Ser Cristiano (99 page)

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Authors: Hans Küng

Tags: #Ensayo, Religión

BOOK: Ser Cristiano
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Y ¿por quién se decide Pablo? ¿Acaso por Pedro, puesto que Kephas es la roca sobre la que está edificada la Iglesia? De hecho Pablo, con mucho tacto, silencia el nombre de Pedro, y lo mismo hace con el de Apolo. Y ocurre algo sorprendente: desautoriza hasta a sus propios partidarios. No quiere que se formen grupos en torno a un hombre, que se convierta en programa un hombre que no ha sido crucificado por ellos y en cuyo nombre no han sido bautizados. Pablo llevó el bautismo a los corintios. Pero éstos no fueron bautizados en su nombre, sino en el de Cristo crucificado, y a aquél, en cuyo nombre fueron bautizados, pertenecen. De ahí que ni el nombre del mismo Pablo, que había fundado la comunidad, deba convertirse en bandera de partido.

De lo expuesto se deduce que el (importante) servicio de Pedro puede, sí, seguir siendo «roca» para la Iglesia, para su unidad y cohesión, pero no debe constituirse en criterio absoluto para determinar dónde está la Iglesia. La tradición (todavía más importante) puede ser una directriz válida para la Iglesia, para su continuidad y su estabilidad, pero no debe convertirse en línea divisoria que marque las fronteras entre «ortodoxia» y heterodoxia. La Biblia (más importante que todo lo demás) puede seguir siendo «fundamento» para la Iglesia, para su fe y confesión, pero no debe convertirse en cantera de piedras que no se emplean para edificar, sino para lapidar. Y todavía no basta: tampoco es solución apelar directamente a Cristo en vez de a los apóstoles. Para los que tal cosa hacen también se dijo: «¿Está Cristo dividido?»
[38]
. No es lícito utilizar a Cristo, el Señor, como emblema de un partido con el propósito de atacar a los demás dentro de la única Iglesia.

La Biblia como mensaje fundamental y liberador, la tradición como transmisión fiel del testimonio originario, el servicio de Pedro como servicio pastoral desinteresado a la Iglesia y la reunión libre de los hermanos bajo el Espíritu son, todas ellas, cosas buenas si no se las entiende de modo exclusivo, si no se emplean contra los otros, si están al servicio de la causa de Cristo, que es y permanece Señor de la Iglesia y de todo lo que la constituye. Ninguna Iglesia puede emitir el juicio definitivo sobre sí misma. Todas serán sometidas a la prueba de fuego de su Señor. Entonces aparecerá lo que en su estructura particular, en su peculiar tradición y en su doctrina específica es madera, heno o paja y lo que es oro, plata y piedras preciosas; lo que no tiene valor y perece y lo que se mantendrá y guardará para siempre
[39]
.

LA GRAN MISIÓN

Vistas así las cosas, ¿hay en absoluto diferencias entre las distintas Iglesias y, sobre todo, entre la católica y las protestantes? ¿Qué es hoy propiamente «católico» y qué «protestante»?

a) Católico-protestante

Los análisis precedentes muestran que las diferencias ya no residen hoy en aisladas discrepancias tradicionales sobre puntos de doctrina, como la Escritura y la tradición, pecado y gracia, fe y obras, eucaristía y sacerdocio, papa e Iglesia. En cada uno de estos puntos es posible llegar a un entendimiento, cuando menos teórico, o ya hay de hecho mutuo consenso. Tan sólo los distintos aparatos eclesiásticos tendrían que extraer las consecuencias de los conocimientos teológicos. La diferencia decisiva radica en las actitudes básicas tradicionales que han ido tomando cuerpo a partir de la Reforma, pero cuya unilateralidad ya puede hoy ser superada e integrada en una auténtica ecumenicidad.

  • Es católico en su actitud básica quien ante todo centra su atención en la Iglesia católica = plena, universal, completa, total. Concretamente: en la continuidad de la fe y de la comunidad creyente, conservada en el tiempo (tradición), pese a las rupturas, y en la universalidad de fe y de comunidad creyente en el espacio, que abarca todos los grupos (contra el radicalismo y particularismo «protestantes», que no deben confundirse con la radicalidad y vínculos comunitarios que aparecen en el evangelio).
  • Es protestante en su actitud básica quien en todas las tradiciones, doctrinas y prácticas eclesiásticas centra preferentemente su atención en la constante apelación crítica al evangelio (Escritura) y en la constante reforma práctica según la pauta del evangelio (contra el tradicionalismo y sincretismo de los «católicos», que no deben confundirse con la tradición y apertura auténticamente católicas).
  • Sin embargo, rectamente entendidas, las actitudes fundamentales «católica» y «protestante» no se excluyen en modo alguno: hoy un católico de nacimiento puede tener actitudes genuinamente protestantes y un protestante de nacimiento, actitudes genuinamente católicas; hoy ya son numerosos en todo el mundo los cristianos que, por encima de las resistencias del respectivo aparato eclesiástico, viven de hecho un «catolicismo protestante», centrado en el evangelio, o un «protestantismo católico», inspirado en la apertura católica. En una palabra: ya son muchos los que realizan una auténtica ecumenicidad. Así, un cristiano puede ser hoy cristiano en sentido pleno sin renegar de su propio pasado confesional, pero también sin obstaculizar un futuro ecuménico mejor. Ser verdadero cristiano significa hoy ser cristiano ecuménico
    [1]
    .

¿De qué debe preocuparse entonces la Iglesia, de qué deben preocuparse las Iglesias? En el fondo, como hemos visto desde el principio, de una sola cosa: de la
causa de Cristo Jesús
. Y esta causa, bien lo sabemos, incluye a la vez la causa de Dios y la causa del hombre, la voluntad de Dios y el bien total del hombre.

La causa de Cristo Jesús es la gran
misión
confiada a la comunidad de fe: presentar a Jesús como determinante para el individuo y la sociedad, de modo crítico y constructivo, en la teoría y en la praxis, con todo lo que él significa para el presente y para el futuro. Anunciando el mensaje de Jesús como el «determinante», como el Señor,
la Iglesia recoge en síntesis el mensaje de Jesús sobre la soberanía de Dios
. Bajo el lema «Jesús el Señor» anuncia la Iglesia —¿o acaso no anuncia?— las mismas exigencias radicales de Dios que Jesús, bajo el lema «soberanía de Dios», anunció y cumplió ejemplarmente hasta el fin. La Iglesia no es el reino de Dios, pero es —¿o no es?— su
portavoz y testigo
.

De todos modos, sólo es portavoz y testigo
fidedigno
cuando primordialmente proclama el mensaje de Jesús para sí misma, no para los otros; cuando no se limita a predicar los preceptos de Jesús, sino que los cumple.

Al cristianismo, como a otras «religiones instituidas», se le ha reprochado el haberse sustraído en su segunda fase, en atención a las masas populares, a la ardua exigencia del seguimiento incondicional y haberla reemplazado por la menos exigente divinización del fundador, asegurándose así una autoridad absoluta: exoneración y exaltación de la Iglesia mediante la deificación de Jesús. Es innegable que resulta más fácil «decir Señor, Señor» que «cumplir la voluntad del Padre»
[2]
; mas la veneración y adoración cultual nunca puede suplir el seguimiento vivido como discipulado. Como comunidad de fe, la Iglesia es discipulado vivido o no es Iglesia de Cristo Jesús. La causa de Jesús no es sólo fundamento y soporte de la Iglesia; es al mismo tiempo juicio de Dios sobre ella. Toda su credibilidad (¿de qué sirven, si no, proclamas y organizaciones, derechos, privilegios e impuestos eclesiásticos, si la Iglesia carece de credibilidad?) depende de la
fidelidad a Jesús y a su causa
. En este sentido ninguna de las Iglesias actuales —tampoco la católica— se identifica automáticamente y bajo todos los aspectos con la Iglesia de Cristo Jesús y, menos aún, con el «Cristo viviente»
[3]
. Una Iglesia sólo se identifica con la Iglesia de Cristo en la medida en que se mantiene fiel a Jesús y a su causa.

No obstante el tiempo transcurrido, la Iglesia se encuentra hoy ante las mismas actitudes y opciones fundamentales religioso-sociales,
ante el sistema de coordenadas
entre
establishment
, revolución, resignación y compromiso en que se encontró Jesús. Y su camino lo debería buscar según estos puntos de referencia. Así es como Jesús sigue siendo el determinante en todo: los indicativos cristológicos se convierten en imperativos eclesiológicos. Merece la pena explicar brevemente este punto
[4]
.

b) Iglesia transitoria

A
diferencia de los representantes del sistema religioso-político de su tiempo,
Jesús
no sólo anuncia la permanente soberanía de Dios, dada ya (según los jerarcas de Jerusalén) desde el principio de la creación, sino la llegada del reino escatológico de Dios. Si la
Iglesia, como
comunidad de fe de los que siguen al Señor Jesús, quiere anunciar el próximo reino de Dios tras las huellas de Cristo, tendrá validez
para ella este imperativo
:

Durante este tiempo nuestro no debe convertirse en contenido del anuncio ni hacer propaganda de sí misma.

Al contrario, tiene que apartar la atención de sí misma y centrarla en cercanía de Dios, que ya ha irrumpido en el Cristo viviente y que ella misma espera como consumación crítica de su misión. Sólo así va la Iglesia al encuentro de la revelación definitiva y universal de Dios en el mundo. No puede constituirse en fin de sí misma, como si pudiera ser un astro que gira alrededor de su propio eje. Como si las opciones fundamentales del hombre no se refirieran primariamente a Dios y su Cristo, sino a la Iglesia y sus determinaciones.

Como si
ella
fuera lo definitivo, el término y la consumación de la historia universal. Como si
sus
definiciones y declaraciones, y no la palabra del Señor, permanecieran para siempre. Como si
sus
instituciones y constituciones, y no la soberanía de Dios, sobrevivieran al tiempo. Como si ella pudiera recurrir a todos los métodos del poder político temporal, la estrategia y la intriga. Como si en cuanto
establishment
religioso pudiera ostentar la suntuosidad y el boato mundanos, otorgar títulos y honores a diestro y siniestro, acumular absurdamente dinero y posesiones más allá de lo necesario. Como si fueran los hombres para la Iglesia y no la Iglesia para los hombres y, a través de eso mismo, para la causa de Dios.

Una comunidad de fe que se olvida de que es algo transitorio, provisional, inter-temporal, que celebra victorias que en el fondo son derrotas, es una comunidad desbordada y por fuerza resignada, porque no tiene auténtico futuro. En cambio, una comunidad de fe que tenga siempre presente que no va a encontrar su meta en sí misma, sino en el reino de Dios, es capaz de superar todas las tensiones de la historia, porque sabe que no tiene necesidad de establecer un sistema definitivo ni de ofrecer una morada permanente; que no tiene por qué sorprenderse, dada su provisoriedad, de que la asalten las dudas, la frenen los obstáculos y la agobien los problemas. En efecto, si tuviera que ser la realidad definitiva se vería obligada a desesperar. Pero si sólo es una realidad provisional, puede mantener la esperanza. Le ha sido prometido que las «puertas del infierno» no la derrotarán.

c) Iglesia en acto de servicio

A diferencia de los partidarios de la revolución política de su tiempo,
Jesús
no anuncia una teocracia o democracia político-religiosa establecida por la fuerza (como deseaban los revolucionarios zelotas), sino la soberanía universal de Dios, inmediata e ilimitada, que ha de venir sin violencia, aunque no se deba esperar pasivamente. Si la
Iglesia
, como comunidad de fe de los que siguen al Señor Jesús, quiere anunciar este próximo e ilimitado reino universal de Dios, esperado sin violencia, tendrá validez
para ella este imperativo
:

Durante este tiempo nuestro no puede pretender, sea por revolución o por evolución, abierta o solapadamente, instaurar una teocracia religioso-política ni conquistar forma alguna de poder. Su cometido es la diaconía activa en todas sus manifestaciones. En vez de levantar un «imperio» de poder sacro-profano, se le ofrece la oportunidad de ejercer un «ministerio» sin coacción ni violencia: comprometiéndose de forma efectiva y creciente en favor de los grupos socialmente olvidados o marginados, de todos los despreciados, pisoteados y malditos de este mundo, tomando a un tiempo buena nota, y sin prejuicios, de los cuidados de «los que mandan». Siendo así, ¿cómo iba a poder, en vez de abatir las barreras de la comunicación, levantar nuevas barreras (espirituales, ideológicas, confesionales) y, en vez de anunciar la paz y la justicia, predicar la discordia y la contraposición amigo-enemigo? ¿Cómo no iba entonces a ayudar a los hombres a controlar sus mecanismos de defensa, a abandonar su propio papel, a ir al encuentro de los otros y a entenderse mutuamente? ¿Cómo podría aliarse con estos o aquellos poderes en contra de otros hombres? ¿Cómo podría identificarse por principio con una determinada agrupación secular, con un partido político, con una asociación cultural o con un grupo de poder económico y social? ¿Cómo podría comprometerse incondicional y acríticamente con un determinado sistema económico, social, cultural, político, filosófico o ideológico? ¿Cómo podría dejar de inquietar, desconcertar, perturbar y criticar continuamente con su radical mensaje a todos los poderes, partidos, grupos y sistemas temporales, exponiéndose con ello a su oposición y a sus ataques? ¿Cómo podría intentar eludir el sufrimiento, el desprecio, la calumnia e incluso la persecución y recorrer en lugar del
via crucis
el fácil camino del triunfo? ¿Cómo podría ver en los que están fuera enemigos merecedores del odio y hasta del exterminio, en vez de tomarlos en serio como «prójimo» al que hay que comprender, sobrellevar, respetar y alentar?

Una comunidad de fe que se olvida de que está ahí para prestar un servicio activo y desinteresado a la sociedad, a los hombres, a los grupos y a sus mismos enemigos, pierde su dignidad, su derecho y la justificación de su existencia, porque abandona el seguimiento. En cambio, una comunidad de fe que tiene conciencia de que no es ella, sino el reino de Dios, el que vendrá «en poder y majestad», encuentra en su pequeñez su auténtica grandeza: sabe que es grande sin despliegue de poder ni empleo de la violencia; que no puede contar con el beneplácito y apoyo de las personas influyentes más que de forma muy relativa y limitada; que la sociedad siempre ignorará, marginará y a lo sumo tolerará su existencia, o incluso la lamentará, la denunciará y querrá suprimirla; que su actuación será ridiculizada, calumniada, reprobada y subyugada; pero asimismo sabe que para ella el poder de Dios impera inexpugnable sobre todos los demás poderes y que ella misma puede llevar a cabo una obra saludable entre los pueblos y en los corazones de los hombres. Si su fuerza consistiera en ser potencia mundial, la Iglesia se perdería en el mundo. Pero si su fuerza radica en la cruz del Resucitado, entonces su debilidad constituye su fuerza, y puede seguir su camino sin miedo a la pérdida de su identidad. Le ha sido prometido que, si entrega su vida, la ganará.

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