha, Araushnee disipó la tempestad y contempló a su cautiva con una sonrisa en los labios. Sehanine era claramente visible entre las capas de mágica telaraña, pero no podía moverse ni hablar. A modo de precaución, Araushnee envió a la mente de su rival un insluto silencioso para regodearse de su triunfo. Era como hablar con una piedra; ni siquiera la comunidad mental que compartían los miembros del panteón elfo podía penetrar esa red mágica. La captura de Sehanine era completa pero, por desgracia, también era temporal. La luna ascendente le proporcionaría unos poderes muy superiores a los de Araushnee.

La diosa oscuro envió una orden silenciosa dirigida exclusivamente a la mente de Vhaeraun, en la que le decía, en términos que no dejaban lugar a la discusión, que dejara inmediatamente lo que estuviera haciendo y volviera a casa enseguida.

Al poco rato (pues Araushnee le había insinuado qué le ocurriría si se entretenía demasiado) el joven dios entró en tromba en el vestíbulo. Los ojos se le salieron de las órbitas al contemplar a la diosa de la luna y comprender el precio que quizá tendría que pagar por atacar a una de las deidades elfas más importantes.

—¿Madre, qué has hecho? —preguntó consternado.

—No tuve más remedio. Sabe, o al menos sospecha, que la funda que bordé para Corellon arrebató la magia a
Sahandrian
. Pero, como una hermana honorable, me comunicó sus sospechas antes de acudir al Consejo del Seldarine —añadió con sonra—. Ahora sólo podrá llegar allí si se deja caer al suelo y se arrastra como una serpiente. ¡Casi estaría dispuesta a tolerar que el Consejo se inmiscuyera en mis asuntos para ser testigo de algo asi!

Vhaeraun examinó de cerca la telaraña mágica que sujetaba a Sehanine.

—¿Aguantará hasta que la batalla finalice?

—No —admitió Araushnee—. No la hubiera atrapado si no hubiera sido tan estúpida de enfrentarse a mí, a mí, que soy su peor enemigo, cuando apenas tenía poder. Debes llevarla a un lugar en el que la luna no brille y asegurarte de que se queda allí hasta después de la batalla.

—¿Y entonces qué? —preguntó el joven dios en un tono muy similar al desdén de su madre—. ¿Realmente crees que podrás gobernar con la oposición de una diosa tan poderosa como Sehanine? Deberías matarla ahora, mientras está indefensa.

Araushnee adelantó una mano y le propinó un sonoro bofetón.

—No te atrevas a dudar de mi poder —le advirtió con una voz que rebosaba furia—. ¡Si eres tan ignorante como para creer que un dios puede matar fácilmente a otro, tal vez me equivoqué al hacerte mi confidente y compañero!

—¿Y qué hay de Herne? —insistió Vhaeraun, ansioso de salvar una pizca de su dignidad, aunque simplemente se tratara de llevar la razón en la discusión—. Me dijiste que Malar lo mató. ¿Y por qué lanzaste a Gruumsh y Malar contra Corellon si no había ninguna esperanza de triunfo?

—¿Realmente eres tan estúpido? —le espetó su madre—. Una cosa es destruir a un dios de otro lugar y otro panteón, ya que incluso entre los dioses hay cazadores y cazados, predadores y presas. Pero matar a un miembro de tu propio panteón es algo muy distinto. ¿Crees que si lo fuera no me habría hecho ya con el control de Arvandor?

El joven dios miró pensativo a su madre, acariciándose con cuidado la mejilla, que le escocía. Finalmente dijo:

—Si es como dices, tal vez deberías abandonar el Seldarine.

—¿Es que no has escuchado nada de lo que te he dicho hoy? ¡Quiero mandar en el Seldarine!

—Pues inténtalo por la conquista y no con intrigas —sugirió Vhaeraun—. Has reunido un ejército para llevar a cabo tus designios. ¡Abandona el Seldarine y dirige tu propio ejército! ¡Imagínate al frente de una poderosa fuerza, líder del anti-Seldarine! —La voz del joven dios vibraba excitada, llenda del orgullo de quien admira sus propias visiones.

—¿Cómo es posible que tenga unos hijos tan idiotas? ¡Piensa! ¡Repasa la lista de los grandes y gloriosos generales que he reclutado!

La diosa oscuro guardó silencio y dejó que los nombres de los enemigos de Seldarine flotaran silenciosamente en el aire entre ellos. Estaba Maglubiyet, líder de los goblins; Hruggek, que guiaba a los goblins peludos en la caza y en la batalla; y Kurtulmak, líder del panteón kobold (a Araushnee no dejaba de asombrarle que los kobolds tuvieran un panteon). A ojos de los elfos, eran enemigos insignificantes. Algunos de los otros dioses que participarían en la inminente batalla eran bastante más poderosos, y la lista era muy larga, pero el ejército resultante era mucho menos que la suma de sus aprtes. Si Vhaeraun era tan estúpido que no veía esto, Araushnee haría bien en desembarazarse de él de inmediato.

Pero, para alivio de la diosa, una expresión de duda se apoderó de los trasgos del joven dios mientras consideraba a tales aliados.

—¿Ese ejército... puede ganar?

—Claro que no —repuso Araushnee con total franqueza—. Pero son dioses lo suficientemente fuertes y numerosos para hacer mucho daño. Y lo que es más importante, todos en Arvandor verán ese ejército como la coalición de enemigos de los elfos. El Seldarine prevalecerá, pero la batalla será larga y habrá pérdidas por ambos lados. Tú y yo nos encargaremos de que Corellon Larethian sea una de ellas.

—Por supuesto nuestro dolor será desgarrador —añadió Vhaeraun con una astuta mueca.

—Naturalmente, y todos los dioses del Seldarine, aturdidos por la muerte de su amado Corellon, cerrarán filas en torno a su consorte y su heroico hijo. Una vez alcancemos el poder supremo, acabar con el Seldarine será un juevo de niños. —Araushnee lanzó una inquisitiva mirada de soslayo a su hijo y le preguntó—: ¿Todavía deseas seguir adelante?

Ante la mirada de incomprensión de Vhaeraun, la diosa oscura apostilló:

—Después de todo, es tu padre.

—Y también tu esposo. Si hay una diferencia, por favor, explícamela. De otro modo dejémoslo en que eres mi madre y asunto concluido. —Vhaeraunb habló sin pelos en la lengua y las implicaciones eran duras. Instintivamente, el joven se apresto a soportar otra exhibición del genio de su madre. Pero, para su sorpresa, Araushnee rió encantada.

—Realmente eres hijo mío. Estoy segura de que interpretarás tu papel a la perfección, y no dudo de que deseas gobernar conmigo cuando todo esto acabe. Ahora vete, deshazte de Sehanine y regresa tan rápido como puedas. El tiempo apremia. Necesito que lleves esta funa al Páramo para que Eilistraee la encuentre «casualmente» esta noche. La batalla empezará al alba.

Araushnee mantuvo su sonrisa mientras Vhaeraun le besaba la mejilla, y también mientras el dios ejecutaba la sencilla magia que le permitió reducir la diosa cautiva a un tamaño fácil de llevar y desapareció con ella por el porta recién conjurado, una puerta mágica que relucía como ópalo negro.

Tal vez el portal conducía a un mundo mortal en el que los soleados dias duraban casi tanto como un día en el Olimpo, se dijo Araushnee, o tal vez a una cripta situada a gran profundidad en la que Sehanine yacería indefensa y privada de la luz de la luna hasta mucho después de la batalla por Arvandor. No lo sabía, pero confiaba en que Vhaeraun encontraría un exilio adecuado para la rival de Araushnee. Después de todo, era su hijo.

Y justamente porque era digno hijo de su madre, la sonrisa de Araushnee se tornó en una expresión de inquietud en el mismo momento en el que el joven dios desapareció. La diosa veía con una claridad meridiana que alguien capaz de traicionar a su padre, muy probablemente se volvería contra su madre.

Por primera vez Araushnee se dio cuenta de lo sola que estaba en el camino que había elegido y tuvo un momento de arrepentiemiento. Pero la sensación no duró y, cuando se fue, se llevó con ella algo más, una parte del corazón de Araushnee que había muerto lentamente, sin que nadie se apercibiera ni llorara por su pérdida. El frágil hilo de magia que la conectaba con los demás dioses del Seldarine y con sus hijos elfos finalmente se había roto. Fuera lo que fuese ahora Araushnee, lo único seguro es que ya no era realmente elfa.

«Que asi sea», pensó la diosa. De todos modos ella sería la reina indiscutible de Arvandor. Y, si no lo lograba, simplemente tendría que buscar un lugar en el que poder gobernar. Ella era lo que era, y ya no podía dar otro rumbo a su vida.

4
Los árboles de Arvandor

En la larga y silenciosa hora previa al alba, los dioses de la alianza anti-Seldarine avanzaron sigilosos por el bosque que rodeaba Arvandor. Nada les cortaba el paso. Las ladinas alucinaciones que desorientaban a los visitantes indeseados no funcionaban, y los escudos mágicos estaban bajados. Incluso los centinelas del bosque habían sido silenciados: los árboles custodios habían sido sumidos en un sopor mágico y los mismos pájaros estaban mudos.

No muy lejos de allí, en una arboleda a la que acudía todas las mañanas para recibir el nuevo día con música y danza, la diosa Eilistraee notó el silencio con perplejidad. A esa hora los pájaros ya deberían estar entonando sus cantos matutinos al sol y los ciervos pastando en los prados húmedos por el rocío.

La joven diosa dejó a un lado la flauta que pensaba tocar y cogió el arco que llevabab colgado del hombro. Pese a que nunca había encontrado ningún peligro en ese bosque, percibía que algo andaba mal. En el aire flotaba algo raro, una presencia intanible, pero tan fuerte que era casi como un olor. Instintivamente Eilistraee alzó la cabeza y husmeó el aire como un lobo.

Sí, notaba un olor que le resultaba muy familiar. Pese a que algunos de los dioses elfos aborrecían la muerte de cualquier criatura del bosque, otros, como Eilistraee, vivían en armonía con la naturaleza. De vez en cuando la joven cazaba como lo haría un halcón o un lobo. Eilistraee cazaba porque era parte del bosque y porque los elfos que habitaban las florestas de un centenar de mundos, y a los que ella consideraba sus protegidos entre los hijos de Corellon, lo hacían para conseguir alimento. Muchas veces, una de sus manos invisibles había mejorado la puntería de un arquero elfo o sus huellas habían dibujado el rastro que conducía a la presa. Eilistraee conocía muy bien el olor de la sangre.

La joven diosa corrió hacia donde procedía el olor, que se hacía más fuerte y fétido, hasta el punto de que casi le dejaba sin respiración y le revolvía el estómago. Otros olores mezclados con el de la sangre flotaban y pesaban en el húmedo aire de la mañana; el hedor de seres que Eilistraee nunca había visto, así como la sutil y persistente emanación del terror.

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