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Authors: Matthew Stover

Punto de ruptura (25 page)

BOOK: Punto de ruptura
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De alivio o de terror. Mace no supo decirlo.

Las lágrimas son lágrimas.

Mace no consiguió sentir compasión por él. No podía olvidar que ése había sido el hombre que hizo el primer disparo contra el búnker. Tampoco podía juzgarlo. No podía saber si, de haber contenido ese hombre el fuego, los muertos estarían ahora con vida.

Rankin no estaba entre los cautivos. Ni la madre de la chica.

Mace sabía que no se había salvado ninguno de ellos.

Rankin... Aunque Mace y él no habían confiado el uno en el otro, sí habían estado en el mismo bando, aunque sólo por breves instantes. Los dos habían intentado sacar a todo el mundo de allí sin que muriese nadie.

Rankin había pagado el precio de ese fracaso.

Puede que Mace también estuviera empezando a pagarlo.

Otra pregunta a otro cautivo, y los akk se apartaron de nuevo para dejarlo pasar.

Vastor estaba cerca de allí, gruñendo, ladrando y rugiendo a los korunnai. Organizándolos en grupos para la retirada. En su estado de desconexión, Mace no sintió ninguna sorpresa al descubrir que ya no podía comprender al lor pelek. La voz de Vastor se había convertido en ruido de la jungla, cargada de significado pero indescifrable. Inhumana. Impersonal.

Letal.

"...
No
porque
la jungla te mate,
le había
dicho
Nick.
Sólo
porque
es así
."

Mace alzó una mano para parar a Vastor cuando pasó por su lado.

—¿Qué vas a hacer con los cautivos?

Vastor murmuró sin palabras en su garganta, y una vez más su significado se desplegó en la mente de Mace.

Vendrán con nosotros.

—¿Puedes ocuparte de los prisioneros?

No nos ocupamos
de
ellos. Se los entregamos a la jungla.

—El tan pel'trokal —murmuró Mace—. La justicia de la jungla.

De algún modo, eso tenía todo el sentido del mundo. Aunque no podía aprobarlo, no podía dejar de comprenderlo.

Vastor asintió, volviéndose para seguir andando.

Es nuestra costumbre.

—¿En qué se diferencia eso del asesinato? —aunque Mace miraba a Vastor, parecía estar hablando consigo mismo—. ¿Acaso podría sobrevivir alguno? Solo, sin provisiones, sin armas...

El lor pelek dedicó a Mace una sonrisa de depredador por encima del hombro, mostrando sus dientes afilados como agujas.

Yo sobreviví
, gruñó, y se alejó.

—¿Y los niños?

Pero Mace hablaba con la espalda del lor pelek que se alejaba. Vastor ya estaba gritando a tres o cuatro andrajosos jóvenes korunnai. No supo decir qué podía estar ordenándoles hacer. El significado de sus palabras se había ido con su atención.

Mace se movió en la dirección que le había indicado el último cautivo con el que había hablado, y se detuvo al borde del humeante charco de combustible de lanzallamas. Ya casi se había consumido del todo. Negros hilillos de humo ascendían retorciéndose desde tinos pocos parches de llamas empalidecidos por el alba.

Dentro del charco, a uno o dos pasos del borde, había un cuerpo.

Yacía de costado, encogido en la característica posición fetal de las víctimas de quemaduras. Uno de sus brazos parecía haber escapado a la contracción generalizada, y señalaba al cercano límite de la marca que había dejado el borde del charco al quemarse, con la palma hacia abajo, como si el individuo hubiera muerto intentando arrastrarse sobre una mano fuera de las llamas.

Mace no supo decir si había sido un hombre o una mujer.

Se sentó sobre los talones, cerca del quemado, mirándolo fijamente. Entonces se rodeó las rodillas con los brazos y se limitó a seguir allí sentado. No parecía haber nada más por hacer.

Había preguntado al último cautivo dónde vio por última vez a la madre de la chica.

No pudo decidir si ese cadáver había sido una vez de la mujer que dio a luz a Pell y a Keela, si esa humeante masa de carbonizada carne muerta las había levantado alguna vez en sus brazos y calmado con besos sus lágrimas infantiles.

¿Acaso importaba?

Había sido el padre, el hermano o la hermana de alguien. El hijo de alguien. El amigo de alguien.

Que había muerto de forma anónima en la jungla.

Ni siquiera podía decir si el cadáver había muerto por una bala korun, por un vibroescudo o por el disparo de un balawai. O si sólo había tenido la mala suerte de ponerse en el camino de un chorro de fuego de la torreta de un rondador de vapor.

Quizá fuera capaz de sentir alguna respuesta en la Fuerza, pero no podía decidir si saberlo seria mejor que no saberlo. Y volver a tocar la Fuerza en este lugar oscuro era un riesgo que no estaba preparado para asumir.

Así que se quedó allí sentado, y pensó en la oscuridad.

Permaneció sentado mientras los guerrilleros se dividían en bandas que se fundían con la ladera de la montaña; mientras los prisioneros eran conducidos en grupo, rodeados por perros akk; mientras el sol pasaba sesgado ante un par de cumbres del noroeste, y una oleada de luz rodaba ladera abajo en su dirección.

Vastor se acercó a él, murmurando algo sobre dejar el lugar antes de que llegasen las fragatas. Mace ni siquiera alzó la mirada.

Estaba pensando en la luz del sol, y en cómo no tocaba la oscuridad de la jungla.

Nick se detuvo en su camino al salir del campamento. En un brazo llevaba a limo. Nykl dormía recostado contra su otro hombro, con los bracitos cerrándose alrededor de su cuello. Keela se tambaleaba detrás, apretándose el vendaje nebulizado de la cabeza con una mano mientras empleaba la otra para tirar de la pequeña Pell. Nick debió de hacerle una pregunta a Mace, porque se detuvo junto a él como si esperase una respuesta.

Pero Mace no tenía respuestas que dar.

Pensaba en la oscuridad. La metáfora Jedi del Lado Oscuro de la Fuerza nunca le había parecido más apropiada, pero se asemejaba menos a la oscuridad del mal que a la oscuridad de una noche sin estrellas, donde lo que crees que es un felino de las lianas es sólo un arbusto, y lo que parece un árbol podría ser un asesino que permanece inmóvil, esperando a que apartes la mirada.

Mace había leído en el Archivo del Templo relatos escritos por los Jedi que habían rozado la oscuridad y se habían recobrado de ella. Esos relatos solían mencionar cómo el Lado Oscuro parecía dejarlo todo claro. Mace sabía que eso sólo era una ilusión. Una mentira.

La verdad era exactamente lo contrario.

Allí había tanta oscuridad que bien podía estar ciego.

El sol de la mañana tocó el campamento, y con él llegaron las fragatas: seis de ellas, volando de dos en dos, rugiendo desde el ardiente brillo de Al'har al asomarse desde detrás de las montañas. Su formación floreció en una roseta cuando se separaron para iniciar un descenso cruzado con el que barrer el suelo.

Mace siguió sin moverse.

Bien
podría estar
ciego
, pensó, y puede que también lo dijera en voz alta...

Pues la voz que habló detrás de él parecía estar respondiéndole.

—El hombre más sabio que he conocido me dijo una vez: "En la noche más oscura es donde brilla con más fuerza la luz que somos."

Una voz de mujer, rota por el cansancio y ronca por un dolor antiguo. Y puede que sólo esa voz hubiera podido encender una antorcha en la vasta oscuridad de Mace, sólo esa voz podía haberlo puesto en pie, hacer que se girara con la esperanza floreciendo en su cabeza, casi feliz...

Incluso casi sonriendo...

Se volvió con los brazos abiertos, conteniendo la respiración, y lo único que pudo decir fue:

—Depa...

Pero ella no acudió a su abrazo, y la esperanza de su interior chisporroteó y se apagó. Dejó caer los brazos a los costados. No estaba ni remotamente preparado para esto, ni siquiera advertido por lo que le había dicho Nick.

La Maestra Jedi Depa Billaba estaba ante él, vistiendo los restos andrajosos de la túnica Jedi, manchados con barro, sangre y savia de la selva. Sus cabellos, que una vez formaron una brillante y lustrosa cabellera negra como el espacio, que mantenía controlada en trenzas matemáticamente precisas, estaban enredados, salpicados de tierra y grasa, y reducidos a cortos jirones, como si se lo hubiera cortado con un cuchillo. Tenía el rostro pálido y marcado por la fatiga, y tan flaco que los pómulos le sobresalían como cuchillos. La boca, rígida, parecía carecer de labios, y de una comisura partía una reciente cicatriz de quemadura que le llegaba hasta la punta de la barbilla. Pero eso no era lo peor.

Nada de todo eso habría mantenido a Mace inmóvil, como clavado al suelo, mientras las fragatas pasaban sobre sus cabezas y hacían llover fuego sobre el campamento que los rodeaba.

En medio del infierno de explosiones, del chirrido de las esquirlas de roca y de la martilleante rejilla de plasma, Mace no podía apartar la mirada de la frente de Depa, donde una vez había llevado la resplandeciente cuenta dorada de la Marca Mayor de la Iluminación, símbolo de los discípulos del Chalactan. Los ancianos de esa antigua religión fijaban la Marca de la Iluminación al hueso frontal del cráneo del discípulo como símbolo del Ojo Que No Se Cierra, máxima expresión del Aprendizaje Chalactan. Depa había llevado la suya con orgullo durante veinte años.

Ahora, en lugar de la marca sólo se veía la fea arruga de una cicatriz queloide, como si el mismo cuchillo que le había cortado el pelo hubiera arrancado bruscamente del hueso del cráneo el símbolo de su religión ancestral.

Y sobre los ojos llevaba una tira de tela atada como una venda. Un andrajo tan gastado, manchado y raído como sus mismas ropas. Pero ella estaba ante él como si pudiera verle demasiado bien.

—Depa...

Mace tuvo que alzar la voz para poder oírse a sí mismo por encima del rugir de los repulsores y los cañones láser, y de la tierra y la roca explotando a su alrededor.

—Depa, ¿qué ha pasado? ¿Qué te ha pasado?

—Hola, Mace —dijo ella con tristeza—. No debías haber venido.

SEGUNDA PARTE
Condiciones de victoria
9
Instinto

DE LOS DIARIOS PRIVADOS DE MACE WINDU.

Por fin comprendo lo que hago aquí. Por qué he venido. Me doy cuenta de lo hipócrita que era la lista de motivos que di hace tantas semanas a Yoda y a Palpatine en el despacho del Canciller.

Les estaba mintiendo.

Y me mentía a mí mismo.

Debí darme cuenta del verdadero motivo de mi venida en cuanto me volví hacia ella en el campamento. Debí verlo en las arrugas de dolor bajo sus pómulos, en la cicatriz donde había estado la Marca de la Iluminación.

Sí, en realidad no era ella. Era una visión de la Fuerza. Una alucinación. Una mentira. Pero hasta una mentira de la Fuerza es más cierta que cualquier realidad que puedan comprender nuestras limitadas mentes.

Debí verlo en el andrajo que le cubría los ojos, pero que no la cegaba a la verdad de mi ser...

He encontrado mis condiciones para una victoria.

No he venido aquí para saber lo que le pasó a Depa, ni para proteger la reputación de la Orden. No me importa lo que le ha pasado a ella, y la reputación de la Orden carece de importancia.

No he venido para luchar en esta guerra. No me importa quién la gane. Porque nadie gana. No en una guerra de verdad. Sólo importa cuánto está dispuesto a perder cada bando.

No vine a apresar o a matar a un Jedi rebelde, ni a juzgarlo. Yo no puedo juzgarla. Llevo apenas dos puñados de días en las periferias de esta guerra, y mira en lo que estoy a punto de convertirme. Ella está dentro desde hace meses.

Ahogándose en oscuridad.

Enterrada en la jungla.

No vine aquí a detener a Depa. Vine a salvarla.

Y la salvaré.

Y que la Fuerza tenga compasión de quien intente detenerme, porque yo no tendré ninguna.

***

DE LOS DIARIOS PRIVADOS DE MACE WINDU.

No recuerdo cuándo dejé el campamento. Supongo que debía de estar bajo los efectos de algún trauma. Pero no un trauma físico; mis heridas son menores, por mucho que la quemadura láser del muslo me arda y esté hinchada por la infección, ya que los parches de bacta de los botiquines capturados se han reservado para los heridos más graves. Pero la palabra es "trauma". Quizá sea un trauma mental.

Un trauma moral.

Un velo cubre el tiempo transcurrido entre el instante en que Depa acudió a mí en el campamento y el momento en que volví en mí en la ladera, y deja en mi mente una neblina borrosa. En esa neblina borrosa encuentro dos recuerdos contradictorios de nuestro encuentro...

Y los dos, parece ser, son falsos.

Sueños. Reinterpretaciones imaginativas de los acontecimientos.

Alucinaciones.

En un recuerdo, ella extiende una mano hacia mí y yo alargo la mía para cogérsela; pero, en vez de eso, noto un tirón en el chaleco. Entonces, su sable láser salta del bolsillo interior, gira en el aire y golpea contra la palma de su mano. Los disparos de los cañones láser de las fragatas abren cráteres en el campamento, haciendo que tierra y rocas exploten como granadas. El aire que nos rodea se llena de plasma rojo y llamas anaranjadas, y esa vieja semisonrisa suya que me resulta tan familiar tira de una comisura de sus labios. Y ella dice: "¿Por arriba o por abajo?", y yo respondo que por arriba. Ella salta en un giro aéreo sobre mi cabeza, y yo doy un solo paso adelante para que ella aterrice con su espalda pegada a la mía...

Y sentir su espalda contra la mía, ese tacto fuerte, cálido y vivo que he sentido tantas veces, en tantos lugares, vacía mi corazón de temor y mis ojos de oscuridad. Y nuestras hojas se enfrentan en sincronía perfecta al fuego que llueve de las alturas. devolviéndolo al cielo iluminado por el alba...

Como ya he dicho, era un sueño.

El otro recuerdo es una imagen silenciosa en la que camino en paz al lado de Depa por entre la lluvia de disparos, conversando con calmada despreocupación, tan ajenos a las fragatas como a la selva y a la luz del sol derramada por el alba. En este sueño o recuerdo Depa vuelve hacia mí sus ojos vendados, inclinando la cabeza como si pudiera ver en mi corazón. ¿Por qué has venido, Mace? ¿Lo sabes acaso?

No oigo esas palabras. Es como en un sueño, donde parece bastar con insinuar lo que queremos decir para hacernos comprender de algún modo.

¿Por qué me hiciste venir? Es mi respuesta.

Eso no es lo mismo, me recuerda ella con suavidad. Tienes que definir las condiciones de tu victoria. Si no sabes lo que quieres hacer aquí, ¿cómo podrás saber cuándo lo has hecho? ¿Por qué has venido? ¿Ha sido para detenerme? ¿Puedes hacer eso con un mandoble de sable láser?

Supongo, me las arreglo para replicar, que intento descubrir lo que ha pasado aquí. Lo que está pasando. Con estas personas y contigo. Una vez sepa lo que pasa, sabré lo que debo hacer al respecto.

Lo único que no comprendes, dijo esa ensoñación ciega de mi amada padawan, es que ya has comprendido todo lo que había que comprender. Sólo que no quieres creerlo.

Entonces, el velo se espesa y se funde en la noche, y no recuerdo nada más hasta algo después —no mucho después—, cuando corro buscando refugio en la selva, completamente solo.

Al bajar una larga, larga ladera cubierta de lava vieja, saltando allí donde no estaba quemada con nueva, pude sentir que los guerrilleros iban delante de mí gracias al palio oscuro como el humo que arrastraban en la Fuerza, y pude seguirlos por el rastro de sangre que dejaban en suelo, rocas y hojas sus muchos heridos.

Y me recuerdo resbalando por el borde de un río seco, y encontrándome con Kar Vastor, que me esperaba abajo.

Kar Vastor...

Hay mucho que decir de este lor pelek. De los poderes que le he visto manifestar, desde sacar las avispas de la fiebre de Besh y Chalk hasta cómo la misma jungla parece apartarse para dejarlo pasar, y espesarse luego tras él; de sus seguidores, esos seis korunnai que él llama guardias akk, hombres que él ha convertido en ecos menores de su persona; de cómo los ha entrenado en las armas que son su marca —esos terribles "vibroescudos"— y que él mismo ha diseñado y construido; y hasta de los detalles menores, como la ferocidad primaria de su mirada, el ruido de la jungla que es el gruñido de su voz sin palabras, y de cómo oyes su significado como si fuera tu propia voz susurrando dentro de tu cabeza... Todo ello merece un comentario más profundo que el que puedo dar aquí.

No estoy seguro de por qué tardé tanto en comprender que él y yo somos enemigos naturales.

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