Rubí (29 page)

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Authors: Kerstin Gier

BOOK: Rubí
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—Como ya sabes, Gideon ya ha visitado a siete miembros del Círculo de los Doce en el pasado y les ha extraído sangre para el segundo cronógrafo, el nuevo. En realidad, a seis, si los gemelos se cuentan como uno solo. De modo que con tu sangre y la suya solamente nos faltan cuatro del Círculo: Ópalo, Jack, Zafiro y Turmalina negra.

—Elaine Burghley, Margret Tilney. Lucy Montrose y Paul de Villiers —completó Gideon—. Estos cuatro aún deben ser visitados en el pasado y se les debe extraer sangre.

Ya lo había entendido, tampoco era tan estúpida.

—Exacto. No creíamos que en el caso de Margret pudiera producirse ninguna complicación. —Mister George se inclinó hacia atrás en el asiento y prosiguió—: Con los otros sí, pero no había nada que nos hiciera pensar que pudieran surgir dificultades con Margret Tilney. Su vida ha sido protocolizada hasta el más mínimo detalle por los Vigilantes. Sabemos dónde estuvo cada uno de los días de su vida. Y por eso también fue muy sencillo arreglar una cita entre ella y Gideon. Así, la noche pasada, Gideon viajó al año 1937 para encontrarse con Margret Tilney en nuestra casa de Temple.

—¿De verdad? ¿Esta noche? ¿Y cuándo demonios has dormido?

—Tenía que hacerse muy rápido —repuso Gideon cruzándose de brazos—. Habíamos calculado que la acción duraría solo una hora.

—Pero, en contra de lo esperado —observó mister George—, Margret se ha negado a ceder su sangre después de que Gideon hubiera expuesto la situación.

Mister George me miró expectante. ¿Se suponía que ahora debía decir algo sobre el tema?

—Tal vez... hummm... tal vez no entendió lo que le explicaba —repuse.

Al fin y al cabo era una historia francamente embrollada.

—Me entendió perfectamente —replico Gideon sacudiendo la cabeza—. Porque ella ya sabía que el primer cronógrafo había sido robado y que yo iba a tratar de conseguir su sangre para el segundo.

—Pero ¿Cómo podía prever algo que no iba a pasar hasta muchos años más tarde? ¿Es que tiene el don de la adivinación?

Apenas había acabado de pronunciar la pregunta, comprendí lo que había ocurrido. Por lo visto, poco a poco iba interiorizando ese follón de los viajes del tiempo.

—Alguien estuvo allí antes que tú y se lo explicó, ¿no?

Gideon inclinó la cabeza aprobatoriamente.

—Y la convenció de que no debía dejarse sacar sangre en ningún caso. Aún fue más extraño que se negara a hablar conmigo. Llamó a los Vigilantes para que la ayudaran y exigió que me mantuvieran alejado de ella.

—Pero ¿quién puede haber sido? —reflexioné—. En realidad, los únicos candidatos son Lucy y Paul. Los dos pueden viajar en el tiempo y quieren impedir que se cierre el Círculo.

Mister George y Gideon intercambiaron una mirada.

—A la vuelta de Gideon, nos encontramos frente a un auténtico enigma —explicó mister George—. Aunque teníamos una vaga idea de lo que podía haber pasado, nos faltaban las pruebas. Por esto Gideon volvió a viajar al pasado esta mañana y visitó de nuevo a Margret Tilney.

—Has tenido un día muy agitado, ¿no? —Busqué signos de cansancio en el rostro de Gideon, pero no encontré ninguno; de hecho, parecía encontrarse en plena forma—. ¿Qué tal está tu brazo? —le pregunté.

—Bien. Escucha lo que dice mister George. Es importante.

—Esta vez Gideon buscó a Margret inmediatamente después de su primer salto en el tiempo, en 1894 —prosiguió mister George—. Debes saber que el factor X o el gen del viaje en el tiempo, como lo llamamos nosotros, parece manifestarse en la sangre solo después del salto de iniciación. Se ha podido constatar que la sangre que se extrae de los viajeros del tiempo antes del primer salto no puede ser reconocida por el cronógrafo. El conde de Saint Germain realizó algunos experimentos en esta dirección que, en su época, casi condujeron a la destrucción del cronógrafo. Así pues, no tiene sentido ir a buscar a un viajero del tiempo en su niñez para sacarle sangre. Aunque eso facilitaría bastante las cosas. ¿Comprendes lo que quiero decir?

—Sí —me limité a responder.

—Gideon se encontró esta mañana con Margret al final de su primera elapsación oficial. Después de su primer salto en el tiempo, la joven había ido enseguida a Temple. Durante los preparativos para la lectura en el cronógrafo, saltó de nuevo por segunda vez. El que es, de hecho, el salto incontrolado más largo medido hasta la fecha. Estuvo fuera más de dos horas.

—Mister George, ¿por qué no deja sencillamente de lado los detalles sin importancia? —propuso Gideon con un punto de impaciencia.

—Sí, sí. ¿Por dónde iba? Decía que Gideon visitó a Margret en su primera cita de elapsación. Y de nuevo le explicó la historia del cronógrafo robado y le habló de la oportunidad que se ofrecía de remediarlo todo con el segundo cronógrafo.

—¡Ah, claro! —le interrumpí—. Por eso la anciana Margret conocía toda la historia. ¡Se la había explicado el propio Gideon!

—Sí, sería una posibilidad —repuso mister George—. Pero tampoco en esa ocasión la joven Margret escuchaba la historia por primera vez.

—De modo que alguien había estado allí antes que Gideon. Lucy y Paul. Viajaron al pasado con el cronógrafo robado para explicarle a Margret Tilney que con toda probabilidad tarde o temprano aparecería alguien que querría sacarle sangre.

Mister George no dijo nada.

—¿Y esta vez se la dejó sacar?

—No —respondió mister George—. También esta vez, se negó a que le extrajeran sangre.

—De todos modos, con dieciséis años no se mostró tan testaruda como de mayor —explicó Gideon—. Esta vez pudimos conversar un poco. Y al final me dijo que en todo caso solo trataría el tema de su sangre contigo.

—¿Conmigo?

—Pronunció tu nombre, Gwendolyn Shepherd.

—Pero... —Me mordí el labio mientras mister George y Gideon me observaban atentamente—. Pensaba que Paul y Lucy habían desaparecido antes de mi nacimiento. ¿Cómo se explica entonces que conocieran mi nombre y se lo mencionaran a Margret?

—Sí, esa es la cuestión —dijo mister George—. Mira: Lucy y Paul robaron el cronógrafo en el mes de mayo del año de tu nacimiento. Al principio se ocultaron con él en el presente. Durante unos meses lograron eludir repetidamente con gran habilidad a los detectives de los Vigilantes, dejando pistas falsas, entre otros trucos. Cambiaban con frecuencia de ciudad y viajaron con el cronógrafo por media Europa. Más adelante, sin embargo, fuimos estrechando el cerco, y comprendieron que a la larga solo podrían escapar de nosotros si huían con el cronógrafo al pasado. Por desgracia, no se planteaban la opción de rendirse. Estaban absolutamente comprometidos con la defensa de sus falsos ideales. —Suspiró—. Eran tan jóvenes y tan apasionados. .. —Su mirada se volvió un poco soñadora.

Gideon carraspeó y mister George dejó de mirar al vacio para proseguir:

—Hasta ahora creíamos que habían dado ese paso en septiembre aquí en Londres, unas semanas antes de tu nacimiento.

—¡Pero entonces es imposible que conocieran mi nombre!

—Exacto —repuso mister George—. Por eso, después de lo ocurrido esta mañana, consideramos la posibilidad de que no saltaran al pasado con el cronógrafo hasta después de tu nacimiento.

—Fuera por el motivo que fuese —añadió Gideon.

—Y aún nos quedaría por explicar cómo conocían Lucy y Paul tu nombre y tu destino. Sea como sea, Margret Tilney se niega en redondo a cooperar.

Reflexioné.

—¿Y cómo podremos conseguir su sangre ahora? —¡Dios, realmente era yo la que acababa de decir eso!—. ¿Supongo que no pensarán utilizar ningún tipo de violencia?

En mi mente ya veía a Gideon manipulando una botella de éter, correas y una enorme jeringa, lo cual enturbió notablemente la imagen que tenía de él.

Mister George sacudió la cabeza.

—Una de las doce reglas de oro de los Vigilantes dice que solo se debe emplear la violencia cuando negociación y acuerdo no funcionan. De modo que primero intentaremos lo que Margret ha propuesto: te enviaremos para que la visites.

—¿Para que trate de convencerla?

—Para saber más sobre sus motivos y sobre los que la han informado. Contigo hablará, ella misma lo ha dicho. Queremos saber qué es lo que tiene que decirte.

Gideon suspiró.

—No creo que saquemos nada en claro de esto, pero ya llevo toda la mañana hablando con las paredes.

—Sí. Y por eso ahora mismo madame Rossini te está cosiendo un bonito traje de verano para el año 1912 —informó mister George—. Tienes que conocer a tu tatarabuela.

—¿Por qué precisamente 1912?

—Hemos elegido el año totalmente al azar. Aunque Gideon cree que de todos modos podrías caer en una trampa.

—¿En una trampa?

Gideon no dijo nada, se limitó a mirar preocupado.

—Según las leyes de la lógica, esto queda prácticamente descartado —observó mister George.

—¿Por qué iba nadie a tendernos una trampa?

Gideon se inclinó hacia mí.

—Piensa un momento: Lucy y Paul tienen en su poder el cronógrafo, en el que ya se encuentra registrada la sangre de diez de los doce viajeros del tiempo. Para cerrar el Círculo y poder utilizar el secreto en su beneficio, ahora solo necesitan tu sangre y la mía.

—Pero... Lucy y Paul querían impedir precisamente que se cerrara el Círculo y se revelara el Secreto —repuse.

De nuevo mister George y Gideon intercambiaron una mirada.

—Eso es lo que tu madre cree —dijo mister George.

Y eso era también lo que yo había creído hasta ese momento.

—¿Y ustedes no lo creen?

—Míralo de otro modo. ¿Y si en realidad Lucy y Paul quieren tener el Secreto para ellos solos? —preguntó Gideon—. ¿Y si robaron el cronógrafo por eso? Entonces lo único que les faltaría para ganar la partida al conde de Saint Germain sería nuestra sangre.

Tardé un momento en asimilar lo que representaba aquello antes de decir:

—Y como solo pueden encontrarse con nosotros en el pasado, ¿tienen que atraernos a algún sitio para hacerse con nuestra sangre?

—Es posible que piensen que solo la conseguirán utilizando la violencia —explicó Gideon—. Igual que nosotros sabemos, por nuestra parte, que no nos darán la suya voluntariamente.

Pensé en los hombres que nos habían atacado el día anterior Hyde Park.

—Exacto —dijo Gideon, como sí me hubiera leído el pensamiento—. Si nos hubieran matado, habrían podido coger tanta sangre como hubieran querido, si bien aún está por aclarar cómo pudieron saber que estaríamos allí.

—Conozco a Lucy y a Paul, y sencillamente esa no es su forma de actuar —señaló mister George—. Crecieron con las doce reglas de oro de los Vigilantes, y estoy totalmente seguro de que no hubieran hecho asesinar a sus propios parientes. También ellos están a favor de la negociación y el acuerdo.

—Como muy bien ha dicho, usted conocía a Lucy y a Paul, mister George —puntualizó Gideon—. Pero ¿realmente puede saber en qué se han convertido desde entonces?

Miré a Gideon y a mister George, y finalmente dije:

—En cualquier caso, creo que sería interesante saber qué quiere de mí mi tatarabuela. Y, además, ¿cómo puede ser una trampa si somos nosotros mismos los que elegimos el momento de nuestra visita?

—Así lo veo yo también —repuso mister George.

Gideon suspiro resignado.

—De todos modos hace tiempo que está decidido.

Madame Rossini me pasó por encima de la cabeza un vestido blanco largo hasta los tobillos, con un delicado motivo a cuadros y una especie de cuello de marinero, y me lo ciñó a la cintura con una faja de satén azul cielo de la misma tela que el lazo que adornaba la transición del cuello a la orla de la botonadura.

Cuando me miré en el espejo, me sentí un poco decepcionada. Tenía un aspecto de lo más formal. Aquella vestimenta me recordaba un poco a la de los monaguillos de Saint Lukc, adonde íbamos veces los domingos para asistir al oficio religioso.

—Naturalmente, la moda de 1912 no puede compararse con la extravagancia del rococó —comentó madame Rossini mientras me alcanzaba unas bolitas de cuero con botones—. Casi diría que en esa época se tendía a ocultar los encantos femeninos más que a resaltarlos.

—Sí, yo también lo diría.

—Y ahora falta el peinado.

Madame Rossini me empujó con suavidad a una silla, trazó una raya muy profunda en mi cabello, y luego lo fue recogiendo todo en mechones sueltos sobre el cogote.

—¿No queda un poco... humnimm... abultado sobre las orejas?

—Es lo que corresponde —dijo madame Rossini.

—Pero es que no me parece que me siente bien ¿y usted?

—A ti todo te sienta bien, mi pequeño cuello de cisne. Además esto no es un concurso de belleza. Lo que importa es…

—….. la autenticidad, lo sé.

Madame Rossini rió.

—Entonces no hay más que hablar.

Esta vez fue el doctor White quien vino a buscarme para acompañarme al escondite subterráneo del cronógrafo. El hombre tenía la misma expresión malhumorada de siempre, pero, para compensar, Robert, el chiquillo fantasma, me dirigió una sonrisa radiante.

Le devolví la sonrisa. Estaba realmente encantador con sus rizos rubios y el hoyuelo.

—¡Hola!

—Hola, Gwendolyn —saludó Robert.

—No veo ningún motivo para un saludo tan efusivo —repuso el doctor White, blandiendo la venda negra.

—Oh, no, ¿por qué tengo que ponérmela otra vez?

—No hay razón para que confiemos en ti —replicó el doctor White.

—¡Alto ahí! Traiga eso, patán. —Madame Rossini le arrancó el paño negro de la mano—. Esta vez nadie me arruinará el peinado.

Hubiera sido terrible, sí. Madame Rossini me vendó personalmente los ojos con tanto cuidado que ni un cabello se salió de su sitio.

—Mucha suerte, niña —dijo cuando el doctor White me sacó de la habitación.

Agité la mano a ciegas para despedirme.

Otra vez esa desagradable sensación de ir avanzando a trompicones en el vacío; aunque esa vez el recorrido me resultaba más familiar, y Robert me prevenía por adelantado.

—Dos escalones más y luego se gira a la izquierda por la puerta secreta. Cuidado con el dintel. Diez pasos más y empieza la gran escalera.

—Muchas gracias por la ayuda. Me viene muy bien.

—Ahórrate las ironías —repuso el doctor White.

—¿Por qué tú puedes oírme y él no? —pregunto Robert apenado.

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