Incluso los defensores radicales de la emancipación y la igualdad femeninas adoptaron una postura sexista sobre el asunto de la retirada de las mujeres de los frentes. Un ejemplo especialmente significativo lo proporciona el mismo Félix Martí Ibáñez, impulsor de la legalización del aborto en Cataluña en diciembre de 1936.
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En un folleto llamado
Mensaje eugénico a las mujeres
, da otra dimensión a las razones que justificaban la expulsión de las mujeres del combate armado, afirmando que su retirada de los frentes ayudaría a conservar la energía biológica para el esfuerzo bélico al evitar las relaciones sexuales.
Según Martí Ibáñez, la guerra había creado nuevas obligaciones biológicas y sociales para las mujeres. Tenían que exhortar a los hombres a que se dedicaran a la guerra poniendo en movimiento sus energías físicas y espirituales. De este modo, el deber de las mujeres era facilitar “la continencia, la disciplina sexual y la armonía en las relaciones eróticas”
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. La energía biológica no debía malgastarse en las relaciones eróticas, sino concentrarse en el esfuerzo bélico. Había que economizar la energía humana; en consecuencia, había que imponer temporalmente la castidad y la disciplina sexual para encauzar el máximo de potencial al esfuerzo bélico. Martí Ibáñez sostenía que las mujeres debían cumplir con su deber para la causa quedándose en la retaguardia y abandonando su reivindicación de luchar en los frentes. Describía a muchas milicianas como mercenarias del amor promiscuas e incapaces de reforma:
Y ustedes, mercenarias o medias virtudes... que en plena Revolución intentaran convertir la tierra sagrada del frente empapada en sangre proletaria, en lecho de placer ¡Atrás! Si el miliciano las busca, que lo haga en sus horas de licencias y bajo su responsabilidad moral, ayudado por los recursos higiénicos de rigor. Pero no vayan a desviarlo de su ruta y a poner en el acero de sus músculos la blandura de la fatiga erótica... no pueden despedir su antigua vida yendo a sembrar de males venéreos el frente de batalla... La enfermedad venérea debe ser extirpada del frente, y para ello hay que eliminar previamente a las mujeres.
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En todos los sectores políticos se podían detectar presupuestos sexistas cuando analizaban este problema. Las fuentes de información comunistas y militares eran aún más hostiles a las milicianas y las desacreditaban públicamente. Ni siquiera las mujeres intentaban corregir el desequilibrio ni hacer preguntas referentes al acoso sexual masculino en los frentes. Es cierto que muchos testimonios de antiguas milicianas confirman la conducta honorable de sus compañeros y la falta de acoso sexual. Sin embargo, también hay algunos indicios de la tensión que afloraba en las relaciones personales entre hombres y mujeres.
El diario de una miliciana del frente de Mallorca habla de su temor a las proposiciones y al acoso sexual de los soldados y las dificultades en las que se veían envueltas las mujeres que no se sometían a los deseos de los hombres.
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A menudo, las mujeres se veían acosadas por los soldados durante sus contactos esporádicos de visitas a los frentes. Teresa Pàmies describe un incidente de este tipo cuando, siendo una jovencita de diecisiete años con el fervor casi misionero de proporcionar apoyo moral y adoctrinamiento político a los soldados, fue despreciada e insultada porque declinó la invitación de un joven miliciano de reunirse con él detrás de los olivos. La descripción de Pàmies explica la brecha que debió haber existido entre las mujeres politizadas, como ella, y la mayoría de los jóvenes soldados a los que acompañaba. Frente a este muchacha “seria y políticamente responsable” que “deseaba confraternizar con los combatientes de la República” estaba el joven soldado que repetía sin parar: “Sí, sí. Ya, ya. ¿Por qué no nos damos un garbeo tú y yo entre los olivos, chata?”
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. Cuando ella se negó a acceder, él replicó amargamente: “¿Qué sabes tú de lo que necesitan los combatientes? Es lo único que te disculpa: tu ignorancia. Apuesto un jamón serrano que todavía eres virgen, tobillera”
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Sin duda, los episodios de este tipo eran corrientes en aquella época e indican la falta de comprensión mutua y las diferentes expectativas entre los muchachos y las muchachas. La actitud de los hombres hacia las mujeres no había cambiado; a las mujeres seguían considerándolas objetos sexuales. El sincero desconcierto de la joven Pàmies, sumamente politizada pero ingenua, la indujo posteriormente a intentar comprender la amarga reacción del muchacho y a preguntarse si debía haber accedido para “eliminar la dolorosa tristeza de aquellos ojos adolescentes”
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. En un testimonio oral, Antonia García, comunista y activista antifascista, contaba que en la retaguardia era frecuente el acoso sexual y afirmaba que el dicho de que “los hombres son comunistas, socialistas o anarquistas de cintura para arriba” era muy popular entre las mujeres. Según su testimonio, hasta los hombres con conciencia política “no tenían ningún control y todas las mujeres eran iguales para ellos. Igual que para el señorito andaluz o para el capitalismo”.
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Cabe destacar, además, la cuestión crucial de la disciplina militar y la decisión de militarizar la milicia popular. El cambio de política con respecto al ejército jugó un papel decisivo en la justificación de la campaña destinada a excluir a las mujeres de los frentes de combate. La milicia popular había surgido de forma espontánea en respuesta a la agresión militar fascista cuando en los primeros días de la guerra el ejército republicano se había derrumbado. La población civil de trabajadores, intelectuales y campesinos, el “el pueblo en armas” se encargó de luchar contra la rebelión militar fascista. Las milicias populares eran grupos armados que no respondían a la disciplina de un ejército tradicional ni a la jerarquía militar. Estaban organizadas principalmente por los anarquistas, los marxistas disidentes y los sindicatos bajo el mando militar de soldados y oficiales leales a la República. La milicia popular ofrecía un modelo de resistencia armada colectiva y sin jerarquías con tendencia a adoptar la causa revolucionaria. En 1937, la iniciativa de hacer un reglamento para los militares emprendida por los comunistas cuando reprimieron el impulso inicial revolucionario, condujo al renacimiento del modelo militar tradicional de un ejército regular y rigurosamente disciplinado. La derrota anarquista de mayo de 1937 significó la desaparición gradual de la milicia como respuesta popular armada a la guerra antifascista.
Así que, de hecho, las mujeres se encontraron atrapadas en una lucha política de mayor envergadura entre dos modelos de instituciones militares la milicia voluntaria sin jerarquías y las fuerzas armadas regulares sumamente estratificadas. La miliciana no tenía cabida en la estructura disciplinaria del ejército regular y, con la desaparición de la milicia, la opción de las mujeres de participar en la resistencia armada se hizo insostenible.
Parece que las milicianas no tuvieron mucho control sobre los términos en los que se estableció su lucha y fueron incapaces de mantener su credibilidad como heroicas combatientes armadas contra el fascismo. Ni ellas ni las organizaciones femeninas crearon un frente colectivo que cuestionara la definición del papel de las mujeres en el conflicto.
“Madrina de guerra”, voluntarias y actividades no militares
Aunque las organizaciones femeninas rechazaban la política de movilización armada, las mujeres tuvieron un contacto frecuente con los frentes de combate, no sólo como enfermeras sino en actividades de apoyo a los combatientes. Las distintas organizaciones femeninas participaban en las “campañas de invierno” para impulsar la fabricación de ropas para los soldados. Esta iniciativa tuvo mucha importancia a la vista de las dificultades para suministrar ropa de invierno. Los soldados de los frentes recibieron pequeños paquetes de comida, ropa, tabaco, jabón, dentífrico, lápices, papel y otros artículos y se organizaron varias campañas para suministrarles cualquier cosa que necesitaran. La Organización de Mujeres Antifascistas (AMA) publicó una columna en la prensa titulada “Soldado, ¿Qué deseas? ¿Qué necesitas?” con el propósito de averiguar sus necesidades y después se idearon las campañas para satisfacerlas.
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Mujeres Libres formó un grupo dedicado a atender las necesidades de los soldados,
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y todas las organizaciones femeninas mantenían un contacto directo con las líneas del frente mediante visitas y donaciones de ropas, comida, banderas y otros suministros. Reforzar la moral de los soldados constituía un objetivo primordial de las asociaciones femeninas y a menudo se organizaban visitas a los frentes. Estas visitas tenían, cuando menos, una motivación parcialmente política, ya que la AMA tendía a visitar principalmente a los batallones comunistas y socialistas, en tanto que Mujeres Libres visitaba a las tropas anarquistas.
Algunas veces, estas visitas tenían otros objetivos aparte de los políticos de mantener la moral, alimentar el espíritu guerrero de los soldados y tranquilizarles acerca del afán de lucha en la retaguardia,
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pues en ocasiones servían para una propósito más frívolo, como distraer a las con canciones y bailes. Posteriormente, la joven dirigente de las JSU Teresa Pàmies escribió que estas ocasiones proporcionaban una gran diversión y un entretenimiento inocente; sin embarga, esas visitas acarreaban problemas cuando, como describe Pàmies, los soldados suponían erróneamente que tales contactos eran un preludio a las relaciones sexuales.
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La visita de Pepita García al frente de Játiva para ver a sus dos hijos impulsó una campaña de la filial de la AMA de esa localidad para surtir a los heridos con sábanas y ropas.
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Todas las agrupaciones femeninas organizaron visitas a los hospitales de la retaguardia para cuidar a los heridos y ofrecer servicios generales complementarios a los soldados convalecientes. Se montaron talleres para fabricar ropas para los soldados y se hizo una colecta de suministros sanitarios para enviar a los frentes.
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El contacto con los soldados originó una nueva forma de relaciones personales que se hizo muy popular en 1938. Las mujeres se convirtieron en madrinas de guerra y su función era cartearse con los soldados de los frentes.
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Con todo, esta figura de madrina de guerra enlazaba con una visión tradicional de las mujeres, a diferencia de la innovadora de la miliciana, y su utilización presagiaba la permanencia de las actitudes conservadoras hacia las mujeres. Los soldados que querían mantener correspondencia con las madrinas de guerra enviaron miles de cartas; muchas de ellas mostraban que, a pesar del uso de fórmulas de cortesía como “saludos revolucionarios” o “Salud y República”, persistía la tendencia a exhibir una actitud muy tradicional hacia las mujeres. Estas correspondencias se emprendieron a menudo con el objetivo de establecer relaciones afectivas con vistas al matrimonio:
El motivo de dirigirme a ustedes es el siguiente: Hallándome en el campo de operaciones y no teniendo correspondencia ni intimidad alguna, a ustedes nos dirigimos en espera de que dos muchachitas de esa digna agrupación tengan la amabilidad de entablar correspondencia (fines matrimoniales) con nosotros que estamos desesperados de la vida y hemos resuelto casarnos tan pronto se nos presente una ocasión aunque esto lo tomen en broma.
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Por supuesto, no todas las mujeres eran consideradas dignas de ser madrinas de guerra; los soldados pedían que las “mujercitas” fueran las más bonitas y encantadoras.
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Otros hacían una petición más convencional, pidiendo chicas decentes o la posibilidad de mantener discusiones políticas en su correspondencia.
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Desde el punto de vista de muchos soldados, la institución de la madrina de guerra parecía una agencia matrimonial o un servicio de asistencia social con lavado de ropa y servicios domésticos que además les distraía del aburrimiento en los frentes.
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Desde luego, estas expectativas se veían a menudo defraudadas porque las madrinas de guerra se designaban sólo para el intercambio de cartas. Además, debido al gran número de respuestas de los soldados, se temía que en una correspondencia tan masiva pudiera revelar información estratégica. Este temor, junto con las crecientes dificultades que padecía el ejército republicano, impidieron cualquier desarrollo sustancial de la figura de la madrina de guerra que, finalmente, fue descartada por las activistas antifascistas.
Las Milicias Culturales se crearon en diciembre de 1936 a iniciativa de la Federación Española de Trabajadores de la Enseñanza (FETE) para combatir el alto nivel de analfabetismo entre los soldados.
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Esta campaña voluntaria destinada a elevar la conciencia cultural en el frente recibió el respaldo oficial del Ministerio de Instrucción Pública en enero de 1937. La consigna de la FETE, “Fusiles y libros, dos armas para lograr la victoria”, representó durante la Guerra Civil las iniciativas culturales republicanas y de izquierda que exaltaban la cultura como medio de lograr la propia superación y adquirir la conciencia política. En la inauguración de la Biblioteca de la Primera Brigada Mixta en enero de 1937, se alegó que “Nadie mejor que los libros dará a estos hombres esa profunda conciencia para actuar en el nuevo régimen de vida que propugnamos”
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. El vocabulario militar se utilizó para describir la movilización de antiguos actores, poetas y escritores, que se convirtieron en soldados de la cultura.
Las Milicias Culturales proporcionaron escuelas, periódicos, revistas, libros, servicios bibliotecarios, deportes, cine y teatro a los soldados con el fin de ampliar sus horizontes culturales. Al mismo tiempo, tenían el propósito de ofrecerles entretenimiento y evasión de la tensa situación en las trincheras.
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Si bien la mayoría de los voluntarios de la Milicia Cultural eran profesores, intelectuales y escritores que ya servían como soldados, la interacción cultural en los frentes de combate constituía otra salida para las mujeres.