Sepulcro (94 page)

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Authors: Kate Mosse

Tags: #Histórico, Intriga

BOOK: Sepulcro
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No era consciente en ese momento de Hal, del frío, del amanecer purpúreo que se iba extendiendo por el valle del Aude. Sólo tenía conciencia del rostro de la joven en la otra orilla del lago. Su espíritu se difuminaba en el trasfondo de los árboles, en la escarcha, y se escapaba. Meredith mantuvo los ojos clavados en un punto. Léonie ya casi no estaba allí. Su perfil se movía, titilaba, se deslizaba, se escurría, como el eco de una nota.

Del gris al blanco, del blanco a nada.

Meredith alzó la mano como si fuera a despedirse con un gesto cuando aquella silueta, ya espejismo, se diluyó al fin en una ausencia. Despacio, bajó el brazo.

Requiescat in pacem.

Hasta que al fin todo fue silencio. Todo fue espacio.

—¿Estás segura de que estás bien? —insistió Hal. Lo dijo como si estuviera preocupado.

Ella asintió.

—Sí, no es más que algo que se me ha metido en el ojo.

Durante unos pocos minutos más, Meredith se quedó mirando el espacio vacío. No quería interrumpir su conexión con el lugar. Entonces respiró hondo y buscó a Hal. En él encontró calor, solidez, carne y hueso.

—Volvamos —dijo ella.

Tomados de la mano, se dieron la vuelta y caminaron a través de las extensiones de césped, hasta llegar a la terraza de la parte posterior del hotel. Sus pensamientos discurrían por caminos muy distintos. Hal estaba pensando en un café. Meredith pensaba en Léonie. En lo mucho que iba a echarla de menos.

C
ODA

Tres años después

Domingo, 31 de octubre de 2010

D
amas y caballeros, buenas noches a todos. Me llamo Mark y tengo el gran honor de dar la bienvenida a la señora Meredith Martin a nuestra librería.

Hubo un revuelo de aplausos entusiastas, aunque no muy numerosos, y enseguida se hizo el silencio en toda la pequeña librería, una librería independiente. Hal, sentado en primera fila, le sonrió para darle ánimos. De pie, al fondo, con los brazos cruzados, estaba su editora, que le hizo una señal con el pulgar en alto.

—Como muchos de ustedes ya saben —siguió diciendo el librero—, la señora Martin es autora de la biografía del compositor francés Claude Debussy, que se publicó el año pasado y cosechó críticas excelentes. En cambio, lo que tal vez no sepan…

Mark era un viejo amigo de Meredith, quien tuvo la horrible sensación de que iba a empezar a contar algo muy remoto, llevando al público a dar un paseo por los tiempos de la escuela elemental, del instituto y de la universidad, antes de comentar incluso el asunto que allí les reunía y decir algo sobre el libro.

Meredith descubrió que se distraía, que sus pensamientos tomaban caminos de sobra conocidos. Pensó en todo lo que le había ocurrido para llegar al cabo a ese punto.

Tres años de investigaciones, de acumular datos y pruebas, de verificarlas dos y tres veces, de intentar que encajasen las piezas de la historia de Léonie al mismo tiempo que se desvivía por terminar y entregar a tiempo su biografía de Debussy.

Meredith nunca llegó a saber a ciencia cierta si Lilly Debussy había visitado Rennes-les-Bains, aunque las dos historias se entrecruzaban a su debido tiempo y de una manera mucho más emocionante. Descubrió que los Vernier y los Debussy habían sido vecinos en la casa de la calle Berlín, en París. Y cuando Meredith visitó la tumba de Debussy en el cementerio de Passy, en el decimosexto
arrondisement,
donde también estaban enterrados Manet y Morisot, Fauré y André Messager, encontró, escondida en un rincón del cementerio, bajo los árboles, la tumba de Marguerite Vernier.

Al año siguiente, y de nuevo en París, Meredith le hizo una nueva visita para poner flores en su tumba.

Tan pronto entregó la biografía en la primavera de 2008, Meredith se concentró por completo en sus investigaciones sobre el Domaine de la Cade y sobre el modo en que su familia emigró de Francia a Estados Unidos. Más de cien años de historia, de repasar a fondo los datos, de hallar las conexiones.

Comenzó por Léonie. Cuanto más leía Meredith acerca de Rennes-les-Bains y de las teorías relativas al abad Sauniére y a Rennes-le-Cháteau, más convencida estaba de que la opinión de Hal, aquello que le dijo en el sentido de que todo era una cortina de humo para desviar la atención de lo que había ocurrido en el Domaine de la Cade, era muy acertada. Estuvo inclinada a pensar que los tres cadáveres descubiertos en los años cincuenta, en el jardín de la casa que ocupó el abad Sauniére en Rennes-le-Cháteau, estaban relacionados con los sucesos que acaecieron el 31 de octubre de 1897 en el Domaine de la Cade.

Meredith sospechaba que uno de los cuerpos era el de Victor Constant, el hombre que asesinó a Anatole y a Marguerite Vernier. Los datos históricos conservados indicaban que Constant había huido a España y que había recibido tratamiento en varias clínicas para la sífilis en tercera etapa que padecía, aunque regresó a Francia en el otoño de 1897. El segundo de los cadáveres podía ser el del criado de Constant, del que se sabía que estuvo entre la muchedumbre que atacó la casa. Su cuerpo nunca se había encontrado. El tercero de los cuerpos no tenía una explicación tan sencilla. Tenía la columna vertebral en forma de S, unos brazos anormalmente largos y una estatura que no alcanzaba el metro treinta.

El otro suceso que llamó la atención de Meredith fue el asesinato de Antoine Gélis, párroco de Coustaussa, perpetrado en algún momento de aquella misma noche de octubre de 1897. Gélis era una persona que apenas se relacionaba con nadie. Aparentemente, no cabía pensar que hubiera tenido conexión con los sucesos del Domaine de la Cade, dejando a un lado la coincidencia de la fecha. Había sido atacado con las tenazas de su propia chimenea, y luego se encontró un hacha en el antiguo presbiterio. El
Courrier d'Aude
informó de que se le había encontrado con catorce heridas en la cabeza y múltiples fracturas de cráneo.

Fue un asesinato particularmente violento y sin motivo aparente. Nunca se supo nada de los autores del mismo. Todos los periódicos locales de la época cubrieron la noticia e informaron de los mismos detalles. Tras asesinar al párroco, que ya tenía bastantes años, los asesinos dejaron el cuerpo con las manos sobre el pecho. Se había registrado la casa, se abrió una caja fuerte, pero la sobrina que cuidaba del sacerdote dijo que estaba vacía. No se habían llevado nada.

Cuando Meredith indagó un poco más a fondo, descubrió dos detalles enterrados en los reportajes que publicaron en su día los periódicos. Primero, que la Noche de Difuntos, al atardecer, una muchacha que encajaba con la descripción de Léonie Vernier visitó el presbiterio de la iglesia de Coustaussa. Se recuperó una nota manuscrita. Segundo, que entre los dedos de la mano izquierda del muerto alguien había dejado una carta del tarot.

Carta XV: El Diablo.

Cuando Meredith se enteró de este detalle y recordó lo que había acontecido en las ruinas del sepulcro, creyó entenderlo. El diablo, por medio de Asmodeus, su criado, se había llevado lo que era suyo.

En cuanto a quién pudo colocar el costurero de Léonie y las cartas originales en el escondrijo, bajo el arroyo que sólo fluía en invierno, era un misterio sin resolver todavía. A Meredith el corazón le decía que tuvo que ser Louis-Anatole, y lo imaginó colándose sigilosa y clandestinamente en el Domaine de la Cade, de noche, para devolver las cartas al lugar que les correspondía, haciéndolo en memoria de su tía. La cabeza más bien la llevaba a pensar que tenía que haber sido Audric Baillard, cuyo papel en toda la historia aún no había logrado resolver a plena satisfacción.

La información genealógica resultó relativamente más fácil de aclarar. Con ayuda de la misma funcionaria que trabajaba en el ayuntamiento de Rennes-les-Bains, y que era una mujer con muchos recursos y sumamente eficiente, a lo largo del verano y a comienzos del otoño de 2008 Meredith logró aclarar la historia de Louis-Anatole. Hijo de Anatole e Isolde, había crecido al cuidado de un hombre llamado Audric Baillard en una pequeña aldea de los montes de Sabarthés, llamada Los Seres. Tras la muerte de Léonie, Louis-Anatole nunca regresó al Domaine de la Cade, y la finca, desatendida y descuidada, se fue echando a perder. Meredith supuso que el tutor de Louis-Anatole tenía que haber sido el padre, o abuelo quizá, de aquel otro Audric S. Baillard, autor de
Diables et esprits maléfiques et phantómes de la montagne.

Louis-Anatole Vernier, junto con un criado de la familia llamado Pascal Barthes, se alistó en el ejército francés en 1914 y participó en el servicio activo. Pascal recibió algunas condecoraciones, pero no sobrevivió a la guerra. Louis-Anatole sí, y cuando se proclamó la paz en 1918, llegó a Estados Unidos, legando oficialmente el Domaine de la Cade, abandonado, a sus parientes, los Bousquet. Para empezar, se ganó la vida tocando el piano en los barcos de vapor que recorrían el Misisipi y en los espectáculos de vodevil. Aunque Meredith no fuera capaz de demostrarlo, le agradaba pensar que al menos se tuvo que cruzar en su camino con otro artista de vodevil, Paul Foster Case.

Louis-Anatole se instaló no lejos de Milwaukee, en lo que hoy era Mitchell Park. Ahora que por fin tenía un apellido le resultó bastante fácil cubrir el siguiente capítulo de la historia. Se enamoró de una mujer casada, una tal Lillian Martin, que se quedó embarazada y tuvo una hija, a la que llamaron Louisa. Poco después terminó la historia de amor entre ambos, y Lillian y Louis-Anatole ya no volvieron a estar en contacto. Tampoco hubo pruebas de que existiera relación entre padre e hija, al menos ninguna que Meredith lograse encontrar, aunque imaginó que Louis-Anatole seguramente pudo seguir los progresos de su hija incluso desde cierta distancia.

Louisa heredó el talento de su padre para la música. Llegó a ser pianista profesional en las salas de concierto de Estados Unidos, en la década de 1930, más que en los barcos de vapor que circulaban por el Misisipi. Tras su debut, en una pequeña sala de Milwaukee, se encontró con que alguien había dejado a su nombre un paquete en su camerino. Contenía una sola fotografía, de un joven con uniforme militar, y una pieza para piano:
Sepulcro, 1891.

En vísperas de la Segunda Guerra Mundial, Louisa se prometió en matrimonio con otro músico, un violinista al que había conocido en sus recorridos por el circuito de conciertos. Jack Martin era un manojo de nervios, una persona muy inestable, antes incluso de su cautiverio en un campamento de prisioneros de guerra en Birmania. Regresó a Estados Unidos al término de la guerra, se hizo adicto a las drogas y sufría de alucinaciones y pesadillas constantes. Tuvo con Louisa una hija, Jeannette, aunque vivieron sin duda situaciones muy adversas, y cuando Jack desapareció en los años cincuenta, Meredith dio en suponer que Louisa realmente no lo llegó a lamentar demasiado.

Meredith se dio cuenta de que estaba sonriendo. Tres años de investigaciones extenuantes y por fin había llegado al presente. Jeannette había heredado la belleza y el talento, el carácter de su abuelo, Louis-Anatole, y de su madre, Louisa, pero también había heredado la fragilidad, la vulnerabilidad de su bisabuela francesa, Isolde, y de su padre, Jack.

Meredith miró la contracubierta del libro, que descansaba sobre su regazo. Una reproducción de la fotografía de Léonie, Anatole e Isolde, tomada en la plaza de Rennes-les-Bains en 1891. Su familia.

Mark, el librero, todavía estaba haciendo su presentación. Hal logró que Meredith le mirase e imitó el gesto de cerrarse la boca con una cremallera.

Meredith sonrió. Hal se mudó a vivir a Estados Unidos en octubre de 2008, el mejor regalo de cumpleaños que Meredith pudo recibir jamás. Las cuestiones legales pendientes en Rennes-les-Bains habían sido sumamente complejas. Los trámites para autentificar el testamento llevaron su tiempo, y hubo problemas a la hora de precisar con exactitud las causas por las que había muerto Julián Lawrence. No fue una hemorragia cerebral ni un ataque cardiaco. No había huellas visibles de ninguna clase de trauma, al margen de algunas escaras sin explicación en las palmas de ambas manos. Su corazón simplemente dejó de latir.

De haber sobrevivido, era poco probable que hubiera tenido que afrontar la acusación tanto del asesinato de su hermano como de la tentativa de asesinato de Shelagh O'Donnell. Las pruebas circunstanciales en ambos casos eran convincentes, pero la policía nunca pareció inclinarse por reabrir el expediente de la muerte de Seymour, y Shelagh no llegó a ver a su agresor. Tampoco hubo testigos.

Sí había pruebas de fraude, y de que Julián Lawrence, durante bastantes años, se había apropiado de los beneficios de su negocio, que le sirvieron de aval para pedir sucesivos créditos y así financiar su búsqueda obsesiva. Se recuperaron varios objetos de la época visigoda, todos ellos obtenidos ilegalmente. En la caja fuerte de su despacho se encontraron diagramas en los que se mostraban con detalle sus excavaciones en el terreno de la finca, así como un cuaderno tras otro, llenos de anotaciones sobre una particular baraja de cartas del tarot. Cuando Meredith fue interrogada, en noviembre de 2007, reconoció que estaba en poder de una copia, una réplica de la misma baraja, pero que la original debió de ser destruida en el incendio de 1897.

Hal vendió el Domaine de la Cade en marzo de 2008. El negocio sólo generaba pérdidas. Había dado descanso definitivo a sus fantasmas, estaba listo para seguir adelante. Pero se mantuvieron en contacto con Shelagh O'Donnell, que vivía entonces en Quillan, y ella les dijo que una pareja de ingleses, con dos hijos adolescentes, se habían hecho cargo del lugar y habían logrado transformarlo en uno de los mejores hoteles familiares del Midi.

—Así pues, damas y caballeros, un aplauso para la señora Meredith Martin.

Arreciaron en efecto los aplausos, y Meredith sospechó que en gran parte fueron debidos a que Mark por fin había terminado su parrafada.

Respiró hondo y se puso en pie.

—Gracias por tu generosa presentación, Mark. Les aseguro que es para mí un gran placer estar aquí con ustedes. La génesis de este libro, como algunos ya sabrán, hay que buscarla en un viaje que hice mientras estaba trabajando en mi biografía de Debussy. Mis investigaciones me llevaron a un delicioso pueblo de los Pirineos, llamado Rennes-les-Bains, y a partir de ahí emprendí la investigación de mi propia historia de familia. Este libro es mi intento por dar descanso definitivo a los fantasmas del pasado. —Sonrió—. La heroína del libro, si así se le puede llamar, es una mujer llamada Léonie Vernier. Sin ella, hoy yo no estaría aquí. —Hizo una pausa—. Pero el libro está dedicado a Mary, a mi madre. Al igual que Léonie, es una mujer asombrosa. —Meredith vio que Hal daba un pañuelo de papel a Mary, que estaba sentada entre él y Bill, en la primera fila—. Fue Mary quien introdujo la música en mi vida. Fue ella la que me dio ánimos para plantear las preguntas que necesitaba formular y para no cerrarme nunca ante ninguna posibilidad. Fue ella quien me enseñó a seguir adelante, por más que se complicaran las cosas. Más importante aún —sonrió, en un tono más desenfadado—, y especialmente apropiado en esta noche, creo yo, es que fue Mary quien me enseñó a hacer las mejores calabazas que nunca se hayan hecho para la Noche de Difuntos.

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