Read Saga Vanir - El libro de Jade Online
Authors: Lena Valenti
—¿Me estás diciendo que todos los vampiros son hombres despechados por sus parejas?
—Casi todos. O hombres cansados de buscarlas. Como ves, somos vulnerables ante vosotras. Cuanto más tiempo pasamos sin encontrar a nuestra mujer, más cerca está Loki de nosotros. Y si la encontramos y ella nos rechaza, entonces si uno no tiene honor, cede ante lo que Loki le ofrece. Somos débiles porque aunque nuestra alma es inmortal, sigue siendo humana. Por eso, la cáraid de un vanirio es sagrada. Con ella recuperamos el sabor, cerramos las puertas definitivamente a Loki, saciamos el hambre y mantenemos nuestra inmortalidad y nuestros poderes. Si no obtenemos el favor de nuestra cáraid y si ella nos priva de su sangre una vez ya la hemos probado, si por alguna razón se niega a nuestra naturaleza, nosotros elegimos entre morir o perder nuestra alma a manos de ese toca huevos de diablo. ¿Entiendes? Lo más importante para nosotros es
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hallar a nuestra mujer y luego mantenerla a nuestro lado.
Ja
—Me recuerda al lema de los Cynster —susurró ella. Le encantaba Stephanie Laurens.
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—¿Quién?
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—Nadie. ¿Y si sentís que es ella, pero no habéis probado su sangre? ¿Qué pasaría? —preguntó
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intrigada.
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—Entonces uno intenta mantener la esperanza y se dispone a sufrir el tormento de los
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condenados hasta que beba de ella.
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Aileen se mordió el interior del labio para evitar preguntarle lo que la corroía. ¿Caleb tenía
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cáraid? De repente una punzada inesperada de celos le agarrotó el corazón. No tenía intención de
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analizar esa reacción.
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—Es evidente que os creó una mujer —murmuró ella ladeando la cabeza y repasándolo con la mirada. Creo que voy a abrir un club de fans en
facebook
. Club de fans de Freyja —asintió con una sonrisa.
Los vanirios eran el sueño húmedo de cualquier hembra. Bellos, fuertes y poderosos, pero a la vez débiles y sumisos ante sus mujeres. Caramba con esa tal Freyja. Era toda una artista.
—¿Y las mujeres? ¿Tienen que esperar a que lleguen los hombres y las reclamen?
—Para ellas también es el maleficio —dijo entre comillas. —Estar tanto tiempo sin que nadie las reclame también es doloroso, ¿no crees? —alzó las cejas. —No lo sé —contestó ella fríamente.
—Freyja cree en el verdadero amor y espera a que las parejas eternas se reencuentren. Que se reconozcan o no depende de nosotros.
—Pero sin embargo vosotros habéis utilizado los colmillos para algo más que beber la sangre de vuestra cáraid —observó ella mirando de nuevo su masculina y sensual boca.
—Nosotros no bebemos de los humanos para sobrevivir —explicó él admirando los ojos brillantes de Aileen. —Si alguna vez hemos bebido de ellos, ha sido para averiguar sucesos que eran importantes para nuestros objetivos y necesitábamos de la información que había escrita en la sangre del sujeto. En nuestras papilas gustativas hay una especie de lector de información y a veces debemos utilizarlo. Pocas cantidades ¿sabes? La sangre humana nos tienta, pero no es importante. Vivimos igual.
—¿Poca cantidad? Matáis a los humanos así —susurró ella entre dientes. —Samael mató a Mikhail. Lo desangró.
—Samael está retenido por eso. Los vanir nos dejaron las reglas bien claras. No podemos abusar de nuestra fuerza con los humanos, pero él enloqueció. Perdió el control.
—Tú casi me matas —recordó temblorosa los colmillos de Caleb clavándose en su garganta.
—Tú me volviste loco, pequeña. Tu sangre es... —no sabía cómo explicar lo importante que era su hemoglobina para él. —Es deliciosa, Aileen. Me dejé llevar por tu sabor, y por lo que estábamos compartiendo.
—No compartimos nada —dijo cortante. —Tú tomaste lo que quisiste sin consultarme.
—No sucederá más —concluyó él ocultando una sonrisa lobuna en sus labios.
—Eso espero —intentó relajarse, pero con Caleb era una tarea imposible. Tenía la sensación de que antes o después se la iba a comer. —Samael no me gusta —confesó ella recordando como la había tratado y las cosas que le había dicho. —¿Por qué crees que no os avisó del paradero de Thor y que no alertó sobre los cazadores?
—No lo sé. Esta tarde todos los vanirios recibirán un comunicado de los dos representantes del
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Consejo de Walsall. Dubv y Fynbar nos dirán cuál ha sido el veredicto después de la reunión con él.
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—¿Quiénes son los del consejo?
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—Son vanirios que actúan como representantes y jueces de cada condado. Hay seis. Beatha y
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Gwyn representan a Dudley. Dubv y Fynbar son de Walsall. Inis e Ione representan a Segdley
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Entenderás que en Wolverhampton no haya representación vanir —arrugó la nariz con un gesto
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infantil. —El Consejo trata de llegar a concilios cuando surge algún problema entre los clanes.
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Discuten y luego deciden sobre las soluciones con el resto de vanirios. No quieren decir que sean
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superiores, ni más fuertes ni más poderosos. Es sólo que están dotados de un gran discernimiento
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y mucha objetividad, y eso hace que nosotros creamos que tomarán las mejores decisiones y las
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más justas para todos nosotros. Lo ideal es que sean parejas las que ocupen ese lugar. Es en las
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parejas donde reside el equilibrio.
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Aileen frunció el ceño, pensativa. Había entendido muy bien todo lo que le había explicado.
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—¿Gwyn y Beatha son...?
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—Pareja.
—¿Y Inis e Ione...?
—También lo son.
—¿Por qué los de Walsall no?
—Porque todavía no hay nadie emparejado de allí —contestó con ternura.
—Entiendo... —Aileen se abrazó a sí misma y se estremeció. —Samael es mi tío, pero no lo quiero conocer. Me recuerda a un animal salvaje contagiado de rabia. Caleb hizo un mohín, pero no pudo reprochar ninguno de esos pensamientos. A él también le parecía un animal desquiciado.
—¿Se llevaba bien con mi padre?
—Sí. Samael era el mayor y siempre lo protegía. Sin embargo, también tenían sus diferencias. Samael era muy agresivo y no dudaba en abusar de sus poderes para obtener sus fines. Thor, sin embargo, aun siendo el pequeño, era quien lo hacía entrar en razón. Con la desaparición de tu padre, Samael se empezó a cerrar más en sí mismo y se alejó más de nosotros. Antes, Menw, Cahal, Daanna y yo patrullábamos con ellos dos. Los seis éramos inseparables ¿sabes? —sonrió
melancólico. —Cuando Thor faltó, entonces Samael dejó de venir. Todavía no me creo que él supiese dónde estabais, y que no nos mencionara nada —apretó el puño hasta que los nudillos se le quedaron blancos.
Aileen advirtió la tensión de Caleb. Debieron estar muy unidos él y su padre. Su madre no exageraba en el diario respecto a su gran amistad.
—En fin —la miró con atisbos todavía de melancolía en sus increíbles ojos. —No tienes por qué
preocuparte. Tenemos que esperar a ese comunicado. Luego te informaré de lo que se haya decidido. Hasta entonces no tendrás que cruzarte con él, él está encerrado.
—Está bien —asintió dócil. —Sigue explicándome cosas, Caleb —le pidió en un ruego dulce y amigable.
Aileen empezaba a sentirse a gusto con él. ¿Podía ser eso?
Caleb sonrió. ¿Cómo no iba a obedecer a su hermosa y bella cáraid?
—Nuestra hambre es eterna, ángel —puso un dedo índice en su entrecejo y poco a poco lo deslizó por el puente de su nariz hasta llegar a la punta. Aileen estaba inmóvil. —Comemos alimentos que nos sacian mientras los ingerimos, pero inmediatamente después llega el vacío.
¿Eso es lo que te pasa a ti, preciosa? —le preguntó dulcemente todavía rozando su nariz. —Tienes hambre ¿verdad?
Caleb estaba siendo muy tierno con ella y Aileen no sabía cómo actuar ante esa ternura.
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—Sí, tengo hambre —reconoció indignada.
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Caleb se alegró por no haber hecho ningún intercambio con ella, sino en ese momento Aileen
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se volvería loca con la presencia de él. Olería su sangre y necesitaría hincarle los dientes. Pero,
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asustada como todavía estaba y, después de lo vivido, la joven se debilitaría sobremanera por
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luchar contra él, contra el ansia de beber de su pareja. ¿Cómo podía decirle que él era su pareja
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eterna? Ella tenía hambre de él. Se le veía en las pupilas dilatadas y en el modo en que se pasaba
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inconscientemente la lengua entre los dientes. Y él se sentía orgulloso de que un ejemplar de
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mujer como era Aileen lo deseara de ese modo. Ahora sólo hacía falta que ella cediera ante ese
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deseo, que se familiarizara con ese anhelo y con las sensaciones que su proximidad provocaba en
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ella.
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—Como y no me sacio —continuó ella preocupada sin apartar la vista de sus ojos. —Nada es
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suficiente.
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—Cuando encuentres a tu cáraid, verás que su olor y su presencia te alterarán. Necesitarás tocarlo, necesitarás besarlo, lamerlo, abrazarlo. Él te saciará — dijo él con voz erótica. —
Yo soy tu
cáraid.
Aileen no recibió el mensaje mental pero se sonrojó igual, pues su mirada lo decía todo y, avergonzada, volvió a ponerse la mano en el cuello. Ella necesitaba probar a ese mango con pelo negro y ojos verdes que tenía enfrente con la misma desesperación que le describía Caleb.
—Sigue con la historia de los dioses —se apartó de él sutilmente.
—Frey —continuó Caleb retomando el hilo con facilidad, —por su parte, cuando vio que su hermana Freyja nos había otorgado unos dones tan poderosos, temeroso él de que los vanirios llegáramos a superar el poder de los dioses, nos otorgó otra debilidad —caminó a su alrededor, como un felino a punto de saltar sobre su presa. —Los dioses son muy celosos y necesitan estar siempre por encima. Él era el dios del sol naciente, así que nos hizo débiles ante el amanecer. Por eso no podemos caminar bajo la luz del sol. Y Njord nos entregó la inmortalidad y nos otorgó la capacidad de comunicarnos con la tierra, con la naturaleza. Nos entregó dones comunicativos con los animales.
—Cielos —suspiró Aileen mesándose el pelo hacia atrás, —es material para una novela. Caleb sonrió y el gesto le llegó a los ojos, enterneciendo la mirada de Aileen.
—Todos esos dones, unidos a la capacidad guerrera de esos clanes, crearon lo que ves ante tus ojos. Yo soy uno de ellos.
—Eres un viejo. Tienes dos mil años de edad —alzó las cejas impresionada. —Creo que si Cher tuviese línea directa con los dioses no dudaría en pagar lo que fuera por uno de sus tratamientos de belleza.
—¿Demasiado para ti, ángel? —se colocó tras ella inclinándose hacia su cuello. Se movía a tanta velocidad que Aileen no podía seguir sus movimientos. Tan pronto lo tenía delante como, de repente, lo tenía detrás.
—¿Y vosotros a qué clan pertenecéis? —se agitó nerviosa.
—Somos celtas. Hace dos mil años, en Bretaña, fuimos convocados por los dioses en Stonehenge. Allí se nos dijo cuál iba a ser nuestra misión y allí se nos transformó.
—¿Y visteis a los dioses? —preguntó sorprendida.
—En su forma humana, sí. Eran hermosos, esbeltos y finos. De tez de porcelana, pelo hecho de hebras de sol y los ojos llenos de agua marina —un paso más y volvió a quedarse enfrente de ella.
—Siempre me pareció imposible que ahí arriba no hubiera nada.
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—¿No eres cristiana?
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—Creo que hay algo poderoso que nos hace como somos y nos otorga de consciencia, pero no
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me tragué la historia que pregonaba la iglesia.
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—Hay tantos dioses como mundos —aseguró Caleb. —Cada persona es un mundo distinto.
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Aileen lo miró fijamente y meditó sus palabras.
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—¿Era mi padre un celta? —le preguntó desviando los ojos hasta su cuello.
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Caleb se acercó a ella y se inclinó para hablarle al oído.
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—Tu padre era el celta más temido de todo el clan. Un guerrero invencible, leal y amigo de sus
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amigos. No le importaba dar la vida por aquellos a los que quería —susurró hundiendo la nariz
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detrás del hueco de su delicada oreja. —Era el hombre del trueno —explicó orgulloso. —No tenía
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miedo a nada. ¿Y tú?
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—¿Qué... qué haces? —le dijo ella cerrando los ojos y temblando de la expectación. Le estaba rozando el cuello con la nariz.
—No te imaginas lo bien que hueles para mí, Aileen —contestó sin rodeos. —Tu olor hace que me eleve de la tierra.
Eso no podía estar pasando. Caleb la estaba seduciendo, le estaba quitando uno a uno los grilletes del miedo y de la vergüenza. Ella tragó saliva intentando apartarse y no le contestó.
—Tu padre, se perdió por el olor de tu madre —prosiguió él con su seducción. —Él encontró en ella a su cáraid, aquella que estaba destinada a caminar con él por la eternidad, a apaciguar su maltrecho corazón, a darle el calor del amor y del hogar. La cáraid para un vanirio es como el sol.
—¿Una maldición? —preguntó con voz estrangulada.
Caleb sonrió y apoyó los labios en la sien de Aileen, y la obligó a acercarse a él cerrando suavemente sus dedos sobre su muñeca. Acariciándola con el pulgar, justo donde el cinturón la había quemado en aquella fatídica y salvaje noche. Tiró de ella suavemente.
—No. Es la luz para nuestra oscuridad —musitó contra su piel.
Aileen se apartó para mirarlo directamente a la cara.
Allí de pie, enfrente de ella, con aquel cuerpo increíble y amenazador, la piel pálida y la cara ojerosa, las pestañas tan largas y ese rostro angelical que volvía a recordarle al de un niño, vio al Caleb frágil, desvalido y anhelante de ese calor del que hablaba. Caleb, aunque deseaba inclinarse y cubrirle la boca con la suya, vio la confusión y la lucha interna de Aileen y decidió darle una tregua. Se apartó a su pesar, miró al cielo y se quitó la capucha.