Authors: Agatha Christie
»El lunes por la mañana tuvo lugar un descubrimiento sensacional. Detrás de un cuadro del despacho del señor Davenheim hay una caja fuerte que ha sido abierta y desvalijada. Las ventanas estaban cerradas por dentro, lo cual parece descartar la posibilidad de que se tratase de un ladrón ordinario, a menos, desde luego, que un cómplice que habitase en la casa volviera a cerrarlas después. Por otro lado, como todos los de la casa estaban sumidos en un caos, es probable que el robo se cometiera el sábado y no se descubriera hasta le lunes.
—
Precisement!
—replicó Poirot secamente—. Bien, ¿han arrestado a
cet pauvre monsieur
Lowen?
—Todavía no, pero está sometido a una estrecha vigilancia.
—¿Qué se llevaron de la caja fuerte? —quiso saber Poirot—. ¿Tiene usted alguna idea?
—Lo hemos averiguado por medio del otro socio de la firma y la señora Davenheim. Al parecer había en ella una cantidad considerable de acciones y una fuerte suma en billetes, debido a una importante transacción que acababa de efectuarse, así como también una pequeña fortuna en joyas. Todas las de la señora Davenheim se guardaban en la caja. Durante los últimos años la compra de joyas ha sido la pasión de su esposo, y no pasaba mes que no le regalase alguna piedra rara y de precio.
—En conjunto, un buen bocado —dijo Poirot pensativo—. ¿Y qué me dice de Lowen? —agregó—, ¿Se sabe qué negocios tenía que tratar con Davenheim aquella noche?
—Pues, al parecer, los dos hombres no estaban en muy buenas relaciones. Lowen es un especulador en pequeña escala. Sin embargo, pudo vencerle un par de veces en el mercado, aunque parece ser que casi no se habían visto nunca. Fue un asunto concerniente a unas acciones sudamericanas lo que indujo al banquero a citarle.
—Entonces, ¿Davenheim teñía intereses en Sudamérica?
—Creo que sí. La señora Davenheim mencionó casualmente que había pasado el último otoño en Buenos Aires.
—¿Algún contratiempo en su vida doméstica? ¿Se llevaba bien con su esposo?
—Yo diría que su vida familiar era completamente normal. La señora Davenheim es una mujer agradable y poco inteligente. Creo que un cero a la izquierda.
—Entonces tendremos que buscar ahí la solución de este misterio. ¿Tenía enemigos?
—Tenía muchos rivales financieramente, y no dudo que hay muchas personas a quienes ha favorecido y que sin embargo no le desean el menor bien. Pero no hay ninguna capaz de deshacerse de él... y si lo hubieran hecho, ¿dónde está el cadáver?
—Exacto. Como Hastings dice, los cadáveres tienen la costumbre de salir a la luz con fatal persistencia.
—A propósito, uno de los jardineros dice que vio a una persona que daba vuelta a la casa en dirección a la rosaleda. El gran ventanal del despacho da a la rosaleda... y el señor Davenheim entraba y salía de la casa por allí con mucha frecuencia. Pero el hombre estaba muy lejos, trabajando en unos planteles de lechugas y ni siquiera sabe si era su amo o no. Tampoco puede precisar la hora con exactitud. Debió de ser antes de las seis, puesto que los jardineros dejan de trabajar a esa hora.
—¿Y el señor Davenheim salió de la casa...?
—A eso de las cinco y media, poco más o menos.
—¿Qué hay detrás de la rosaleda?
—Un lago.
—¿Con casita para guardar embarcaciones?
—Sí, en ella se guardan un par de piraguas. Supongo que está usted pensando en la posibilidad de suicidio, monsieur Poirot. Bien, no me importa decirle que Miller irá allí mañana expresamente para que draguen el lago. ¡Esa es la clase de hombre que es Miller!
Poirot volvióse hacia mí sonriendo.
—Hastings, le ruego que me largue ese ejemplar del
Daily Megaphone
. Si no recuerdo mal, publica un retrato extraordinariamente bien grabado del desaparecido.
Me levanté para entregarle el periódico pedido. Poirot estudió el retrato con suma atención durante un buen rato.
—¡Hum! —murmuró—. Lleva el cabello bastante largo y ondulado, un gran bigote y barba puntiaguda, y sus cejas son muy pobladas. ¿Tiene los ojos oscuros?
—Sí.
—¿Y sus cabellos empiezan a encanecer, así como su barba?
El detective asintió.
—Bien, monsieur Poirot, ¿qué tiene que decir a todo esto? Está claro como la luz del día, ¿no?
—Al contrario, muy oscuro.
El hombre de Scotland Yard pareció satisfecho.
—Lo cual da grandes esperanzas de poder resolverlo —concluyó Poirot plácidamente.
—¿Eh?
—Es un buen presagio el que un caso se presente oscuro. Cuando una cosa está clara como el día...
eh bien
, ¡desconfíe! ¡Alguien ha procurado que lo parezca!
Japp meneó la cabeza casi con pesar.
—Bueno, allá cada uno con su fantasía. Pero no es mala cosa ver claro el camino.
—Yo no miro —murmuró Poirot—. Cierro los ojos... y pienso.
Japp suspiró.
—Bien, tiene una semana para pensar.
—¿Y me comunicará usted cualquier nuevo acontecimiento... por ejemplo... el resultado de los trabajos del inspector Miller, el de los ojos de lince?
—Desde luego. Entra en la apuesta.
—Es una vergüenza, ¿no le parece? —me decía Japp cuando le acompañé a la puerta—. ¡Como robar a un niño!
No pude por menos que asentir y una sonrisa seguía bailando en mis labios cuando volví a entrar en la habitación.
—
Eh bien
! —dijo Poirot en en el acto—. Se está usted burlando de papá Poirot, ¿no es cierto? —Me amenazó con el dedo—. ¿No confía en sus células grises? ¡Ah, no nos confundamos! Discutamos este pequeño problema... todavía incompleto, lo admito, pero que ya muestra uno o dos puntos interesantes.
—¡El lago! —dije yo.
—¡E incluso más que el lago, la caseta de las embarcaciones!
Le miré de reojo, viendo que sonreía del modo más enigmático y comprendí que, de momento, sería completamente inútil interrogarle.
No supimos nada más de Japp hasta la tarde siguiente. Vino a vernos a eso de las nueve. En el acto me di cuenta por su expresión que traía noticias.
—
Eh bien
, amigo mío —observó Poirot—. ¿Todo va bien? Pero no me diga que ha descubierto el cadáver del señor Davenheim en su lago porque no le creeré.
—No hemos encontrado su cadáver, pero sí sus
ropas
.... las mismas que vestía aquel día. ¿Qué dice usted a eso?
—¿Falta algún otro traje de la casa?
—No, su criado se ha mostrado firme en este punto, el resto del guardarropa está intacto. Hay más. Hemos detenido a Lowen. Una de las doncellas, la encargada de cerrar las ventanas del dormitorio, declara que vio a Lowen que se dirigía al despacho por la rosaleda a las seis y cuarto. Eso sería unos diez minutos antes de que abandonara la casa.
—¿Qué dice él a esto?
—Primero negó que hubiera salido del despacho, mas la doncella se mantuvo firme, y luego simuló haber olvidado que había salido por el ventanal para examinar una rosa poco corriente. ¡Una historia bastante endeble!, y vamos encontrando nuevas pruebas contra él. El señor Davenheim siempre llevaba un pesado anillo de oro con un solitario en el dedo meñique de su mano derecha. Pues bien, su anillo fue empeñado en Londres el sábado por la noche por un hombre llamado Billy Kellet... Ya le conocía la policía.... el pasado otoño estuvo tres meses en la cárcel por robar el reloj a un anciano. Al parecer trató de empeñar el anillo nada menos que en cinco sitios distintos, al fin lo consiguió, cogió una buena borrachera con lo que le dieron por él, asaltó a un policía y lo detuvieron. Fui a Bow Street con Miller y le he visto. Ahora está bastante sereno, y no importa confesar que le hemos asustado bastante insinuándole que puede ser culpado de asesinato. Ésta es su declaración... bastante curiosa por cierto:
»E1 sábado estuvo en las carreras de Entfield, aunque me atrevo a decir que lo que le interesaban eran los alfileres de corbata y no las apuestas. De todas maneras, tuvo un mal día y mala suerte. Iba caminando por la carretera de Chingside y se sentó en una zanja para descansar antes de entrar en el pueblo. Pocos minutos más tarde observó que se aproximaba un hombre por la carretera, "moreno, de grandes bigotes, uno de esos ricachones de la ciudad". Así lo describe.
»Kellet estaba semioculto por un montón de piedras. Poco antes de llegar a donde él estaba, el hombre miró rápidamente a un lado y otro y sacó un pequeño objeto del bolsillo, arrojándolo por encima del seto. Luego echó a andar camino de la estación. Ahora bien, el objeto arrojado por encima del seto produjo un sonido metálico que despertó la curiosidad del hombre sentado en la zanja. Fue a ver lo que era, y tras una breve búsqueda descubrió el anillo. Ésta es la historia de Kellet. Hay que decir que Lowen lo niega rotundamente y que la palabra de un hombre como Kellet no inspira la menor confianza. Cabe dentro de lo posible que encontrase a Davenheim por aquellos parajes, le robara y lo asesinara.
Poirot meneó la cabeza.
—Muy poco probable,
mon ami
. No tenía medio de deshacerse del cadáver, y ahora ya habría sido descubierto. En segundo lugar, el modo como fue a empeñar el anillo demuestra que no cometió un crimen para apoderarse de él. En tercer lugar, un ladrón rara vez comete un asesinato. En cuarto lugar, puesto que ha estado en la cárcel desde el sábado, sería mucha coincidencia que pudiera dar una descripción tan exacta de Lowen sin haberle visto.
Japp asintió.
—No digo que no tenga razón. Pero de todas formas no conseguirá que un jurado tome en cuenta la declaración de un sujeto semejante. Lo que parece extraño es que Lowen no encontrase un medio más inteligente para librarse del anillo.
Poirot se encogió de hombros.
—Bien, después de todo, si fue encontrado en los alrededores podía ser que lo hubiese arrojado el propio Davenheim.
—Pero ¿por qué quitárselo? —exclamé.
—Pudiera existir una razón para hacerlo —dijo Japp—. ¿Sabe usted que detrás del lago hay una puertecita que da a la colina, y en menos de tres minutos se llega a... qué diría usted...
a un horno de cal
?
—¡Cielo santo! —exclamé—. ¿Quiere usted decir que aunque la cal pudiera destruir el cadáver no causaría efecto alguno sobre el anillo de oro?
—Exacto.
—Me parece que eso lo explica todo —dije—. ¡Qué horrible crimen!
De común acuerdo, los dos volvimos a mirar a Poirot. Parecía perdido en sus pensamientos, y tenía el ceño fruncido como en un supremo esfuerzo mental. Comprendí que al fin su agudo intelecto se había puesto en movimiento. ¿Cuáles serían sus primeras palabras? No tardamos mucho en salir de dudas. Con un suspiro. Poirot relajó sus músculos, y volviéndose a Japp preguntó:
—¿Tiene usted idea, amigo mío, de si el señor y la señora Davenheim ocupaban el mismo dormitorio?
La pregunta parecía tan ridícula e inadecuada que por un momento los dos nos miramos en silencio. Al fin, Japp lanzó una carcajada.
—Dios Santo, monsieur Poirot. Pensé que iba a decir algo sorprendente. En cuanto a su pregunta... No lo sé.
—¿Podría averiguarlo? —preguntó Poirot con extraña insistencia.
—Oh, desde luego.... si es que de verdad desea saberlo.
—
Merci, mon ami
. Le quedaré muy agradecido si lo hace.
Japp le contempló fijamente durante algunos minutos, Poirot parecía habernos olvidado. El detective, meneando la cabeza con pesar al tiempo que decía: «¡Pobre viejo! ¡La guerra ha sido demasiado para él!”, salía de la estancia.
Como Poirot parecía seguir soñando despierto, cogí una hoja de papel y me entretuve en hacer algunos apuntes. La voz de mi amigo me sobresaltó. Había despertado de su sueño y me miraba con gran atención, espabilado y alerta.
—
Que faites vous là, mon ami
?
—Estaba anotando los datos que me parecen de más importancia en este asunto.
—¡Se vuelve usted metódico... al fin! —dijo Poirot en tono aprobador.
Yo disimulé mi contento.
—¿Quiere que se los lea.
—De mil amores.
Aclaré la garganta.
—Primero: Todas las pruebas señalan a Lowen como el hombre que forzó la caja fuerte.
«Segundo: Tenía ojeriza a Davenheim.
«Tercero: Mintió en su primera declaración al decir que no había salido del despacho.
«Cuarto: Si aceptamos la declaración de Billy Kellet como cierta, Lowen queda complicado.
Hice una pausa.
—¿Y bien? —pregunté al fin, pues me parecía que había puesto el dedo en todos los factores vitales.
Poirot me contempló compasivamente, meneando la cabeza.
—
Mon pauvre ami!
¡Bien se ve que no está usted dotado! Nunca sabrá apreciar el detalle importante. Y su razonamiento es falso.
—¿Cómo?
—Déjeme considerar sus cuatro puntos. Primero: El señor Lowen no podría saber con seguridad si tendría ocasión de abrir la caja. Se trata de celebrar una entrevista de negocios. No pudo saber de antemano que el señor Davenheim habría ido a echar una carta y que por consiguiente le dejaría solo en el despacho.
—Pudo haber aprovechado la oportunidad —insinué.
—¿Y las herramientas? ¡Los ciudadanos no llevan encima herramientas para forzar cerraduras si se presenta la ocasión! Y no es posible abrir esa caja fuerte con un cortaplumas,
bien entendu
!
—Bueno, ¿qué me dice del número dos?
—Dice usted que quiere decir que una o dos veces le venció. Y es de presumir que esas transacciones fueran hechas con el propósito de beneficiarse. En todo caso, por lo general no se odia al hombre que se ha vencido... sino lo más probable es que ocurra todo lo contrario. Cualquier rencor que pudiera haber entre ellos sería por parte del señor Davenheim.
—Bien, no puede usted negar que Lowen mintió al decir que no había salido del despacho.
—No. Pero puede que se asustara. Recuerde que las ropas del desaparecido han sido encontradas en el lago. Desde luego que hubiera hecho mejor diciendo la verdad en todo.
—¿Y el cuarto punto?
—Se lo concedo. Si la historia de Kellet es cierta, Lowen queda complicado sin duda alguna. Por eso este asunto resulta tan interesante.
—¿Entonces, aprecia un factor vital?
—Tal vez... pero usted ha pasado enteramente por alto los dos puntos más importantes, los que sin duda alguna encierran la solución de todo este enrevesado asunto.