Primates y filósofos (13 page)

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Authors: Frans de Waal

Tags: #Divulgación cientifica, Ensayo

BOOK: Primates y filósofos
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Pero ¿cuál es la naturaleza exacta de estos aspectos comunes? ¿Qué experiencias subjetivas concretamente, por ejemplo, compartimos con los chimpancés? Aquí es donde no estoy de acuerdo con la tendencia interpretativa de De Waal.

Existen dos grandes categorías de lenguaje antropomórfico. En primer lugar, el lenguaje emocional: podemos decir que los chimpancés sienten compasión, que sienten ira, que se sienten ofendidos, inseguros, etc. En segundo lugar, encontramos el lenguaje cognitivo, que atribuye un conocimiento y/o razonamiento consciente a los animales: podemos entonces decir que los chimpancés recuerdan, se anticipan a algo, planifican, elaboran estrategias, etcétera.

No está del todo claro a partir de los indicios del comportamiento con los que contamos qué tipo de lenguaje antropomórfico deberíamos emplear. Con bastante frecuencia, tanto en humanos como en primates no humanos, podríamos explicar un comportamiento en concreto bien como el producto de una reflexión consciente y de la elaboración de una estrategia, bien como el producto de una reacción fundamentalmente emocional.

Consideremos el «altruismo recíproco». En el caso tanto de los humanos como de los chimpancés, vemos algo que en el nivel del comportamiento parece altruismo recíproco. Esto es: los individuos establecen relaciones con otros individuos caracterizadas por el hecho de que una de las partes ofrece determinados bienes a la otra (como la comida) u ofrece una serie de servicios como una forma de apoyo social; la acción de dar resulta en cierto modo simétrica con el transcurso del tiempo: tú me rascas la espalda y yo rasco la tuya.

En el caso de los humanos, sabemos —mediante la introspección— que estas relaciones de apoyo mutuo pueden gobernarse en dos niveles distintos: el cognitivo o el emocional. (En la vida real se produce normalmente una mezcla de factores cognitivos y emocionales, si bien con frecuencia uno de ellos es predominante; en cualquier caso, tomaré en consideración ejemplos «puros» de cada uno de ellos para explicar con claridad el experimento que sigue.)

Consideremos el caso de dos académicos que trabajan en el mismo campo pero que nunca se han conocido. Supongamos que usted es uno de esos académicos. Usted se encuentra escribiendo un trabajo de investigación que le ofrece la oportunidad de citar al otro académico. La cita no es esencial: el ensayo no se resentiría si no apareciera. Pero usted piensa: «Bueno, quizá si cito a esta persona, ella me cite más adelante, y esto podría llevar a establecer un patrón de citas mutuas que resultaría beneficioso para ambos». Así que usted cita a esa otra persona, y da así comienzo a la relación estable de citación mutua que usted anticipaba: estaríamos ante una forma de «altruismo recíproco».

Imaginemos ahora una vía alternativa con el mismo resultado. Mientras trabaja en la elaboración de su ensayo, usted conoce a un académico en una conferencia. Inmediatamente se caen bien, y comienzan a discutir sus intereses intelectuales y opiniones. Más adelante, mientras termina su trabajo, usted decide citar el trabajo de ese académico simplemente por amistad: decide citarlo porque le apetece. Más adelante, él le cita a usted, y comienza entonces el mismo patrón de citas mutuas, de «altruismo recíproco».

En el primer caso, la relación parece ser el resultado de una estrategia calculada. En el segundo, parece ser más un caso de simple amistad. Pero para un observador exterior (alguien que simplemente observa la tendencia de estos dos académicos a citarse mutuamente), resulta difícil distinguir los dos tipos de motivación. Es difícil decir si el patrón de citas mutuas está guiado por un cálculo estratégico o por la amistad, porque cualquiera de las dos dinámicas puede en principio conducir al resultado ya observado: una relación estable en la que ambos se citen mutuamente.

Supongamos ahora que al observador se le ofrece cierta información adicional: estos dos académicos no sólo tienden a citarse mutuamente, sino que tienden también a ser de la misma opinión en los temas más conflictivos de su campo. Con todo, esto no resultaría de mucha ayuda, porque se sabe que ambas dinámicas (el cálculo estratégico y el sentimiento de amistad) conducen a este resultado final: no sólo que se citen entre sí, sino que sean aliados desde un punto de vista intelectual. Después de todo, a) si uno elige conscientemente a otra persona para la cita recíproca, lo más lógico es que escoja a una persona que comparta sus intereses estratégicos, esencialmente la defensa de la posición de uno en los principales tema intelectuales; y b) si en lugar de esto se opera sobre la base de los sentimientos de amistad, sigue siendo bastante probable que acabe uno emparejándose con un aliado intelectual, puesto que uno de los principales factores que contribuyen a la existencia de sentimientos de amistad es la existencia de un acuerdo en temas conflictivos.

Que el gobierno de las emociones (o de los «sentimientos de amistad») pueda llevar al mismo punto que el gobierno de un cálculo estratégico no es ninguna coincidencia. Según la psicología evolucionista, la selección natural «diseñó» las emociones humanas para servir a los intereses estratégicos de los individuos de la especie humana (o, para ser más exactos, para aumentar la proliferación de los genes individuales en el entorno evolutivo, si bien para el caso de la discusión que nos ocupa podemos asumir que los intereses del individuo y los de los genes del individuo coinciden, como a menudo ocurre). En el caso de los sentimientos de amistad, estamos «diseñados» para sentir una mayor proximidad hacia individuos que comparten nuestras opiniones en temas conflictivos porque a lo largo de la evolución éstos son individuos con los que ha resultado beneficioso establecer alianzas.

Ésta es la razón genérica por la que a menudo resulta difícil para un observador decir si un comportamiento humano determinado se guía por un cálculo estratégico o por las emociones:
porque muchas emociones son sustituías del cálculo estratégico.
(En cuanto al hecho de por qué la selección natural creó estos sustitutos para el cálculo estratégico, podemos suponer que estas emociones evolucionaron bien antes de que nuestros ancestros pudiesen elaborar cálculos estratégicos conscientes correctamente, o en casos en los que aun siendo conscientes de la estrategia que perseguían tal conciencia les resultase poco ventajosa.)

¿Q
UÉ SIENTEN LOS CHIMPANCÉS?

Después de presentar este experimento, podemos ahora retomar la cuestión del lenguaje antropomórfico, en concreto la pregunta de cuándo debe utilizarse el antropomorfismo «emocional» y cuándo el antropomorfismo «cognitivo». Al analizar la dinámica de los chimpancés y tratar de decidir si los chimpancés elaboran cálculos conscientes o si sencillamente se guían por emociones, nos enfrentamos a la misma dificultad que nos encontramos en el ejemplo de los dos académicos: dado que las emociones en cuestión fueron «diseñadas» por selección natural para tener como resultado un comportamiento estratégicamente efectivo, los comportamientos impulsados por las emociones y aquellos conscientemente calculados podrían parecer idénticos a ojos de un observador externo.

Por ejemplo, si separamos a dos chimpancés de la estructura de poder en la que viven inmersos —esto es, si no son parte de la coalición que mantiene al macho alfa en el poder y por lo tanto no participan de los recursos que dicho macho comparte con sus compañeros coaligados—, entonces podrían formar una alianza que rete el dominio del macho alfa. Pero resulta difícil determinar hasta qué punto la formación inicial de esta alianza sería el producto de un cálculo estratégico consciente o simplemente de una serie de «sentimientos amistosos» que hubieran sido «diseñados» vía selección natural como sustitutos de este cálculo estratégico consciente. En consecuencia, es difícil elegir entre un lenguaje antropomórfico «cognitivo» («Los chimpancés vieron que compartían un interés estratégico y decidieron formar una alianza») y un lenguaje antropomórfico «emocional» («Los chimpancés, al percibir la gravedad de su destino compartido, desarrollaron sentimientos de amistad y de obligación mutua que les llevaron a establecer una alianza»).

En casos tan ambiguos como éste, De Waal parece favorecer el uso de un lenguaje antropomórfico cognitivo por encima del emocional. Un ejemplo extraído de
La política de los chimpancés
es el caso de Yeroen, un macho alfa, y Luit, un chimpancé de estatus inferior, que en el pasado había aceptado dicho estatus subordinado pero que pronto retó la posición dominante de Yeroen al iniciar una pelea. De Waal observa que, durante el período que condujo al reto, Yeroen empezó a consolidar sus vínculos sociales, aumentando de forma notable el tiempo que pasaba acicalando a las hembras e interactuando con ellas. De ahí, De Waal infiere que Yeroen «ya sentía que la actitud de Luit estaba cambiando, y sabía que su posición peligraba».
[1]

Se supone que en cierto sentido Yeroen cambió su actitud, y que este cambio podría explicar su repentino interés en las hembras que jugaban un papel políticamente clave. Pero ¿debemos asumir, como hace De Waal, que Yeroen «conocía» (es decir, que anticipaba conscientemente) el reto que se avecinaba y que en consecuencia tomó una serie de medidas para atajarlo? ¿No es posible, quizá, que la creciente afirmación de Luit hubiese inspirado un ataque de inseguridad que hiciera que Yeroen se acercara aún más a sus amigos?

Ciertamente, es en teoría posible que los genes que tienden a dar respuestas inconscientemente racionales ante las amenazas florezcan mediante la selección natural. Cuando tras avistar un animal que les inspira miedo, un bebé humano o una cría de chimpancé buscan refugio en su madre, la respuesta es lógica, pero podemos suponer que la cría no es consciente de dicha lógica. O, por tomar un ejemplo con una mayor analogía con el caso de Yeroen y Luit: si un ser humano es tratado de forma aparentemente irrespetuosa por algunos de sus conocidos, podría verse embargado por un sentimiento de inseguridad y en consecuencia, al encontrarse a un familiar o un amigo, intentar acercarse más de lo normal a esa persona para, tras recibir una respuesta positiva, sentirse más cercano de lo habitual a ese familiar o amigo. Aquí, la «inseguridad» es una emoción sustituta del cálculo estratégico; nos anima a reforzar los vínculos con nuestros aliados tras haber tenido que enfrentarnos a un episodio de antagonismo social.

Tenemos otro ejemplo más general de la aparente preferencia que De Waal muestra a favor de un antropomorfismo cognitivo y no emocional cuando se refiere al «giro de la política de Luit, sus decisiones racionales y su oportunismo», para después decir que «no hay espacio en dicha conducta para la simpatía o la antipatía».
[2]
De hecho, muchos de los giros en la política seguida por Luit y gran parte de su oportunismo pueden explicarse en principio
en términos de
simpatía y antipatía; Luit siente simpatía hacia algunos chimpancés cuando sus intereses estratégicos le dictan una alianza con ellos, y siente antipatía en los casos en que sus intereses estratégicos le dictan conflicto o indiferencia hacia los mismos. Cualquier ser humano conoce cuán rápidamente nuestros sentimientos oscilan entre la simpatía y la antipatía hacia otros seres humanos; y cualquier ser humano profundamente introspectivo deberá admitir que a veces estas oscilaciones tienen algo de conveniencia estratégica.

Por supuesto, dado que las experiencias subjetivas son intrínsecamente privadas, resulta difícil afirmar con toda seguridad que De Waal se equivoca, o que los comportamientos estratégicos en cuestión se guían más por las emociones que por la cognición. Pero existe una serie de consideraciones interrelacionadas que sugiere que así es:

  1. Por razones diversas, es lógico suponer que en el linaje de los chimpancés el control emocional del comportamiento ha precedido, evolutivamente hablando, al gobierno conscientemente estratégico del comportamiento (una de las razones para suponer esto es la edad evolutivamente relativa de las partes del cerebro humanos asociadas a las emociones, por un lado, y a la planificación y la capacidad de razonar por otro. Resulta también notable la posición de preeminencia que estas partes del cerebro ocupan con respecto a su importancia en los primates no humanos: por ejemplo, el papel relevante de los lóbulos frontales en los humanos, asociados a las capacidades de planificación y razonamiento).
  2. Dado que aun cuando los seres humanos son manifiestamente capaces de elaborar estrategias de forma consciente tienen también emociones que les animan a comportarse de forma estratégicamente correcta, parece probable que nuestros parientes cercanos los chimpancés, que exhiben comportamientos análogos estratégicamente correctos, tengan también dichas emociones.
  3. Si en efecto los chimpancés tienen emociones que podrían dar lugar a comportamientos estratégicamente correctos, uno debe preguntarse por qué la selección natural añadió una segunda y funcionalmente redundante capa que hiciera de guía (la estrategia consciente). Por supuesto, en el caso de los seres humanos la evolución

    sustituyó el gobierno emocional por un gobierno cognitivo. Pero cuando teorizamos sobre por qué fue así, tendemos a citar una serie de razones que no parecen ser aplicables en el caso de los chimpancés (por ejemplo, los humanos poseen un lenguaje complejo y lo utilizan para discutir planes estratégicos con sus aliados, o para explicar por qué hacen algo, etc.).

Por todas estas razones, cuando nos enfrentamos al caso de los primates no humanos, yo propondría que nos inclinásemos en la dirección opuesta a la de De Waal. En casos en los que el gobierno emocional o el gobierno conscientemente estratégico pudiera en principio explicar el comportamiento, elegiría el primero como la explicación más tentadora, a falta de más datos. Es decir, si todos los demás factores son iguales, optaría por un lenguaje emocionalmente antropomórfico y no un lenguaje cognitivamente antropomórfico a la hora de hablar de primates no humanos.

Podríamos dar a esta propuesta el nombre de principio antropomórfico de economía. Una de las razones por la que creo que es una forma de economía es porque implica el uso de un único tipo de lenguaje (el emocional) mientras que la alternativa que propone De Waal, a pesar de emplear de forma manifiesta únicamente un tipo de lenguaje antropomórfico (el cognitivo), de manera implícita utiliza ambos. Después de todo, parece muy probable que, si de hecho los chimpancés poseen la capacidad para elaborar amplias estrategias conscientes, tal como De Waal cree, también tendrán un sistema de sustitutos para el cálculo estratégico paralelo e interrelacionado, puesto que, después de todo, éste es el caso de otra de las especies de primates de las que sabemos que tienen la capacidad para elaborar amplias estrategias conscientes (nosotros), especie que además está íntimamente relacionada con los chimpancés. Si asumimos que éste es el caso (es decir, que un pariente próximo de los humanos tuviera la habilidad necesaria para elaborar amplias estrategias conscientes, tendría también una serie de sustitutos emocionales interrelacionados para la elaboración de dichas estrategias), entonces la atribución de la capacidad de elaborar estrategias conscientes a los chimpancés llevaría implícita la atribución tanto de la capacidad de elaborar estrategias conscientes como de la existencia de cierto nivel de guía emocional en los mismos. Y, en casos en los que únicamente la existencia de un gobierno emocional sería en teoría un elemento explicativo suficiente, esta atribución implícita tanto de la guía emocional como de la cognitiva sería la alternativa menos económica de las dos.

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