La multitud que se congregaba en la puerta de salida de la aduana creció, ya que los pasajeros que entraban empezaron a aparecer para dirigirse velozmente a sus destinos o saludar a los grupos que les esperaban con decoro comercial o entusiasmo familiar. Miles se puso de puntillas, inútilmente. Nueve décimas partes de aquel clamor se disiparon antes de que Quinn atravesara las puertas. Conservadora, iba de incógnito con ropa civil komarresa: una chaqueta acolchada de seda blanca y pantalones. El atuendo le quedaba bien con sus rizos oscuros y sus brillantes ojos marrones; pero claro, Quinn conseguía que todo lo que llevaba puesto resultara magnífico, incluidos los uniformes desgarrados y el barro.
También ella se empinó para buscarlo, murmuró un «Eh» de satisfacción al divisarlo agitando una mano tras un puñado de hombros ajenos y saludó a través de la multitud. Sus zancadas se hicieron más grandes a medida que se acercaba; soltó la bolsa gris que llevaba y los dos se abrazaron con un impacto que casi derribó a Miles. El olor de ella compensó todos los filtros atmosféricos defectuosos de la estación espacial. Quinn, mi Quinn. Tras una docena de besos o así, se separaron lo suficiente para poder hablar.
—¿Por qué me pediste que trajera todas tus cosas? —preguntó ella, recelosa—. No me hizo ninguna gracia.
—¿Las traes?
—Sí. Está todo en la aduana. Se quedaron boquiabiertos con el contenido, sobre todo con las armas. Me he cansado de discutir con ellos: eres de Barrayar, así que encárgate tú.
—Ah, Pym. —Miles llamó con un gesto a su hombre de armas, vestido igual que él con discreta ropa de calle—. Coge los recibos de la comodoro Quinn, y rescata mis pertenencias de nuestra burocracia, por favor. Envíalas a la Residencia Vorkosigan por medio de una compañía comercial. Luego vuelve al hotel.
—Sí, milord. —Pym recogió los códigos de datos y entró en aduanas.
—¿Es ése todo tu equipaje personal? —le preguntó Miles a Quinn.
—Como siempre.
—Llévalo al hotel, entonces. Es bonito —el mejor de la estación; en realidad, de lujo—. Yo, ah, he conseguido una suite para esta noche.
—Será mejor que lo hayas hecho.
—¿Has cenado?
—Todavía no.
—Bien. Yo tampoco.
Un corto paseo los condujo a la terminal más cercana de coches-burbuja y, tras un corto trayecto, llegaron al hotel. Sus instalaciones eran elegantes, sus pasillos amplios y decorados con gruesas alfombras, y su personal solícito. La suite era grande, para tratarse de una estación espacial, lo que venía muy bien para las intenciones de Miles.
—Tu general Allegre es generoso —observó Quinn, vaciando su bolsa tras un rápido reconocimiento del sibarítico cuarto de baño—. Puede que me guste trabajar para él después de todo.
—Creo que te gustará, pero esta noche pago yo, no SegImp. Quería un lugar tranquilo donde pudiéramos charlar antes de tu encuentro oficial con Allegre y el jefe de Asuntos Galácticos mañana.
—Entonces… no comprendo muy bien. Recibí un piojoso mensaje tuyo diciéndome que Illyan te había pillado en lo del pobre Vorberg, como ya te advertí. Luego silencio durante semanas y ninguna respuesta a mis mensajes, canalla. Luego recibo otro lleno de cháchara, diciendo que todo va bien, y te aseguro que no veo la conexión. Luego recibo esta orden de presentarme a SegImp en Komarr sin dilación, sin explicaciones, sin ningún indicio de cuál es la nueva misión excepto esa posdata tuya de que traiga todas tus cosas y cargue la cuenta de gastos a SegImp. ¿Has vuelto a SegImp, o no?
—No. Estoy aquí como asesor, para informarte y presentarte a tus nuevos jefes, y viceversa. Yo, ah… ahora tengo otro trabajo.
—De verdad que no comprendo. Quiero decir que tus mensajes son habitualmente crípticos.
—Es difícil enviar cartas de amor adecuadas cuando sabes que todo lo que digas va a ser controlado por los censores de SegImp.
—Pero esta vez era jodidamente incomprensible. ¿Qué pasa contigo?
Su voz estaba cargada del mismo miedo reprimido que sentía Miles. ¿Voy a perderte? No, no era miedo. Certeza.
—Traté de escribir un mensaje un par de veces, pero era… demasiado complicado, y las partes más importantes eran cosas que no quería enviar por tenso-rayo. La versión corregida era un galimatías. De todas formas, tenía que verte cara a cara, por… por un montón de motivos. Es una historia larga y la mayor parte está catalogada como secreta, un hecho que voy a ignorar por completo. Puedo hacerlo, ¿sabes? ¿Quieres bajar al restaurante a comer, o pedimos el servicio de habitaciones?
—Miles —dijo ella, exasperada—. Servicio de habitaciones. Y explicaciones.
Él la distrajo temporalmente con el enorme menú del hotel, para conseguir un poco más de tiempo y ordenar las ideas. No le sirvió de más ayuda que las semanas que había pasado ordenando las mismas ideas en sus interminables permutaciones. Miles hizo su pedido y los dos permanecieron cara a cara en el pequeño sofá de la suite.
—Para explicarte mi nuevo trabajo tengo que contarte algo de cómo lo conseguí y de por qué Illyan ya no es jefe de SegImp…
Le contó la historia de los últimos meses, comenzando por el colapso de Illyan, volviendo atrás para explicar lo de Laisa y Duv Galeni, se excitó e hizo gestos para acabar caminando cuando describió cómo pilló por fin a Haroche. El tratamiento para sus ataques. La oferta de Gregor. Todas las cosas fáciles, los acontecimientos, los hechos. No sabía cómo explicar su viaje interior; Elli no era barrayaresa, después de todo. Llegó la comida, lo que frenó la inmediata reacción de ella. Su rostro era tenso e introspectivo. Sí, Todos tendríamos que pensar antes de hablar esta noche, amor.
Ella no continuó la conversación hasta que el sirviente humano del hotel terminó de disponer la comida sobre la mesa y volvió a marcharse. Tardó tres bocados en hablar; Miles se preguntó si estaba saboreando su sopa tan poco como él la suya. Cuando Elli empezó a hablar, lo hizo en un tono cuidadosamente neutro.
—Auditor Imperial… parece una especie de contable. No es propio de ti, Miles.
—Ahora sí. Hice mi juramento. Es uno de esos términos barrayareses que no significan lo que uno piensa. No sé… ¿Agente Imperial? ¿Fiscal Especial? ¿Enviado Especial? ¿Inspector General? Es todas esas cosas, y ninguna de ellas. Es lo que… lo que Gregor necesite que sea. Es extraordinariamente flexible. No sé decirte lo bien que me viene.
—Nunca mencionaste que fuera tu ambición.
—Nunca imaginé la posibilidad. Pero no es el tipo de trabajo que se encarga a un hombre demasiado ambicioso. Dispuesto sí, pero ambicioso… Requiere frialdad, no pasión, incluso respecto a uno mismo.
Ella frunció el ceño durante un largo minuto. Por fin, haciendo visiblemente acopio de valor, optó por un ataque más frontal.
—¿Y dónde me deja esto a mí, dónde nos deja a nosotros? ¿Significa que nunca vas a regresar con los Dendarii? Miles, puede que nunca vuelva a verte. —Sólo había un levísimo temblor en su controlada voz.
—Esa es… una de las razones por las que quería hablar contigo esta noche, personalmente, antes de que los negocios de mañana ahoguen todo lo demás.
Ahora le tocó a él el turno de hacer una pausa para acumular valor y mantener su voz firme.
—Verás, si estuvieras… si te quedaras… si fueras Lady Vorkosigan, podrías estar conmigo todo el tiempo.
—No… —La sopa se habría enfriado, olvidada, de no ser por el circuito calentador del fondo del cuenco—. Estaré con Lord Vorkosigan todo el tiempo. No contigo, Miles; no con el almirante Naismith.
—El almirante Naismith era algo que yo creé, Elli. Fue mi propia invención. Supongo que soy un artista ególatra y me alegro de que te gustara mi creación. Lo saqué de mí, después de todo. Pero no de mi totalidad.
Ella sacudió la cabeza, intentó otra táctica.
—La última vez dijiste que no me pedirías de nuevo todo eso de Lady Vorkosigan. De hecho, lo dijiste las tres veces que me pediste que me casara con Lord Vorkosigan.
—Una última oportunidad más, Elli. Esta vez realmente lo es. Yo… sinceramente, tengo que decirte la otra mitad, o más bien la otra parte, la contraoferta. Lo que te espera mañana, junto con el nuevo contrato de los Dendarii.
—Contrato, una mierda. Estás cambiando de tema, Miles. ¿Qué hay de nosotros?
—No puedo hablar de nosotros, excepto de esta forma. Revelación total. Mañana, nosotros, es decir, Allegre, SegImp y yo, Barrayar si quieres, te ofreceremos el almirantazgo. Almirante Quinn de la Flota de los Mercenarios Dendarii Libres. Seguirás trabajando para Allegre exactamente en los mismos términos en que yo trabajaba para Illyan.
Los ojos de Quinn se ensancharon, se iluminaron, se apagaron.
—Miles… no puedo hacer tu trabajo. No estoy preparada.
—Has estado haciendo mi trabajo. Estás más que preparada, Quinn. Yo lo digo.
Ella sonrió ante el familiar tono apasionado de su voz, que tan a menudo les había reportado a todos resultados inimaginables.
—Lo admito… quería compartir el mando. Pero no tan pronto, no de esta forma.
—El momento es ahora. Tu momento. Mi momento. Es éste.
Ella lo miró intensamente, aturdida por su tono de voz.
—Miles… no quiero verme atrapada en un solo planeta durante el resto de mi vida.
—Un planeta es un lugar condenadamente grande, Elli, cuando te detienes en los detalles. Y, en cualquier caso, hay tres planetas en el Imperio de Barrayar.
—Tres veces peor, entonces. —Ella se inclinó sobre la mesa y le cogió la mano con las suyas, con fuerza—. Supongamos que te hago una contraoferta. A la mierda el Imperio de Barrayar. La Flota Dendarii no necesita sus contactos imperiales para sobrevivir, aunque admito que, gracias a ti, han sido muy agradables y favorables. La Flota existía antes de que Barrayar asomara siquiera en nuestro horizonte, puede seguir existiendo después de que se ahoguen en su maldito pozo de gravedad. Los espaciales no necesitamos planetas que nos chupen. Ven conmigo. Sé el almirante Naismith, sacúdete el polvo de las botas. Me casaría con el almirante Naismith en un abrir y cerrar de ojos, si eso es lo que quieres. Podemos ser un equipo, nosotros dos, y forjar leyendas. ¡Tú y yo, Miles, ahí fuera! —Trazó un vago círculo con un brazo, aunque el otro no soltó su presa.
—Lo intenté, Elli. Lo intenté durante semanas. No sabes cómo. Nunca fui un mercenario, jamás. Ni un minuto.
Un destello de furia chispeó brevemente en los ojos marrones de ella.
—¿Piensas que eso te convierte en moralmente superior al resto de nosotros?
—No —suspiró él—. Pero me convierte en Miles Vorkosigan. No en Miles Naismith.
Ella sacudió la cabeza. Ah, negativas. Reconoció la hueca reverberación.
—Siempre hubo una parte de ti que no pude alcanzar. —Su voz se tiñó de dolor.
—Lo sé. Durante años me esforcé para eliminar a Lord Vorkosigan. No lo conseguí, ni siquiera por ti. No puedes tomar de mí las partes que te gustan y dejar las otras sobre la mesa, Elli. —Señaló frustrado su cena moribunda—. No me sirven a la carta. Soy todo o nada.
—¡Podrías ser todo lo que quisieras, Miles, en cualquier parte! ¿Por qué insistir en este lugar?
Él sonrió apenado.
—No. He descubierto que estoy obligado a otros niveles. —Esta vez sus manos tomaron las de ella—. Pero tal vez tú puedas elegir. Ven a Barrayar, Elli, y sé… ¿y sé desesperadamente infeliz conmigo?
Ella se echó a reír.
—¿Qué es esto, más verdades sin tapujos?
—No hay otra forma de decirlas, a la larga. Y estoy hablando muy a la larga.
—Miles, no puedo. Quiero decir que tu hogar es muy bonito, para ser un planeta, pero es terrible estar ahí abajo.
—Tú harías que fuera menos terrible.
—No puedo… no puedo ser lo que tú quieres, no puedo ser tu Lady Vorkosigan.
Él apartó la vista, volvió a mirar, abrió las manos.
—Puedo darte todo lo que tengo. No puedo darte menos.
—Pero quieres a cambio todo lo que yo soy. La almirante Quinn aniquilada, Lady Vorkosigan… surgiendo de las cenizas. No soy buena resucitando, Miles. Eso es cosa tuya. —Sacudió la cabeza, impotente—. Vente conmigo.
—Quédate conmigo.
El amor no lo conquista todo. Al ver la pugna en su rostro, Miles empezó a sentirse horriblemente como el almirante Haroche. Tal vez tampoco Haroche había disfrutado de su momento de tortura moral. La única cosa que no puedes cambiar por el deseo de tu corazón… Apretó la mano con más fuerza, deseando entonces no amar, sino confiar, y con todo su corazón.
—Entonces elige, Elli. Quienquiera que sea Elli.
—Elli es… la almirante Quinn.
—Eso pensaba.
—Entonces, ¿por qué me haces esto?
—Porque tienes que decidir ahora, Elli, de una vez por todas.
—¡Eres tú quien fuerza esta decisión, no yo!
—Sí. Exactamente. Puedo continuar contigo. Puedo continuar sin ti, si he de hacerlo. Pero no puedo congelarme, Elli, ni siquiera por ti. La conservación perfecta no es la vida, es la muerte. Lo sé.
Ella asintió, lentamente.
—Comprendo eso, al menos.
Empezó a tomar la sopa, observando que él la observaba observarlo…
Hicieron el amor una última vez, en recuerdo de los viejos tiempos, como despedida y, advirtió Miles a la mitad, cada uno en un desesperado esfuerzo de último momento por complacer y dar placer al otro, para hacerlo cambiar de opinión. Tendríamos que cambiar de algo más que de opinión. Tendríamos que cambiar nuestra propia esencia.
Con un suspiro, se sentó en la enorme cama de la suite, desembarazándose de ella.
—Esto no funciona, Elli.
—Yo haré que funcione —murmuró ella. Miles capturó su mano, y le besó el interior de la muñeca. Ella inspiró profundamente y se sentó junto a él. Los dos guardaron silencio un buen rato.
—Estabas destinado a ser soldado —dijo ella por fin—. No una especie de burócrata superior.
Él renunció a tratar de explicarle lo que representaba el antiguo y noble puesto de Auditor Imperial a una persona que no era de Barrayar.
—Para ser un gran soldado, necesitas una guerra. Da la casualidad de que no hay ninguna ahora mismo, no por aquí. Los cetagandanos están tranquilos por primera vez en una década. Pol no es agresivo, y además, estamos bien vistos en el Centro Hegen últimamente. Jackson's Whole es bastante desagradable, pero están demasiado dispersos para constituir una amenaza militar en la distancia. La peor amenaza en la zona somos nosotros, y Sergyar está absorbiendo nuestra energía. No estoy seguro de poder dedicarme más a una guerra agresiva.