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Authors: Matthew Stover

Punto de ruptura (23 page)

BOOK: Punto de ruptura
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Oh, no
, pensó Mace.

Oh, Depa, no
...

En la roca, el lor pelek extendió los nudosos brazos, inclinándose hacia delante, dejándose caer como si creyera que podía volar, antes de saltar en el último instante hacia delante, en una zambullida que le llevó hasta el centro de la multitud de balawai, donde se amontonaban alrededor de los rondadores de vapor.

Empezó la matanza.

8
Los Pelek

L
os korunnai empezaron a moverse sin esperar a que Vastor aterrizara. Se metieron entre la masa de balawai moviendo los escudos como lágrimas en arcos conos y salvajes. angulándolos para cortar con el filo...

Y cortaban.

Sus siseantes bordes cortaban las armas láser con chillidos que producían rechinar de dientes, cortaban la carne con un chapoteo carnoso, y la sangre que los salpicaba era como una neblina. Nubes escarlatas surgían a su paso como si fueran humo. Mace vio a un hombre cortado por la mitad, con el escudo saliendo por la espalda y todavía resplandeciente, como un espejo de ultracromo.

Resplandeciente como un vibrohacha.

Vastor aterrizó en medio del campamento y rodó para romper su caída sin reducir la velocidad. Saltó como un relámpago en una carrera inhumanamente rápida hacia el mismo rondador de vapor sobre el que estaba Mace. Su carrera se convirtió en una zambullida que le hizo resbalar hasta debajo del vehículo.

El blindaje del rondador vibró bajo las manos de Mace, y un chillido agudo se unió al coro de rugientes escudos. Tuvo que contener una obscenidad aprendida de Nick.

Vastor estaba cortando la parte inferior del rondador.

¿Acaso había robado de la mente de Mace su siniestra ensoñación?

Mace se puso en pie de un salto y sus dos sables láser zumbaron a la vida. Sintió a Vastor en la Fuerza: una antorcha que deslumbraba con oscuridad. Ya estaba casi debajo del vehículo. Una vez dentro atacaría a los heridos. La Fuerza le mostró a los hombres y mujeres heridos que ya se amontonaban dentro del rondador para apartarse de las resplandecientes hojas que se abrían paso hacia el interior.

Mace decidió que iba siendo hora de presentarse a ese lor pelek.

Saltó en el aire, dando una voltereta sobre la torreta del rondador de vapor, y aterrizó en el centro de la cubierta acorazada, justo encima de Vastor. Con un toque de la Fuerza invirtió los sables láser para que las hojas se proyectaran hacia abajo desde sus puños. Entonces se dejó caer de rodillas, retorciéndose para trazar con las hojas un círculo a su alrededor.

Un vibroescudo no es lo único que puede traspasar el blindaje de un rondador de vapor.

Un disco circular de ese blindaje, con los bordes todavía brillando por el corte del sable láser y con Mace todavía arrodillado en su centro, cayó directo como un turboascensor en caída libre.

Mace oyó una obscenidad explosiva procedente de abajo antes de que el disco de blindaje, con él encima, cayera sobre Kar Vastor como un martillo pilón movido con energía de fusión.

El interior del rondador estaba abarrotado de hombres y mujeres heridos. Uno de ellos enarbolaba un pesado láser. Mace cortó el arma en dos con un arco de su sable.

—Nada de disparos —dijo, y la Fuerza convirtió sus palabras en una orden que hizo que otras pistolas láser rebotaran por el suelo.

Vastor estaba atrapado, con el rostro pegado al suelo y medio aturdido.

Mace se acercó a su oído.

—Kar Vastor, soy Mace Windu. Atrás. Es una orden.

Un tirón de la Fuerza fue el único aviso que tuvo, pero fue más de lo que necesitaba. Saltó hacia atrás un cuarto de segundo antes de que el disco de blindaje se alzara hacia arriba, golpeando contra el techo con un estruendo metálico ensordecedor. Antes de que el disco empezara a caer, Vastor ya estaba en pie. Una llama de ultracromo lamió el disco en su descenso, partiéndolo en dos.

Los pedazos cayeron por el agujero abierto en la parte inferior del vehículo.

Vastor se enfrentó a Mace desde el otro lado del agujero. La oscuridad latía a través de la Fuerza en dirección a Mace, pero en el rostro del lor pelek no había ira alguna, sólo una concentración inhumana. Una ferocidad primaria como la que muestra un dragón krayt sorprendido sobre el cadáver de un bantha.

La manera que había utilizado para quitarse a Mace de encima y el corte del disco de blindaje eran sólo la exhibición de poder de un depredador.

Vastor alzó sus escudadas manos en un saludo y rugió algo en un idioma que Mace no reconoció. Ni siquiera parecía un idioma, más bien los gruñidos y ladridos de las bestias de la selva.

Pero cuando Vastor habló, el poder del lor pelek desplegó su significado en el interior de la mente de Mace.

Mace Windu
, le dijo.
Es un honor. ¿Por
qué te interpones en el camino de mi presa?

—No hay presas —dijo Mace—. ¿Me entiendes? Nada de matar. Se acabó la matanza.

La sonrisa de Vastor era incrédula.

¿No? ¿Qué propones entonces? ¿Que depongamos nuestras armas?
Le hizo una seña de invitación con un siseante escudo.

primero.

Los silbidos de los disparos láser al rebotar y el rugir de los cañones de la torreta se oían con claridad por los agujeros abiertos en el blindaje del rondador.

—Nada de muertes innecesarias —se corrigió Mace—. No más masacres.

La respuesta de Vastor tuvo la cualidad de la franqueza animal, clara y sin complicaciones.
Las masacres son necesarias, dôshalo
.

—Tú y yo no somos dôshallai —Mace inclinó los sables láser formando una X defensiva—. Tú no eres mi hermano de clan.

Vastor se encogió de hombros.
¿Dónde están Besh y Chalk?

—En el búnker —respondió Mace sin pensar, dando aún vueltas en la mente al concepto de masacre necesaria.

Vastor barrió con una mirada de desdén a los hombres y mujeres heridos de la cabina del vehículo.

Éstos se quedarán, dôshalo. No
pueden
escapar. Sígueme.

Saltó hacia arriba con un empujón de la Fuerza y salió por el agujero abierto por Mace.

Ese mismo empujón de la Fuerza tiró de la voluntad de Mace, forzándolo a seguirlo sin pensar, pero permitiéndole comprender el poder de este lugar y el del propio Vastor.

—Tendrás que hacer algo mejor que eso —murmuró Mace.

Dedicó su atención a los aterrados balawai que lo rodeaban. Hizo un gesto, y todas las pistolas láser arrojadas al suelo se alzaron y se pararon en el aire. Con un único floreado del sable láser, Mace cortó todas en dos, luego arrojó los pedazos por el agujero.

—Escuchadme todos. Debéis rendiros. Es vuestra única esperanza.

—¿Esperanza de qué? —dijo amargamente un hombre. Tenía el rostro ceniciento, llevaba un parche de bacta en una herida del pecho y se sujetaba el muñón de la muñeca justo encima de un pegote de vendaje nebulizado que le servía de torniquete—. Sabemos lo que pasará si nos capturan.

—Esta vez no —dijo Mace—. Si peleáis, os matarán. Si os rendís, yo puedo manteneros con vida. Y lo haré.

—¿Y se supone que debemos aceptar tu palabra?

—Soy un Maestro Jedi.

El hombre escupió sangre en el suelo.

—Sabemos lo que vale eso.

—Es evidente que no.

Mace sintió en la Fuerza la llama oscura del lor pelek abriéndose paso, luchando ladera arriba, en dirección al búnker. Por un momento se sintió casi agradecido —estaba encantado de dejar la defensa de Chalk y Besh en manos de Vastor—, pero entonces se acordó de los niños. Los niños seguían dentro.

Allí donde iba Vastor.

Las
masacres son necesarias.

—No pienso discutirlo —Mace se acercó hasta el borde que había abierto Vastor y miró a través del que él mismo había cortado, calibrando lo despejado del camino—. O lucháis para tener una muerte segura, u os rendís para tener una esperanza de vida. La decisión es vuestra —dijo, y se arrojó hacia las alturas en la ardiente noche.

***

Todo el campamento estaba en llamas. Un asfixiante humo negro se alzaba sobre ardientes lagos de combustible de lanzallamas. Los rayos láser restallaban en todos los rincones, y sus descargas provocaban un tamborileo arrítmico bajo el aullante coro de las armas escudo de los korun. Vastor saltaba ladera arriba, en dirección al búnker, con erráticos saltos zigzagueantes y con refulgentes escudos, bloqueando rayos perdidos, cortando metal y rasgando carne.

Mace saltó desde lo alto del rondador de vapor, dio una voltereta en el aire, tocó el suelo y empezó a correr. Sus hojas tejieron una corona de energía verde y púrpura que astillaba los disparos láser, desviándolos al cielo.

Un grupo de balawai se amontonaba de rodillas unos metros a la izquierda del camino de Mace, entrelazando los dedos con las manos en la nuca. Gritaban con ojos cerrados contra el horror que los rodeaba, suplicando piedad a un korun empapado en sangre cuyo rostro no tenía nada humano. El korun alzó los chirriantes escudos gemelos sobre su cabeza y lanzó un rugido de oscura exultación al bajarlos contra sus indefensos cuellos...

Pero antes de que el golpe pudiera alcanzar su blanco, la suela de una bota le golpeó el espinazo con tanta fuerza que le hizo caer hacia delante y aterrizar de cabeza.

El korun se puso en pie de un salto, ileso y furioso.

—¿Me das una patada? ¡Vas a morir, tú! Vas a morir...

Se detuvo. Moverse un centímetro más habría puesto su nariz en contacto con el sable láser púrpura que, firme como una roca, estaba parado ante su cara. En el otro extremo de esa hoja se encontraba Mace Windu.

—Sí, moriré —dijo—. Pero no hoy.

La expresión del korun se cortó como leche de herboso agriada.

—Debes de ser el Jedi Windu, tú —dijo en koruun—. El sire de Depa.

La palabra provocó un escalofrío en Mace; en koruun, "sire" podía significar tanto "maestro" como "padre". O ambas cosas. Habló en su oxidado koruun.

—No mates a los no combatientes, tú. Mata a los no combatientes y tú morirás.

—Hablas como un balawai, tú —escupió el korun en balawai y con un bufido—. No acepto órdenes tuyas, yo.

Mace agitó el sable láser. Los ojos del korun pestañearon. Mace también volvió al idioma básico.

—Si quieres vivir, cree en lo que te digo: lo que les pase a ellos te pasará a ti.

—Díselo a Kar Vastor —repuso el korun burlón.

—Eso pretendo.

Antes de que el korun pudiera replicar, Mace ya había girado sobre los talones y corría hacia la puerta del búnker.

No se preocupó por las distracciones que habían hecho el camino de Vastor tan quebrado como el recorrido de un rayo, fue directo a la destrozada abertura de la puerta como lanzado por un cañón. Lo alcanzó sólo unos pasos después que el hombre más alto.

Y se quedó inmóvil.

Inmóvil pese al escalofriante zumbido de esos escudos de lágrima; pese al rugido grave de Vastor, semejante a la tos cazadora de un felino de las lianas hambriento; pese a un sonido que Mace podía ignorar tanto como invertir la rotación del planeta: el chillido de niños que gritan de terror.

***

El campamento en llamas de abajo iluminaba el techo del búnker con una cambiante luz color sangre, proyectando en él la enorme y vacilante sombra de Mace, indefinida pero completamente negra. Una sombra que amortajaba todo el interior. La única luz que caía en el núcleo de su sombra era el antinatural brillo verde y púrpura mezclado de sus sables láser.

Vastor estaba parado dentro, encogido como un gundark, con el brazo derecho echado hacia atrás para golpear. De su puño izquierdo colgaba Terrel, sujeto por el pelo, dando patadas en el aire y sollozando incontrolablemente que "todos los apestosos
kornos
tienen que morir".

—¡Detente, Vastor! —Mace se abrió al completo embate de la Fuerza y lo empleó para golpear la voluntad del lor pelek—. No lo hagas. Kar. Baja al chico.

No habría tenido por qué molestarse. El ladrido de respuesta de Vastor se tradujo en la mente de Mace como "
En
cuanto acabe con
él
". El escudo sujeto al brazo izquierdo de Vastor trazó un halo espejado sobre la cabeza de Terrel, pero el otro se inclinaba hacia donde estaban Besh y Chalk.

Mira
ahí y
sabrás
qué
clase de criatura
tengo
en
las
manos.

—No es una criatura —respondió Mace con el reflejo de la certeza—. Es un niño. Se llama... Se llama... —la voz se le ahogó cuando sus ojos comprendieron por fin lo que le señalaba Vastor— ...Terrel...

Besh y Chalk yacían en el suelo de piedra, entre el lugar donde Vastor sujetaba a Terrel y en el que permanecían encogidos Keela, Pell y los dos niños más pequeños. La vestimenta de los korunnai presos de la thanatizina estaba inexplicablemente arrugada, rasgada incluso, y en sus torsos relucía una humedad negra y oleosa. Transcurrió todo un segundo antes de que Mace se diera cuenta de que la luz de sus sables le robaba color al brillo húmedo de sus ropas. Lo adivinó por el olor, lo bastante fuerte incluso a través de la peste que ascendía del campamento en llamas.

Era el olor de la sangre.

Alguien había estado apuñalando, de forma inexperta pero con entusiasmo considerable, a los dos indefensos korunnai.

Apuñalando a dos seres humanos que Mace había jurado proteger. Apuñalando al triste Besh, que no podía hablar. Que sólo ayer había perdido a su hermano.

Apuñalando a la feroz Chalk, la chica que se había hecho lo bastante fuerte para sobrevivir a lo que fuera. A lo que fuera menos a eso.

Se tumbaron en el frío suelo de ese búnker y se inyectaron la droga que les sumió en una falsa muerte, confiando en que un Maestro Jedi velaría por ellos para impedir una muerte real.

En el suelo, bajo los colgados pies de Terrel, se hallaba el muñón de un cuchillo manchado de la misma sangre oscura. La hoja sólo tenía medio decímetro de largo, su punta era una aguda melladura recta.

El cuchillo de Terrel. El que Mace había partido en dos afuera, en la ladera.

Las fuerzas abandonaron a Mace por las rodillas.

—Oh, Terrel —dijo, permitiendo que sus sables láser se tragaran las hojas—. Terrel, ¿qué has hecho?

No te preocupes
, fue el significado del hondo gruñido de Vastor.
No volverá a hacerlo
.

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