Por qué fracasan los países (42 page)

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Authors: James A. Daron | Robinson Acemoglu

BOOK: Por qué fracasan los países
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Abrí astutamente una cuenta de banco privada a la que desviaba parte de mis ahorros [...]. Lo hice hasta haber ahorrado ochenta libras ... Compré un par de bueyes con yunta, herramientas, arado y el resto de la parafernalia agrícola... Ahora, he comprado una granja pequeña [...]. No puedo recomendar encarecidamente la agricultura como profesión a los demás [...]. De todas formas, deberían adoptar métodos modernos para conseguir beneficios.

 

Una prueba extraordinaria que apoyaba el dinamismo económico y la prosperidad de los agricultores africanos en este período se revela en una carta enviada en 1869 por un misionero metodista, W. J. Davis. Escribía a Inglaterra, y anotó con placer que había reunido cuarenta y seis libras en efectivo «para el Fondo de Ayuda del Algodón de Lancashire». En este período, ¡los prósperos agricultores africanos donaban dinero para ayudar a los pobres trabajadores textiles ingleses!

No es de extrañar que este nuevo dinamismo económico no gustara a los jefes tradicionales que, en un patrón de comportamiento que ya nos resulta familiar, consideraban que aquello reducía su riqueza y su poder. En 1879, Matthew Blyth, el magistrado jefe del Transkei, observó que había oposición a medir la tierra para que pudiera ser dividida en propiedad privada. Registró que «algunos de los jefes se opusieron, pero la mayoría de la gente aprobaba la idea. Los jefes consideran que conceder títulos individuales destruirá su influencia entre los jefes de las tribus».

Los jefes también se resistían a las mejoras realizadas en la tierra, como hacer canales de riego o construir vallas. Consideraban que aquellas mejoras eran solamente un preludio de los derechos de propiedad individual de la tierra, el principio del fin para ellos. Los observadores europeos incluso notaron que los jefes y otras autoridades tradicionales, como los médicos, intentaban prohibir todas las «maneras europeas», que incluían cultivos nuevos, herramientas como el arado o artículos de comercio. De todas formas, la integración del Ciskei y el Transkei en el Estado colonial británico debilitó el poder de los jefes y las autoridades tradicionales, y su resistencia no bastaría para detener el nuevo dinamismo económico de Sudáfrica. En Fingoland, en 1884, un observador europeo notó:

 

[El pueblo] nos ha trasladado su lealtad. Sus jefes se han convertido en una especie de terratenientes con título nobiliario [...]. Sin poder político. Ya no temen los celos del jefe o el arma mortal [...], el curandero, que ataca al rico propietario de ganado, el consejero capaz, la introducción de costumbres nuevas, el agricultor diestro, reduciéndolos a todos al nivel uniforme de la mediocridad. Los miembros del clan fingo, que ya no temen todo esto [...], son hombres progresistas. Aunque todavía sean pequeños campesinos, son propietarios de carros y arados; abren canales de riego; son dueños de un rebaño de ovejas.

 

Aquel nivel ínfimo de instituciones inclusivas y la erosión de los poderes de los jefes y de los límites que imponían bastaron para iniciar un vigoroso
boom
económico africano. Por desgracia, duraría poco. Entre 1890 y 1913, llegaría a un fin abrupto y daría un giro radical. Durante este período, hubo dos fuerzas que destrozaron la prosperidad y el dinamismo rural que habían creado los africanos en los cincuenta años anteriores. La primera fue el antagonismo de los agricultores europeos que competían con los africanos. Los agricultores africanos prósperos habían reducido el precio de los cultivos que también producían los europeos. La respuesta de los europeos fue hacer que las empresas africanas desaparecieran del sector. La segunda fuerza fue aún más siniestra. Los europeos querían tener mano de obra barata para su floreciente economía de minería y solamente se podían asegurar de tenerla empobreciendo a los africanos. Eso es lo que hicieron metódicamente durante las siguientes décadas.

George Albu, presidente de la Asociación de Minas, dio un testimonio ante una comisión de investigación, en 1897, en el que describe brevemente la lógica de empobrecer a los africanos para obtener mano de obra barata. Explicó que proponía abaratar la mano de obra «sencillamente diciendo a los chicos que su sueldo había bajado». Éste es su testimonio:

 

Comisión:
¿Suponga que los
kaffirs
[africanos negros] se retiran a sus
kraal
[corrales]? ¿Estaría a favor de pedir al gobierno que impusiera el trabajo forzado?

Albu:
Sin duda... Lo haría obligatorio... ¿Por qué se debería dejar que un negro no hiciera nada? Creo que un
kaffir
debería estar obligado a trabajar para ganarse la vida.

Comisión:
Si un hombre puede vivir sin trabajar, ¿cómo le puede obligar a hacerlo?

Albu:
Cóbrele impuestos, entonces...

Comisión:
Entonces, ¿no permitiría que el
kaffir
tuviera tierras en el país, pero debe trabajar para el hombre blanco y enriquecerlo?

Albu:
Debe hacer su parte del trabajo para ayudar a sus vecinos.

 

Tanto el objetivo de acabar con la competencia de los agricultores negros como el de desarrollar una gran mano de obra barata se lograron al mismo tiempo gracias a la ley de las tierras de nativos de 1913. La ley, que anticipaba la idea de Lewis de la economía dual, dividía Sudáfrica en dos partes, una moderna y próspera y otra tradicional y pobre, pero esta prosperidad y esta pobreza de hecho las creó la propia ley. Declaraba que el 87 por ciento de la tierra debía entregarse a los europeos, que representaban alrededor del 20 por ciento de la población. El 13 por ciento restante sería para los africanos. Evidentemente, esta ley tuvo muchos precedentes, porque los europeos habían ido confinando poco a poco a los africanos a reservas cada vez más pequeñas. Sin embargo, fue la ley de 1913 la que institucionalizó definitivamente la situación y preparó el terreno para la formación del régimen del
apartheid
sudafricano, en el que la minoría blanca tenía tanto los derechos políticos como económicos y la mayoría negra estaba excluida de ambos. La ley especificaba que varias reservas de tierra, que incluían el Transkei y el Ciskei, se convertirían en los territorios nativos africanos (denominados
homelands
). Posteriormente, dichos territorios se conocerían como
bantustans
, otra parte de la retórica del régimen del
apartheid
de Sudáfrica, ya que afirmaba que los pueblos africanos de Sudáfrica no eran nativos de aquella zona, sino que descendían del pueblo bantú que había emigrado desde el este de Nigeria unos mil años atrás. Por lo tanto, no tenían más (y, evidentemente, en la práctica, tenían menos) derechos a la tierra que los colonos europeos.

El mapa 16 muestra la ridícula cantidad de tierra asignada a los africanos en virtud de la ley de las tierras de nativos de 1913 y de la posterior ley de 1936. También registra información de 1970 sobre el alcance de una asignación de tierra similar que tuvo lugar durante la construcción de otra economía dual en Zimbabue, que comentaremos en el capítulo 13.

La legislación de 1913 también incluía cláusulas destinadas a impedir que los aparceros y
squatters
negros trabajaran la tierra en propiedades de blancos con un oficio que no implicara alquilar su mano de obra. Como explicó el secretario de Asuntos Nativos: «El efecto de la ley era poner fin, para el futuro, a todas las transacciones que implicaban algo en la naturaleza de la colaboración entre europeos y nativos respecto a la tierra o los frutos de ésta. Todos los contratos nuevos con nativos deben ser contratos de servicio. Siempre que haya un contrato de buena fe de esta naturaleza, no hay nada que impida que un empleador pague a un nativo en especies, o mediante el privilegio de cultivar un trozo de tierra concreto... Sin embargo, el nativo no puede pagar al señor nada por su derecho a ocupar la tierra».

Para los economistas de desarrollo que visitaron Sudáfrica en las décadas de los cincuenta y los sesenta, cuando la disciplina académica estaba tomando forma y las ideas de Arthur Lewis se expandían, el contraste entre estas
homelands
y la próspera y moderna economía europea blanca parecía exactamente el reflejo de la teoría de la economía dual. La parte europea de la economía era urbana, tenía formación y utilizaba tecnología moderna. Las
homelands
eran pobres, rurales y atrasadas; la mano de obra era muy poco productiva y las personas no tenían formación. Parecía la esencia del África eterna y retrasada.

 

 

Sin embargo, la economía dual no era natural ni inevitable. Había sido creada por el colonialismo europeo. Sí, las
homelands
eran pobres y atrasadas tecnológicamente, y sus habitantes no tenían estudios. Pero aquella situación era el resultado de una política gubernamental, que había eliminado por la fuerza el desarrollo económico africano y creó una reserva de mano de obra africana barata y sin formación para ser empleada en minas y tierras controladas por europeos. A partir de 1913, una cifra enorme de africanos fueron echados de sus tierras, que pasaron a manos de los blancos, y fueron hacinados en las
homelands
, que eran unas tierras demasiado pequeñas para que pudieran ganarse la vida de forma independiente. Por lo tanto, tal y como se había previsto, se verían obligados a buscar sustento en la economía de los blancos, proporcionando mano de obra barata. Cuando se hundieron sus incentivos económicos, los avances que se habían producido en los cincuenta años anteriores dieron un giro radical. El pueblo dejó sus arados y volvió a trabajar la tierra con azadas. Eso, en el caso de que la trabajaran. Lo más habitual era que simplemente estuvieran disponibles como mano de obra barata, lo que la estructura de las
homelands
se encargó de garantizar.

No solamente se habían destruido los incentivos económicos, sino que también dieron un vuelco los cambios políticos que se habían empezado a producir. El poder de los jefes y gobernantes tradicionales, que había disminuido anteriormente, se reforzó, porque parte del proyecto de crear mano de obra barata era eliminar la propiedad privada de la tierra. Así, se reafirmó el control de los jefes sobre la tierra. Estas medidas lograron su punto culminante en el año 1951, cuando el gobierno aprobó la ley de autoridades bantú. Ya en 1940, G. Findlay dio en el clavo al explicar lo siguiente:

 

Mientras la tierra esté en manos de la tribu, existe la garantía de que nunca se trabajará de forma adecuada y nunca pertenecerá realmente a los nativos. La mano de obra barata debe tener un lugar de crianza barato, así que se entrega a los africanos, que deben asumir los gastos.

 

El despojo de los agricultores africanos condujo a su empobrecimiento en masa. Además de crear la base institucional de una economía atrasada, creó a la gente pobre que la abastecía.

Las pruebas disponibles demuestran el cambio radical del nivel de vida en las
homelands
después de la ley de las tierras de nativos de 1913. El Transkei y el Ciskei experimentaron un prolongado declive económico. Los registros de empleo de las empresas de minería de oro reunidos por el historiador Francis Wilson muestran que este declive era generalizado en la economía sudafricana. Tras la ley de las tierras de nativos y otras, los sueldos de los mineros se redujeron un 30 por ciento entre 1911 y 1921. En 1961, a pesar de un crecimiento relativamente estable de la economía sudafricana, estos sueldos todavía eran un 12 por ciento más bajos que en 1911. No es de extrañar que, durante este período, Sudáfrica se convirtiera en el país menos igualitario del mundo.

Sin embargo, incluso en estas circunstancias, ¿no podrían los africanos negros haberse abierto camino en la economía moderna europea, crear una empresa o estudiar y empezar una carrera profesional? El gobierno se aseguró de que no pudieran hacer ninguna de esas cosas. No se permitía que ningún africano fuera propietario de ningún bien ni que creara una empresa en la parte europea de la economía, es decir, el 87 por ciento de la tierra. El régimen del
apartheid
también se dio cuenta de que los africanos con estudios competían con los blancos en lugar de proporcionar mano de obra barata a las minas y a la agricultura propiedad de blancos. Ya en 1904, se introdujo un sistema de reserva de trabajo para los europeos en la economía minera. No se permitía que un africano fuera amalgamador, ensayador, operador de tipo
banksman
, herrero, calderero, pulimentador de metales, moldeador de metales, albañil... y la lista seguía y seguía hasta llegar a operario de carpintería. De golpe, los africanos tenían prohibido ocupar cualquier puesto de trabajo cualificado en el sector minero. Fue el primer ejemplo de la famosa segregación racial, una de las diversas invenciones racistas del régimen sudafricano. La segregación racial se extendió a toda la economía en 1926 y duró hasta la década de los ochenta. No es de extrañar que los africanos negros no tuvieran estudios, el Estado sudafricano no solamente eliminó la posibilidad de que se beneficiaran económicamente de una educación, sino que también se negó a invertir en escuelas para ellos y desalentó la educación de los negros. Esta política llegó a su punto álgido en los años cincuenta, cuando, bajo la dirección de Hendrik Verwoerd, uno de los arquitectos del régimen del
apartheid
que duraría hasta 1994, el gobierno aprobó la ley de educación bantú. La filosofía que se escondía tras esta ley fue explicada con detalle por el propio Verwoerd en un discurso en 1954:

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