—Todavía no —dijo Werner—. Mira, a pesar de sus esfuer zos, y a diferencia de su colega Müller-Voigt, Hauser en realidad era una noticia vieja.
Fabel suspiró.
—Ya no…
Había una desordenada exuberancia en el Schanzenviertel. Era una parte de Hamburgo que, como tantas otras en esa ciudad, estaba experimentando muchísimos cambios. Se encontraba justo al norte de Sankt Pauli y no siempre había gozado de la más saludable de las reputaciones; todavía había problemas en el barrio, pero poco tiempo atrás se había convertido en un lugar codiciado para nuevos vecinos adinerados.
Y, por supuesto, era el barrio ideal para vivir si uno era un ecologista de izquierdas. El Schanzenviertel tenía todas las características de un barrio
cool
con la combinación justa: era uno de los distritos más multiculturales de Hamburgo y su amplia gama de restaurantes de moda representaba a la mayor parte de las cocinas del mundo. Sus salas de cine independiente, el teatro al aire libre en el parque Sternschanzen y el número requerido de cafés con terraza lo convertían en un lugar muy a la moda y cada vez más próspero, aunque también tenía bastantes problemas sociales, en su mayoría relacionados con las drogas, que evitaban que se lo considerara un barrio demasiado
yuppie
o pijo. Era esa clase de lugares en los uno anda en bicicleta y recicla la basura, en los que hay que vestirse con ropa
chic
de segunda mano y también en los que uno se sienta a beber café de comercio justo en una mesa en la acera mientras teclea en un ordenador portátil de titanio ultra guay, ultra delgado y ultra caro.
La residencia de Hans-Joachim Hauser se encontraba en la planta baja de un sólido edificio de apartamentos construido en la década de 1920, justo en el corazón del barrio, cerca de la intersección entre la Stresemanstrasse y la Schanzenstrasse. Había un racimo de vehículos policiales, con los nuevos colores plata y azul de la Polizei de Hamburgo, aparcados en el exterior y la acera delante de la entrada del edificio estaba acordonada con la cinta roja y blanca de las escenas de crímenes. Fabel aparcó su BMW de manera descuidada detrás de uno de los coches patrulla y un agente uniformado avanzó resueltamente desde el perímetro formado por la cinta para interceptarlo. Fabel salió del coche y exhibió su placa ovalada de la Kriminalpolizei mientras avanzaba hacia el edificio, lo que hizo retroceder al uniformado.
Werner Meyer estaba esperándolo en el umbral del apartamento de Hauser.
—Todavía no podemos entrar, Jan —dijo, señalando con un gesto el vestíbulo donde Mafia estaba hablando con un joven ¿e aspecto infantil ataviado con un mono blanco para tareas forenses. La mascarilla forense pendía floja de su cuello y se había quitado la capucha, dejando al descubierto una espesa mata de pelo negro sobre un rostro pálido con un par de gafas. Fabel lo reconoció; era el asistente de Holger Brauner, Frank Grueber, de cuyo pasado arqueológico le habían hablado Brauner y Serverts. Estaba claro que Grueber y Maria hablaban de la escena del crimen, pero había una relajada informalidad en la postura de Grueber. Fabel notó que Maria, en cambio, se apoyaba contra la pared con los brazos cruzados.
—Harry Potter y la doncella de hielo… —dijo Werner con ironía—. ¿Es cierto que aquellos dos están liados?
—Ni idea —mintió Fabel.
Maria mantenía casi toda su vida personal bajo cuatro llaves, junto con sus emociones, cada vez que se encontraba en el trabajo. Pero Fabel había estado allí —la única persona presente— mientras ella yacía cerca de la muerte después de haber sido apuñalada por uno de los asesinos más peligrosos que el equipo había perseguido en toda su existencia. Fabel había compartido el terror de Maria en aquellos tensos e interminables minutos hasta que había llegado el helicóptero de auxilio médico. Aquel temor compartido, aquella obligada intimidad, había creado un lazo tácito entre ellos y, en los dos años transcurridos desde entonces, Maria le había impartido a su jefe pequeñas confidencias sobre su vida personal, pero sólo relacionadas con aquellas cosas que podían tener algún impacto en su trabajo. Una de esas confidencias había sido su relación con Frank Grueber.
En el vestíbulo, Grueber terminó de pasarle su informe a Maria. Le tocó el codo en un gesto de despedida y avanzó por el pasillo del apartamento. Hubo algo en ese gesto que molestó a Fabel. No su informalidad, sino más bien la reacción de María, una tensión casi imperceptible en su postura. Como si la hubiera atravesado una corriente eléctrica muy débil.
Maria se acercó al umbral de la puerta desde el pasillo.
—Aún no podemos entrar —explicó—. Este va a ser un trabajo muy difícil para Grueber. A la mujer, la asesina, la interrumpieron cuando estaba limpiando la escena. Al parecer hizo un muy buen trabajo y a los del departamento forense les está costando mucho encontrar algo que valga la pena. —Se encogió de hombros—. Pero supongo que es una cuestión académica. Si atrapas al asesino en la escena del crimen no hay mejor rastro forense que ése.
Fabel se volvió hacia Maria.
—A la sospechosa la interrumpieron cuando estaba limpiando la escena… ¿Quién?
—Un amigo de Hauser… —dijo Maria—. Un amigo muy joven y muy guapo de Hauser que se llama Sebastian Lang. Encontró la puerta sin cerrar… aunque, al parecer, él ya tenía su propia llave.
Fabel asintió. Hans-Joachim Hauser nunca había mantenido en secreto su homosexualidad.
—Lang había vuelto al apartamento a recoger algo antes de ir a almorzar al centro —continuó Maria—. Oyó ruidos en el baño y, suponiendo que se trataba de Hauser, entró e interrumpió a la asesina cuando estaba limpiando la escena.
—¿Dónde está la sospechosa? —preguntó Fabel.
—Los uniformados la han llevado al Polizeiprásidium —res pondió Werner—. Parece una persona muy perturbada… nadie pudo sonsacarle algo que tuviera algún sentido, excepto que ella aún no había terminado de limpiar.
—De acuerdo. Si no podemos entrar en la escena del crimen, entonces deberíamos regresar a la Mordkommission y entrevistar a la sospechosa. Pero me gustaría que antes Frau Doktor Eckhardt le hiciera una evaluación psicológica. —Fabel abrió su teléfono móvil y presionó un botón en el que tenía un número grabado.
—Institut für Rechtsmedizin… Habla la doctora Eckhardt… —La voz que respondió era profunda y cálida y estaba teñida con un suave acento bávaro.
—Hola, Susanne… soy yo. ¿Cómo va todo?
Ella suspiró.
—Ojalá nos hubiéramos quedado en Sylt… ¿Qué ocurre?
Fabel le explicó la detención de la mujer en el Schanzenviertel y le dijo que quería que ella la evaluara antes del interrogatorio.
—Estoy ocupada hasta la tarde. ¿A las cuatro te parece bien?
Fabel miró su reloj. Eran la una y media. Si esperaban la evaluación, no podrían entrevistar a la sospechosa hasta el anochecer.
—De acuerdo. Pero creo que le haremos una entrevista preliminar antes.
—Bien. Nos vemos a las cuatro en el Polizeiprásidium —di jo Susanne—. ¿Cómo se llama la sospechosa?
—Un segundo… —Fabel se giró hacia Maria—. ¿Cuál es el nombre de la mujer bajo custodia?
Maria abrió su cuaderno y miró sus notas durante un momento.
—Dreyer… —dijo por fin.
—¿Kristina Dreyer?
Maria miró a Fabel, sorprendida.
—Sí. ¿La conoces?
Fabel no respondió a Maria sino que volvió a hablarle a Susanne.
—Luego te llamo —dijo, y cerró el teléfono para desconectarlo. Entonces se volvió hacia Maria—. Trae a Grueber. Dile que no me importa en qué estado está el análisis forense… Quiero ver la escena del homicidio y a la víctima. Ahora.
14.10 H, SCHANZENVIERTEL, HAMBURGO
Estaba claro que Grueber se daba perfecta cuenta de lo inútil que sería tratar de impedir que la brigada de Homicidios egresara a la escena del crimen. Pero con una decidida autoridad que no concordaba con su aspecto juvenil, había insistido en que, en lugar del habitual requisito de fundas forenses azules para los zapatos y guantes de látex, todos los miembros de; la división se pusieran el traje forense completo y mascarillas faciales.
—Ella no nos ha dejado casi nada —explicó Grueber—. Es el caso de limpieza de una escena de crimen más completo que he visto jamás. Ha pasado un limpiador o una solución blanqueadora en casi todas las superficies, y ha destruido prácticamente todos los rastros forenses y degradado cualquier ADN que hubiera podido sobrevivir.
Después de ponerse los trajes, Grueber hizo pasar a Fabel, Werner y Maria por el pasillo. Fabel miró cada una de las habitaciones. Había al menos un técnico forense en cada una. Notó lo ordenado y limpio que estaba el apartamento. Era grande y espacioso, pero había una sensación de encierro producida por el hecho de que prácticamente cada metro cuadrado libre de pared estaba lleno de estanterías. Había revistas meticulosamente apiladas en una de ellas y era evidente que los anaqueles del pasillo se habían utilizado para contener los libros, los discos de vinilo y los discos compactos que no habían entrado en la sala. Fabel hizo una pausa y examinó la música. Había va rios álbumes de Reinhard Mey, pero en su mayoría eran discos antiguos que habían sido reeditados en CD. Al parecer Hauser había sentido la necesidad de escuchar las canciones protesta de una generación en la tecnología de la siguiente. Fabel lanzó una risita de reconocimiento cuando encontró el CD
Ewigkeit
de Cornelius Tamm, un cantante que había pretendido ser el Bob Dylan alemán y que había tenido bastante éxito en los años sesenta, antes de zambullirse espectacularmente en la oscuridad. Fabel extrajo un libro grande, con una portada brillante, de uno de los anaqueles: era una recopilación de las fotografías de Vietnam de Don McCullin; a su lado había una guía de viajes en inglés y varios manuales de ecología. Todo era bastante previsible. En el punto en que los anaqueles se interrumpían, todos los espacios libres de la pared estaban ocupados con pósteres enmarcados. Fabel se detuvo delante de uno de ellos: era una fotografía enmarcada en blanco y negro de un joven de bigote y pelo ondulado que le llegaba a los hombros. Estaba desnudo de cintura para arriba y sentado en un banco rústico con una manzana en la mano.
—¿Quién es el hippie? —Werner se había acercado a Fabel.
—Echa un vistazo a la fecha de la fotografía: 1899. Este tipo era hippie setenta años antes de que alguien inventara el concepto. Éste… —Fabel golpeó el vidrio con un dedo cubierto de látex— es Gustav Nagel, santo patrono de todos los ecoguerreros alemanes. Un siglo atrás intentó que Alemania rechazara la industrialización y el militarismo, que abrazara el pacifismo, se volviera un país vegetariano y regresara a la naturaleza. Te advierto que también quería que dejáramos de poner mayúsculas en los sustantivos. No sé qué relación tiene eso con una ideología ecologista. Tal vez para gastar menos tinta.
Fabel le devolvió a Nagel su mirada desafiante y de ojos claros y luego siguió a Grueber y a los otros por el pasillo. El foco principal de la atención del equipo forense se encontraba en el otro extremo, dentro del baño mismo.
—Encontramos aquí un par de bolsas de plástico para residuos —explicó Grueber mientras se acercaban a la puerta del cuarto de baño—. Hemos extraído un par de artículos de ellas pero las bolsas en sí ya están en Butenfeld —dijo, usando la forma abreviada para referirse al departamento forense del Instituto de Medicina Legal, la misma institución en la que Susanne trabajaba como psicóloga criminal. El Instituto era parte de la Clínica Universitaria de Butenfeld, al norte de la ciudad—. Uno de nuestros hallazgos es esto…
Grueber le hizo un gesto a uno de los técnicos, quien le entregó una bolsa de plástico para pruebas forenses grande, cuadrada y transparente. El plástico era grueso y semirrígido; en su interior, aplanado, había un disco de gruesa piel y pelo. Un cuero cabelludo humano. Se habían formado unos viscosos charcos de sangre en algunos sectores entre las paredes de la bolsa y en las esquinas.
Fabel examinó el contenido sin quitarle la bolsa a Grueber. Hizo a un lado la náusea que empezó a crecer en su estómago Y el murmullo de asco de Werner a sus espaldas. El pelo era rojo. Demasiado rojo. Gruebel le leyó la mente.
—El pelo está teñido. Y hay evidencias de tintura fresca en el cuero cabelludo y en las áreas contiguas de la piel. Aún no puedo decirle si el asesino usó tinte capilar o alguna otra clase de pigmento. Fuera lo que fuese, creo que lo aplicó inmediatamente después de arrancar el cuero cabelludo del cuerpo.
—Hablando de eso… ¿dónde está? —Fabel apartó la atención del magnético horror del cuero cabelludo. Después de todos aquellos años en la brigada de Homicidios, después de tantos casos, todavía había ocasiones en las que quedaba asombrado y desconcertado por la crueldad que los seres humanos son capaces de infligirse entre sí.
Grueber asintió.
—Por aquí… Como podrá imaginar, no es una escena muy agradable…
Fabel se dio cuenta apenas pusieron pie en el cuarto de baño de que Grueber no había exagerado las dificultades a las que debían enfrentarse para obtener pruebas forenses. No había absolutamente nada, más allá del paquete con forma de cuerpo que estaba junto a la bañera, que podría haber dado algún indicio de que ésa era la escena de un crimen. Hasta el aire olía a blanqueador, con un ligero aroma alimonado. Todas las superficies estaban relucientes.
—Tal vez Kristina Dreyer sea la sospechosa de este homicidio —dijo Werner en tono grave—, pero creo que voy a averiguar cuánto cobra por hora… me vendría bien que trabajara en mi casa.
—Qué curioso que hayas dicho eso… —respondió Maria, sin la menor insinuación de haber captado la ironía de Werner—. En realidad es limpiadora profesional. Trabaja de manera independiente y había un vehículo fuera que le pertenece lleno de elementos de limpieza… De ahí la eficiencia con que ha ordenado todo esto.
—Bien —dijo Fabel—. Veamos qué tenemos.
Era como si los especialistas forenses hubieran añadido otra capa de vendajes a una momia. La asesina había envuelto el cuerpo con la cortina de la ducha y lo había sellado con cinta de embalar. Los técnicos forenses habían añadido individualmente tiras numeradas de cinta Taser en cada centímetro cuadrado del exterior de la cortina y la cinta de embalar. Habían fotografiado el cuerpo desde todos los ángulos y estaban por trasladarlo al laboratorio forense en Butenfeld. Una vez allí, quitarían la cinta Taser tirita por tirita, y las transferirían a láminas Perspex donde cualquier rastro forense quedaría asegurado para su análisis. Si se descubría que el cuerpo oculto bajo la cortina de ducha estaba vestido, se repetiría el proceso para reunir cualquier fibra u otros restos de la ropa.