Read Saga Vanir - El libro de Jade Online
Authors: Lena Valenti
—Caleb se recuperará más rápido de lo que crees, pero sólo si tú le ayudas.
—Dime cómo.
Estaba dispuesta a ayudarlo. Esas heridas eran horribles y se había dejado castigar por ella.
¿Por qué tenía que ser tan misericordiosa?
Daanna la repasó de arriba abajo y levantó la comisura de los labios.
—¿De verdad quieres ayudarle? ¿Después de todo?
Aileen asintió con seguridad.
—Entonces intenta escucharlo. Habla con él. Perdónalo.
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CAPÍTULO 12
CALEB SE encontraba en su casa. Tendido sobre su cama todavía podía oler en el colchón el perfume de Aileen. Herido y abatido, había perdido tanta sangre que apenas tenía fuerzas para caminar, pero el aroma de ella lo mantenía todavía despierto.
Menw y Cahal estaban muy preocupados por él. Si Caleb no lograba recuperar a Aileen, él no podría sanar ni usar sus poderes. Una vez se había bebido de la cáraid ya no se podía volver a beber de nadie más por riesgo a acabar perdiendo el alma. Sólo de ella se podía. La cáraid lo mantendría con vida hasta la eternidad, igual que él a ella. Su sangre se convertiría en el mejor manjar, en el origen de su poder. Sin ella, poco a poco, el vanirio perecería. Y si bebiera más de una vez de otra que no fuera su cáraid perdería su alma y se convertiría en un nosferátum. Menw atendió las heridas. Las limpió y le puso una pomada cicatrizante que poco haría en aquellos cortes profundos y en aquella carne quemada y lacerada. Le había costado extraer los trozos de cristales que se habían quedado clavados en su espalda y alrededor de la columna. Caleb recordaba la cara de Aileen cuando vio a Brave. Lo que ella no sabía es que él había encargado a Menw que se llevara al perro con ellos el mismo día que la sacaron de Barcelona. Entonces no entendió muy bien por qué iba a tener ese detalle con ella, teniendo en cuenta que la odiaba. Pero tal como habían ido las cosas luego no podía más que agradecer aquel instinto, aquella intuición. Aquel gesto podría hacer que ganase puntos con respecto a ella. Había sonreído por aquella sorpresa. Él la había hecho sonreír, y quería volver a hacerlo. Estaba tan arrebatadora con aquella sonrisa blanca que le llegaba a los ojos. ¿Y sus dientes? Sus colmillos eran pequeños, femeninos y sexys. Estando como estaba, manteniéndose con las fuerzas que tenía en la recámara, sintió como se despertaba su virilidad. Ni medio inconsciente podía apagar el fuego que avivaba Aileen en su interior.
Iba a ser su fin. Aileen no podría perdonarlo. Ella no se entregaría a él. Pero había intentado protegerlo de los latigazos y además había oído cómo insultaba al prepotente de Noah por haberle pegado.
Y luego todavía no sabía si el contacto de su mano en la cara y los ojos tristes y llenos de dolor de su cáraid eran resultado de su abatimiento o realmente había pasado. La necesitaba. Necesitaba tocarla y sentirla. Y todo, todo lo que le pasaba ahora, lo merecía. Ley de causa y efecto.
Gruñó y hundió la cara en la colcha.
De nada servía lamentarse. Sus fuerzas irían menguando, volvería su mortalidad y con un
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cuerpo humano esas heridas le producirían fiebres, infecciones e incluso la muerte. Y si no eran
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esas heridas cualquier enfrentamiento con un lobezno, un nosferátum o un humano con un arma
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podría matarlo. Y si no, finalmente, lo mataría la sed que sentía por ella. Ahora era vulnerable. Sin
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la alimentación de su cáraid, su cuerpo perdía todo el poder. Una debilidad que había sido
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capricho de los dioses. Los maldecía con toda su furia.
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Pero no se iba a rendir. Aquella bella mujer de ojos lila y pelo azabache estaba muy equivocada
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si creía que él la iba a dejar en paz. Lucharía por ella hasta que su magullado cuerpo aguantara.
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El dolor le advertía de que no aguantaría mucho, pero mientras tanto tenía que ir al aeropuerto
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en unas horas a recoger un regalo para Aileen.
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Se encontraba en su nueva habitación. En la mansión de su abuelo As. Había que admitir que su
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abuelo tenía un gusto exquisito para la decoración. En menos de doce horas, realizando unas
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cuantas llamadas y desplazando a todo un equipo de decoradores hasta su mansión, había preparado toda un ala sólo para el uso de Aileen. Una zona sólo de su uso exclusivo, con todas las comodidades que una mujer de su edad podía necesitar. La habitación había sido pintada en tonos ciruela y la habían transformado en una suite de lujo, muy informal y joven. Ordenador, pantalla de televisión extraplana, equipo de música... El baño lo habían redecorado colocando una bañera hidromasaje de casi tres metros de diámetro. Y al lado, en una habitación contigua, habían montado un vestidor en tonos violeta pálidos que no tenía nada que envidiar al de Mariah Carey. Sí señor. Su abuelo tenía clase y a un montón de gente dispuesta a trabajar para él. Pero nada de eso la había hecho olvidar lo vivido.
Sentada sobre la cama, apoyada sobre los grandes cojines de plumas, pensaba sobre lo dicho por Daanna.
«... Intenta escucharlo. Habla con él. Perdónalo.» Miró por la ventana. Eran las cinco de la tarde y pronto oscurecería. Estaba decidida a escuchar. Decidida a entender, si podía, el comportamiento de Caleb. No había dormido en toda la noche. Se sentía pesada y aturdida por lo que había visto. El cuerpo de Caleb magullado. Abierto. Sangrante. Se cogió las rodillas y hundió la cara contra ellas. Tenía un nudo en el estómago y unas ganas de llorar y gritar que no acababa de comprender.
Dolía. El sufrimiento de ese hombre le dolía como si fuera suyo y las ganas de calmarlo la corroían hasta el punto de volverla loca. Sentía como si alguien le estuviera estrujando el corazón como una bayeta.
Esa noche, agarrada a las sábanas, había sentido como el frío y la soledad venían a por ella. Sofocada, había caminado por la habitación frotándose los brazos y pensando en él. En sus ojos, en su boca, en su pelo, en su cuerpo. Todo él exhalaba peligro por todos sus poros, pero después del castigo lo había visto doblegado y a ella le había preocupado su bienestar. Después de lo que él le había hecho ahora resulta que ella se sentía mal por su dolor. Caleb podía asustar, pero ella ya no sentía miedo. Ni de él ni de ella misma. ¿Por qué? ¿Qué le estaba pasando con ese hombre?
Algo había cambiado en su interior y ese algo modificaba las emociones y los sentimientos que Caleb despertaba en ella.
Puede que la pusiera nerviosa, o que intentara poseerla de modos con los que ella no estaba de acuerdo. Puede que él estuviera realmente muy arrepentido por lo sucedido y si era así, ella era capaz de perdonar. Estaba en su naturaleza.
Su madre había perdonado a Thor cuando la tomó violentamente por primera vez... Dejó caer la cabeza sobre el respaldo de la cama y miró al techo resoplando. Ojalá tuviera a Ruth a mano para poder hablar con ella. Estaba hecha un lío. Se sentía furiosa con él, pero del mismo modo
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anhelaba verlo y consolarlo en su dolor.
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Pero lo que había sucedido entre Caleb y ella era distinto de lo de sus padres. Distinto en las
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formas, en el fondo, en todo, y sin embargo estaba loca de verdad porque quería perdonarle y
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darle una segunda oportunidad.
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Aileen necesitaba poder sobrellevar su otra naturaleza. ¿Por qué Caleb la llamaba de ese
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modo? ¿Por qué despertaba sus instintos y la hacía sentir como si fuera una flor abriéndose en
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primavera? La naturaleza berserker la estaba comprendiendo, pero la vaniria ya era otra cosa. Y
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no la comprendía porque no la conocía. Sólo la había temido y se había alejado de ese lado oscuro
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en caso de que fuera realmente un lado oscuro y no un lado sólo gris.
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Allí parada, mirando por la ventana cómo el sol poco a poco se iba poniendo, anhelaba concebir
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esa realidad nueva, bloquear sus miedos y coger los sentimientos que empezaba a despertar ese
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vanirio prepotente y desglosarlos. ¿Y si no era el síndrome de Estocolmo lo que ella tenía? ¿Y si
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deseaba realmente a ese hombre?
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Porque se sentía igual. Con la necesidad de atarse los pies para no echarse a correr e ir hacia él. Hacia su captor. Hacia su torturador. Hacia su ladrón.
Tenía que hablar con Daanna. Tenía que comprobar que Caleb estaba bien. Y tenía un hambre de hiena en ayunas. Esperaría a que llegaran Noah y Adam a buscarla y llevársela a Londres para ir a la sede de Newscientists. Pero antes tomaría el aire y daría una vuelta por los alrededores para calmarse y encontrarse a sí misma. Iría al Tótem.
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CAPÍTULO 13
EL TÓTEM estaba más silencioso que nunca. No corría viento alguno y todo lo que la rodeaba se sumía en la calma y la inmovilidad de la expectación. Arboles, plantas y animales la cercaban como esperando ver algo nuevo. Ella los sentía, los podía oír. Un ciervo por allí, un jabalí por allá... Una liebre escapando de un lobo y ocultándose en una madriguera.
Aileen sabía qué estaba haciendo allí. No sólo deseaba encontrar la paz. No, no era eso. Sentada y apoyada en aquel monumento al dios lobo, mientras arrancaba los pétalos de una florecita silvestre, meditaba sobre la verdadera razón por la que ella estaba allí. Esperaba que Caleb la observara como hizo el día anterior. Esperaba que él estuviese vigilándola.
Decepcionada, y sin querer ahondar en el porqué de su decepción, después de tanto esperar se levantó, se espolvoreó los pantalones ajustados y se dispuso a regresar a la casa.
—Aileen.
Cuando ella escuchó aquella voz melódica y profunda, el corazón se le agitó como una maraca. Exhaló intentando controlar el aire abrupto de sus pulmones y miró al frente. Cubierto con una capucha procedente de su chaqueta de piel negra, vistiendo unos pantalones téjanos negros y calzando unas botas negras Caleb la miraba de arriba abajo. Con las manos metidas en los bolsillos, de pie, impertérrito e inquebrantable, ocupando todo el espacio y robando todo el aire del lugar.
Aileen estaba muy bonita. Llevaba unas botas de montaña altas y desabrochadas que llegaban por debajo de las rodillas, unos téjanos cortos que se le amoldaban perfectamente al trasero y una camiseta blanca y ajustada de manga corta. Un pañuelo negro de seda le rodeaba el cuello y los extremos caían hasta cubrir la altura de los pechos. Tenía el pelo sujeto a una cinta de cuero marrón muy fina que impedía que los mechones se voltearan hasta su cara. Sus mejillas habían adquirido un tono rosado y se había pintado los labios de color carne que al ser morena daba más calidez y naturalidad de la que ya tenía a su rostro. Se había delineado los ojos con Kohl negro. Su mirada violácea se clavó en la verdosa de él. Permanecieron mirándose, evaluándose unos instantes que parecieron íntimos y eternos.
—Has llegado más pronto —le dijo ella con un hilo de voz. —Otra vez. Habían acordado que se reunirían a las cinco. Quedaba una hora y Caleb ya estaba en Wolverhampton. Con ella. A solas.
Aileen tragó saliva y se pasó una mano por el cuello para echar la melena en un gesto femenino
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hacia atrás.
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Caleb sintió cómo la ingle se le tensaba.
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—El sol todavía está en lo alto —dijo ella controlando sin éxito el temblor de su voz. —¿Cómo
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puedes salir?
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—Voy muy cubierto. Los cristales de nuestros coches están ahumados, llevo protección de 50 y
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además está muy nublado —contestó sin apartar los ojos de su boca.
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Hablaban a cuatro metros de distancia. Ella no estaba segura de acercarse y él no estaba seguro
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de lo que haría si se acercaba a ella.
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—Lo de la protección era una broma—dijo él con un gesto de diversión. —Estamos en una zona
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que se llama Black Country —explicó él dando un paso hacia ella y parándose al instante.
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—El País Negro.
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—¿Has estado estudiando? —le preguntó divertido.
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—Internet. Sólo ojeé un poco.
—¿Sabes por qué se llama así? —preguntó dando otro paso hasta ella. Controlaba cada movimiento, evitaba ser brusco y ansioso. Al menos Aileen no retrocedía.
—No, no lo sé —musitó con la voz ahogada.
Caleb percibió sus nervios, escuchó los latidos de su corazón que corrían acelerados. Acelerados por él, pensó complacido. Inhaló y se llenó los pulmones de su olor femenino.
—Black Country la forman cuatro comunidades —respondió con calor en la mirada. —Segdley, Dudley, Walsall y Wolverhampton, ubicadas en el centro de Inglaterra, al Noroeste de Birmingham. Aquí nació la primera revolución industrial. Todas las fábricas que hay en esta zona trabajan el acero y la fundición del hierro, y también hay grandes minas.
—Eres como la
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Caleb frunció el ceño y echó una pequeña y ronca carcajada.
—Más o menos. Las chimeneas de las fábricas expulsan humos constantemente y han creado sobre el cielo que abarca estas cuatro comunidades una espesa capa de ceniza negra que hace que por el día, el cielo se tina de colores grisáceos y oscuros y que por la noche y al atardecer el cielo se vea rojo. La capa que han creado las chimeneas no deja que el sol filtre como debería —dio dos pasos más y se plantó frente a la joven que lo miraba con los ojos muy abiertos, asombrada por lo que escuchaba. —Nos hemos acostumbrado a caminar bajo él.
—Por eso vivís aquí —era una afirmación.