Presagio (43 page)

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Authors: Jorge Molist

BOOK: Presagio
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Carmen llegaba a la cita casi media hora tarde, y lo hacía a propósito, pero eso no parecía afectar a Muriel, que le dedicó al verla la sonrisa de bienvenida reservada para la mejor amiga.

Carmen sintió su boca imitándola, sonriendo en un acto reflejo, automático, como cuando apartamos la mano al quemarnos.

—Buenas tardes. —No se levantó para besarla y Carmen se alegró de ello.

—Buenas tardes —repuso al sentarse dejando el bolso en una de las sillas.

Muriel se quedó mirándola aún con la sonrisa colgando de la boca, y Carmen le sostuvo la mirada.

—¿Qué quieres tomar? —le ofreció al rato, mientras buscaba con la vista a la camarera. Al localizarla hizo un gesto para que se acercara.

—Café moca.

—Un moca y uno
café-au-lait,
por favor —ordenó Muriel a la muchacha.

Acto seguido regresó a Carmen con su mirada sonriente. «Está claro que disfruta de su momento de triunfo», se dijo ésta.

—Gracias por venir. —Muriel retomó la conversación—. ¿Cómo te van las cosas?

—Bien en el trabajo, al menos de momento. —Y Carmen buscó en el interior de los ojos de la otra—. Y con Jeff, fenomenal. —Observaba con atención a su rival para no perderse su reacción.

—Ah, ¿sí? —Muriel fingía indiferencia.

—¿Qué pretendes, Muriel? —Carmen decidió tomar la iniciativa—. ¿A qué viene esta cita?

—Quería tener una charla contigo antes de encontrarnos en la agencia. Hay novedades y creo que debes ser la primera en conocerlas.

—Pues llegas tarde, desde hace un par de días el rumor circula como un reguero de pólvora.

—¿Qué es lo que se dice?

—Que llegaste a un acuerdo con las viudas, ahora dueñas de la agencia, y que serás vicepresidenta.

—Creyeron que yo era demasiado joven para la presidencia. —Muriel hizo una pequeña mueca—. Pondrán a un conocido a la cabeza de la agencia. Pero yo seré la segunda de a bordo y llevaré el día a día de la gestión.

—Luego es verdad.

—Sí, es cierto. Ya ves, soy como el ave fénix, que renace de sus cenizas.

—Bien, pues felicidades. Tus ambiciones se están cumpliendo.

—No creías que regresaría tan pronto, ¿verdad? —En sus ojos verdes había un reflejo duro.

La camarera trajo los cafés y la conversación se interrumpió unos momentos.

—Muriel, no importa lo que yo creyera. —Carmen la miraba con seriedad, e hizo una pausa antes de continuar—. Pero te agradezco el detalle de que me informes personalmente. Te deseo mucho éxito.

—Gracias.

Carmen hizo una pausa para tomar un sorbo de café y su acompañante la imitó.

—¿Era eso todo lo que querías de mí?

—No, hay algo más.

—¿Qué es? —Carmen intuía la respuesta.

—Quiero que me devuelvas a Jeff.

Carmen desvió la mirada hacia las camareras que conversaban detrás de la barra. No por estar esperando, no por haber anticipado y temido algo semejante, no por ello, aquella frase dejó de tener el efecto de un bofetón. Así era Muriel. Así de directa, así de segura de sí misma, así de arrogante. Sus peores temores se confirmaban. Generalmente, ella callaba y aceptaba la iniciativa, el empuje de su antigua amiga, y si estaba en desacuerdo se lo hacía saber de forma suave, razonada. Pero aquello pertenecía al pasado. Ahora Jeff era suyo. Y tendría que luchar por él. No era momento de diplomacias.

Tomó un sorbito de café, con cuidado, de forma delicada. Por eso su respuesta sonó aún más agresiva:

—¿Que te lo devuelva? —Ahora la miraba a los ojos y sus labios forzaban una sonrisa apretada—. ¿Que te lo devuelva? ¿Quién te has creído que eres? ¿Pero qué diablos te crees? ¿Que ahora eres el jefe y que por eso tienes derecho a quedarte con mi novio? —Conforme hablaba sentía algo dentro, en sus entrañas, que la impulsaba a odiar, a luchar, a matar si fuese preciso por su hombre. Normalmente, sentimientos tan atroces la hubieran asustado e intentaría controlarlos a toda costa. Pero ahora no. Las emociones la desbordaban y no tenía tiempo, no quería, no podía limitarlas—. ¿Es eso? ¿Es porque ahora te sientes muy poderosa? ¿O es que crees que el derecho te lo da el que antes fuera tu chico? —Hablaba en un tono abrasivo, jamás antes usado con Muriel, retándola, buscando a propósito su reacción—. Pues si antes fue tuyo, bonita, lo perdiste. Olvídate de él. Ahora es mío y conmigo se queda.

Muriel tardó en responder. Observaba a su amiga con curiosidad y algo incrédula. Pero no parecía que su recién estrenada agresividad la impresionara demasiado.

—¿Que qué derecho tengo? —Una sonrisa irónica acompañaba a su respuesta—. Me lo robaste, me lo quitaste de una forma miserable, a traición. Yo confiaba ciegamente en tu amistad, eras mi mejor amiga, te quería —los ojos verdes brillaban cargados de lágrimas—, te confiaba mis pensamientos, te lo contaba todo. Y tú esperabas agazapada la ocasión dé arrebatarme al hombre que amo, y lo lograste usando lo que sabías, gracias a que yo te abrí mi corazón sin reservas, confiándotelo todo.

»Lo que hiciste, Carmen, fue indecente, y no te saldrás con la tuya. Sería injusto. Pagarás por ello y sufrirás el mismo dolor que yo sufrí.

—Te equivocas. Yo no te lo quité. Acudió a mí, como tantas veces antes, a buscar consuelo por la forma en que lo tratabas. Sólo que esta vez fuiste demasiado lejos, fue imperdonable. ¿Y tú me acusas de traición? —Carmen soltó una risita falsa—. ¿Cómo llamas a engañarlo acostándote con otro hombre? —Hizo una pausa para continuar sin esperar respuesta—. ¿Cómo te atreves a censurarme? Yo lo amaba, y lo amo. Y conmigo ha encontrado el amor honrado y honesto que se merece. Olvídate de él. Jamás perdonará tu infidelidad, nunca olvidará esa ofensa, la humillación, la pena que sintió.

—Es muy distinto traicionar la confianza de una amiga que tener un escarceo con un segundo hombre. Lo de Rich habría terminado pronto, él no lo habría sabido nunca y continuaría tan feliz a mi lado. Si sufrió fue por tu culpa. Y lo hiciste, con toda malicia, para robármelo.

—¿Será posible tal cinismo? —Carmen estaba indignada—. O sea, que de no haberse enterado, ¡tú no habrías hecho nada malo! Y que yo tengo la culpa de que sufriera. —Movía la cabeza en gesto de incredulidad—. Después de tantos años conociéndote aún me sorprende tu falta de ética, de moral. Olvídate de Jeff. Ahora él te conoce. Jamás volverá contigo.

—Así que crees que te quedarás con él. —Muriel le dirigía una mirada dura. Las lágrimas habían desaparecido de sus ojos—. Porque le das ese amor honrado, porque le recuerdas que yo lo traicionaba, porque estás siempre allí para cuidarlo, darle mimos y caricias. —Hizo una pausa y el esbozo de una sonrisa se dibujó en sus labios—. Le das un amorcito burgués, soso, siempre igual. ¿Y te crees que Jeff va a tener suficiente con eso? ¡Qué tonta! A Jeff le va sufrir un poquito, para luego disfrutar mucho más. Le va la montaña rusa. Lo que yo le doy. No ese cariño plano, esa devoción que estoy segura de que le profesas. Apuesto a que siempre colocas tu coño boca arriba cuando hacéis el amor; tú eres de ésas, Carmen, de esa rutina. Y si no le pones más en su plato, no es porque no quieras, sino porque no se te ocurre. Y si se te ocurre, no lo haces porque será pecado o porque no te atreves. No, tú no puedes darle lo que yo le doy.

»Él volverá conmigo, Carmen. Nunca olvidará haberme encontrado en la cama con Rich. Quizá jamás me lo perdone. Y cuando haga el amor conmigo sufrirá pensando en cuando yo lo hacía con el otro. Pero gozará y vibrará con sus emociones y las mías. Él aún me quiere. Y pronto dejará de bostezar contigo.

Carmen sentía miedo. Allí estaba su rival, desplegando sus armas, amenazando su felicidad, mostrando sus ojos verdes seductores, sus labios húmedos, su sensualidad, su indecencia, su poder, su desparpajo de furcia y esa sorprendente seguridad en sí misma. El tipo de hembra que enloquece a ciertos hombres. ¿Podría retener a Jeff frente a aquella mujer dispuesta a todo para arrebatárselo? Quizá no. Pero ella lucharía, haría cualquier cosa, lo que fuera, por conservarlo. Su miedo cambió a determinación.

—¿Quién te has creído que eres? —le espetó. Se notaba indignada—. Me invitas a un café para, con tu deliciosa sonrisa, anunciarme que me vas a quitar a mi hombre. ¡Qué desparpajo, Muriel! ¡Qué arrogancia! —Las mujeres de una mesa cercana las miraron, curiosas por el volumen y el tono que usaba Carmen. Pero ella no se dio cuenta—. Estás acostumbrada a coger lo que te apetece, ¿verdad? Así, sin más. Porque Muriel tiene derecho a saltarse todas las reglas, a pisotear a cualquiera con tal de hacer su voluntad. Pero esta vez te equivocas. Jeff me quiere a mí, y jamás perdonará tu traición. Olvídate de él, busca a otro. Será lo mejor para ti.

—¿Cómo te atreves a criticarme? La señorita mexicana a la que el dinero de papá y mamá se lo soluciona todo. Las inversiones inmobiliarias de tu padre en México y California dan suficiente para que puedas satisfacer todos tus caprichos, para comprar lo que quieras. Menos para comprar ciertos hombres. A ésos los robas.

»¡Claro que tengo ambición! ¡Maldita sea! ¡Porque yo no tengo nada! Sólo tengo lo que pueda ganar con mi trabajo. Es muy fácil para ti cubrirte de virtud y censurarme. ¿Cómo consiguió tu familia su fortuna? ¿Le vino del cielo? —Ahora llamaban la atención de la concurrencia en mesas más distantes—. ¿Viste a mi padre? Trabajó toda su vida para otros, dio lo mejor de sí mismo, sus años jóvenes, y termina sin empleo y pobre. A mí no me ocurrirá eso. Juré que no dejaría que me ocurriera eso. No importa el precio. Y tú, a quien todo se lo han dado hecho, que trabajas por diversión, sin necesitarlo. ¿Tú te atreves a censurarme?

Se quedaron mirando la una a la otra en silencio. Carmen ojeó la entrada del establecimiento y, recorriendo el local con la vista, se encontró con las mujeres rodeadas de bolsas de compras que, desviando la mirada, intentaron reiniciar una conversación propia. Cuando habló de nuevo en su tono había desaparecido la furia.

—Yo no te robé a Jeff. Ya te lo dije. Él vino a mí.

—Te refugias en eso, Carmen, porque no tienes las agallas de reconocer que lo que hiciste estuvo mal. Fue indecente. Traicionaste a la que te creía su mejor amiga. ¿No estaba bien que yo fuera con dos hombres a la vez? Eso es discutible. Puedo aceptar que estuvo mal, pero no que tú me censures. Si Jeff me perdona todo estará bien. Pero tú no has sido aún capaz de reconocer tu traición, tu inmoralidad.

—Jeff era, igual que tú, mi amigo. Pero además lo amo. Y tú lo engañabas. Yo lo ayudé a conocer la verdad.

—¿Te das cuenta de cómo vuelves a lo mismo? —Sonreía de forma amarga—. No tienes la honradez de aceptar que lo que hiciste estuvo mal, muy mal. Y vuelves una y otra vez a las mismas excusas para justificarte frente a ti misma. Necesitas ser moralmente superior a mí. Claro, Muriel se comporta como una prostituta, en realidad lo es.

Piensas eso y te ayuda a justificarte. Pero te falta la entereza para reconocer tu culpa, luego no te arrepientes. Te has convencido de que tenías derecho a hacer lo que hiciste. Pero no, Carmen. Aquello fue miserable, fue indigno. Y pagarás por tu pecado.

—Bien, ¡basta ya! —Carmen se sorprendía de la fuerza que salía de su interior para enfrentarse con su antigua amiga—. Me dijiste lo que deseabas. Y yo te digo que no; que Jeff me ama y que voy a disfrutar de su amor sin que tú representes una sombra. No es tonto, conoce bien tus juegos. Tiene dignidad.

—Te equivocas. Aún le atraigo. Quizá te lo deje unos meses o quizá un año, pero al fin volverá conmigo. Será mío, Carmen. Lo perderás.

—Estás fanfarroneando sin tener idea. ¿Sabes que ahora vivimos juntos? Me he mudado a su apartamento.

—¿Ah, sí? —Muriel quiso disimular, pero un ligero parpadeo y un rápido temblor en los labios le dijeron a Carmen que había dado en el blanco.

—Sí. Creía que alguien te lo habría dicho.

—No. Ahora me entero.

—Ya ves. Contigo no llegó a eso. Lo nuestro va muy bien. —Carmen adoptó a un tono conciliador—. Por favor, Muriel, terminemos la discusión aquí. Déjanos en paz. Si crees que debo hacerlo, te pido perdón. Yo no puedo vivir sin él. Y él siente lo mismo por mí. Nos casaremos. —Ahora suplicaba y poniendo la mano encima de la mesa la acercó para tocar con la punta de sus dedos la mano de su oponente—. No insistas, no remuevas el pasado, por favor. Tú puedes conseguir a cualquier hombre, encontrarás otra vez el amor sin problemas.

Muriel apartó su mano en un golpe súbito.

—No, quiero a Jeff. Y será mío. Y me tendrás revoloteando en tu vida mientras él esté contigo. Amo a ese hombre. Y aunque consiguieras casarte con él, y aunque yo me casara con otro, lo tentaré y caerá en la tentación y nunca sabrás cuando vuelva tarde a casa si viene de hacer el amor conmigo. Olerás su ropa por si allí está mi olor, buscarás en sus bolsillos por si encuentras una nota mía, en su correo electrónico mi mensaje. Sufrirás, no disfrutarás ese amor. Ese hombre es mío y lo recuperaré.

Carmen se levantó como movida por un resorte, soltando unos dólares sobre la mesa, casi en la taza de Muriel.

—¡Vete a la mierda! —le dijo con una sonrisa preñada de lágrimas—. No quiero que me invites. —Luego clavó sus ojos en los de Muriel y arrastrando las palabras le advirtió—: Mantente lejos de él. Y si lo acosas, te mato. ¡Te juro que te mato!

Carmen cargó su bolso al hombro y se dirigió a la puerta golpeando en su precipitación con su cadera una de las mesas que estaban en su camino.

Estaban en la sobremesa, tomando un café. Anselmo no había visitado aquella casa desde hacía más de diez años, en vida aún de su hijo. Observaba los muchos detalles que no habían cambiado con el tiempo: el cuadro, una lámina impresa enmarcada en cristal de la última cena de Jesús con sus apóstoles, la alacena con los platos... Y lo hacía con cariño, sin pena. El tiempo había mitigado el dolor por la pérdida del hijo y el amor de su nieta lo hacía desaparecer. Alba lo invitó, junto al sacerdote, a almorzar en su casa, y Anselmo disfrutaba con toda intensidad de aquel momento, de la conversación, de la compañía. Después de tantos años sin hablarle, Alba no parecía sentirse incómoda con él y le había dirigido varias sonrisas. Él se las devolvía.

«El cura puede conseguir lo que quiera de ella —se decía Anselmo, complacido—. Y está cumpliendo el acuerdo.»

Lucía pasaba de momentos de tristeza a otros de entusiasmo, al contar las cosas nuevas, lo que la había sorprendido, lo que la impresionaba de ese mundo extraño y fascinante de más allá de la frontera.

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