Rhialto el prodigioso (4 page)

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Authors: Jack Vance

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Rhialto el prodigioso
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»Llorio dijo, burlona; "Ildefonse, eres un viejo sátiro repugnante, y veo que me equivoqué en mi evaluación de tu valía. De todos modos, debes servir a nuestra causa con todas tus fuerzas."

»Se retiró majestuosamente hacia los excéntricos ángulos de la perspectiva, y a cada paso parecía empequeñecerse un poco, quizá a causa de la distancia o porque realmente disminuyera de estatura. Caminaba pensativa, de una forma que casi podría calificarse de invitadora. Sucumbí al impulso y fui tras ella…, primero a un paso digno, luego más y más rápido, hasta que terminé galopando sobre inquietas piernas y al fin me dejé caer exhausto al suelo. Llorio se volvió y dijo; "¡Observa cómo la bastedad de tu carácter te ha ocasionado una estúpida indignidad!"

»Hizo aletear su mano para arrojarme un squalm que me golpeó en la frente. "Te autorizo ahora a regresar a tu casa", dijo, y con eso desapareció.

»Desperté en el diván de mi sala de trabajo. Al instante acudí a mi Calanctus y apliqué de forma completa las medidas profilácticas que recomienda.

—¡De lo más sorprendente! —dijo Rhialto—. Me pregunto cómo luchó Calanctus contra ella.

—De mismo modo que debemos hacerlo nosotros, formando una cábala fuerte e incansable.

—Exacto, pero, ¿dónde y cómo? Zanzel ha sido ensqualmado, y seguro que no es el único.

—Saca tu visor remoto; sepamos lo peor. Puede que algunos aún puedan ser salvados.

Rhialto trajo un viejo taburete, encerado tantas veces que casi parecía negro.

—¿A quién quieres ver primero?

—Probemos con el fiel aunque misterioso Gilgad. Es un hombre sensato al que no resulta fácil engañar.

—Puede que nos sintamos decepcionados —dijo Rhialto—. Cuando lo vi por última vez, una serpiente nerviosa hubiera envidiado los diestros movimientos de su lengua. —Tocó una de las indentaciones que adornaban el borde del taburete y entonó un conjuro, que evocó la miniatura de Gilgad en una reconstrucción de su actual entorno.

Gilgad estaba de pie en la cocina de su casa de Thrume, reprendiendo al cocinero. En vez de su habitual traje rojo ciruela, el nuevo Gilgad llevaba unos pantalones amplios de color rosa, atados a la cintura y a los tobillos con coquetas cintas negras. La blusa negra de Gilgad exhibía, preciosamente bordados, una docena de pájaros rojos y verdes. Gilgad usaba también un nuevo y elaborado peinado, con abundantes rizos sobre cada oreja, un par de pinzas para el pelo de rubíes para mantenerlos en su lugar, y una preciosa pluma blanca rematándolo todo.

—Gilgad ha sido rápido en aceptar los dictados de la alta moda —dijo Rhialto a Ildefonse.

Ildefonse alzó la mano.

—¡Escucha!

Desde la imagen les llegó la aguda voz de Gilgad, ahora elevada en tonos furiosos; porquería y suciedad por todas partes; puede que eso sirviera durante mi anterior condición semihumana, pero ahora muchas cosas se han visto alteradas y veo el mundo, incluida esta sórdida cocina, bajo una nueva luz.

¡En consecuencia, exijo plena escrupulosidad! Todos los rincones y superficies deben ser rascados a fondo; ¡tiene que prevalecer una limpieza perfecta! Mi metamorfosis parecerá peculiar a algunos de vosotros, y supongo que haréis vuestros pequeños chistes. ¡Pero tengo buenos oídos y también algunos chistes propios! ¿Necesito mencionar a Kuniy, que ahora salta de un lado para otro haciendo su trabajo sobre pequeñas patitas blandas, arrastrando tras él una cola de ratón y chillando a la sola vista de un gato?

Rhialto tocó otra indentación para eliminar la imagen de Gilgad.

—Es triste. Gilgad siempre fue un tanto dandy y, si recuerdas, su temperamento era a veces variable, incluso pendenciero. Está visto que la ensqualmación no ennoblece precisamente a sus víctimas. Oh, bueno, así son las cosas. ¿Quién ahora?

—Investiguemos a Eshmiel, cuya lealtad seguro que sigue siendo inquebrantable.

Rhialto tocó una indentación, y sobre el taburete apareció Eshmiel, en el vestidor de su casa en Sil Soum. El aspecto de Eshmiel había sido siempre notable por su claro y absoluto contraste, con el lado derecho de su cuerpo blanco y el izquierdo negro; sus ropas habían seguido un esquema similar, aunque su corte era a menudo extravagante e incluso frívolo
[2]
.

Con la ensqualmación, Eshmiel no había prescindido de su gusto hacia el contraste, pero ahora parecía estar vacilando entre temas como el azul y el púrpura, el amarillo y el naranja, el rosa y el ámbar: ésos eran los colores que adornaban los maniquíes alineados por toda la habitación. Mientras Rhialto e Ildefonse observaban, Eshmiel caminó de un lado para otro, inspeccionando primero uno, luego otro, sin encontrar al parecer nada adecuado a sus necesidades, lo cual le ocasionaba una clara irritación.

Ildefonse suspiró con fuerza.

—Evidentemente no podemos contar tampoco con Eshmiel. Chirriemos los dientes e investiguemos los casos primero de Hurtiancz y luego de Dulce-Lolo.

Mago tras mago aparecieron sobre el taburete, y al final no quedó ninguna duda respecto a que la ensqualmación los había infectado a todos.

—¡Ninguno del grupo parecía sentirse afligido por ello! —exclamó lúgubremente Rhialto—. ¡Todos han engullido el squalm como si fuera un caramelo! ¿Podemos llegar a actuar alguna vez del mismo modo?

Ildefonse retrocedió unos pasos y tironeó de su rubia barba.

—Eso hace que se me hiele la sangre.

—Así pues, estamos solos —dijo Rhialto—. Somos nosotros quienes debemos tomar las decisiones.

—La cosa no es tan sencilla como eso —murmuró Ildefonse tras profunda reflexión—. Hemos sido atacados: ¿debemos responder? Y si es así: ¿cómo? O incluso: ¿por qué? El mundo se está muriendo.

—¡Pero yo todavía no! ¡Soy Rhialto, y ese trato me ofende!

Ildefonse asintió, pensativo.

—Ese es un punto importante. ¡Yo, con la misma vehemencia, soy Ildefonse!

—¡Más aún: tú eres Ildefonse el Preceptor! Y ahora debes utilizar tus legítimos poderes.

Ildefonse inspeccionó a Rhialto con unos ojos azules blandamente entrecerrados.

—¡De acuerdo! ¡Te nombro para lleves a la práctica mis edictos!

Rhialto ignoró la ironía.

—Estoy pensando en las piedras IOUN.

Ildefonse se envaró en su silla.

—¿Qué quieres decir exactamente?

—Debes decretar la confiscación de todas las piedras IOUN de las brujas ensqualmadas, por razones de seguridad. Luego elaboraremos una estasis temporal y enviaremos sandestins a recoger las piedras.

—Todo eso está muy bien, pero nuestros camaradas ocultan a menudo sus tesoros con ingenioso cuidado.

—Debo confesarte una de mis pequeñas inclinaciones…, una especie de juego intelectual, me atrevería a decir. A lo largo de los años, he ido estableciendo los lugares donde están ocultas todas las piedras IOUN de la asociación. Tú, por ejemplo, tienes las tuyas en el depósito de agua de los lavabos situados en la parte de atrás de tu sala de trabajo.

—Eso, Rhialto, es un cuerpo de conocimiento completamente innoble. De todos modos, en las actuales circunstancias, no podemos andarnos con fruslerías. En consecuencia, confisco todas las piedras IOUN que puedan tener en custodia nuestros embrujados antiguos camaradas. Ahora, si quieres impactar el continuum con un conjuro, yo llamaré a mis sandestins Osherí, Ssisk y Walfing.

—Mis criaturas Topo y Bellume se hallan también disponibles.

La confiscación se llevó a cabo con una facilidad casi excesiva. Ildefonse declaró:

—Hemos administrado un golpe importante. Nuestra posición es ahora clara: ¡nuestro desafío es osado y directo!

Rhialto estudió las piedras con el ceño fruncido.

—Hemos dado un golpe, sí; hemos lanzado un desafío: ¿y ahora qué?

Ildefonse hinchó los carrillos.

—La actuación más prudente es ocultarse hasta que la Murthe se haya ido.

Rhialto lanzó un decepcionado gruñido.

—No tardaría en encontrarnos y hacernos salir chillando de nuestros agujeros, perdida toda nuestra dignidad. Estoy seguro de que ésta no es la forma de Calanctus.

—Entonces descubramos cuál es la forma de Calanctus —dijo Ildefonse—. Trae el Absolutos de Poggiore; dedica todo un capítulo a la Murthe. Coge también Las Decretales de Calanctus y, si lo tienes, el Calanctus: Sus medios y modos.

4

Aún no había amanecido. El cielo sobre el mar de Wilda tenía una tonalidad aciruelada, aguamarina y rosa oscuro. Rhialto cerró de un golpe las tapas de hierro de Las Decretales.

—No he hallado nada que pueda ayudarnos. Calanctus describe el persistente genio femenino, pero no explica sus remedios.

Ildefonse, que examinaba Las doctrinas de Calanctus, dijo:

—Aquí he encontrado un pasaje interesante. Calanctus relaciona a la mujer con el océano Ciaéico, que absorbe toda la fuerza de la corriente Antipodal cuando bordea el cabo Spang, pero sólo cuando hace buen tiempo. Si sopla aunque sólo sea una pizca de viento, este océano aparentemente plácido lanza un brusco oleaje de tres o incluso cuatro metros de altura sobre el cabo, anegando todo lo que halla por delante. Cuando se restablece la estasis y la presión resulta aliviada, el Ciaéico vuelve a ser como antes, aceptando plácidamente la corriente. ¿No estás de acuerdo con esta interpretación del espíritu femenino?

—No del todo —dijo Rhialto—. A veces Calanctus se apoya demasiado en la hipérbole. Esto puede ser considerado como un caso típico, especialmente teniendo en cuenta que no contempla ningún programa para frenar o siquiera desviar el violento fluir del Ciaéico.

—Parece sugerir que no hay que luchar para controlar esa erupción, sino más bien cabalgar en la cresta de sus olas con un bote estanco.

Rhialto se encogió de hombros.

—Quizá sí. Como siempre, los oscuros simbolismos me alteran. La analogía no nos ayuda en nada.

Ildefonse meditó.

—Sugiere que, en vez de enfrentarnos con la Murthe poder a poder, nos deslicemos a través y más allá del flujo de su energía hasta el lugar donde ésta termine agotándose y allí, como una firme embarcación, flotemos seguros y secos.

—De nuevo una imagen hermosa pero limitada. La Murthe despliega una energía proteica.

Ildefonse se tironeó la barba y miró pensativo al espacio.

—De hecho, uno empieza a preguntarse inevitablemente si este fervor, astucia y durabilidad la gobiernan también a ella, o, por decirlo así, no tienden a influenciar su conducta en, digamos, el reino de…

—Entiendo el trasfondo de tu especulación —dijo Rhialto—. Más bien es nuncupatorio.

Ildefonse agitó pensativo la cabeza.

—A veces los pensamientos de uno van por donde ellos quieren.

Un insecto dorado atravesó las sombras, empezó a trazar círculos en torno a la luz y volvió a sumergirse en la oscuridad. Rhialto se puso instantáneamente alerta.

—Alguien ha entrado en Falu, y aguarda ahora en el salón. —Se dirigió a la puerta y llamó secamente—: ¿Quién hay ahí? Habla, o baila la tarantela sobre pies de fuego.

—¡Contén tu conjuro! —exclamó una voz—. ¡Soy yo, Lehuster!

—En ese caso, avanza hasta aquí.

Lehuster entró en la sala de trabajo, sucio y cojeante, con las plumas. de sus hombros revueltas y en un estado de evidente fatiga. Cargaba con un saco, que dejó caer agradecido sobre el sillón de bandas de cuero entrelazadas al lado de la ventana.

Ildefonse lo observó con el ceño desfavorablemente fruncido.

—Bien, Lehuster, por fin estás aquí. Hubiéramos podido utilizar tu consejo al menos una docena de veces durante la noche, pero no se te podía hallar por ninguna parte. ¿Qué tienes que informar?

Rhialto tendió a Lehuster una copa de aquavit.

—Esto aliviará tu fatiga; bebe, y luego habla libremente.

Lehuster tragó el líquido de un sorbo.

—¡Ajá! ¡Un licor de rara calidad!… Bien, tengo poco que contaros, aunque he pasado una de las noches más ajetreadas de mi vida, realizando una serie de tareas necesarias. Todos están ensqualmados, excepto vosotros. La Murthe, sin embargo, cree controlar a toda la asociación.

—¿Qué? —exclamó Rhialto—. ¿Tan a la ligera nos toma?

—Eso no importa. —Lehuster tendió la copa vacía—. ¡Por favor! Un ave siempre vuela errática con una sola ala… Además, la Murthe se ha apropiado de todas las piedras IOUN para su uso personal…

—¡Oh, no es así! —dijo Ildefonse con una risita—. Nosotros fuimos más astutos y las tomamos primero.

—No habéis tomado más que un montón de pedazos de cristal. La Murthe tomó las auténticas piedras, incluidas las que teníais tú y Rhialto, y dejó imitaciones sin valor en su lugar.

Rhialto corrió hacia la cesta donde descansaban las presuntas piedras IOUN. Lanzó un gruñido.

—¡Esa maldita bruja nos ha robado a sangre fría!

Lehuster hizo un gesto hacia el saco que había dejado sobre el sillón.

—Pero en esta ocasión nosotros la hemos ganado. ¡Aquí están las piedras! Me apoderé de ellas mientras la Murthe se bañaba. Sugiero que enviéis a un sandestin para que las reemplace por las piedras falsas. Si os apresuráis, aún hay tiempo; en estos momentos todavía está en su toilette. Mientras tanto, ocultad las auténticas piedras en algún hueco extradimensional para que no puedan quitároslas de nuevo.

Rhialto llamó a su sandestin Bellume y le dio las instrucciones necesarias.

Ildefonse se volvió a Lehuster.

—¿Por qué medios se enfrentó Calanctus a esta terrible y nefasta mujer?

—El misterio rodea aún las circunstancias —dijo Lehuster—. Al parecer, Calanctus utilizó una fuerza personal intensa, y así mantuvo a raya a Llorio.

—Hummm. Tenemos que saber algo más sobre Calanctus. Las crónicas no mencionan nada de su muerte; ¡es posible que aún exista, quizás en la región de Cutz!

—Esa cuestión también preocupa a la Murthe —dijo Lehuster—. Puede que con ella consigamos confundirla e inducir a que se retire.

—¿Cómo?

—No hay tiempo que perder. Tú y Rhialto debéis crear una forma ideal con las características de Calanctus, y aquí al menos puedo seros de alguna ayuda. La creación no necesita ser permanente, pero tiene que ser lo suficientemente vital como para que Llorio se persuada de que se enfrenta de nuevo a Calanctus.

Ildefonse tironeó pensativo de su barba.

—Esa es una tarea importante.

—¡Con escaso tiempo para su ejecución! Recordad: ¡consiguiendo las piedras IOUN, os habéis enfrentado a la Murthe con un desafío que ella no puede ignorar!

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