Regreso al Norte (47 page)

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Authors: Jan Guillou

BOOK: Regreso al Norte
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Ingrid Ylva había recibido la finca Ulvåsa como regalo matutino de parte de los Folkung, y después de los tres días de fiesta en Linköping, el canciller Birger Brosa cabalgó a la cabeza del séquito nupcial hasta Ulvåsa, que estaba situada en un cabo a orillas del lago Boren.

Dado que el Boren estaba unido al Vättern, Arn y Cecilia vivían ahora casi en vecindad con Magnus e Ingrid Ylva. En verano había sólo un día de viaje entre ellos en barco, y todavía menos en trineo durante el invierno. Cecilia e Ingrid Ylva, que ya se entendían con facilidad, pues Ingrid Ylva había pasado muchos años en el convento de Vreta, acordaron rápidamente todo lo referente a las visitas y las grandes festividades sin que ninguno de los hombres tuviese tiempo de entrometerse demasiado.

La estancia en Ulvåsa sería breve para que los jóvenes pudieran librarse de la carga de los mayores en cuanto el decoro lo hiciese posible. Luego la intención era que Arn y Cecilia viajasen juntos con Eskil en uno de sus barcos, primero a Forsvik, y luego Eskil seguiría hasta Arnäs.

Pero cuando al segundo día de estancia se dispusieron a partir, se acercó Birger Brosa resoplando y refunfuñando y le dijo a Arn que desearía que regresara con él a Bjälbo para que pudieran conversar los dos un poco.

Lo que solicitaba el canciller debía serle concedido. Arn no sabía el motivo de que Birger Brosa le ordenara aquello, pero no tuvo ninguna dificultad en explicarle a Cecilia y a Eskil que se veía obligado a viajar en otra dirección. Ambos asintieron sin hacer preguntas. Eskil prometió caballerosamente proteger con su vida a esta señora de Folkung y conducirla a lugar seguro. Arn respondió riendo que eso era más fácil de decir ahora que la paz había sido sellada.

Cuando Birger Brosa y su séquito se disponían a partir hacia Bjälbo, Arn se disculpó diciendo que los seguiría un poco más tarde, pues quería aprovechar la ocasión para hablar en privado con su hijo Magnus.

Birger Brosa no pudo oponerse pero frunció el ceño y gruñó que el viaje hasta Bjälbo era corto y que no tenía intención de quedarse sentado esperando a que apareciese su pariente, pues su tiempo era valioso. Arn prometió que no haría esperar a su tío en Bjälbo, que seguramente llegarían al mismo tiempo.

—¡Pues más te vale tener un buen caballo! —resopló Birger Brosa, animando a su caballo a un pesado galope mientras sus escoltas lo seguían sorprendidos quedándose un poco rezagados.

—Me las apaño bien con mi caballo, querido tío —susurró Arn hacia el canciller fugitivo.

Posiblemente, tanto Ingrid Ylva como Magnus pensaban que ya habían tenido suficiente compañía por parte de los parientes, pues ya se trataban con gran cariño el uno al otro, pero no obstante Magnus no podía rechazar el deseo de su propio padre de dar un corto paseo a caballo y mantener una conversación de hombre a hombre.

Ulvåsa yacía hermosa en su península rodeada por agua cristalina y campos fecundos de los que se encargaban tanto la servidumbre de la finca como la gente del pueblo vecino de Hamra, que ahora era también propiedad de Ingrid Ylva. Los cobertizos del patio eran de la clase antigua y no serían agradables al llegar el invierno. Arn no dijo nada sobre eso, aunque para la primavera siguiente había pensado enviarles constructores desde Forsvik para mejorar las casas, tanto de los señores como de los siervos; cada cosa a su tiempo, ahora había cosas más importantes de las que hablar.

Sin rodeos sobre bodas ni juegos de mozos en Bjälbo sobre los que Magnus parecía muy interesado en presumir, Arn empezó a describir qué llegaría a ser Arnäs. Todo Folkung sería capaz de refugiarse allí en el plazo de tres días en caso de avecinarse un peligro; allí estarían fuera del alcance de cualquier enemigo.

Magnus objetó irritado que en tal caso se dejaría la propia hacienda a disposición de los incendios y el pillaje y Arn asintió, sombrío, que así era. Pero si el enemigo era fuerte, tendría más importancia salvar el pellejo que no unas casas de madera que se podrían reconstruir fácilmente.

No parecía que Magnus comprendiese ni le interesase especialmente lo que su padre quería explicarle. No había enemigo alguno a la vista.

Además, ahora la paz entre los Sverker y los Folkung había sido sellada con mayor fuerza, ¿no era precisamente por eso que cabalgaban aquí en Ulvåsa e Ingrid Ylva los esperaba en la casa principal? ¿No era ésa la idea de esa boda, el asegurar la paz, y no se había conformado él mismo sin rechistar lo más mínimo con la exigencia del linaje, aunque había sido una exigencia barata la de contraer cama de matrimonio con una mujer morena y hermosa como Ingrid Ylva?

Arn comprendió demasiado tarde que había sido raramente torpe al elegir la ocasión para intentar hacer comprender a su hijo el peligro que acechaba al reino y de qué manera se defenderían de él. Respondió esquivo que era cierto que ningún peligro existiría en los próximos años y que ese matrimonio era un sólido acuerdo de paz. Por su parte había intentado mirar más lejos en el futuro. Al oír esto, Magnus se encogió de hombros y entonces Arn preguntó cómo le había ido en los juegos de solteros en Bjälbo.

Magnus Månesköld se lanzó con mayor alegría a hablar de este asunto y describió con exactitud todo lo que había sucedido en cada uno de los siete juegos, en los que al final él resultó triunfador y el príncipe Erik volvió a ser derrotado.

Se extendieron sobre el particular durante más de una hora y Arn empezó a tener graves dificultades para ocultar su impaciencia, a pesar de que había sido con cierta soberbia que había prometido a Birger Brosa que alcanzarían Bjälbo al mismo tiempo. Al final logró escabullirse con dificultad de la propuesta de Magnus de tomar una jarra de cerveza antes de su partida. Se despidieron fuera, en el patio, y Arn se apresuró a alcanzar la máxima velocidad en dirección a Bjälbo. Magnus miró pensativo la marcha de su padre, razonando que nadie podía cabalgar tan lejos a tal velocidad, que su padre sólo quería demostrar toda esa fuerza mientras siguiese a la vista, pero que aminoraría en cuanto desapareciese tras esa arboleda de robles que había al sur de Ulvåsa.

Birger Brosa y su séquito estaban a menos de un descanso de camino de Bjälbo y podían ver ya la torre de la iglesia cuando Arn los alcanzó sobre uno de sus caballos extranjeros llegando a toda velocidad. Cuando Birger Brosa recibió la noticia de que se aproximaba un jinete y se giró en la silla y vio el manto de los Folkung, pensó primero que probablemente Arn se les había acercado a hurtadillas por la espalda para luego cabalgar el último tramo de esa forma tan descabellada. Pero cambió de opinión al ver que el alazán de Arn estaba empapado en espumoso sudor.

Arn se sentía aliviado al ver que el joven semental que había elegido para la boda era lo bastante bueno, aunque en comparación con
Abu Anaza
era lento. Pero
Abu Anaza
era negro y no había podido llevarlo a la boda, pues según Cecilia un caballo así era apropiado para los funerales pero en cambio se decía que traía mala suerte en las bodas.

Birger Brosa empezó a dar órdenes en cuanto entraron tras los muros de madera de Bjälbo. Primero debía vestirse con algo más sencillo, luego ir a su cámara de escritura, donde lo esperaban gentes con todo tipo de asuntos, y sería después cuando podría encontrarse con Arn, y eso sucedería arriba, en la cámara de la torre de la iglesia, donde antiguamente se celebraban los concilios del linaje. Ordenó que subieran de inmediato braseros y cerveza, mantas y pellejos de oveja, y que al cabo de una hora no hubiese nadie más allá arriba a excepción de Arn. Tras emitir estas abruptas órdenes, Birger Brosa bajó con pesadez de su caballo, lo dejó al cuidado de un mozo de cuadra sin tan siquiera echar un vistazo a su alrededor, y con pasos vigorosos se dirigió hacia la casa principal.

Bastante ofendido, Arn se encargó él mismo de su caballo, que exigía cuidados especiales tras una cabalgata tan dura. No le preocupó demasiado la confusión y el estupor que provocó en el establo, donde los señores casi nunca solían poner los pies; en esos momentos era más importante la salud del caballo. Después de secarlo y de limpiarle los cascos ordenó que le diesen unas mantas con las que cubrió al animal para que el enfriamiento no fuese demasiado brusco. Se quedó un rato junto al caballo susurrándole en un idioma extraño mientras lo acariciaba casi a modo de consuelo. Los mozos de cuadra sacudían la cabeza, intercambiaban algunas miradas significativas a espaldas de Arn y se apartaban, incómodos.

Cuando Arn dejó el caballo fue primero a lavarse y a la hora prevista estaba allí sentado en la vieja cámara de la torre, esperando. Olía a rancio por la humedad y la argamasa. Birger Brosa llegaba tarde, aunque no demasiado.

—Me causas más problemas que ningún otro pariente, Arn Magnusson, ¡y no hay manera de que te entienda! —le dijo Birger Brosa en voz alta a modo de saludo al subir por la escalera y sentarse sin más en el asiento más grande, justo donde Arn había pensado que lo haría.

—Entonces debéis preguntarme y con la ayuda de Dios procuraré hacer que me entendáis, querido tío —respondió Arn con humildad. No le apetecía en absoluto pelearse de nuevo con el canciller.

—¡Eso es todavía peor! —bramó Birger Brosa—, Es todavía peor cuando te entiendo, pues haces que me sienta imbécil por no haberlo entendido de inmediato. Y eso no me gusta. Tampoco me gusta particularmente pedir disculpas y ante ti ya me he visto obligado a humillarme una vez. Ahora vuelvo a hacerlo por segunda vez. ¡Nunca ha pasado algo así, y que Dios me libre de tener que volver a pedirle disculpas una segunda vez a un granuja cualquiera!

—¿Qué queréis que os perdone? —preguntó Arn, sorprendido ante la inflamada representación que estaba desempeñando su tío.

—He visto la obra de Arnäs —respondió Birger Brosa en un nuevo tono más bajo y abriendo los brazos en un gesto casi de resignación—. He visto lo que estás construyendo y no soy tonto. Estás levantando un poder Folkung más fuerte que nunca, nos estás erigiendo como señores de
este
reino. Mi hermano Magnus y tu hermano Eskil también me han explicado lo que estás haciendo en Forsvik. ¿Debo añadir algo más?

—No, no si queréis que os perdone, tío —contestó Arn, cauteloso.

—¡Bien! ¿Quieres una cerveza?

—No, gracias. Estos días he bebido suficiente cerveza como para sobrevivir sin ella hasta Navidad.

Birger Brosa sonrió con desdén y se levantó. Tomó dos jarras vacías y se acercó al barril de cerveza, las llenó y, sin más, colocó una delante de Arn antes de regresar a su lugar, donde se sentó, haciéndose sitio y acomodándose entre los forros de oveja. Dobló una de las rodillas y sobre ella colocó la jarra de cerveza, balanceándose como de costumbre. Contempló a Arn durante un rato en silencio, aunque su mirada era amistosa.

—Háblame de la fuerza que estás construyendo —dijo—. ¿Cómo es hoy, cómo será cuando Arnäs esté terminada y como será dentro de unos años?

—Responder a estas preguntas puede tomar su tiempo —dijo Arn.

—En estos momentos no hay nada más importante para el canciller del reino, y tiempo tenemos, y estamos solos, no hay ninguna oreja cerca —respondió Birger Brosa, agarró su jarra de cerveza y dio unos buenos tragos antes de volver a situarla sobre la rodilla y extender los brazos a modo de pregunta sin que la jarra se tambalease lo más mínimo.

—Hoy hay paz y concordia entre los Erik y los Folkung —empezó diciendo Arn lentamente—. Los Sverker están tranquilos, a la espera de que desaparezca el rey Knut, y si Dios quiere, eso sucederá dentro de muchos años. Por tanto, no preveo guerras en muchos años.

—Entonces pensamos igual —dijo el canciller, asintiendo con la cabeza—, Pero luego, ¿qué sucederá entonces?

—Nadie puede saberlo. Pero de una cosa estoy seguro, entonces el riesgo de guerra será mayor. Eso no significa que las cosas tengan que ir así de mal. Porque si durante esta paz que tenemos a nuestra disposición logramos hacernos lo bastante fuertes, nuestra fuerza podrá salvaguardar la paz de la misma manera que unos sabios matrimonios.

—Cierto —asintió Birger Brosa—, ¿Pero cuál es nuestra debilidad?

—No podemos enfrentarnos a un ejército danés sobre el campo de batalla —respondió Arn, raudo.

—¿Un ejército danés? ¿Por qué un ejército danés? —preguntó Birger Brosa arqueando las cejas.

—Es el único peligro que existe y, por tanto, el único del que deberíamos preocuparnos. Dinamarca es un gran poder, un poder más parecido al reino franco que al nuestro y que hace la guerra de la misma manera que los francos. Los daneses han disputado grandes zonas de Sajonia, han ganado grandes extensiones de terreno y han demostrado ser capaces de vencer a los ejércitos sajones. Cuando se hayan hartado de avanzar hacia el sur, o cuando hayan ido demasiado al sur como para poder abastecer sus ejércitos, puede que dirijan su mirada hacia el norte. Y aquí estamos nosotros, una presa mucho más fácil que Sajonia. Y en Roskilde está el hijo de Karl Sverkersson, criado como un danés pero también con derechos de sucesión al trono. Él podría ser el rey títere de los daneses en nuestro reino. Así se ve el futuro si uno intenta pensar en lo peor que podría suceder.

Birger Brosa asintió pensativo con la cabeza, casi como si se reconociese a sí mismo que éstos eran sus pensamientos más oscuros, los pensamientos que había deseado apartar de su cabeza. Volvió a beber en silencio y no esperaba que Arn hiciese otra cosa que guardar silencio hasta recibir una nueva pregunta.

—¿Cuándo podremos derrotar a los daneses? —preguntó de repente en voz alta.

—Dentro de cinco o seis años, pagando un precio muy elevado. Dentro de diez con mayor facilidad —respondió Arn con tanta seguridad que Birger Brosa, que esperaba una explicación más extensa, perdió el hilo.

—¡Explícate mejor! —espetó tras un nuevo y prolongado silencio.

—Pongamos que dentro de cinco años muere el rey Knut —dijo Arn, alzando rápidamente la mano para que no lo interrumpiese y lo dejase proseguir—. No sabemos nada de eso, es una hipótesis desagradable, pero también debemos poner a prueba las hipótesis indeseables. Aparece entonces un ejército danés con un Sverker Karlsson más o menos avaricioso en el último carro. Pongamos que tenemos un centenar de jinetes; no jinetes que puedan enfrentarse a un gran ejército franco o un ejército danés, pero cien jinetes que puedan convertir su viaje por nuestra tierra en un largo martirio. Nunca llegan a rozarnos siquiera y nunca nos alcanzan, pero nosotros saqueamos sus despensas, matamos sus animales de carga, matamos o herimos a una docena de daneses todos los días. En el mejor de los casos los inducimos a seguirnos a Arnäs. Allí se hundirían en el asedio. Así sería dentro de cinco años y el precio sería un enorme saqueo de todo lo que hay entre aquí y Skara.

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