¿Por qué leer los clásicos? (27 page)

BOOK: ¿Por qué leer los clásicos?
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La vida de Lara es, en su trazado lineal, una perfecta historia de nuestro tiempo, casi una alegoría de Rusia (¿o del mundo?), de las posibilidades que se le han presentado sucesivamente o al mismo tiempo. Tres hombres se mueven en torno a Larisa. El primero es Komarovsky, el traficante inescrupuloso que la ha hecho vivir desde pequeña con la conciencia de la brutalidad de la vida, que representa la vulgaridad y la inescrupulosidad, pero también en el fondo un sentido práctico y concreto, una caballerosidad sin ostentación de hombre seguro de sí mismo (él nunca le falla, ni siquiera después de que Lara, disparándole un tiro, quiera destruir la impureza de su vínculo pasado); Komarovsky que personifica toda la bajeza burguesa, pero que la revolución no destruye, haciéndolo participar —por vías siempre equívocas— en el poder.

Los otros dos hombres son Pasha Antipov, el revolucionario, el marido que se separa de Lara para no tener obstáculos en su solitaria obstinación de insurrecto moralista e implacable, y Yuri Zhivago, el poeta, el amante que Lara no conseguirá jamás enteramente para ella, porque él está totalmente sometido a las cosas, a las ocasiones de la vida. Ambos se sitúan en el mismo plano por la importancia que han tenido en la vida de Lara y por su evidencia poética, aunque Zhivago esté continuamente en escena y Antipov casi nunca. Durante la guerra civil en los Urales, Pasternak ya nos presenta a los dos como predestinados a la derrota: Antipov-Strelnikov, comandante partisano rojo, terror de los blancos, no está afiliado al Partido y sabe que terminados los combates será declarado fuera de la ley y liquidado; el doctor Zhivago, el intelectual refractario que no quiere o no puede insertarse en la nueva clase dirigente, sabe que no será perdonado por la máquina revolucionaria. Cuando Antipov y Zhivago están frente a frente, desde el primer encuentro en el tren militar al final de las dos batidas en la ciudad de Varykino, la novela alcanza toda su plenitud.

Si tenemos siempre presente a Lara como protagonista del libro, la figura de Zhivago, situada en el mismo plano que la de Antipov ya no es dominante, ya no tiende a transformar el relato épico en la «historia de un intelectual» y la larga narración de las vicisitudes partisanas del doctor queda reducida a una ramificación marginal que no debe desequilibrar la historia ni rebasar su carácter lineal. Antipov, que aplica apasionada y fríamente la ley de la revolución bajo la cual sabe que él también perecerá, es una gran figura de nuestro tiempo, en la que resuenan los ecos de la principal tradición rusa, revivida con límpida simplicidad. Lara, dura y dulcísima heroína, es y sigue siendo su mujer aun cuando sea y siga siendo la mujer de Zhivago. Así como es y sigue siendo —de manera inconfesada e indefinible— la mujer que fue de Komarovsky; y en el fondo ha aprendido de éste la lección fundamental, y por haber conocido el rudo sabor de la vida de Komarovsky, de su olor a cigarro, de su grosera sensualidad de alcoba, de su prepotencia del más fuerte, por eso mismo Lara conoce mejor a Antipov y a Zhivago, los dos candorosos idealistas de la violencia y de la no violencia; por eso vale más que ellos y más que ellos representa la vida, y más que a ellos llegamos a amarla, a seguirla y a adivinarla en los párrafos elusivos de Pasternak que jamás nos la descubren hasta el fondo
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He tratado así de referir las emociones, las preguntas, los desacuerdos que la lectura de un libro como éste —quisiera decir la lucha con él— suscita en quien está profundamente interesado en el mismo nudo de problemas, y admira la inmediatez de su representación de la vida, pero no comparte su idea fundamental: que la historia trasciende al hombre; más aún, que siempre ha buscado en la lectura y en el pensamiento justamente lo contrario: una relación activa del hombre con la historia. Ni siquiera funciona aquí la operación —fundamental en nuestra educación literaria— de separar la poesía del mundo ideológico del autor. Esta idea de la historia-naturaleza es justamente la que da a
El doctor Zhivago
la solemnidad humilde que nos fascina también a nosotros. ¿Cómo hacer para definir nuestra relación con el libro?

Una idea que se realiza poéticamente no puede nunca carecer de significado. Tener significado no quiere decir corresponder a la verdad. Quiere decir indicar un punto crucial, un problema, una alarma. Kafka, creyendo hacer una alegoría metafísica, describió de modo incomparable la alienación del hombre contemporáneo. Pero Pasternak, ¿tan terriblemente
realista
? Bien mirado, incluso su realismo cósmico consiste en un momento lírico unitario a través del cual filtra todo lo real. Es el momento lírico del hombre que ve la historia —admirándola o execrándola— como un cielo muy alto sobre su cabeza. Que en la Unión Soviética de hoy un gran poeta elabore semejante visión de las relaciones entre el hombre y el mundo —la primera que en muchos años ha madurado por desarrollo autónomo, no conformemente a la ideología oficial— tiene un significado histórico-político profundo, confirma que el hombre común no ha tenido demasiado la impresión de que la historia estaba en sus manos, de que él hacía el socialismo, de que con ello expresaba su propia libertad, su propia responsabilidad, su propia creatividad, su propia violencia, su propio interés, su propio desinterés
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Tal vez la importancia de Pasternak esté en que nos advierte lo siguiente: la historia —tanto en el mundo capitalista como en el socialista— todavía no es lo bastante historia, todavía no es construcción consciente de la razón humana, es todavía demasiado un desarrollo de fenómenos biológicos, un estado de naturaleza bruta, un no reino de la libertad.

En este sentido la idea del mundo de Pasternak es
verdadera
—verdadera en el sentido de elevar lo negativo a criterio universal, en lo cual era verdadera la de Poe, o la de Dostoyevski, o la de Kafka— y su libro tiene la
utilidad
superior de la gran poesía. ¿Sabrá encontrar el mundo soviético la manera de utilizarlo? ¿Sabrá elaborar una respuesta la literatura socialista mundial? Sólo un mundo en que fermenten la autodiscusión y el autodesarrollo podrá hacerlo; sólo una literatura capaz de desarrollar una adhesión aún más fuerte a las cosas. De hoy en adelante, realismo significa algo más profundo. (¿Pero no lo ha significado siempre?)

[1958]

El mundo es una alcachofa

La realidad del mundo se presenta a nuestros ojos múltiple, espinosa, en estratos apretadamente superpuestos. Como una alcachofa. Lo que cuenta para nosotros en la obra literaria es la posibilidad de seguir deshojándola como una alcachofa infinita, descubriendo dimensiones de lectura siempre nuevas. Por eso sostenemos que, entre todos los autores importantes y brillantes de quienes se ha hablado en estos días, tal vez sólo Gadda merece el nombre de gran escritor.

El aprendizaje del dolor (La cognizione del dolore)
es aparentemente el libro más subjetivo que pueda imaginarse: casi el esfuerzo de una desesperación sin objeto; pero en realidad es un libro atestado de significados objetivos y universales.
El zafarrancho (Quer pasticciaccio brutto de via Merulana)
, en cambio, es un libro absolutamente objetivo, un cuadro de la pululación de la vida, pero al mismo tiempo es un libro profundamente lírico, un autorretrato escondido entre las líneas de un complicado dibujo, como en ciertos juegos para niños donde hay que reconocer en la maraña de un bosque la imagen de la liebre o del cazador.

De
El aprendizaje del dolor
, Juan Petit ha dicho una cosa muy justa: que el sentimiento clave del libro, la ambivalencia odio-amor por la madre, puede entenderse como odio-amor por el propio país y por el propio ambiente social. La analogía puede ir más allá. Gonzalo, el protagonista, que vive aislado en la finca que domina el pueblo, es el burgués que ve trastornado el paisaje de lugares y valores que le era caro. El motivo obsesivo del miedo a los ladrones expresa el sentimiento de alarma del conservador frente a la incertidumbre de los tiempos. Para contrarrestar la amenaza de los ladrones se organiza un servicio de vigilancia nocturna que devolvería seguridad a los amos de la finca. Pero este servicio es tan sospechoso, tan equívoco que termina por constituir para Gonzalo un problema más grave que el miedo a los ladrones. Las referencias al fascismo son constantes pero nunca tan precisas como para congelar la narración en una lectura puramente alegórica e impedir otras posibilidades de interpretación.

(El servicio estaría formado por veteranos de guerra, pero Gadda pone continuamente en duda los alabados méritos patrióticos de aquéllos. Recordemos uno de los núcleos fundamentales de su obra y no sólo de este libro: combatiente de la primera guerra mundial, Gadda ve en ella el momento en que los valores morales que habían madurado en el siglo XIX encuentran su expresión más alta, pero al mismo tiempo el principio del fin. Se puede decir que Gadda alimenta por la primera guerra mundial un amor celoso y al mismo tempo el miedo a un
shock
del que ni su interioridad ni el mundo exterior podrán recobrarse jamás.) La madre quiere abonarse al servicio de vigilancia, pero Gonzalo se opone obstinadamente. Sobre una disensión en apariencia formal como ésta, Gadda consigue fundar una tensión atroz, de tngedia griega. La grandeza de Gadda está en que lanza a través de la trivialidad de la anécdota relámpagos de un infierno que es al mismo tiempo psicológico, existencial, ético, hisórico. Sólo entendiéndolo podemos ponernos en contacto con la complejidad de la obra.

El final de la novela, el hecho de que la madre se salga con la suya abonándose a la vigilancia nocturna, que la finca sea saqueada —al parecer— por los mismos guardias, y que en el asalto de los ladrones la madre pierda la vida, podría cerrar la narración en el círculo completo de un apólogo Pero es comprensible que a Gadda esa manera de cerrarla le interesase menos que crear una tremenda tensión a través de todos los detalles y divagaciones del relato.

He esbozado una interpretación en clave histórica quisiera intentar una interpretación en clave filosófica y centífica. Hombre de formación cultural positivista, diplómado en ingeniería por el Politécnico de Milán, apasionado por las problemáticas y la terminología de las ciencias exactas y de las ciencias naturales, Gadda vive el drama de nuestro tiempo también como el drama del pensamiento científico, desde la seguridad racionalista y progresista del siglo XIX hasta la conciencia de la complejidad de un universo nada tranquilizador y más allá de toda posibilidad de expresión. La escena central de
El aprendizaje
es la visita del médico del pueblo a Gonzalo, un enfrentarmento entre una bonachona imagen decimonónica de la ciencia y la trágica autoconciencia de Gonzalo, de quien se traza un retrato fisiológico despiadado y grotesco.

En su vastísima obra editada e inédita, formada en gran parte por textos de diez o veinte páginas entre las cuales figuran algunas de sus páginas más bellas, recordaré una prosa escrita para la radio en la que el ingeniero Gadda habla de la edificación moderna. Empieza con la clásica compostura de la prosa de Bacon o de Galileo describiendo cómo se construyen las casas modernas de cemento armado; su exactitud técnica se vuelve cada vez más nerviosa y colorida cuando explica cómo las paredes de las casas modernas no consiguen aislar del ruido; después pasa al tratamiento fisiológico acerca de cómo los ruidos actúan en el encéfalo y en el sistema nervioso; y termina en una pirotecnia verbal que expresa la exasperación del neurótico víctima de los ruidos en un gran inmueble urbano.

Creo que esta prosa representa cumplidamente el abanico de las posibilidades estilísticas de Gadda; más aún, el abanico de sus implicaciones culturales, ese arco iris de posiciones filosóficas, desde el racionalismo técnico-científico más riguroso hasta el descenso a los abismos más oscuros y sulfurosos.

[1963]

Carlo Emilio Gadda,
El zafarrancho

La intención de Carlo Emilio Gadda cuando se puso a escribir
El zafarrancho aquél de Vía Merulana (Quer pasticciaccio brutto de via Merulana)
, en 1946, era hacer una novela policiaca y también una novela filosófica. La intriga policiaca se inspiraba en un delito acaecido recientemente en Roma. La novela se basaba en una concepción enunciada desde las primeras páginas: nada puede explicarse si nos limitamos a buscar una causa para cada efecto, porque cada efecto es determinado por una multiplicidad de causas, cada una de las cuales a su vez tiene tras sí muchas otras causas; por lo tanto cada hecho (por ejemplo un delito) es como un torbellino en el que convergen corrientes distintas, cada una de ellas movida por impulsos heterogéneos y ninguna de las cuales se puede descuidar en la busca de la verdad.

En un cuaderno filosófico hallado entre sus papeles después de su muerte
(Meditazione milanese)
, Gadda exponía una visión del mundo como «sistema de sistemas». A partir de sus filósofos preferidos, Spinoza, Leibniz, Kant, el escritor había construido su propio «discurso del método». Cada elemento de un sistema es a su vez sistema; cada sistema particular se relaciona con una genealogía de sistemas; cada cambio de un elemento implica la deformación de todo el sistema.

Pero lo que más importa es la forma en que esta filosofía del conocimiento se refleja en el estilo de Gadda: en el lenguaje, que es una densa amalgama de expresiones populares y doctas, de monólogo interior y prosa artística, de dialectos diversos y citas literarias; en la composición narrativa en la que los más mínimos detalles se agigantan y terminan por ocupar todo el cuadro y por esconder o borrar el diseño general. Es lo que sucede en esta novela en la que la intriga policiaca se va olvidando poco a poco: tal vez estemos a punto de descubrir quién ha matado y por qué, pero la descripción de una gallina o de los excrementos que esa gallina deposita en el suelo se vuelve más importante que la solución del misterio.

Lo que Gadda quiere representar es el bullente caldero de la vida, la estratificación infinita de la realidad, el nudo inextricable del conocimiento. Cuando esta imagen de complicación universal que se refleja en cada mínimo objeto o acontecimiento llega al paroxismo extremo, es inútil preguntarse si la novela está destinada a quedar inconclusa o si podría continuar al infinito abriendo nuevos remolinos en el interior de cada episodio. Lo que Gadda quería expresar verdaderamente es la congestionada sobreabundancia de esas páginas a través de las cuales cobra forma un único, complejo objeto, organismo y símbolo que es la ciudad de Roma.

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