Relatos de Faerûn (34 page)

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Authors: Varios autores

BOOK: Relatos de Faerûn
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El lich se cruzó de brazos y siguió contemplando la lucha sin molestarse en responder.

Con expresión de desespero, Frodyne alzó las manos, unió los pulgares y abrió las palmas hacia el guardián. A continuación murmuró unas palabras que Szass Tam reconoció como uno de los primeros conjuros que le había enseñado, y unas astillas salieron disparadas de sus dedos y se clavaron en el pecho del ser monstruoso. Sin embargo, el guardián no pareció verse afectado y levantó la mano para descargar un golpe terrible sobre su rival. Frodyne saltó a un lado, de modo que el terrible manotazo del guardián fue a estrellarse contra su compañero, cuyo pecho atravesó con las afiladas uñas metálicas. El hechicero murió antes incluso de tocar el suelo.

—Por favor, maestro —suplicó Frodyne—. Ayúdame... Haré cuanto pidas.

—Has destruido mi ejército —espetó Szass Tam—. Así que ahora púdrete.

Frodyne de nuevo levantó las manos y musitó unas palabras. Un globo azul reluciente apareció ante ella. La joven sopló, y el globo se vio proyectado hacia su colosal oponente, sobre cuya cintura se estrelló, haciéndose añicos y empapando de ácido el negro metal. En la cámara se oyeron unos chisporroteos, y el guardián se agachó a mirar su estómago, que estaba fundiéndose.

—Te defiendes bien con la magia —observó el lich con tono gélido.

—¡Pero necesito tu ayuda para derrotar a ese monstruo! —exclamó ella, mientras rebuscaba entre los pliegues de su túnica, de donde sacó un puñado de polvo verdoso.

Szass Tam negó con la cabeza.

—Si te las arreglaste sólita para aniquilar a mis esqueletos y poner fin a mi proyecto de dominar Thay a medias contigo, sin duda sabrás arreglártelas para vencer a ese gigantón.

Su voz ronca no mostraba la menor huella de emoción.

Frodyne empezó a trazar un símbolo en el polvo que sostenía en la palma de la mano. El lich desvió la mirada hacia el monstruo, que, de un modo u otro, se las estaba ingeniando para soldar su estómago maltrecho. Ante la mirada de Szass Tam, el metal fluía como agua y empezaba a cubrir las secciones horadadas. Al cabo de un instante nada permitía decir que el estómago del monstruo hubiera sufrido daño alguno. Aquel ser de pesadilla dio un paso hacia Frodyne; al hacerlo, la caverna entera se estremeció, de modo que el polvo acumulado en la palma de su mano cayó al suelo.

—Está a punto de matarla —comentó el espectro situado junto al lich. Su rostro ahora era el de un hombre joven—. Y salta a la vista que ella no va a poder con él. Nadie puede con él. Es el guardián de Leira, que tiene la capacidad de regenerarse constantemente, hasta el fin de los tiempos. El guardián ha escudriñado en su corazón y ha descubierto que ella no adora a la diosa negra, y ahora no puede descansar hasta que la haya matado.

—¿Te parece que ese guardián puede leer en mi propio corazón? —preguntó el lich—. Yo diría que ni puede verme, pues el arrugado órgano de mi pecho ni siquiera late.

El grito de Frodyne cortó en seco la respuesta del espíritu. Como si fuera un insecto, el guardián acababa de hacerla salir volando de un bofetón. Frodyne cayó de espaldas unos metros más allá; su roja túnica estaba hecha jirones, mientras que la sangre manaba en abundancia de sus heridas. Aunque su rostro estaba contraído por el terror, seguía sin rendirse. El lich la había educado bien.

Frodyne sacó un poco de brea de uno de los bolsillos de sus ropas destrozadas y la puso en la ensangrentada palma de su mano, que levantó hasta situarla a la altura de los cuatro ojos del guardián. Un negro relámpago salió disparado de sus dedos e impactó en el puente de la nariz del monstruo. El guardián retrocedió unos pasos, aturdido por el impacto, pero no herido de consideración.

—Mi querida discípula, piensa en un encantamiento que le impida acercarse a ti. Tienes que ganar tiempo —dijo Szass Tam.

Frodyne se arrancó lo que quedaba de sus ropas y se levantó. Musitando unas palabras con celeridad, apuntó con el índice al suelo de la caverna. La piedra que había bajo las pezuñas del guardián se estremeció por un segundo y se convirtió en fango. Con todo, el monstruo no se hundió en el lodo, sino que de pronto se elevó un palmo y quedó en suspensión sobre el cieno. Bajo sus pezuñas, el barro se endureció y cuarteó como el lecho de un río seco.

—¡No puede ser! —gritó Frodyne.

Su mirada buscó al lich.

Szass Tam señaló con sus largos dedos al guardián y dirigió un rayo azulado contra él. Una sonrisa malévola se pintó en su rostro ante la expresión asombrada de Frodyne. El lich hizo girar su muñeca, y el guardián de pronto salió flotando hacia adelante y fue a aterrizar sobre una gran roca cercana a Frodyne.

—¡Tú! ¡Tú fuiste quien liberó al monstruo! —gritó ella, haciéndose a un lado para eludir un nuevo golpe.

El lich asintió con la cabeza y abrió la mano en el aire mientras convocaba mentalmente un viejo pergamino que había en su torreón. Sus dedos se cerraron sobre el documento antiquísimo en el instante en que el guardián se abalanzaba hacia Frodyne. Sin dejar de mirar a su aterrada discípula, Szass Tam desenrolló el pergamino con cuidado.

—Te prometí la inmortalidad, querida, como recompensa por tu lealtad. Y ahora mismo te la voy a conceder.

El lich empezó a leer en voz alta las mágicas fórmulas en el momento preciso en que el monstruo agarraba a la joven por la cintura. Szass Tam siguió leyendo con mayor rapidez, mientras el guardián la alzaba en vilo hasta situarla a la altura de sus ojos. El lich acabó de leer justo cuando el guardián terminó de dejarla sin aire y lanzó su cuerpo muerto al suelo del mismo modo que una niña tiraría una muñeca vieja.

El pergamino se arrugó por sí solo en la mano de Szass Tam; el cadáver de su discípula resplandeció con un aura blanquecina. Al cabo de un momento, el pecho de Frodyne se hinchó levemente. La muchacha respiró con fuerza y se levantó con dificultad. Su mirada fue del lich al monstruo, que de nuevo se abalanzaba sobre ella. Cuando los dedos del guardián volvieron a cerrarse sobre su cuerpo, Frodyne comprendió qué había hecho Szass Tam: aportarle la vida eterna, una vida eterna de carácter peculiar.

—¡No! —gritó, mientras sus costillas quebraban, un segundo antes de caer muerta por segunda vez.

El guardián dio un paso atrás y espero. De nuevo, la Maga Rojo resurgió de entre los muertos y se levantó otra vez.

—Que te aproveche la inmortalidad, Frodyne —musitó el lich, mientras contemplaba cómo el guardián asestaba a la joven un nuevo golpe fatal, y cómo ésta de nuevo volvía a resurgir.

Al lich le parecía de perlas que el guardián de Leira estuviera tan ocupado con Frodyne que no tuviera ojos para él.

—La reliquia —dijo Szass Tam al fantasma—. Muéstrame dónde está la corona.

El espíritu señaló un rincón de la caverna. Szass Tam se dirigió allí y se encontró ante un montón de gemas y monedas. Esmeraldas perfectamente talladas, zafiros y diamantes que brillaban cegadores. El tesoro estaba coronado por una corona ornada con rubíes. El lich al momento se hizo con ella y sintió la energía palpitante en la corona.

—La ofrenda de Leira —declaró el fantasma—. La joya más preciada de nuestro templo.

Szass Tam dio un paso atrás y se colocó la corona en la cabeza. Al instante, su cuerpo se dobló presa de un dolor lacerante. Pillado de sorpresa por aquella sensación entre helada y ardiente, el lich se desplomó y se agitó de dolor en el suelo, hasta que la corona se le cayó de la cabeza por obra de aquellos movimientos frenéticos.

—¿Qué poder es el que me ha atacado, sacerdotes? —preguntó entre jadeos,

—El poder de la vida eterna. El corazón de aquel que se cubra con la corona latirá para siempre —respondió el espíritu, que ahora mostraba el rostro de la anciana.

—Mi corazón no late en absoluto —replicó él.

—Por eso has sentido dolor —indicó la anciana—. La Señora de la Niebla te supera en astucia. Leira fue quien te trajo a este lugar. El sacerdote que tentó a tu discípula preferida no era más que un peón de la diosa.

El lich pateó la corona y clavó una mirada furibunda en el fantasma.

—La Patrona de los Mentirosos y los Embaucadores asimismo hizo que tu discípula te traicionara con intención de quedarse la corona para sí. La diosa volvió a triunfar cuando te deshiciste de una aliada tan formidable, una hermosa hechicera que hubiera seguido a tu lado durante la eternidad entera. —La imagen fantasmal señaló a Frodyne, que de nuevo seguía debatiéndose en las garras del monstruo—. Te has quedado sin ejército, sin compañera, sin capacidad para confiar en alguien. Y todo para conseguir algo que al final no puedes quedarte. ¿Quién de los dos es más astuto, Szass Tam?

El lich echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada ronca y estruendosa que resonó en las paredes de la caverna. Sin dejar de reír a carcajadas, Szass Tam se dio media vuelta y empezó a subir por la escalera.

El conjuro común

Kate Novak-Grubb

Kace Novak lleva veinte años casada con Jeff Grubb, es licenciada en química, una entusiasta jugadora de rol y trabaja a tiempo parcial como asesora fiscal, lo que le permite analizar y aprovechar las reglas del juego de la agencia tributaria estadounidense.

Publicado por primera vez en

Realms of Magic.

Editado por Brian M. Thomsen y J. Robert King, diciembre de 1995.

En una novela de Charles Dickens hay una escena en la que un golfillo vaga por las calles de Londres fascinado por los rótulos de las tiendas. El chaval sabe que hay personas capaces de descifrar tan mágicos signos y entender su significado. He pensando muchas veces en la confusión de ese muchacho desde mi adolescencia. Jeff y yo una vez trabajamos con un editor que siempre se estaba quejando de que los personajes que salían en los Reinos sabían leer y escribir, circunstancia que encontraba poco ajustada a la verosimilitud histórica. Que yo sepa, los magos, los dragones y las mujeres vestidas con cotas de malla tampoco se ajustan demasiado a lo que sabemos del mundo medieval. La capacidad de leer y escribir constituye un don mágico que ningún héroe está en disposición de rechazar, una magia que me alegra dominar y cuyo dominio por parte de los lectores me hace feliz.

K
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N
OVAK-
G
RUBB

Abril de 2003

E
sto es perder el tiempo. Yo no necesito aprender todo esto —insistía Mari, el hijo del tonelero. Kith-Lias lanzó una mirada furibunda al muchacho, pero se las arregló para contenerse. Mari no era ni mucho menos el primero en denigrar lo que estaba tratando de enseñarle. Y tampoco sería el último. Mari era un chico muy crecido para sus años, la clase de chico a quienes los compañeros seguían. Aunque ninguno dijo nada, varios de los alumnos miraron a Mari con admiración por haber tenido el valor de decir lo que muchos de ellos estaban pensando. El resto de los alumnos observaba a Kith con curiosidad, a la espera de ver cómo respondía la maestra ante ese desafío a su autoridad.

—Hay veces en las que un tonelero también tiene que saber leer y escribir, Mari —sentenció Kith, apartándose un mechón de cabello del rostro—. Es muy posible que algún día tengas que anotar los pedidos a los proveedores y los encargos de los clientes para no olvidarlos.

Varios alumnos asintieron en conformidad con la explicación de Kith, pero Mari soltó un bufido desdeñoso.

—Yo no pienso trabajar de tonelero. Tan pronto como tenga dinero para comprarme una espada, me enrolaré como escolta de una caravana. Yo quiero vivir una vida de aventuras.

—Un pinchaúvas que nunca conocerá el conjuro común —murmuró Kith con tristeza.

—¿Qué es un pinchaúvas? —preguntó Lisaka, la hija del tabernero.

—¿Qué es eso del conjuro común? —preguntó Mari.

—«Pinchaúvas» es una palabra que utilizan los aventureros para referirse a un espadachín novato —explicó Kith—. El conjuro común es... bien, en realidad es una historia que escuché de labios de Alias la Vendespada.

Todos los niños pusieron la máxima atención. Como todos los estudiantes de los Reinos sabían, a la maestra siempre se la podía distraer de la lección del día si se la animaba a hablar de otras cosas. A la vez, querían oír más de Alias la Vendespada. Alias era una aventurera muy famosa que antaño rescatara al bardo halfling Olive Ruskettle del dragón Mistinarperadnacles y acabara con el dios loco Moander (en dos ocasiones). A todo esto, el año anterior había expulsado de Puerta Oeste a una importante banda de ladrones. Sería fantástico oír una historia sobre Alias.

—Cuéntanos, por favor —pidió Lisaka.

—Sí, cuéntanos —secundó Mari.

Kith se encogió de hombros.

—Esta historia se la escuché a Alias en el pueblo de Vado de la Serpiente, en el valle de la Pluma. Las gentes del lugar sospechaban de todas las mujeres desconocidas que pasaban por la aldea. Y es que la aldea vivía sometida a una penanggalan.

—¿Y eso qué es? —preguntó Jewel Weaver, la alumna más joven de la clase.

—Un vampiro femenino —terció Mari con aire de superioridad.

—No exactamente —corrigió Kith—. Una penanggalan es un ser espectral que bebe la sangre de los vivos, pero ahí se acaba el parecido. La penanggalan se aparece como una mujer común y corriente a la luz del día, sin que los rayos del sol la afecten en absoluto. Sin embargo, por la noche, su cabeza se separa del cuerpo arrastrando una especie de cola formada por los restos de su estómago e intestinos. Mientras el cuerpo permanece inmóvil, la cabeza sale volando en busca de víctimas. Tiene preferencia por la sangre de las mujeres y las niñas.

Jewel soltó un grito; varios de los demás alumnos se estremecieron de miedo. Incluso el mismo Mari palideció un poco.

—Las gentes de Vado de la Serpiente sabían que lo mejor era quemar a las víctimas de la penanggalan, para que no se convirtieran en seres espectrales —indicó Kith—. Con todo, los aldeanos empezaban a desesperar de que algún día pudieran dar con el monstruo, e incluso con alguna de sus guaridas secretas, pues era muy astuto. Por eso Alias les contó este relato, para darles ánimos.

—¿Y cuál es el relato? —intervino Mari con impaciencia.

Divertida por el inusual interés del muchacho, Kith sonrió ligeramente y se sentó en la silla, donde cruzó las manos sobre el regazo. Mari estaba impaciente.

Kith empezó a contar la historia.

—Los protagonistas de este relato son unas aventureras conocidas como las Swanmays. Este grupo de aventureras errantes incluía a dos espadachines, Belinda y Myrtie; un par de picaras, Niom y Sombra; una sacerdotisa, Pasil; y una aprendiza de maga, Kasilith. En el Año del Gusano, las Swanmays pasaron el invierno en la ciudad de Puerta Oeste. La patrona de su casa era una tejedora que tenía una aprendiza, una huérfana de trece años llamada Stelly. Stelly y Kasilith, la maga en ciernes, se hicieron muy amigas, de forma que Stelly decidió dejar a la tejedora y marcharse con las Swanmays.

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