Rubí (14 page)

Read Rubí Online

Authors: Kerstin Gier

BOOK: Rubí
12.28Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Que me pasará ahora?

—Esperaremos a tu próximo salto en el tiempo.

—¿Y cuándo será?

—Oh, nadie puede decirlo exactamente. Es distinto para cada viajero del tiempo. Se dice que tu antepasada Elaine Burghley, la segunda nacida en el Circulo de los Doce, no salto más de cinco veces en toda su vida. Aunque es cierto que murió a los dieciocho años de fiebre puerperal. El conde, en cambio, en su juventud saltaba cada pocas horas, de dos a siete veces al día. Ya podrás imaginar lo peligrosa que debió de ser su vida hasta que comprendió por fin la utilidad del cronógrafo. —Mister George señaló el oleo que había sobre la chimenea, que representaba a un hombre con una peluca rizada blanca—. Es él, por cierto, el conde de Saint Germain.

—¿Siete veces al día?

Aquello era espantoso. No podría ir a la escuela ni dormir en paz.

—No te preocupes. Cuando quiera que pase, aterrizarás en esta habitación, donde estarás completamente segura. Solo tendrás que esperar a saltar de vuelta sin moverte de donde estás. Y si por casualidad te encuentras a alguien, enséñale este anillo.

Mister George se sacó su anillo de sello del dedo y me lo tendió. Le di la vuelta en la mano y observé el grabado. Era una estrella de doce puntas que llevaba en el centro unas letras afiligranas que se intrincaban las unas con las otras. La inteligente Leslie había acertado de nuevo.

—Mister Whitman, mi profesor de inglés y de historia, tiene uno igual.

—¿Eso es una pregunta?

El fuego de la chimenea que se reflejaba en la calva de mister George daba calidez a la escena.

—No.

No hacía falta que me contestara. Como Leslie ya había intuido, no cabía duda de que mister Whitman también era uno de ellos.

—¿No hay nada más que quieras saber?

—¿Quien es Paul y que paso con Lucy? ¿Y de que robo hablaban? ¿Y que hizo mi madre en aquella época para que todos estén tan enfadados con ella? —solté de corrido.

—Oh... —Mister George se rascó la cabeza ligeramente azorado—. Bien, por desgracia, a estas preguntas de momento no puedo responderte.

—Lo sabía.

—Gwendolyn, cuando realmente seas nuestro número doce, te lo explicaremos todo, hasta el último detalle. Pero de momento tenemos que ser precavidos. De todos modos responderé encantado a otras preguntas.

Callé.

Mister George suspiró.

—Está bien. Paul es el hermano pequeño de Falk de Villiers. Era, antes de Gideon, el último viajero del tiempo en la línea De Villiers, el número nueve en el Circulo de los Doce. Para empezar, tendrás que contentarte con eso. Si tienes otras preguntas mejor comprometidas...

—¿Hay un lavabo aquí?

—Oh, sí, naturalmente. Ahí mismo, al doblar la esquina. Te acompañaré.

—Puedo ir sola.

—Naturalmente —repitió mister George, pero de todos modos me siguió como una sombra hasta la puerta.

Allí estaba plantado, como un soldado de la guardia de palacio, el hombre de antes, el que había hecho un voto de silencio.

—Es la puerta siguiente. —Mister George señaló a la izquierda—. Te esperaré aquí.

En el servicio —una habitación pequeña que olía a desinfectante con un váter y un lavabo— me saqué el móvil del bolsillo. Naturalmente no había cobertura. Lástima, porque me moría de ganas de informar a Leslie de todo. De todas maneras, el reloj funcionaba, y me quedé atónita al ver que solo era mediodía. Tenía la sensación de que ya hacía días que estaba aquí. Y, De hecho, tenía que ir de verdad al lavabo.

Cuando volví a salir, mister George me sonrió con cara de alivio. Por lo visto, tenía miedo de que hubiera desaparecido. En la Sala de Documentos volví a sentarme en el sofá y mister George se sentó en un sillón frente a mí.

—Bien, sigamos con el juego de las preguntas —prosiguió—. Pero esta vez alternaremos una pregunta tú y una pregunta yo.

—Muy bien —dije—. Usted primero.

—¿Tiene sed?

—Si. Un vaso de agua me vendría bien. O un té, si tiene...

De hecho, allí abajo había agua, sumos y vino, además de un hervidor de té. Mister George preparó una tetera de Earl Grey.

—Ahora tú —dijo cuando volvió a sentarse.

—Si la capacidad de viajar en el tiempo está determinada por un gen, ¿cómo es que la fecha de nacimiento desempeña un papel en esto? ¿Cómo es que no le han sacado sangre a Charlotte hace tiempo para buscar el gen? ¿Y cómo es que no la han podido enviar con el cronógrafo a un pasado sin riesgos, antes de que salte por sí sola en el tiempo y pueda ponerse en peligro?

—Bien, para empezar, nosotros creemos que se trata de un gen, pero no lo sabemos a ciencia cierta. Lo único que sabemos con certeza es que hay algo en la sangre que los diferencia de la gente normal, pero aún no hemos descubierto el factor X, a pesar de que hace muchos años que lo investigamos y de que encontrarás entre nosotros a los mejores científicos del mundo. El descubrimiento de este gen o lo que quiera que sea en la sangre haría las cosas mucho más fáciles, créeme. Pero, tal como estamos, dependemos de los cálculos y observaciones realizados por generaciones anteriores.

—Si se hubiera cargado el cronógrafo con la sangre de Charlotte, ¿Qué hubiera pasado?

—En el peor de los casos, lo hubiéramos inutilizado —contestó mister George—. ¡Y por favor, Gwendolyn, estamos hablando de una minúscula gotita de sangre, no rellenar un depósito! Ahora me toca el turno a mí. Si pudieras elegir, ¿a qué época te gustaría más viajar?

Reflexioné.

—No me gustaría ir muy lejos en el pasado. Solo diez años atrás. Entonces podría volver a mi padre y hablar con él.

—Si, es un deseo comprensible —convino mister George con aire apesadumbrado—. Pero no puede ser. Nadie puede viajar dentro de la época en que ha vivido. Como muy pronto, puedes viajar al período anterior a tu nacimiento.

—Oh...

Era un lástima, porque ya me estaba imaginado viajando de nuevo a la época de la escuela primaria, justo al día en que un chico llamado Gregory Forbes me había llamado «rana asquerosa» en el patio y me había dado cuatro patadas seguidas en la espinilla. Hubiera aparecido allí como una
superwoman
, y seguro que Gregory Forbes no hubiera vuelto a pegar nunca más a las niñas.

—Te toca a ti otra vez —dijo mister George.

—Se suponía que yo tenía que trazar un círculo de tiza en el lugar donde Charlotte hubiera desaparecido. ¿Para qué hubiera servido eso?

Mister George sacudió la cabeza.

—Olvídate de esa tontería. Tu tía Glenda insistió en que debíamos hacer vigilar el lugar. Entonces hubiéramos enviado a Gideon con la descripción de la posición al pasado y los Vigilantes hubieran esperado a Charlotte y la hubieran protegido hasta que hubiera vuelto a saltar.

—Sí, pero era imposible saber a qué época saltaría. ¡Los Vigilantes hubieran podido tener que hacer guardia allí las veinticuatro horas del día durante décadas!

—Sí. —Mister George suspiro—. ¡Exacto! Pero ahora me toca a mí. ¿Aún te acuerdas de tu abuelo?

—Claro. Tenía diez años cuando murió. Era muy distinto a lady Arista, divertido y nada severo. Siempre nos explicaba historias de miedo a mi hermano y a mí. ¿Usted lo conocía?

—¡Oh, sí! Era mi mentor y mi mejor amigo.

Mister George miró un rato el fuego con aire pensativo.

—¿Quién era ese chiquillo? —pregunté.

—¿Qué chiquillo?

—El que estaba agarrado a la chaqueta del doctor White.

—¿Cómo dices?

Mister George apartó la mirada del fuego y me miró sorprendido.

¡Por Dios! Tampoco era tan difícil de entender.

—Un chiquillo rubio de unos siete años. Estaba junto al doctor White —pronuncié marcando cada una de las silabas.

—Pero allí no había ningún chiquillo —repuso mister George—. ¿Te estás burlando de mí?

—No —contesté.

De repente comprendí lo que había visto, y me irritó no haberme dado cuenta enseguida.

—¿Un chiquillo rubio, dices? ¿De siete años?

—Olvídelo.

Hice como si de pronto sintiera un gran interés por los libros de la estantería que tenía detrás.

Mister George calló, pero podía sentir su mirada clavada en mi espalda.

—Ahora me vuelve a tocar a mí —dijo finalmente.

—Es un juego tonto. ¿No podríamos jugar al ajedrez?

Sobre la mesa había un juego de ajedrez, pero mister George no se dejó despistar.

—¿A veces ves cosas que las otras personas no ven?

—Los niños no son cosas —repuse—. Pero sí, a veces veo cosas que los otros no ven.

Yo misma no sabía porque le había confiado aquello.

Por alguna razón, mis palabras parecieron alegrar a mister George.

—Sorprendente, realmente sorprendente. ¿Desde cuándo tienes ese don?

—Siempre lo he tenido.

—¡Fascinante! —Mister George miró a su alrededor—. Por favor, dime quien está aquí ahora escuchando a parte de nosotros.

—Estamos solos.

Se me escapo una risita al ver la expresión decepcionada de mister George.

—Oh, y yo que pensaba que este viejo caserón estaba plagado de fantasmas. Especialmente, esta habitación. —Tomó un trago de té de su taza—. ¿Quieres unas galletas rellenas de naranja?

—Sí, gracias.

No sé si fue porque había mencionado las galletas, pero de pronto aquella desagradable sensación en el estómago volvió a aparecer. Contuve la respiración.

Mister George se levantó y empezó a revolver en un anaquel. La sensación de vértigo se hizo más intensa. Mister George se daría un buen susto si se volvía y yo, sencillamente, había desaparecido. Tal vez sería mejor que lo previniera. Podía tener el corazón débil.

—¿Mister George?

—Ahora vuelve a tocarte a ti, Gwendolyn —dijo mientras ordenaba amorosamente las galletas en un plato, como hacía siempre mister Bernhad—. Y creo que conozco la repuesta a tú pregunta.

Me concentré en mis sensaciones. El vértigo parecía haber cedido un poco.

Muy bien. Falsa alarma.

—Suponiendo que viajara a una época en la que este edificio aún no existiera, ¿aterrizaría bajo tierra y me ahogaría?

—¡Oh! Y yo que pensaba que me preguntarías por el niño rubio. En fin. Por lo que sabemos, nadie ha viajado nunca más de quinientos años atrás. Y en el cronógrafo la fecha para el rubí, o sea, para ti, solo puede ajustarse hasta 1560 después de Cristo, Lancelot de Villiers. Es una limitación de la que nos hemos lamentado muchas veces. Uno se pierde tantos años interesantísimos...Ten, coge una. Son mis galletas preferidas.

Alargué la mano, a pesar de que de repente el plato había empezado a difuminarse ante mis ojos y tenía la sensación de que alguien me iba a retirar el sofá bajo el trasero.

8

Aterricé con el trasero sobre una piedra fría con una galleta en la mano. O al menos daba toda la sensación de que era una galleta. A mi alrededor reinaba una oscuridad absoluta, más negra que el carbón. Extrañamente, en lugar de sentirme paralizada por el terror, no sentía ningún miedo. Tal vez fuera por las palabras tranquilizadoras de mister George, o tal vez sencillamente porque para entonces ya me había acostumbrado a los saltos. Me llevé la galleta a la boca (¡realmente deliciosa!), y luego busqué palpando la linterna que llevaba colgada del cuello y me pasé el cordón por encima de la cabeza.

Tardé unos segundos en encontrar el interruptor de la linterna. Luego vi las estanterías de libros reconocí la chimenea (por desgracia, apagada y fría). La pintura que había encima era la misma que había visto antes: el retrato del viajero del tiempo con la peluca rizada blanca, el conde de no sé qué. Solo faltaban un par de sillones y mesitas y, por desgracia, el cómodo sofá donde había estado sentada.

Mister George había dicho que me limitara a esperar hasta que volviera a saltar de vuelta. Y posiblemente lo habría hecho si el sofá aún hubiera estado allí. Pero, pensándolo bien, no hacía ningún daño si echaba una ojeada por la muerta.

Avancé tanteando con cuidado y me encontré con la puerta cerrada. Menos mal que ya no tenía que ir al baño.

A la luz de la linterna revisé la habitación en busca de algún indicio del año en que me encontraba: quizá hubiera un calendario colgado en la pared o colocado sobre el escritorio.

El escritorio estaba lleno de papeles enrollados, libros, cartas abiertas y pequeños cofres. El rayo de luz iluminó un tintero y unas plumas. Cogí una hoja de papel gruesa y áspera, cuya escritura tenía tantas florituras que costaba de descifrar.

Muy honorable señor doctor —leí—: Hoy he recibido su carta, que solo ha tardado nueve semanas en llegar. Uno no puede sino quedarse admirado por esta velocidad cuando piensa en el largo camino que ha recorrido su ameno informe sobre la situación de las colonias.

Sonreí. ¡Nueve semanas para recibir una carta! ¡Y la gente aún se quejaba de la informalidad del servicio de correos inglés! Bien, al parecer me encontraba en una época en que las cartas aún se enviaban con palomas mensajeras, o, mejor aún, con caracoles.

Me senté en la silla del escritorio y leí unas cuantas cartas más, lo cual me pareció una ocupación bastante aburrida. Además, los nombres tampoco me decían nada. A continuación registré los pequeños cofres. El primero que abrí estaba lleno de sellos con motivos artísticamente labrados. Busqué una estrella de doce puntas, pero solo había coronas, letras imbricadas unas con otras y bonitos motivos florales. También velas de cera de todos los colores, incluso de oro y plata.

Other books

A Room on Lorelei Street by Mary E. Pearson
Emily's Dilemma by Gabriella Como
Origin ARS 6 by Scottie Futch
The Christmas Cookie Killer by Livia J. Washburn
Second Chance Pass by Robyn Carr