—Esta es una carta de movimiento, de acción, con toda claridad —dijo Laura—. Indica trabajo con ahínco, indica que los proyectos llegan a buen puerto. Las cosas están a punto de salir bien. En cierto modo, es el más optimista de todos los ochos. —Calló y miró a Meredith—. Supongo que todas estas referencias al trabajo algo querrán decir desde tu punto de vista…
Meredith asintió.
—Actualmente estoy escribiendo un libro —dijo—, de modo que sí, tiene bastante sentido. —Hizo una pausa—. ¿Cómo cambia el sentido si la carta aparece invertida?
—La inversión de una carta indica aplazamiento, retraso —respondió Laura—. Una disrupción de la energía, un proyecto que queda en suspenso.
«Por ejemplo, marcharse de París para viajar a Rennes-les-Bains —pensó Meredith a su pesar—. Por ejemplo, anteponer lo personal a lo profesional».
—Eso, por desgracia —dijo con una tenue sonrisa—, también tiene sentido. Encaja perfectamente. ¿Tú te lo tomarías como una advertencia para no desviarte de tu propósito, para no dejarte enredar en otros asuntos?
—Probablemente —concedió Laura—, aunque un aplazamiento no tiene por qué ser forzosamente negativo. Podría darse el caso de que fuera lo adecuado para ti en este preciso instante.
Meredith notó que Laura quedaba a la espera, atenta, vigilante, hasta que hubiera terminado de pensar en esa carta en concreto, antes de invitarla a seguir sacando el resto.
—La próxima representa el entorno en el cual los acontecimientos presentes o futuros se desarrollan o se van a desarrollar. Colócala encima de la sexta carta.
Meredith sacó la séptima carta y la puso donde le indicó.
Sin previo aviso, tuvo un estremecimiento. La imagen mostró una torre alta y grisácea bajo un cielo encapotado. Un relámpago parecía cortar la imagen en dos. Sintió una instantánea antipatía hacia la carta, y aunque seguía repitiéndose que todo aquello no era más que una sarta de tonterías, se dijo que ojalá no hubiera sacado aquélla en concreto.
—La Torre —leyó el rótulo—. ¿No es una carta muy buena?
—Ninguna carta es ni buena ni mala —replicó Laura automáticamente, aunque su expresión más bien le transmitió un mensaje muy distinto—. Depende del lugar que ocupe en la lectura y de las relaciones que entable con las cartas que la rodean. —Calló un momento—. Dicho esto, La Torre se interpreta tradicionalmente como indicador de un cambio dramático. Puede sugerir caos, destrucción. —Miró a Meredith y luego de nuevo a la carta—. En una lectura positiva, es una carta de liberación, cuando el edificio de nuestras ilusiones, limitaciones, defectos, se viene abajo estrepitosamente, y así nos deja en total libertad para empezar de nuevo. Un destello de inspiración, si lo prefieres. No tiene por qué ser forzosamente negativa.
—Ya, eso lo entiendo —dijo Meredith—. Pero… en este caso en particular… No es ésa la interpretación que le das ahora, ¿o estoy equivocada?
Laura la miró a los ojos.
—Conflicto —le dijo—. Así es como la veo.
—¿Entre qué y qué? —Meredith se echó hacia atrás.
—Eso es algo que sólo puedes saber tú. Podría ser el conflicto al que antes has hecho alusión, entre las exigencias personales y las obligaciones profesionales. Asimismo, podría ser una discrepancia entre las expectativas que tienen sobre ti otras personas y lo que tú puedes dar realmente, una discrepancia que podría desembocar en un malentendido.
Meredith no dijo nada, tratando de aplastar el pensamiento pero a la vez introduciéndolo hasta el fondo de su conciencia y enterrándolo allí.
¿Y si averiguo algo sobre mi pasado, algo que lo cambie todo?
—¿Hay algo en particular a lo que te parece que podría hacer referencia esta carta? —le preguntó Laura con amabilidad.
—Yo… —Meredith comenzó a decir algo, y de pronto calló—. No —replicó, con más firmeza de la que realmente sentía—. Ya lo has dicho tú, podrían ser muchas cosas distintas.
Vaciló, nerviosa ante lo que podría seguir, y sacó la siguiente carta.
Esta carta, que representaba el propio yo, fue el Ocho de Copas.
—Esto es una broma —murmuró casi para sí misma, sacando una nueva carta a toda velocidad. El Ocho de Espadas.
Oyó que Laura contenía la respiración.
Otra octava.
—Han salido todos los ochos. ¿Qué probabilidades hay de que suceda eso?
Laura no respondió de inmediato.
—Desde luego, es poco corriente —dijo al fin.
Meredith estudió las cartas desplegadas sobre la mesa. No eran sólo las octavas que enlazaban las cartas de los arcanos mayores, ni la repetición del número ocho. Eran también los detalles en el atuendo de La Justicia, los ojos verdes de la muchacha en La Fuerza.
—La probabilidad que tiene de salir una carta es en todos los casos lógicamente la misma —explicó Laura, aunque Meredith se dio cuenta de que estaba diciendo lo que a su entender debía decir, y no lo que estaba pensando en ese momento—. No existe mayor ni menor probabilidad de que salgan las cuatro cartas de un mismo número a la hora de echarlas. Cualquier combinación de cartas es tan probable o tan improbable como cualquier otra.
—Pero… ¿esto te había ocurrido antes? —preguntó Meredith, deseosa de que no se escabullera en ese instante—. En serio. ¿Te han salido alguna vez las cuatro cartas con el mismo número? —Miró a la mesa—. Y además está «La Tour», La Torre, que es la carta XVI. Es múltiplo de ocho.
A regañadientes, Laura negó con un gesto.
—No, que yo recuerde, no me había ocurrido nunca.
Meredith golpeó una carta con el dedo.
—¿Qué significa el Ocho de Espadas?
—Interferencia. Indicación de que algo o alguien te retiene, de que no te permite libertad de movimientos.
—¿Igual que El Mago?
—Puede ser, aunque… —Laura calló un momento, con la evidente intención de elegir con cuidado sus palabras—. Aquí hay historias paralelas. Por una parte, hay un indicio clarísimo de la inminente culminación de un proyecto de envergadura, sea en el trabajo o sea en tu vida personal, o posiblemente en ambos. —Alzó la mirada—. ¿Sí?
Meredith frunció el ceño.
—Sigue, sigue.
—En paralelo a esto, hay indicios de un viaje o de un cambio de circunstancias.
—De acuerdo, digamos que eso encaja, pero…
Laura la interrumpió.
—He percibido algo más. No está del todo claro, pero creo que hay algo más. Esta última carta…, hay algo que estás a punto de descubrir o de desvelar.
Meredith entornó los ojos. A lo largo de toda la hora anterior se había estado diciendo con insistencia que todo aquello no pasaba de ser un entretenimiento inofensivo. ¿Cómo iba a significar nada preciso? Así pues, ¿por qué sentía de pronto que le daba un vuelco el corazón, y aún otro y otro más?
—Ten presente, Meredith —dijo Laura con vehemencia repentina—, que el arte de la adivinación por medio de las cartas, echándolas e interpretándolas, no consiste en decir que sucederá esto o que no sucederá lo otro. Se trata sólo de investigar las posibilidades, de descubrir las motivaciones y deseos inconscientes que pueden, o tal vez no, dar por resultado un determinado patrón de comportamiento.
—Lo sé.
Un entretenimiento inofensivo.
Sin embargo, algo había en la intensidad de Laura, en la expresión de fiera concentración que había adoptado, que estaba dando a todo aquello una terrible seriedad.
—Una lectura del tarot debería servir para incrementar el libre albedrío de las personas, no para disminuirlo —afirmó Laura—, por la sencilla razón de que en una lectura sabemos más datos de importancia sobre nosotros mismos y sobre las cuestiones a las que hemos de enfrentarnos. Eres libre de tomar tus propias decisiones, y de tomar las decisiones que sea posible tomar. De decidir qué camino es el que quieres emprender.
Meredith asintió.
—Entiendo.
De pronto, todo lo que quiso fue terminar cuanto antes con todo aquello, sacar la última carta, oír lo que Laura quisiera decir al respecto y marcharse.
—Procura no olvidarlo.
Meredith captó la nota de advertencia en la voz de Laura. En ese momento sintió verdadera urgencia por levantarse de la silla sin esperar un minuto más.
—Esta última carta, la carta X, es la que completa la lectura. Se coloca arriba, a mano derecha.
Por un instante, la mano de Meredith pareció aletear sobre la baraja del tarot. Prácticamente llegó a ver las líneas invisibles que conectaban su piel con el verde y la plata y el oro de las filigranas que adornaban el dorso de las cartas. Se detuvo el tiempo.
Entonces tomó la carta y le dio la vuelta.
Contuvo la respiración y se le escapó un suspiro. Al otro extremo de la mesa tuvo conciencia de que Laura había cerrado la mano en un puño.
—La Justicia —dijo con voz sosegada—. Tu hija ya comentó que se me parece mucho —añadió, aunque eso ya lo había dicho antes.
Laura no la miró a los ojos.
—La piedra que se asocia con La Justicia es el ópalo —dijo, como si estuviera atónita, pensó Meredith, o como si acabara de leer una frase escrita que tuviera delante de los ojos, sin entonación—. Los colores que se asocian a esta carta son el zafiro y el topacio. También hay un signo astrológico relacionado con la carta. Libra.
Meredith se rió sin fuerza.
—Yo soy Libra —puntualizó—. Mi cumpleaños es el 8 de octubre.
Laura siguió sin levantar los ojos de la mesa, como si tampoco le hubiera sorprendido esta nueva información.
—La Justicia, en el Tarot de Bousquet, es una carta poderosa —siguió explicando—. Si aceptas la idea de que los arcanos mayores representan el viaje que hace El Loco desde su feliz ignorancia hasta su esclarecimiento, La Justicia se halla a mitad de camino.
—Y esto significa…
—Por lo común, cuando aparece en el transcurso de una lectura, es indicación de que conviene mantener una visión equilibrada de las cosas. El que hace la consulta debe asegurarse de no desviarse, de no extraviarse, de no decantarse por un lado u otro, sino de llegar a un entendimiento justo y apropiado de la situación en que se halla.
Meredith sonrió.
—Pero está invertida. —Le sorprendió la tranquilidad con que lo dijo—. Eso lo cambia todo, ¿no es así? —Por un instante, Laura guardó silencio—. Aquí ¿cómo lo interpretas? —le apremió Meredith.
—Si está invertida, la carta advierte de alguna clase de injusticia. Tan vez un prejuicio, una predisposición o una defectuosa administración de la justicia en términos legales. También lleva consigo cierto sentimiento de ira ante la idea de ser juzgado, y sobre todo juzgado erróneamente.
—¿Y tú crees que esta carta me representa a mí?
—Así lo creo —asintió al fin—. No sólo porque haya salido la última de todas las que hemos echado. —Vaciló—. Y no sólo porque existe obviamente un parecido físico. —Volvió a callar.
—¿Laura?
—De acuerdo. Creo que sí, que te representa, pero al mismo tiempo no creo que indique que seas víctima de una injusticia. Me inclino más bien a pensar que podrías encontrarte ante la tesitura de tener que enderezar algún entuerto, remediar alguna injusticia. Eres tú el agente de la justicia. —Alzó los ojos—. Tal vez fuera eso lo que ya estaba percibiendo antes. Que hay algo más, algo distinto, que subyace a las historias explícitas que se han ido indicando en el despliegue de las cartas.
Meredith proyectó la mirada sobre las diez cartas extendidas encima de la mesa. Las palabras de Laura iban trazando una espiral
in crescendo
en su cabeza.
Se
trata sólo de investigar las posibilidades, de descubrir las motivaciones y deseos inconscientes.
El Mago y El Diablo, los dos con los ojos azules, el primero como si fuera la doble octava del segundo.
Y todos los ochos, el número del reconocimiento, del logro.
Meredith se inclinó y tomó primero la cuarta carta del despliegue, y luego la última. La Fuerza y La Justicia.
De alguna manera, parecían estrechamente relacionadas entre sí.
—Por un instante —dijo con sosiego, hablando tanto para sí como para Laura—, me pareció haberlo entendido. Como si por debajo de la superficie aparente todo tuviera pleno sentido.
—¿Y ahora?
Meredith alzó los ojos. Por un momento, las dos mujeres se miraron cara a cara, sosteniéndose la mirada una a la otra.
—Ahora todo son meras imágenes. Patrones, dibujos, imágenes.
Las palabras quedaron en suspenso entre ambas. Sin previo aviso, las manos de Laura se abalanzaron y recogieron las cartas desordenándolas, como si no quisiera permitir que el despliegue siguiera intacto ni un minuto más.
—Deberías llevártelas —le dijo—. Deberías averiguar las cosas por ti misma.
Meredith decidió dar un rodeo, convencida de que no había entendido bien.
—Perdona, ¿cómo has dicho?
Pero Laura ya le tendía las cartas.
—Esta baraja te pertenece a ti.
Al darse cuenta de que sí había entendido bien, Meredith puso toda clase de objeciones.
—No, de ninguna manera. Yo no podría…
Laura ya estaba buscando algo debajo de la mesa. Sacó un gran estuche cuadrado de seda negra e introdujo las cartas.
—Toma —le dijo, y lo empujó sobre la mesa—. Es otra tradición del tarot. Muchas personas creen que no se debe comprar una baraja, que hay que esperar siempre a que la baraja idónea te sea entregada, que sea un obsequio.
Meredith negaba con la cabeza.
—Laura, no puedo aceptarlas. Además, no sabría qué hacer con ellas.
Se puso en pie y se echó la chaqueta sobre los hombros.
Laura también se puso en pie.
—De veras, creo que las necesitas.
Por un instante volvieron a mirarse a los ojos.
—No las quiero.
Si las acepto, ya no habrá vuelta atrás.
—La baraja te pertenece. —Laura calló unos momentos—. Y yo creo, en lo más profundo de mi ser, que tú además lo sabes.
Meredith tuvo la sensación de que la estancia la oprimía. El colorido de las paredes, los dibujos del mantel que cubría la mesa, las estrellas, las medias lunas, los soles que titilaban, crecían, menguaban, cambiaban de forma. Y había algo más, había un extraño ritmo que resonaba en el interior de su cabeza, casi como si fuera música. O el viento en los árboles.
Enfin.
Por fin.
Meredith oyó la palabra en francés con la misma claridad que si hubiera salido de sus labios. Fue tan nítida, tan palpitante, que se dio la vuelta pensando que tal vez hubiera entrado alguien por detrás de ella. Allí no había nadie.