Read Siempre Unidos - La Isla de los Elfos Online
Authors: Elaine Cunningham
—¡Truhán! ¡Cobarde! —gritó a voz en grito—. ¡Te he vencido en duelo y ahora te escondes detras de las faldas de una mujer! ¿Y tu juramento? ¡Prometiste que no usarías en mi cotra ningún tipo de magia elfa, pero permites que esa bruja te ayude!
—No es cierto —replicó Sehanine con firmeza, y su voz argentina flotó por el valle que los separaba. La diosa se levantó e hizo frente al airado dios—. Tú rompiste la tregua, Gruumsh, y eso sera recordado por los iempos. Corellon respeta vuestro trato y todos los principios de los tiempos. Corellon respeta vuestro trato y todos los principios de una batalla honorable. No lo venciste. La destrucción de su espada no fue una victoria suya.
Sahandarian
fue destruida por un elfo, por lo que al Seldarine le corresponde restaurar lo suyo.
Con estas crípticas palabras la diosa se volvió hacia Corellon. Sus ojos plateados recorrieron su cuerpo y se humedecieron al ver sus numerosas heridas. Sehanine enjugó las lágrimas, que le resbalaban por las mejillas, y extendió sus delicados dedos hacia el dios para tocar su rostro sangrante. Cuando sus lágrimas entraron en contacto con la sangre, adquirieron un resplandor mágico.
—Hijos de la luna y el sol —susurro Sehanine—. Contemplad, Señor, las almas de los elfos que todavía no han nacido. Ni siquiera la lucha contra un enemigos sin honor puede disminuir la magia que compratimos.
La diosa quiso decir más, pero la brillante luz de luna que la alimentaba de pronto se atenuó, al tiempo que se levantaba un viento que arrastraba una confusa masa de nubarrones que tapaban la luna. Sehanine echó un vistazo a sus espaldas. Como ya esperaba, el orco había aprovechado lo que le debió de parecer un momento de debilidad elfa para atacarlos.
—Matadlo, mi Señor —susrró Sehanine ferozmente, con una dura expresión en el rostro, y rozó la vaina de la espada de Corellon como si la bendijera. Cuando los nubarrones se abrieron, ella había desaparecido.
Corellon se tragó las palabras de agradecimiento y las cuestiones que ardía en deseos de preguntar. Más tarde buscaría a Sehanine, y ella le explicaría qué magia había empleado y la traición elfa a la que había aludido.
Pero, por el momento, bastaba con empuñar de nuevo
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. El dios elfos levantó su espada en alto, exultante por volver a tener la maravillosa arma en sus manos y por la perspectiva de reanudar el duelo. Con un sonoro grito, Corellon descendió corriendo la colina para enfrentarse al orco.
El encontronazo entre ambos dioses se produjo en el valle. La espalda elfa chocó contra la vara de hierro de la lanza del orco, y saltaron chispas semejantes a estrellas fugaces. Deliberadamente, Corellon permitió que su arma rebotara; sabía que no podía igualara ni tampoco contrarrestar la fuerza del ataque de Gruumsh. Su ventaja era la agilidad. Sin disminuir en ningún momento el impulso que llevaba, el elfo se agachó bajo las armas cruzadas. Se oyó el rechinar de metal contra metal cuando el acero elfo se deslizo por la vara de la lanza, con intenciones mortales.
Gruumsh grió bruscamente la lanza hacia un lado y aparto el acero que lo amenazaba. Entonces, dio una vuelta sobre si mismo y retrocedió para mantenerse fuera del alcance del elfo. Al volverse hacia su rival, Gruumsh bajó el extremo romo de su lanza y, describiendo un arco, arremetió contra las botas que cubrían los pies del elfo.
Corellon dio uns gráciles pasos hacia atrás, justo lo que Gruumsh había esperado. El arma del orco era considerablemente más larga que la del elfo, y ni siquiera
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podía cortar lo que no alcanzaba.
Con una fiera sonrisa, el orco completó el barrido con la lanza, de modo que el asta quedara planta y la punta de hierro apuntara a la garganta de Corellon. Entonces Gruumsh embistió con todas sus fuerzas al tiempo que impulsaba la lanza.
Corellon no trato de detener la impetuosa embestida. Simplemente se agachó para esquivar la lanza y giró sobre sus talones para encararse con su enemigo, usando su velocidad para hacer más poderoso el arco que trazaba
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. La espada se hundió en la cadera del Señor de los Orcos. Gruumsh giró rápidamente, con la lanza hacia adelante, en toda su longitud, pero el elfo se le acerco, demasiado para que la punta afilada de la lanza pudiera tocarlo. Corellon arremetió con su espada y dio otro tajo en el costado del dios orco, antes de que el asta de la lanza se le clavara en las costillas.
El golpe arrojó al elfo al suelo, pero se levantó al instante y volvió a atacar. Sin emabrgo, Gruumsh había dejado de lado la lanza y ahora sostenía en una de sus poderosas manazas una daga, y en la otra el hacha con la uqe una vez ya había hecho pedazos a
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.
Durante largos momentos la lucha fue casi cuerpo a cuerpo, y el entrechocar y rechinar del metal contra metal resonó por el vigilante Páramo. En las manos del dios elfo
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giraba, daba estocadas y danzaba, moviéndose tan rápidamente que dibujaba lazos de luz en el aire. Esta vez la espada de Corellon aguantó y desvió el hacha del dios orco una y otra vez, sin que quedara ninguna marca en su reluciente filo.
Las sombras entrelazadas de los dioses enzarzados en la batalla se fueron haciendo más cortas a medida que la luna se elevaba en el cielo. Ahora Gruumsh jadeaba y oía un zubido en los oídos, como si un enjambre de furiosos insectos revoloteara dentro de su cabeza. El orco era mucho más fuerte que su rival pero, por mucho que lo interara, no conseguía rebasar las defensas del elfo y golpear con toda su fuerza. Gruumsh tampoco era tan ágil como su enemigo y, pese a que el usaba dos armas y Corellon solo una, la hoja elfa lograba introducirse entre sus defensas una y otra vez. Tenía el costado cosido a cortes y la empuñadura del hacha le resbalaba por su propia sangre. El dios orco empezo a sospechar que la lucha que ya creia haber ganado, la victoria que habí obtenido por una mano traidora, se le volvería a escapar.
Como si también él notara el cariz que tomaba el duelo, Corellon arremetió, se agachó para esquivar el golpe del orco, salto y apuntó con la espada de Gruumsh.
El orco supo de inmediato que no tenía ninguna opción de parar la estocada del elfo. Instintivamente, se inclinó y propulsó hacia arriba la daga para bloquear el golpe mortal. El acero elfo se clavó en el antebrazo de Gruumsh hundiéndose entre el radio y el cúbito. El orco se llevó el brazo al rostro.
Demasiado tarde Gruumsh se dio cuenta de que seguía empuñando la daga, Su propia arma le desgarró la estrecha frente. Gruumsh oyó el horrible sonido del húmedo metal atravesando el hueso y sintió que la resistencia cedía súbitamente cuando la hoja se deslizo hacia abajo. Entonces, todas las sensaciones se desvanecieron en una candente explosión de dolor.
Corellon saltó hacia atras y liberó su espada del brazo del orco, para que la caida de su rival no lo arrastrara. Por un largo instante contempló a su adversario caído. El dios orco rodaba sobre sí mismo y se retorcía en inmortal agonía en un suelo que daba claro testimonio de la batalla. Con las manos Gruumsh se tapaba los ojos, uno de los cuales estaba cegado por el copioso flujo de sangre que manaba de la herida de la cabeza, mientras que el otro estaba cegado para siempre. Exceptuando el ojo perdido, la mayoría de las heridas de Gruumsh sanarían, demasiado rápidamente en opinión de Corellon, pero por esa noche se había acabado la batalla.
El dios elfo envainó de nuevo a
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. Sus dedos tocaron piel y sintió una punzada de tristeza en medio de la euforia. Pese a que la victoria era suya, la maravillosa funda acolchada que Aurashnee había tejido para él —y que él llevaba en la batalla como prenda de amor— se había perdido durante el terrible duelo.
—Eres un perjuro, estás ciego y te he vencido —dijo Corellon fríamente—. Pero todo esto no es pago suficiente por lo que he perdido hoy.
El orco se limpió la sangre de la cara y con su único ojo sano miró de soslayo a su enemigo.
—No entiedes nada, elfo —gruñó Gruumsh—. Y ni siquiera imaginas qué has perdido. ¡Ni siquiera conoces los nombres de tus enemigos! En cuanto a la derrota, ¡no la admito! Mátame ahora, si puedes, y tu puta plateada sera testigo de que has ejecutado a un enemigo que estaba herido y desarmado.
Corellon levantó la mirada hacia la luna y supo que, al menos en eso, el orco devía la verdad. La diosa de la luna y los miestreios lo veria todo y su honor la obligaria a comunicar tal deshonrosa acción al Consejo del Seldarine. Aunque lo deseara, Corellon no podía matar al caido Gruumsh y, según los términos de su trato, tampoco podía expulsarlo del Olimpo si el orco no queria marcharse.
—Has hablado de otros —dijo el Señor de los Elfos echando un vistazo a las silenciosas lomas—, pero yo no veo a nadie dispuesto a recoger tus armas.
—Mientras te encuentres en el Páramo no necesito ayuda de nadie —afirmó el orco con una sonrisa de suficiencia—. e queda un largo camino hasta Arvandor, elfo, y te tambaleas como un árbol joven en pleno vendaval. Vete si puedes, yo estaré cerca. Un ojo es más de lo que necesito para seguir un rastro por estas colinas. ¡Si sigues en pie cuando de contigo, lucharemos de nuevo, y si no, te mataré en el suelo!
Corellon fue incapaz de mofarse de esa infame promesa. La fiebre de la batalla ya casi se le había pasado y empezaba a sentir el dolor de sus heridas. Era posible que el orco, pese ae star gravemente herido, pudiera cumplir su promesa. Sin decir ni media palabra más Corellon dio media vuelta y marchó hacia Arvandor.
La cortina de boscaje que rodeaba Arvandor era densa y profunda. Los extraviados podían caminar dias y días por los bosques circundantes sin cruzar ni una sola vez sus límites, quizá sin ni siquiera darse cuenta de que el camino estaba bloqueado. Árboles milenarios cambiaban de posición para confundir a los caminantes; surgían sendas al azar que después desembocababn en una charca del bosque o en un lecho de helechos; los arroyos se convertian de pronto en vastas y profundas simas; de las densas y enamarañadas enredaderas brotaban espians o simplemente se negaban a separarse. Arvandor era un refugio y una fortaleza.
Escondida entre las verdes sombras que rodeaban y protegían Arvandor, una diosa elfa escrutaba los bosques desde las ramas más altas de un árbol. Sus delgados dedos negros aferraban la rama y su hermonos rostro reflejaba una funesta premonición.
Ya hacia tres dias que Corellon Larethian, su amado y señor, había partido para reunirse con el dios orco, y Araushnee aguardaba con ansiedad el resultado de la entrevista. Ella tenía mucho que perder; quién sabe qué podria ocurrir en el Seldarine si Corellon no regresaba. Pese a que ninguno de los dioses elfos podía reemplazar a Corellon, seguro que muchos lo intentarian.
La relación de Araushnee con el líder del Seldarine era única. Corellon Larethian era el epítome del elfo: guerrero, poeta, mago, bardo, hombre y mujer. Pero desde la llegada de Araushnee había adoptado un unico aspecto: el de un elfo dorado de sexo masculino. En ella había encontrado su pareja ideal: ella femenina, él masculino; ella artista, él guerrero, ella representante de los miestrios de la noche, él de la luminosidad del día. Aunque Araushnee no era más que una diosa menor, había cautivado a Corellon con su belleza, y el princiapl dios elfo la había convertido en su consorte. Asaushnee le había dado hisjo —dos gemelos que tenían la misma oscura belleza que ella—, y él le había otorgado nuevos poderes. Como amada de Corellon, Araushnee ocupaba un lugar de honor en el Seldarine y, por decreto del dios, controlaba el destino de los elfos mortales que compartían su oscura belleza. La diosa gozaba con ese poder y temía su pérdida al menos tanto como el resultado de la batalla.
Su aguzado oído percibió un débil sonido, era el lejano crujir de la maleza al ser ahollada por unos pies calzados con botas. Ningún dios elfo armaria tanto ruido. Finalmente Araushnee tenía su respuesta.
La diosa se deslizó desde su atalaya al suelo en un hilo de magia. Sus chinelas se posaron sobre el suelo del bosque en silencio, pero antes de poder dar un solo paso hacia el victorioso orco, sus ojos vieron algo que no esperaba.
Corellon.
No la separaban del Señor de los Elfos más que una docena de pasos. Corellon avanzaba lentamente y se veía tan maltrecho como un suelo pisoteado por cientos dep ies, pero aun asi se movia por los bosques como un soplo de viento. La mirada de Araushnee se posó en su cadera. La funda que ella había tejido y encantado había desaparecido, pero la espada,
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, estaba intacta y la envolvía una invisible aura que llevaba el inconfundible toque de la magia lunar de Sehanine.
Los ojos carmesíes de Araushnee ardieron ante esa nueva injerencia de su rival en sus asuntos personales. Ofuscada por la rabia, la diosa se levantó una mano como si pretendiera borrar la obra de Sehanine. De las puntas de sus dedos de ébano brotó espontáneamente un estallido de magia que se convirtió en una vasta cortina, que bloqueó el bosque en todas direcciones, hasta donde la vista alcanzaba.
Corellon se detuvo, desconcertado ante la aparición de la reluciente barrera que le impedía, justamente a él el paso a Arvandor.
La inquietud se apoderó de Araushnee. Sin duda el dios sabría quién había levantado esa barrera y, por enamorado que estuviera de ella, lo consideraria un acto de traición. Además, por debil que estuviera, fácilmente eclipsaría la magia de una diosa menor. ¿Y qué seria entonces de ella? Condenada por un único impulso; todo su trabajo destruido.
Araushnee pensó rápidamente y empezo a tejer otro tipo de red. Salió de las sombras para que Corellon la viera, con una expresión de fingido alivio y bienvenida.
—Pasa, amor mío —dijo en silencio, transimitiendo esas palabras a la mente de Corellon—. A ti te permitirá pasar, pero dentendrá al orco. Ven y cura tus heridas.
Araushnee sintió el estallido de gratitud y amora que Corellon le enviaba en respuesta, así como la sacudida de una oleada de fatiga abrumadora. Al notarlo, Corellon se desconectó de ella al punto y atravesó la telaraña de Arasuhnee con la misma facilidad con a que un halcón atraviesa una nube. Después de besar los dedos de su amada a modo de saludo, Corellon desapareció en la espesura en busca de los árboles de Arvandor.
Arasuhnee se quedo donde estaba. Por mucho que le desagradara la idea, tendria que hablar con Gruumsh, pues sólo él podria responder algunas preguntas.