Authors: Javier Casado
El Año Geofísico Internacional
A comienzos de los años 50, la comunidad científica internacional decidía que había llegado el momento de utilizar las nuevas tecnologías como el radar, los ordenadores y los cohetes, para profundizar en el estudio de la Tierra y su atmósfera. Con este objetivo, se declaraba Año Geofísico Internacional (también conocido por sus siglas en inglés, IGY), al periodo que iba del 1 de julio de 1957 al 31 de diciembre de 1958, coincidiendo con un máximo en la actividad solar.
Entre otros aspectos, los objetivos del IGY contemplaban la profundización en los estudios de la alta atmósfera por medio de cohetes de sondeo. Pero el 4 de octubre de 1954 se iba más allá, y el comité organizador recomendaba expresamente a las naciones participantes el desarrollo de un satélite artificial de la Tierra que permitiese avanzar más profundamente en el estudio de la ionosfera y de nuestro propio planeta. El 29 de julio de 1955, el presidente Dwight Eisenhower anunciaba que los Estados Unidos participarían en los actos del IGY con un satélite artificial de la Tierra.
El anuncio de Eisenhower tendría consecuencias internacionales. Mientras esto ocurría en los Estados Unidos, en Copenhague estaba teniendo lugar el Sexto Congreso Astronáutico Internacional. El 2 de agosto de 1955, su presidente hacía referencia al anuncio de Eisenhower sobre la próxima puesta en órbita de un satélite artificial como parte de su participación en el IGY. Ese mismo día, el académico ruso Leonid I. Sedov, asistente al congreso en representación de la Academia Soviética de las Ciencias, convocaba una rueda de prensa en la embajada de la URSS en Copenhague para dar la respuesta de réplica:
“En mi opinión, será posible lanzar un satélite artificial de la Tierra en el plazo de los dos próximos años. La realización del proyecto soviético puede esperarse para el futuro próximo”
.
Pocos tomaron en serio el discurso soviético; que aquel país comunista con una obsoleta industria y de gran base rural fuese capaz de plantear una propuesta a la vanguardia de la tecnología mundial, quedaba lejos de toda credibilidad. Sin embargo, aunque el mundo aún no lo sabía, acababa de dar comienzo la Carrera Espacial.
Se abren las puertas del espacio
Entre tanto, en la URSS se trabajaba a toda marcha con el objetivo de poner a punto el primer misil balístico intercontinental de la historia. El desarrollo del R-7 fue de una complejidad formidable, pero finalmente, el 3 de agosto de 1957, el primer vuelo con éxito de este enorme cohete abría las puertas del espacio a la Unión Soviética.
Imagen: Misil R-7, el primer misil balístico intercontinental del mundo. Gracias a él, se abrirían las puertas del espacio. (
Foto: archivos del autor
)
También el lanzamiento del Sputnik fue un empeño casi personal de Korolev. En los últimos años, había intentado convencer a los líderes rusos de la capacidad de su creación para asombrar al mundo con el lanzamiento de un satélite espacial. Con el apoyo de científicos de la Academia Soviética de las Ciencias, insistiría durante años para lograr esta autorización. Efectivamente, a pesar de las declaraciones de Sedov en 1955 en respuesta a las declaraciones norteamericanas en torno al IGY, los mandatarios rusos no habían asumido el proyecto del satélite como una prioridad nacional. Su prioridad era claramente el desarrollo de misiles militares, y un desarrollo científico como el del satélite era un asunto prácticamente ignorado en las altas esferas. La simple mención de este objetivo en los círculos militares que dirigían y financiaban los trabajos de Korolev, provocaba desprecio y veladas amenazas hacia el ingeniero, por considerar que lo distraían del fin último de su trabajo bélico. Finalmente, y tras múltiples rechazos, en un arriesgado ejercicio de osadía, el propio Korolev obtendría personalmente la autorización para iniciar los trabajos en el proyecto del satélite del mismísimo Nikita Jrushchev. Utilizando todo su carisma y poder de convicción, Korolev convenció al premier soviético de la ventaja política que una hazaña de este tipo le otorgaría a nivel internacional, con un coste despreciable al utilizar para ello los avances logrados en el desarrollo del misil.
La de Jrushchev fue una autorización ambigua y sin interés, y condicionada a la previa puesta a punto del R-7 como misil militar. Pero Korolev no necesitaba más: tras el éxito de la prueba del 3 de agosto de 1957, el camino quedaba despejado para cumplir su gran sueño.
‘Bip, Bip, Bip’
En los Estados Unidos, la tarea de llevar a cabo la puesta en órbita del primer satélite había sido encomendada a la US Navy, que desarrollaría para ello un nuevo cohete, el Vanguard. Aunque el equipo de Wernher von Braun, trabajando para el US Army, había por entonces desarrollado misiles de alcance medio capaces de llevar a cabo la misión con pequeñas modificaciones, el gobierno norteamericano no se había inclinado por esta opción. La verdadera razón de la decisión por el Vanguard nunca ha estado completamente clara, aunque a menudo se ha aludido a un problema de imagen: para un proyecto científico civil se hacía recomendable diseñar un vehículo lanzador de nuevo desarrollo, en lugar de utilizar un misil militar. Un razonamiento algo débil, teniendo en cuenta que al fin y al cabo era un organismo militar el encargado de llevarlo a cabo. Se cree que los orígenes del grupo de ingenieros de Von Braun también tuvieron bastante peso en la decisión: el Vanguard sería un diseño íntegramente norteamericano; los misiles de Von Braun, en cambio, podrían ser criticados como diseños alemanes realizados en los Estados Unidos.
Pero el desarrollo de un nuevo cohete como el Vanguard llevaría su tiempo, prolongándose en la práctica bastante más de lo inicialmente esperado. Ello permitiría a los soviéticos tomar la delantera con este primer hito de la historia espacial.
El 1 de octubre de 1957, Radio Moscú anunciaba al pueblo soviético la frecuencia que deberían sintonizar en sus receptores para escuchar el sonido proveniente de un próximo objeto ruso en el espacio. El 4 de octubre, una pequeña esfera metálica de 83 kg de peso orbitaba la Tierra emitiendo un “bip-bip” característico que se haría mundialmente famoso, y consiguiendo titulares de primera página en la prensa internacional. La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas había humillado a los Estados Unidos con la primera victoria en el área espacial: el Sputnik acababa de entrar en los libros de historia.
Imagen: El Sputnik, una pequeña esfera que haría historia. (
Foto: NASA
)
Un impacto inesperado
La puesta en órbita del Sputnik provocó una conmoción excepcional en el seno de la sociedad norteamericana. Fue una bofetada en plena cara al orgullo nacional, y, además, por sorpresa. También suponía descubrir, del modo más duro imaginable, cuán equivocados estaban con respecto a su más visceral enemigo, la Unión Soviética. Los Estados Unidos habían creído estar a la vanguardia tecnológica, muy por encima del resto de las naciones de la Tierra; su rotunda victoria en la Segunda Guerra Mundial en todos los frentes, y en especial su introducción de la formidable bomba atómica, así lo avalaban. El profundo estado de destrucción en que habían quedado buen número de potencias europeas tras la guerra, reforzaban esta percepción de la supremacía norteamericana a nivel mundial. Y, por supuesto, la atrasada Rusia comunista no estaba ni de lejos al nivel de estas otras potencias europeas. Estados Unidos no tenía rival: así lo creían firmemente la práctica totalidad de sus ciudadanos.
Ahora, ese sentimiento había sido arrancado de raíz. Por encima de sus cabezas, un objeto de fabricación soviética cruzaba una y otra vez impunemente, con quién sabe qué demoníacos propósitos. De repente, un sentimiento de vulnerabilidad acuciaba a un país que no había recibido nunca en su historia el impacto de una bomba extranjera sobre su territorio continental. Además, la puesta en órbita de un objeto de las características del Sputnik dejaba ver bien a las claras que los soviéticos poseían un misil intercontinental capaz de alcanzar el territorio norteamericano con armas nucleares.
Las reacciones fueron múltiples y a menudo extremas; el New York Times recogería declaraciones de senadores como ésta:
“[Debemos] revisar de inmediato nuestra psicología nacional y nuestra política diplomática. Claramente ha llegado el momento de dejar de preocuparse por la profundidad del pelaje de la nueva alfombra, o por la altura de la aleta trasera del coche nuevo, y de estar preparados para verter sangre, sudor y lágrimas si este país y el mundo libre quieren sobrevivir”
.
El impacto fue indescriptible, a todos los niveles, social y político. A nivel social, el ciudadano medio norteamericano sentía su seguridad arrancada de raíz: ¿qué no podrían hacer los soviéticos, con desconocidos objetos sobrevolando sus cabezas? Todos sus movimientos podrían ser vigilados, y quizás, en un momento dado, incluso bombas podrían caer repentinamente desde el espacio. Con esa tecnología a su alcance, los malvados comunistas podrían dominar el mundo, como expresaba el diario austriaco “Die Presse”:
“El satélite no está concebido principalmente con fines científicos o de exploración del espacio, sino para preparar la guerra a escala planetaria”
. Otros asegurarían que el Sputnik era
“un arma psicológica expresamente diseñada para la intimidación de los pueblos libres de la Tierra”
(David Woodbury,
La Vuelta al Mundo en 90 Minutos
). Realidad y fantasía se mezclaban en los temores de una población conmocionada por haberse topado de la noche a la mañana con la más dura realidad.
Pero también había otras implicaciones, otros impactos a nivel social, que se extenderían a un nivel mundial. Para la gente de la calle estaba claro que una nueva era había comenzado; en Londres, el Daily Express titulaba a primera página:
“La Era Espacial está aquí”
. En Nueva York, en los días siguientes al lanzamiento las ventas de prismáticos y telescopios aumentaron entre un 50% y un 75%. La gente estaba, a la vez que sorprendida, entusiasmada: las perspectivas que se abrían para el futuro eran infinitas e inconcebibles, y difíciles de entender para quienes hoy vivimos la actividad espacial como algo completamente cotidiano y con perspectivas mucho más escépticas. Pero en 1957, una nueva frontera se había abierto. Los ciudadanos de todo el mundo miraban al cielo en la noche para ver pasar ese pequeño punto luminoso que representaba el triunfo del ingenio humano, y sintonizaban sus radios para escuchar ese “bip-bip” que, de forma casi mágica, venía del espacio. Los sueños de un nuevo futuro para la Humanidad empezaban a ser algo más que pura ciencia-ficción.
También a nivel político la puesta en órbita del Sputnik tendría importantes repercusiones en los Estados Unidos. En los días siguientes al lanzamiento soviético, la situación en los círculos del gobierno era próxima al caos, mientras la prensa arremetía contra el Presidente Eisenhower por su dejadez en el campo de los misiles, y su falta de previsión relativa a la capacidad soviética. En lugar de intentar reaccionar con una inmediata respuesta en estos campos, la administración republicana optó por intentar minusvalorar el logro de su rival; un grave error, cuando toda la sociedad mundial lo reconocía como un éxito sin precedentes.
Así, por ejemplo, el senador republicano Jacob K. Javitts declaraba que
“no existe una carrera entre la URSS y nosotros para lanzar satélites, a menos que ahora creemos una, lo cual es directamente contrario a nuestra política. (…) No debemos presionar a nuestros científicos de esta manera.”
Algo muy similar afirmaba el asistente personal de Eisenhower, Sherman Adams: los Estados Unidos no habían intentado competir con la URSS, ya que
“el servicio a la ciencia, y no la victoria en un partido de baloncesto espacial, es lo que ha sido, y todavía es, el objetivo de nuestro país”
. El propio presidente intentaba despreciar al Sputnik como
“una pequeña bola en el aire, algo que no incita mi temor, ni un ápice”
. Aunque con un fondo de verdad cuando declaraba que
“No veo nada significativo en el Sputnik ruso en este estadio de desarrollo, en cuanto a seguridad se refiere”
, lo cierto es que a la vez se intentaba quitar importancia al gran éxito mediático ruso.
Ante estas declaraciones, los más críticos acusaban al gobierno de actuar con una absurda pasividad. El senador demócrata, y años más tarde presidente, Lyndon B. Johnson, lo expresaba claramente con una fina ironía:
“No es muy tranquilizador que se nos diga que el año próximo pondremos un satélite “mejor” en el aire. A lo mejor hasta tiene adornos cromados y limpiaparabrisas automáticos…”
. Sobre el aspecto de la seguridad, el mismo Johnson utilizaría también un argumento que sería repetido años más tarde por el propio Kennedy:
“El Imperio Romano controló el mundo porque construyó carreteras. Después, cuando el hombre se extendió por los mares, el Imperio Británico dominó porque tenía barcos. Ahora, los comunistas han establecido un puesto avanzado en el espacio”
.