Regreso al Norte (48 page)

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Authors: Jan Guillou

BOOK: Regreso al Norte
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—¿Y dentro de diez años? —preguntó Birger Brosa.

—Dentro de diez años los masacramos en el campo de batalla después de haberlos hostigado durante un mes con nuestra caballería ligera —respondió Arn—, Pero para que todo esto sea posible, vos también deberéis esforzaros y costear una buena parte de la empresa, que producirá grandes vacíos en vuestros cofres de plata.

—¿Por qué yo, por qué no el rey Knut? —inquirió Birger Brosa, claramente sorprendido por primera vez a lo largo de esta intensa conversación.

—Porque vos sois un Folkung —repuso Arn—, El poder que he empezado a construir no es el poder del reino, sino el de los Folkung. Es cierto que le he jurado al rey Knut mi fidelidad y me mantengo fiel a ese juramento. Tal vez le haga algún día ese mismo juramento al príncipe Erik, pero sobre eso no sabemos nada. Hoy estamos aliados con los Erik. ¿Pero y mañana? Tampoco conocemos nada acerca de eso. Lo único seguro es que nosotros, los Folkung, nos mantenemos unidos y que somos el único poder que puede mantener el reino unido.

—Sobre esto tienes más razón de la que me parece que eres consciente —dijo Birger Brosa—, Pronto te explicaré algo que sólo pueden escuchar tus oídos. Pero dime primero qué es lo que opinas que debo hacer, ya sea como canciller o como Folkung.

—Deberías construir una fortaleza en la orilla occidental del Vättern, tal vez en Lena, donde ya posees una gran finca. Los daneses entrarían en Götaland Occidental desde Escania. A partir de Skara podrían proseguir por el camino hacia Arnäs en dirección noroeste o por el camino desatendido pasando por Skövde y subir por el Vättern hacia el peñón del rey. Allí, en Lena, debería haber una cerradura y espero que tú te ocupes de eso. También hay que reforzar Axevalla en Skara. Tendremos a nuestros guerreros en tres castillos. Nuestros jinetes podrían desplazarse entre ellos sin que el enemigo nos alcance ni sepa desde dónde vendrá el próximo ataque. Con tres castillos fuertes, uno de los cuales inexpugnable, estaremos seguros.

—Pero Axevalla es un castillo real —intervino Birger Brosa, pensativo.

—Mejor para tus gastos —dijo Arn sonriendo—. Si yo construyo Arnäs y tú construyes un castillo en Lena, no creo que tú, canciller del reino, tengas demasiados problemas en convencer al rey Knut de que el rey también debería aportar su granito de arena y reforzar su propia Axevalla. Lo haría tanto por su propio bien como por el nuestro.

—Noto que has empezado a hablarme de tú como si fuésemos iguales —dijo Birger Brosa, sonriendo por primera vez con aquella amplia sonrisa que había sido su característica desde la juventud.

—Entonces me toca a mí disculparme, tío mío, lo he hecho de forma inconsciente —respondió Arn, agachando brevemente la cabeza.

—Yo tampoco era consciente de ello, pues al principio no me he dado cuenta —respondió Birger Brosa, todavía sonriente—. Pero quiero que a partir de ahora nos hablemos de ese modo tú y yo, tal vez a excepción del consejo del rey. Ahora quería hablarte sobre un asunto importante y complicado. Tal vez desee que Sverker Karlsson sea nuestro próximo rey.

Birger Brosa se calló de inmediato tras haber pronunciado esas desagradables palabras de traición. Tal vez se esperaba que Arn se levantase preso de la ira, que derramase su cerveza y lo atacase con palabras poco respetuosas o al menos se quedase boquiabierto como un pez ante la sorpresa. Pero entre la decepción y la sorpresa halló que Arn ni siquiera se inmutó, simplemente esperó la continuación.

—¿Querrás oír cómo he razonado hasta alcanzar esta conclusión? —preguntó Birger Brosa, casi molesto y con la sonrisa debilitada.

—Sí—dijo Arn, inexpresivo—. Lo que dices puede ser o bien traición o bien algo muy sabio, y me gustaría saber qué es.

—El rey está enfermo —explicó Birger Brosa con un suspiro—, A veces caga sangre y todo el mundo sabe que eso no es buena señal. Tal vez no viva ni siquiera los cinco años que necesitamos para defendernos mínimamente.

—Tengo conmigo hombres sabios en medicina que de todos modos tienen poca cosa que hacer, se los enviaré a Knut en cuanto pase la Navidad —dijo Arn.

—¿Sabios de la medicina has dicho? —se interrumpió Birger Brosa en pleno argumento—. Creía que sólo las mujeres se dedicaban a esas cosas. De cualquier manera, la mierda ensangrentada es una mala señal y la vida de Knut está en manos de Dios. Si muere demasiado pronto, se nos complican las cosas, ¿no es así?

—Sí. Hablemos pues de lo peor que nos podemos imaginar. Knut muere dentro de tres años. ¿Qué hacemos entonces? ¿Es ahí donde entra Sverker Karlsson en tus planes?

—Sí, ahí aparece con sus hombres daneses —afirmó Birger Brosa con resignación—. Lleva ya con su esposa danesa, creo que se llama Benedikta Ebbesdotter, seis o siete años. En seguida nació una hija, pero luego nada más, y lo más importante, ningún hijo.

—Entonces creo que comprendo —dijo Arn—, Entregamos la corona a Sverker sin que haya guerra. Pero no damos un bien tan grande sin recibir nada a cambio. Tiene que jurar que el príncipe Erik será rey después de él.

—Más o menos es así —afirmó Birger Brosa.

—Muchas cosas pueden salir mal en tal maniobra —reflexionó Arn—, Aunque Sverker Karlsson no tenga un hijo, siempre puede aparecer algún pariente nuevo de Dinamarca que reclame nuestra corona y volveríamos a estar en las mismas.

—Pero entonces habríamos ganado en tiempo muchos años, muchos años sin guerra.

—Sí, sin duda eso nos conviene a los Folkung —admitió Arn—, Nosotros ganamos todo ese tiempo que necesitamos para asegurarnos un poder irresistible. Pero seguramente los Erik de Näs no se alegrarían tanto si les explicas lo que acabas de decirme a mí.

—No, yo tampoco lo creo —dijo Birger Brosa—. Pero ahora los Erik se encuentran en una situación difícil. Cuando el príncipe Erik acabe de gritar y de llamarnos cosas de las que se arrepentirá, se dará cuenta de que sin los Folkung no se librará una guerra por la corona del reino. Sin nosotros no hay poder. Creo que su padre Knut tendrá menos dificultades en comprenderlo. Naturalmente, en gran parte depende todo de la salud de Knut durante los próximos años, pero si empeora ya encontraré el momento apropiado para exponer cómo vamos a salvar la paz y, con ello, tanto la cabeza del príncipe Erik como su corona. Knut se mostrará de acuerdo si la enfermedad lo ha desgastado lo suficiente y si elijo bien el momento para mantener esta conversación.

—¿Y después del príncipe Erik? —preguntó Arn con una sonrisa socarrona—, ¿Adonde habías pensado llevar después la corona?

—Yo ya no estaré en este mundo —dijo Birger Brosa, riendo, alzó su jarra de cerveza y la apuró—, Pero si mi puesto de guardia en el cielo es más o menos bueno, y con tantas plegarias por mi alma como he comprado con tres monasterios, lo menos que debería lograr es un asiento desde donde pueda ver bien, sería para mí un gran placer ver la coronación del primer Folkung.

—Entonces propongo que empieces ya a casar a tus parientes con los de Svealand en lugar de con nuevos Sverker —repuso Arn con rostro inexpresivo.

—¡Eso es justo lo que pensaba hacer! —exclamó Birger Brosa—, ¡Y he pensado que tu hermano Eskil, que desde luego es un buen partido, pronto va a necesitar una nueva esposa!

Arn suspiró, sonrió y con aparente resignación alzó su jarra de cerveza hacia el canciller. Sentía una gran admiración ante la capacidad que tenía su tío para dirigir la lucha por el poder. Incluso en Tierra Santa habrían sido insólitos los hombres como él.

Pero también le preocupaba el hecho de que todas las plegarias compradas con los tres monasterios no serían suficientes para ese sitio preferente en la otra vida que Birger Brosa parecía dar por sentado. Pero sobre esto último no dijo ni una palabra.

Aquel año, las primeras nieves llegaron pronto y en grandes cantidades. La nieve y el frío cada vez más intenso tuvieron un curioso efecto sobre los forasteros de Forsvik: algunos mostraron mayor empeño en el trabajo, mientras que otros preferían quedarse dentro, junto al fuego de la casa principal sin dar golpe. No era muy difícil explicar esta diferencia, pues los más aplicados eran los que iban a las forjas y al taller de cristal, donde el calor solía ser tal que todos trabajaban en camisón fino y zuecos altos con las espinillas cubiertas de cuero grueso, sin importar el frío que hiciese fuera.

De los demás trabajos de invierno, como cargar madera nueva en trineo y mantener el patio despejado, o limpiar los pasillos de nieve que unían las casas, se encargaban los siervos de Forsvik. Para esos trabajos iban mejor calzados.

Jacob Wachtian sorprendió a Arn cuando a la segunda semana de nevadas le pidió que cubrieran con nieve una parte del conducto de agua que iba por la superficie hasta la casa de los huéspedes forasteros. Arn le advirtió un poco indulgente que eso no sería demasiado inteligente, pues tendrían problemas si se helaba el agua. Pero Jacob Wachtian insistió en que precisamente era eso lo que quería evitar y sostenía que la nieve era más cálida que el aire, que se lo había oído decir a unos parientes que vivían en lo más alto de las montañas de Armenia. Como Jacob Wachtian no se rendía, aunque seguía insistiendo de forma muy respetuosa, Arn decidió que probarían lo que proponía en uno de los conductos y que Jacob debería elegir en cuál hacerlo. Con mucha parafernalia y cortesía innecesarias, el hermano cristiano explicó que, puesto que eran tantos hombres viviendo en la casa principal, y dado que la mayoría de ellos ni siquiera habían visto nieve antes, sería grave si el agua se helaba y los obligaba a todos a salir en plena noche invernal para hacer sus necesidades, del mismo modo que por las mañanas y por las noches les sería muy difícil lavarse.

Arn cumplió entonces su deseo, aunque dudaba de que este experimento terminase bien. La parte del conducto de agua de la casa principal que transcurría por la superficie fue enterrada bajo grandes montones de nieve.

Al poco tiempo se atascó la corriente que llevaba agua a su casa, y cuando fue a la casa principal de los sarracenos descubrió que allí el agua fluía con la misma frescura que en verano.

Gruñendo y refunfuñando tuvo que coger a Gure para que lo ayudara a perforar su propio conducto con palancas y picos y echar agua hirviendo en varios puntos. Al final lograron desatascar el bloque de hielo, que atravesó la casa traqueteando, y pronto fluyó el agua de nuevo. Arn hizo entonces que enterraran su propio conducto de la misma manera que el conducto de los forasteros y a partir de entonces todo funcionó como era debido, incluso en lo más duro del invierno.

El invierno era una buena temporada, pues no había tanto trabajo que hacer y se podía dedicar más tiempo a la reflexión.

Por eso Arn introdujo el
majlis
todos los jueves después de la oración del atardecer en la casa de los sarracenos, adonde también hacía acudir a los extranjeros cristianos. En el primer encuentro se disculpó, pues esta buena costumbre de reunión y conversación debería haberse iniciado mucho antes. Pero como seguramente comprendía todo el mundo, había habido motivos para apresurarse con todo el trabajo que los protegería del frío invierno. Al fin estaban allí sentados, en el frío, y lo que no habían logrado hacer hasta el momento, no podrían hacerlo hasta la primavera. Así pues, ¿de qué deseaban hablar?

Al principio nadie dijo nada. Era como si, por mucho que la idea del
majlis
fuese algo corriente del día a día, estos sarracenos hubiesen olvidado gran parte de lo que solía ser obvio en la vida, pues aquí en el Norte para ellos todo era desconocido. Y en el peor de los casos, pensó Arn, porque se veían a sí mismos como esclavos abandonados a la merced y la desgracia del señor extranjero.

Arn tradujo lo que había dicho al franco al darse cuenta de que los dos ingleses no entendían ni palabra de árabe, aunque su franco tampoco fuese demasiado comprensible.

—Salario —dijo, sin embargo, Athelsten Crossbow, que fue el primero en pronunciarse—. Nosotros trabajar un año, ¿dónde salario? —dijo explicándose.

Arn tradujo de inmediato la pregunta al árabe y vio cómo a más de uno se le encendió una mirada de interés.

Las ropas de trabajo también podían ser algo de que hablar, indicó uno de los picapedreros. El viejo Ibrahim, que era el más respetado por los fieles y el único a quien le estaba permitido hablar por todos ellos, añadió que deberían resolver la cuestión del día de descanso elegido por Dios, pues había habido bastante desorden en ese asunto.

Al poco rato era como si la timidez del auditorio se la hubiese llevado el viento y pronto eran demasiados hablando a la vez, de modo que Ibrahim y Arn tuvieron que recurrir a palabras severas para recuperar el orden.

La primera decisión se refería al salario. La opinión del auditorio era que lo mejor sería recibir el salario tras cada año de servicio en lugar de recibir el salario de cinco años cuando se dispusieran a regresar a casa. No faltó el desacuerdo, algunos opinaban que era difícil guardar la plata y el oro, que de cualquier modo de nada les servía en Forsvik, o como opinó alguno más zalamero, nunca habría motivo para dudar de la palabra de Al Ghouti y seguramente el oro estaría más protegido en el castillo de Al Ghouti en an-Nes.

Sin embargo, Arn decidió que después de su próxima visita a Arnäs, que tendría lugar pronto, en la mayor festividad de los cristianos, regresaría con el salario de cada uno en monedas de oro.

La cuestión de la ropa de trabajo era de más fácil solución. La mayoría de los presentes en la sala sabían bastante bien lo que se necesitaba en los trabajos con piedra o en las forjas y los talleres de cristal y Arn les aseguró que éste sería el encargo más importante para los talabarteros aquel invierno, en especial porque los picapedreros necesitaban ropas reforzadas con cuero.

Más complicado fue lo del día de descanso, si debía ser el viernes o el domingo. Apagar las forjas y los talleres de cristal dos veces a la semana era algo impensable. En cuanto a las forjas, el problema era de fácil solución, pues había muchos cristianos, en especial si contaban con los siervos de Forsvik como cristianos, que al igual que los fieles podían trabajar los domingos. Sin embargo, no era igual de fácil en los talleres de cristal, donde todos los artesanos excepto los hermanos Wachtian eran fieles.

Arn preguntó al hermano Guilbert cómo lo habían hecho en la obra de Arnäs y éste reconoció, incómodo y en susurros más bien poco claros, que había contado los domingos como si fueran viernes sin que nadie discutiera el asunto. Sus palabras produjeron un murmullo de descontento y unas cuantas miradas enojadas entre los que trabajaron en la construcción del castillo. Aparentemente no habían tenido demasiado claro cuándo era viernes y cuándo era domingo.

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