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Authors: Matthew Stover

Punto de ruptura (24 page)

BOOK: Punto de ruptura
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Mace saltó con la Fuerza, haciendo que sus dos hojas volvieran a brillar mientas surcaba la oscuridad hacia la espalda de Vastor. Y en ese instante volvió a verse discutiendo con Nick en el camino trazado por los rondadores; volvió a oír las órdenes que dio dentro de este búnker derruido; vio de nuevo el rondador de vapor al borde del precipicio con los niños tambaleándose; vio a Rankin entrando en el círculo de luz; se enfrentó a Vastor dentro de un rondador atiborrado de heridos. No conseguía ver de qué otra forma podría haber actuado —de qué otra forma podría haber actuado siendo el Jedi que era— para que todo hubiera acabado en un momento diferente a éste. Diferente a este momento, en el que ya sabía que llegaría demasiado tarde, que sería demasiado lento, demasiado viejo y cansado, demasiado castigado por las inexplicables crueldades de la guerra en la selva...

Demasiado inútil para salvar la vida a un único niño.

Mace sólo pudo rugir una inútil negación cuando Vastor golpeó. El vibroescudo se hundió profundamente en el cuerpo de Terrel. Y cuando el lor pelek le arrancó la vida al niño, la fiebre de sangre dijo a Mace de qué otra forma debería haber actuado.

Debía haber matado a Kar Vastor.

Había llegado demasiado tarde para salvar a Terrel, pero en el búnker había otros cuatro niños balawai, hasta los que Vastor podía llegar con una sola zancada.

Todavía en el aire, Mace echó hacia atrás los dos sables láser, antes de moverlos hacia delante y abajo con la completa intención de hacer a Vastor pedazos tan pequeños que se necesitaría un bioescáner para saber que alguna vez habían sido humanos.

El lor pelek tiró a un lado el cadáver del chico con un gesto de su enorme muñeca y giró sobre sí mismo. Los escudos relampagueaban al alzarse ante el brillo de los sables láser para parar los mandobles del Maestro Jedi. Mace empleaba la Fuerza para bajar las hojas. Pretendía cortar con ellas a través de los escudos, a través de los dos brazos de Vastor, y hundirlas profundamente en su pecho para apagar su fuego en el humeante corazón...

Pero los escudos no se cortaron, y no cedieron.

Su chirrido cantarín zumbó en las manos de Mace, ascendiendo por sus brazos, haciendo que el pecho le tiritara y los dientes le vibraran.

Y entonces se vio arrojado por el aire, por encima de la cabeza de Vastor. Keela. Pell y los dos niños chillaron y se agarraron unos a otros de rodillas, apartándose asustados de su camino. Aterrizó y giró para enfrentarse al lor pelek, con las hojas cruzadas en la X defensiva.

Vastor miró a Mace desde su inmóvil postura de combate. Le ardían los ojos.

Nos hemos tomado unas molestias considerables para traerte aquí, dôshalo
, dijo su gruñido.
¿Debo matarte?

—Ya te he dicho antes —el gruñido de Mace se equiparaba al de Vastor— que no soy tu dôshalo.

A Depa le dolería encontrarte muerto. Apártate.

Todo el cuerpo de Mace latía con su necesidad de atacar, su necesidad de sumirse en el vaapad y permitir que su oscura tormenta moviera sus hojas. Sus venas cantaban con fiebre de sangre, y la migraña negra le martilleaba el cráneo. Necesitaba golpear a Vastor, hacerle daño. Castigarlo.

Pero toda una vida de disciplina Jedi le mantuvo donde estaba. Los Jedi no se vengan. Los Jedi no castigan.

Los Jedi defienden.

Mace rechinó los dientes, jadeando roncamente.

—Sal de aquí, Kar Vastor. No permitiré que hagas daño a esos niños.

Vastor alzó los escudos, que aún brillaban luminosos como espejos. Los sables láser de Mace no habían ni arañado su superficie. La fiebre de sangre brotó en el corazón de Mace. Vastor se dirigió hacia él con la atronadora amenaza de un rancor hambriento.

Veo llamas en tus ojos, Jedi Mate Windu. Verde de la jungla y púrpura de tormenta. Oigo ecos del tronar de la sangre en tus oídos.

Vastor unió las superficies curvadas de sus escudos vibratorios para emitir un chillido ensordecedor que provocó escalofríos en el espinazo de Mace. Su sonrisa combativa reveló dientes afilados como los de un felino de las lianas.

Has
decidido
tomar mi vida.

—No permitiré que hagas daño a esos niños —repitió.

Vastor meneó la cabeza en una lenta y sonriente negación.

No tengo ningún interés en ellos. Yo no hago la guerra con niños.

La respuesta de Mace fue una hosca mirada en silencio al cadáver de Terrel.

Era lo bastante hombre como para matar
, fue el significado del gruñido indiferente de Vastor.
Era lo bastante hombre para morir. Lo que hizo no fue la guerra, sino un asesinato. ¿Qué debería haber hecho? Mira a tu alrededor, dôshalo. ¿Has visto alguna cárcel en esta selva?

—Si la hubiera visto, te metería en ella —dijo Mace entre dientes.

Pero en vez de eso te quedas ahí, jadeando con esperanza y miedo.

—Los Jedi no tienen miedo. Y dejé la esperanza en Coruscant.

Tienes la esperanza de que amenace a los niños. Tienes miedo de que no lo haga. Tienes la esperanza de que te dé una excusa para matarme. Tienes miedo de actuar.

Mace le miró fijamente.

Miró su reflejo en los zumbantes escudos de Vastor como si viera en él un punto de ruptura de su propia naturaleza.

Lo que Vastor había dicho... era cierto.

Era todo cierto.

Ardía con fiebre de sangre, ansiaba matar al lor pelek igual que Vastor había matado a Terrel. Y por el mismo motivo. Al interponerse ente Vastor y los niños, no lo había hecho buscando defender vidas inocentes.

Había buscado un homicidio justificado.

Un asesinato perfecto Jedi.

Eso fue como meter la cabeza en agua helada y le hizo salir de su ensoñación: el búnker iluminado por las llamas le pareció real por primera vez. Vastor era ahora humano, sólo era un hombre, un hombre con poder, desde luego, pero no la encarnación de la oscuridad de la jungla. Terrel había sido un chico, casi un niño, sí, pero un chico cuyos brazos muertos seguían húmedos hasta el codo con la sangre de Chalk y Besh.

Hasta ese momento, Mace lo había mirado todo —todo ese mundo, y todo lo que había visto dentro de él— con ojos de Jedi, viendo pautas abstractas de poder en el enredado torbellino claroscuro de la Fuerza, un marcado ritmo que se alternaba entre el bien y mal. Sus ojos de Jedi sólo habían visto lo que ya buscaban.

Había estado buscando un enemigo sin saberlo. Alguien a quien combatir. Alguien a quien defender en esta guerra.

Alguien a quien poder culpar.

Alguien a quien poder matar.

Pero ahora...

Miró a Vastor con sus propios ojos, abiertos de verdad por primera vez.

Vastor le devolvió la mirada con fijeza. Un momento después, el lor pelek se relajó con un suspiro, bajando los brazos.

Has decidido dejarme vivir
, fue el significado de su gruñido inarticulado.
De momento
.

—Lo siento —dijo Mace.

¿Por qué?
Vastor parecía desconcertado de verdad. Se encogió de hombros cuando Mace no contestó.
Ahora que puedo darte la espalda con seguridad, me iré. La lucha ha acabado. Debo ocuparme de nuestros cautivos
.

Se volvió hacia la puerta del búnker. Mace le habló a su espalda.

—No permitiré que mates a los prisioneros.

Vastor se detuvo y le miró por encima del hombro.

¿Quién ha dicho nada de matar prisioneros? ¿Uno de mis hombres?
Sus ojos adquirieron un brillo feral a la luz de los sables láser de Mace.
No importa. Sé quien fue. Déjamelo a mí
.

Sin decir otra palabra, Vastor salió a la noche iluminada por las llamas.

Mace se paró en la titilante oscuridad, con el fulgor de sus armas por única luz. Al cabo de un tiempo notó las manos entumecidas en las placas activadoras de los pomos, y las hojas se encogieron.

Ahora, la única luz era el brillo sanguinolento del techo del búnker, que proyectaban los incendios del exterior.

Notó de forma ausente que Besh y Chalk no habían sangrado mucho por sus heridas. La thanatizina, supuso.

Un gemido detrás de él le recordó los niños. Se volvió y los miró. Temblaban en un abrazo de grupo tan apretado que no podía ver dónde acababa uno y empezaba el otro. Ninguno de ellos le devolvía la mirada. Podía sentir su terror en la Fuerza. Les aterraba encontrar su mirada.

Quiso decirles que no tenían nada que temer, pero eso sería una mentira. Quiso decirles que no permitiría que nadie les hiciera daño. Era otra mentira. Ya lo había permitido. Ninguno de ellos olvidaría nunca haber visto a su amigo asesinado por un korun.

Ninguno de ellos olvidaría nunca haber visto a un Jedi dejar que ese korun saliera bien librado.

Había tantas cosas que debía decir que sólo pudo guardar silencio. Había tantas cosas que debía hacer que sólo pudo quedarse allí, aferrado a sus sables láser apagados.

"
Cuando todas las elecciones parecen malas, elige la contención
."

Así que permaneció inmóvil.

—¿Maestro Windu? —la voz le resultaba familiar, pero parecía proceder de muy, muy lejos, o quizá sólo era un eco de la memoria—. ¡Maestro Windu!

Se quedó inmóvil, mirando a una distancia invisible, hasta que una mano fuerte le cogió del brazo.

—¡Oye, Mace!

—Nick. ¿Qué quieres? —suspiró.

—Ya casi amanece. Las fragatas salen con la luz. No tardarán mucho en llegar aquí. Es hora de ensillar los... —la voz de Nick se paró en seco, como si se ahogara con algo—. Que me revienten. ¿Qué has...? Digo, ¿qué han...? ¿Quién ha...? ¿Cómo...?

Su voz se apagó. Mace se volvió por fin para mirar al joven korun. Nick miraba sin habla a la ensangrentada masa que eran Besh y Chalk.

—La thanatizina ha retrasado su hemorragia —dijo en voz baja—.

Todavía puede salvarles la vida alguien que sea bueno con las grapas de tejido de un botiquín.

—¿Y..., y..., y... esos niños son...?

—Parece que, después de todo, hay balawai que no los dejan en las ciudades.

—¿Qué hacen aquí esos niños? ¿Qué les ha pasado?

Mace apartó la mirada.

—Les salvé la vida —alzó los hombros con un suspiro antes de dejarlos caer—. Temporalmente.

—Ah. Siempre es así —dijo Nick con un gruñido.

Mace se le quedó mirando.

—Cuando salvas la vida a alguien... —Nick inclinó la cabeza en un encogimiento de hombros korun—. Siempre es de modo temporal, ¿sabes? Mace se desplazó hacia la destrozada puerta del búnker.

—Supongo que sí. Nunca lo había visto de ese modo.

—Oye, espera. ¿Adónde te crees que vas?

—Los padres de estos niños están ahí fuera. Puede que aún sigan con vida.

—Pero Besh y Chalk —insistió Nick—. ¿Qué pasa con Besh y con Chalk? No puedes irte y dejarlos así...

—Ahora están a tu cuidado. Yo no puedo protegerlos —Mace bajó la cabeza al alejarse, y también bajó la voz—. Ni siquiera puedo protegerme a mí mismo.

—Pero Mace... Maestro Windu... —llamó Nick tras él—. ¡Mace!

Mace se detuvo y miró atrás. Nick se recortaba contra la oscura boca del búnker. Sus retorcidos restos de duracero le rodeaban como dientes.

—¿Qué pasa con los niños? ¿Qué se supone que debo hacer con ellos?

—Simula que son tuyos —dijo Mace, y se alejó.

El campamento estaba lleno de korunnai armados que saqueaban los cadáveres con la misma rapidez y eficiencia que Mace había visto en Nick, Chalk, Besh y Lesh en aquel callejón de Pelek Baw. Esos korunnai llevaban ropas que parecían completamente remendadas. La mayoría de ellos ostentaban heridas de un tipo u otro, y muchos mostraban señales de desnutrición. Sólo sus armas estaban cuidadas.

Era evidente que cuidaban mejor de sus pistolas láser que de sí mismos.

Mientras Mace se movía por el campamento, la nueva realidad con que veía el mundo se intensificó y se fragmentó. Era una dispersión de detalles hiperreales que no conseguía encajar en una imagen completa.

Tan nítida como una pesadilla.

Una mano cortada unida a un antebrazo que yacía en el suelo, al borde de un charco de ardiente combustible de lanzallamas, y con dedos que se cerraban lentamente en un puño a medida que se cocía.

Un charco negro de líquido que no ardía y debía de ser agua. O sangre.

Un cartucho de gas de pistola medio fundido que había reventado y se arrastraba de forma aleatoria y enloquecida por el suelo, proyectando un chorro de brillantes llamas verdes.

Una pareja de adolescentes korun bailando como monolagartos kowakianos dementes, esquivando charcos llameantes mientras intentaban coger los paquetes de raciones de comida que les arrojaban desde la escotilla de un humeante rondador de vapor.

El cielo ardía con el alba como si las nubes se hubieran prendido fuego.

Los doce akk permanecían ahora parados, formando un anillo alrededor de un par de docenas de temblorosos balawai. Los cautivos se amontonaban, abrazándose unos a otros, observando a los guerrilleros con ojos vacíos de esperanza y blanqueados por el tenor.

El korun al que Mace había pateado se sentaba junto al círculo de akk en el inclinado blindaje de un rondador, mirando fijamente a Mace mientras éste se acercaba tímidamente a él. Tenía los escudos korun subidos sobre los antebrazos, manteniendo libres las manos, que empleaba para masajearse un enorme moratón en el ojo derecho. La piel se había roto, y tenía media cara pintada con la sangre que había brotado de la herida y se había unido a otro reguero que brotaba de una hinchazón similar en el mismo lado de la boca.

Un fogonazo de intuición relacionó la mirada del korun, los bultos en su rostro y lo que había dicho el lor pelek a Mace al dejar el búnker.

Vastor debía de tener un gancho de izquierda devastador.

—¿Qué quieres tú? —gruñó el korun. Se levantó y bajó los escudos hasta los puños, donde zumbaron cobrando vida—. ¿Qué quieres?

—Apártate —dijo Mace sin expresión. Pasó junto al hombre más alto—. Me parece que ando buscando alguien a quien matar. No hagas que seas tú.

No necesitó presentarse a los perros akk que vigilaban a los cautivos. La manada se apartó al acercarse él, como si le reconocieran instintivamente. Una simple pregunta al cautivo más cercano le condujo hasta el padre de los dos niños. Cuando Mace le dijo que Urno y Nykl seguían con vida y tan a salvo como podía estarlo allí cualquier balawai, el hombre rompió a llorar.

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