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Authors: Kerstin Gier

Rubí (28 page)

BOOK: Rubí
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—Y ahora vayan a clase.

—¿Cómo ha sabido que estábamos aquí? —preguntó Leslie.

Mister Whitman no respondió y alargó la mano para cogerle el archivador.

—¡Mientras tanto confiscaré esto!

—Ah, no, de ninguna manera.

Leslie apretó el archivador contra su pecho.

—¡Dame eso, Leslie!

—Es que lo necesito… ¡para clase!

—Contaré hasta tres…

Al llegar a «dos», Leslie entregó el archivador murmurando entre dientes. Fue terriblemente humillante tener que entrar en el aula, empujadas por mister Whitman; además, mistress Counter pareció tomarse nuestro intento de hacer novillos como algo personal, porque nos ignoró por completo durante el reto de la clase.

—¿Han fumado algo? —preguntó Gordon.

—No, tonto —replicó Leslie—. Solo queríamos charlar tranquilas un rato.

—¿Se han saltado la clase porque querían charlar? —Gordon se dio una palmada en la frente—. ¡Increíble! ¡Mujeres!

—Ahora mister Whitman podrá revisar de arriba abajo tu archivador —le dije a Leslie—. Y entonces sabrán él y los Vigilantes que te lo he explicado todo, lo cual seguro que está prohibidísimo.

—Sí, seguro que lo está —repuso Leslie—. Tal vez envíen a un hombre de negro para que se deshaga de mí porque sé cosas que nadie debe saber.

La perspectiva parecía regocijarla.

—¿Y si lo que dices no fuera tan descabellado?

—Entonces… bueno, esta tarde iré a comparte un espray de pimienta, y aprovecharé para comprarme uno yo también. —Leslie me dio una palmada en el hombro—. ¡Venga ya! No vamos a permitir que nos amedrenten, ¿verdad?

—No. No vamos a permitirlo.

Envidiaba a Leslie por su inquebrantable optimismo. Ella siempre miraba las cosas por el lado bueno, aunque costara encontrárselo.

De los
Anales de los Vigilantes

14 de agosto de 1949

De 15 a 18 horas. Lucy y Paul han aparecido en mi despacho

para elapsar. Hemos charlado sobre reconstrucción y saneamiento

de barrios y sobre el increíble hecho de que Notting Hill

sea, en su época, uno de los barrios más solicitados y

elegantes de la ciudad. (Ellos llaman «moda» a este fenómeno.)

Además, me han traído una lista de todos los ganadores

de Wimbledon a partir de 1950. He prometido depositar

las ganancias de las apuestas en un fondo para la

formación universitaria de mis hijos y nietos.

Además, acaricio la idea de adquirir uno o dos de los

desastrados inmuebles de Notting Hill. Nunca se sabe.

Informe: Lucas Montrose, adepto de 3.er grado.

14

La clase se arrastró hasta el final con una lentitud torturadora, la comida era repugnante como siempre (pudín de Yorkshire) y cuando por la tarde después de una clase doble de química, pudimos irnos por fin a casa, en realidad me sentía a punto para meterme de nueva en la cama.

Charlotte me había ignorado durante todo el día. Durante el receso traté de hablar con ella pero reaccionó diciendo:

—Si lo que quieres es disculparte, ¡ya puedes ir olvidándote!

—¿Por qué iba a tener que disculparme? —le pregunte indignada.

—Si ni siquiera tú lo sabes….

—¡Charlotte! Yo no tengo la culpa de que haya sido yo, y no tú, la que ha heredado ese estúpido gen.

Los ojos de Charlotte echaban chispas.

—No es ningún «estúpido gen» —me espetó furiosa—. Es un don muy especial. Y ese don, en alguien como tú, es sencillamente un desperdicio. Pero eres demasiado infantil para comprenderlo aunque sea vagamente.

Dicho lo cual, dio media vuelta dejándome con la palabra en la boca.

—Ya se tranquilizará —me animó Leslie mientras recogíamos nuestras cosas de la taquilla—. Tiene que acostumbrarse al hecho de que ella ha dejado de ser especial.

—Pero es tan injusto... —repuse—. Al fin y al cabo, yo no lo he quitado nada.

—¡En el fondo sí! —Leslie me alargó con determinación el cepillo del pelo—. ¡Toma!

—¿Qué quieres que haga con él?

—¡Pues cepillarte el pelo! ¿Qué si no? —Obedientemente, me pasé el cepillo por los cabellos—. ¿Por qué estoy cepillándome el pelo? —pregunté unos segundos después.

—Solo quiero que estés guapa cuando vuelvas a ver a Gideon. Por suerte, no necesitas rímel, tus pestañas son increíblemente largas y negras...

Me había puesto roja como un tomate al oír el nombre de Gideon,

—Tal vez no le vea hoy. Al fin y al cabo van a enviarme a un sótano de 1956 para hacer los deberes,

—Sí, pero tal vez te cruces con él en algún momento antes o después.

—¡Leslie, no soy su tipo!

—Él no ha dicho eso.

—¡Sí que lo dijo!

—¿Y qué? Puede cambiar de opinión. En cualquier caso, él sí es tu tipo.

Abrí la boca para volver a cerrarla enseguida. No tenía sentido negar que era mi tipo, aunque me hubiera encantado creer lo contrario.

—Cualquier chica lo encontraría genial —reconocí—. Al menos, físicamente. Pero todo el rato me está sacando de quicio y no para de hacerse el mandón y sencillamente es… increíblemente... increíblemente...

—…. ¿genial? — Leslie me sonrió cariñosamente—. ¡Tú también lo eres, de verdad! Eres la chica más genial que conozco, exceptuándome a mí. Y, además, tú también puedes hacerte la mandona. Ahora ven, quiero ver la limusina con la que vendrán a recogerte.

James inclinó la cabeza rígidamente cuando pasamos junto a su nicho.

—Espera un momento —le dije a Leslie —. Tengo que preguntarle una cosa a James.

Cuando me detuve, la expresión ofendida del rostro de James desapareció para dar paso a una sonrisa de satisfacción.

—He vuelto a reflexionar sobre nuestra última conversación —dijo.

—¿Sobre los besos?

—¡No! Sobre la viruela. Es posible que realmente la contrajera. Cambiando de tema, sus cabellos tienen hoy un brillo muy bonito.

—Gracias. James, ¿puedes hacerme un favor?

—Espero que no tenga nada que ver con los besos.

Se me escapó la risa.

—No sería mala idea —dije—. Pero lo que me interesa ahora son los modales.

—¿Los modales?

—Siempre te estás quejando de que no tengo modales, y tienes razón. Por eso quería pedirte que me enseñaras la forma correcta de comportarse en tu época. Cómo hay que hablar, cómo hay que doblar la rodilla, cómo hay que... en fin, qué sé yo, todas esas cosas.

—¿Cómo se aguanta un abanico? ¿Cómo hay que bailar? ¿Qué normas de comportamiento hay que seguir cuando el príncipe regente se encuentra en la sala?

—¡Exacto!

—Pues sí, puedo enseñárselo —aseguró James.

—Eres un encanto —repuse yo, y antes de volverme de nuevo para marcharme—: Esto... ¿James? ¿También sabes manejar la espada?

—Naturalmente —dijo James—. No está bien que lo diga yo, pero entre mis amigos del club se me considera uno de los mejores espadachines. El propio Galliano dice que tengo un talento extraordinario.

—¡Fantástico! —exclamé—. Eres un amigo de verdad.

—¿Quieres que el fantasma te enseñe a manejar la espada? —Leslie había seguido nuestra conversación muy interesada, aunque naturalmente solo había podido oír mi parte—. ¿Un fantasma puede sostener una espada?

—Ya lo veremos —repuse—. En cualquier caso, conoce a la perfección el siglo XVIII, porque, al fin y al cabo, es de donde viene.

Gordon Gelderman nos alcanzó en las escaleras.

—Has vuelto a hablar con el nicho, Gwendolyn. Lo he visto perfectamente.

—Sí, es mi nicho preferido, Gordon. Se ofende si no hablo con él.

—¿Ya sabes que eres muy rara?

—Sí, querido Gordon, lo sé, pero al menos no estoy cambiando la voz como tú.

—Eso pasará —repuso Gordon.

—Lo mejor sería que fueras tú quien pasaras —dijo Leslie.

—Ay perdón, seguro que quieren volver a charlar de sus cosas —se mofó Gordon, que siempre se pegaba como una lapa—. Hoy solo han estado cuchicheando cinco horas. ¿Nos veremos después en el cine?

—No —respondió Leslie.

—De todos modos, tampoco puedo —señaló Gordon, mientras nos seguía como una sombra por el vestíbulo—. Tengo que escribir esa estúpida redacción sobre los anillos de sello. ¿He dicho ya que odio a mister Whitman?

—Solo un centenar de veces.

Antes de salir afuera, vi la limusina parada ante la puerta de la escuela. Mi corazón se puso a palpitar un poco más rápido. Aún me sentía terriblemente avergonzada cuando pensaba en la noche anterior,

—¡Uau! ¡Menuda carroza! —Gordon dejó escapar un silbido—. Tal vez los rumores que dicen que la hija de Madonna viene a nuestra escuela de incógnita y bajo un nombre falso son ciertos.

—Claro —dijo Leslie parpadeando al sol—. Y por eso vienen a recogerla con una limusina, para que pase de incógnito.

Unos cuantos alumnos contemplaban el coche, boquiabiertos. También Cynthia y su amiga Sarah se habían quedado paradas en las escaleras mirando con los ojos abiertos como platos, si bien sus miradas no apuntaban a la limusina, sino un poco más a la derecha.

—Y yo que creía que la empollona no tenía nada que ver con chicos —comentó Sarah—. Y menos con ejemplares de lujo como este.

—Tal vez sea su primo —repuso Cynthia—. O su hermano.

Mi mano se cerró con fuerza sobre el brazo de Leslie. Gideon en carne y hueso se encontraba en el patio de nuestra escuela, muy relajado, en vaqueros y camiseta, hablando con Charlotte. Leslie enseguida comprendió lo que pasaba.

—Y yo que pensaba que llevaba el pelo largo —dijo en roño de reproche.

—Y lo lleva —repuse yo.

—Medio largo —aclaró Leslie—. Hay una diferencia. Esa medida sí que es genial.

—Es marica, me apuesto cincuenta libras a que es marica —soltó Gordon, y apoyó el brazo en mi hombro para poder ver mejor entre Cynthia y yo.

—¡Oh, Dios mío, la está tocando! —exclamó Cynthia—. ¡Le está cogiendo la mano!

La sonrisa de Charlotte podía verse perfectamente desde donde estábamos. Charlotte no sonreía a menudo (si no se cuenta su forzada sonrisa de Mona Lisa), pero, cuando lo hacía, estaba encantadora, incluso le salía un hoyuelo. Gideon también debía de verlo, y seguro que en ese momento la encontraba cualquier cosa menos vulgar.

—¡Le está acariciando las mejillas!

Oh, Dios mío, ¡Era cierto! La punzada que sentí al verlo era imposible de ignorar.

—¡Y ahora la está besando!

Todos contuvimos la respiración. Realmente parecía que Gideon fuera a besar a Charlotte.

—... en la mejilla —dijo Cynthia aliviada—. Debe de ser su primo. Gwenny. Por favor, dinos que es su primo.

—No —repuse—. No son parientes.

—Y tampoco es marica —señaló Leslie.

—¿Qué te apuestas a que sí? ¿Es que no has visto el anillo que lleva?

Con el rostro radiante, Charlotte dirigió una última mirada a Gideon y se alejó con pasos saltarines. Estaba claro que su mal humor había desaparecido.

Gideon se volvió hacia nosotros, y en ese momento fui muy consciente de la imagen que debíamos de ofrecer: cuatro chicas y Gordon mirando con la boca abierta y riendo entre dientes en la escalera.

«Conozco a muchas chicas corno tú.»

Aquí estaba la confirmación. Fabuloso.

—¡Gwendolyn! —gritó Gideon—. ¡Por fin estás aquí!

Cynthia, Sarah y Gordon contuvieron la respiración al mismo tiempo. Y para ser sinceros, yo también. Solo Leslie mantuvo la calma.

—Espabila. Tu limusina espera —dijo dándome un empujoncito.

Mientras bajaba por la escalera, podía sentir las miradas de los otros en mi espalda. Seguramente, todos tenían la boca bien abierta, o por lo menos Gordon.

—Hey —saludé cuando llegué junto a Gideon.

En ese momento no me salió nada más. A la luz del sol, el verde de sus ojos brillaba más de lo habitual.

—Hey, —Me miró detenidamente—. ¿Has crecido durante la noche?

—No. —Me ajusté la chaqueta sobre el pecho—. El uniforme ha encogido.

Gideon sonrió. Luego miró por encima de mi hombro. —¿Esas de ahí arriba son tus amigas? Creo que una está a punto de desmayarse.

Oh, Dios mío.

—Es Cynthia Dale —dije sin girarme—. Padece de un exceso de estrógenos en sangre. Si te interesa, estaré encantada de presentártela.

La sonrisa de Gideon se acentuó.

—Tal vez me lo plantee más adelante. ¡Ahora vamos! Hoy tenemos mucho que hacer.

Me cogió del brazo (en la escalera resonaron unas risitas) y me llevó hacia la limusina.

—Solo tengo que hacer los deberes. En el año 1956.

—Ha habido un cambio de planes. —Gideon me abrió la puerta del coche. (Chillidos al unísono en la escalera.)—. Iremos a visitar a tu tatarabuela. Ha pedido expresamente verte.

Me puso la mano en la espalda para empujarme dentro, (Nuevos chillidos en la escalera.)

Me dejé caer en el asiento trasero, cuando vi frente a mí una familiar figura rolliza,

—Hola, mister Gcorge.

—Gwendolyn, mi valiente muchacha, ¿qué tal te encuentras hoy?

El rostro de mister George estaba resplandeciente, igual que su calva.

Gideon se sentó a su lado.

—Hummm... bien, gracias.

Me puse colorada solo de imaginarme el penoso papel que hice la noche anterior. Menos mal que Gideon no hizo ningún comentario sarcástico y se comportó como si no hubiera sucedido nada.

—¿Qué pasa con mi tatarabuela? —pregunté rápidamente—. No lo he entendido muy bien.

—Sí, nosotros tampoco hemos acabado de entenderlo —suspiró Gideon.

La limusina se puso en movimiento, y resistí la tentación de mirar a mis amigos por la ventanilla trasera.

—Margret Tilney, nacida Grand, era la abuela de tu abuela Arista y la última viajera del tiempo antes de Lucy y tú. Después de su segundo salto en 1894, los Vigilantes pudieron registrarla sin problemas en el primer cronógrafo, el original. Durante el resto de su vida (murió en 1944), elapsó regularmente con ayuda del cronógrafo, y Los Anales la describen como una persona afable y cooperativa, —Mister George se frotó nerviosamente la calva con la mano—. Durante los bombardeos de Londres en la Segunda Guerra Mundial, un grupo de Vigilantes se retiró al campo con ella y el cronógrafo. Allí murió, a los sesenta y siete años de edad, a consecuencia de una pulmonía.

—Qué... hummm... triste.

La verdad era que no veía para qué podían servirme aquellas informaciones.

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