A mí me gustaría tener un ángel de la Guarda de esos que dice la Luisa que tenían los niños de antes para sacarles de todos los aprietos de su vida (la Luisa es mi vecina de abajo). Dice la Luisa que cada niño de antes tenía su ángel de la Guarda invisible en su chepa y que, por ejemplo, iba un coche a pillar al niño y el ángel de la Guarda hacía que el coche se estrellara contra un árbol en el último instante mortal para que el niño pudiera seguir su camino feliz por en medio de la carretera. Y por ejemplo, otro ejemplo: iba ese niño por el campo y se formaba una tremenda tormenta y un rayo asesino iba a caer sobre la espalda del niño, pero entonces un agricultor bondadoso se interponía entre el rayo y el niño, y, mientras el agricultor agonizaba en el suelo, el niño seguía andando sin enterarse ni dar las gracias, porque todo había sucedido a sus espaldas. Y todo gracias al trabajo del ángel de la Guarda, que, la verdad, con un niño como ese debía de estar el pobre al borde del infarto de miocardio.
El ángel de la Guarda era como una especie de Supermán, pero en vez de capa llevaba alas porque por algo era… ¡el ángel de la Guarda! Pero ahora ya, en nuestros días, ese ángel no se lleva: es un ángel pasado de moda. A mí por lo menos nunca me ha guardado las espaldas, ni a ningún niño de Carabanchel Alto, y mira que me haría falta porque soy especialista en meterme en líos.
Cómo me hubiera gustado que ese ángel me hubiera avisado del mogollón que se iba a montar por hacer caso al chulito de Yihad. Empezaré por el principio de los tiempos mi estremecedora historia:
El otro día estábamos jugando el Orejones y yo con un escarabajo pelotero que nos habíamos encontrado en el parque del Ahorcado cuando viene Yihad, el chulito de mi barrio, y nos dice:
—Mientras vosotros estabais aquí haciendo el primo con el escarabajo, yo estaba robando en la panadería de la señora Porfiria.
La panadería de la señora Porfiria es la más famosa de Carabanchel Alto; sus especialidades son los yogures pasados de fecha y el
chopped
rancio. Te recomiendo que vengas algún día a probarlas. En mi familia ya no podríamos imaginarnos la vida sin estos manjares.
Pero a lo que iba, que Yihad dijo «he estado robando», y para demostrarlo va el tío y se saca de los bolsillos chicles, caramelos, Emanen-se-deshace-en-tu-boca-no-en-tu-mano y un bollicao. Dijo también que se había dado cuenta de que robar estaba
chupao
y que no pensaba pagar en ninguna tienda hasta que no tuviera edad para tener una tarjeta Visa. Dijo que pagar con tarjeta molaba, pero que pagar con monedas era un atraso y una horterada.
Así lo dijo, con estas palabras. El Orejones y yo lo escuchábamos con la boca totalmente abierta. Yo sabía por mi abuelo que uno no debe robar ni hacer daño a la Humanidad, pero claro, de repente te viene un tío que lo tiene tan claro que, a ver, uno no es de piedra. Total, que quedamos para el día siguiente a la misma hora en el mismo sitio; la cita de la banda asesina era:
PARQUE DEL AHORCADO. 17 HORAS
¿Y por qué a las 17 y no a las 18?, se preguntarán bastantes españoles: porque a esa hora es cuando todos los niños de todos los colegios de mi barrio llenamos la panadería de la señora Porfiria, según mi madre, para hacerla millonaria con todas las marranadas que le compramos.
Nuestro plan era aprovechar esos momentos en que la panadería está «apestada» de gente para poder actuar entre la terrible confusión.
Al día siguiente, el día A (A de Atraco), un cuarto de hora antes de la hora acordada, ya estábamos los tres en la farola del parque del Ahorcado para darle nuestros últimos toques al plan P (P de Porfiria). La verdad es que no teníamos mucha pinta de atracadores. No es fácil pasar de ser un niño estupendo a un peligroso delincuente. Nos subimos el cuello de la cazadora para darnos un toque salvaje.
—¡Podíamos haberle quitado una media a nuestras madres para ponérnosla en la cabeza y así nadie nos reconocería! —gritó el Orejones de camino a la panadería.
—Eso hubiera molado —dije yo, viéndome ya con la media aplastándome la nariz.
—¿Sabéis qué diría la gente si os viera con la media en la cara? —nos preguntó Yihad—. Diría: «Ahí van el Gafotas y el Orejones con una media en la cara».
Yihad tiene una habilidad especial para hacerte ver en un momento que tus ideas geniales no son más que una tontería.
El momento de la verdad había llegado. Estábamos en la puerta de la señora Porfiria el día A y dispuestos a efectuar el plan P a las 17 horas. Miramos nuestros relojes para ver si estaban sincronizados. El del Orejones marcaba las doce de la noche. ¡Qué niño más plasta!
—Se le… se le acabó la hora hace tiempo —dijo como disculpándose.
—Pues lo tiras —le contesto Yihad sin piedad.
—Es que me lo regalaron mis padres cuando se divorciaron y le tengo mucho cariño.
—¿Y no valdría —dije yo por encontrar una solución— con que se lo guardara en el bolsillo?
—Bueno, por esta vez pase —le dijo Yihad al Orejones, y luego me soltó a mí al oído—: Tu amiguito no hace más que crear problemas y eso no puede ser: una banda tiene que ser seria.
Yo dejé entrar a Yihad a la panadería y me acerqué al Orejones para decirle:
—No haces más que crear problemas, tío; una banda tiene que ser seria.
Nos pusimos manos a la obra, a llenarnos los interiores de todo lo que pillábamos. Tenía razón Yihad: era tan fácil que nos daba hasta la risa. Como no nos cabía nada más nos empezamos a meter dentro de los calzoncillos fresas de gominola, nubecillas y
push-pops
. De repente, la señora Porfiria se nos queda mirando y dice:
—Y vosotros, ¿qué queréis?
Y Yihad contestó:
—Nosotros queremos un chicle para los tres.
No veas la gracia que nos hizo la contestación de Yihad; casi nos meamos de la risa y de los nervios. Menos mal que no nos meamos, porque dentro de los calzoncillos llevábamos parte del botín.
La señora Porfiria nos preguntó que dónde nos íbamos a comer el chicle y nosotros le dijimos que al parque del Ahorcado. Y era verdad. Decir una verdad después de cometer un delito siempre gusta. Ella nos dijo que si queríamos que nos lo partiera en tres partes exactas, y nos dio otra vez la risa y por poco nos meamos por segunda vez.
Nos fuimos al parque del Ahorcado. Decía Yihad que éramos una banda de tres, como en una película del Oeste que él había visto que se llama
El Bueno, el Feo y el Malo
. El Orejones y yo nos pusimos a discutir porque los dos queríamos ser el Bueno, pero Yihad nos quitó las dudas:
—De eso nada, el Bueno soy yo, el Orejones es el Feo y Manolito el Malo.
Yihad es un maestro para acabar con las discusiones: él tiene la razón, y punto. Cuando llegamos al parque del Ahorcado pusimos nuestro botín encima del banco. Allí estaba todo lo que te puedas imaginar, el mejor banquete de nuestra vida. Nos íbamos a bajar los pantalones para sacarnos el resto cuando el Orejones nos señaló un punto a lo lejos. Tres peligrosas mujeres venían hacia nosotros; andaban con las piernas un poco abiertas, como si se acabaran de bajar del caballo. Era inútil salir corriendo; esas mujeres eran nuestras madres; no había escapatoria; ni el último rincón de la Tierra te sirve para esconderte de una madre furibunda. Mientras se acercaban se levantó un poco de viento y por el suelo se arrastraban esas pelotas de hierbas secas que salen siempre en el Oeste cuando van a matar a alguien. Ellas iban a matar a alguien. Por fin alguien iba a utilizar el Árbol del Ahorcado. La ejecución sería pública. Estaba claro que se habían enterado de nuestra fechoría, pero ¿cómo se habían enterado?, se preguntan todos los españoles.
Cuando por fin las tuvimos cerca yo me meé. Lo que es la vida, hacía un momento me meaba de risa y ahora de miedo.
Al Orejones su madre se lo llevó en silencio, porque como está divorciada y se siente culpable nunca le riñe. Yihad echó a correr hacia su casa y su madre corrió detrás de él, y como es un niño problemático la única que le puede dar un tortazo es la psicóloga. Conmigo mi madre no se corta ni un pelo y sigue los métodos de toda la vida. Es una amante de las tradiciones. Me cogió de la oreja y me llevó de la oreja hasta la misma puerta de mi hogar.
Resultó que se habían enterado porque la panadera nos había estado viendo todo el rato, pero había actuado con la clásica frialdad de las panaderas. ¡Qué chivata!
Actualmente soy un niño bastante arrepentido: nunca volveré a robar aunque mis hijos no tengan para comer. Que les den morcillas a mis hijos. Dice mi abuelo que esto me ha servido de escarmiento, que esto me va a dejar un trauma que arrastraré toda mi vida y que me impedirá volver a robar.
Las madres devolvieron todo el botín a la señora Porfiria, pero… yo tenía mi parte secreta: la que había en el interior de mis calzoncillos.
Tú no sabes lo que me costó despegarme las chucherías; se me habían pegado por todas partes. En el cuarto de baño, y con un sigilo sepulcral, me las fui despegando. No veas el daño que me hacía en algunas partes. Me acordé de cuando mi madre se hace la depilación. Las lavé, las envolví en la bufanda de mi abuelo y las escondí debajo de mi almohada.
Todavía me quedan. Cada noche, mientras todos roncan, yo saco mi tesoro, que cada vez es más pequeño, y me tomo algo antes de dormirme. Sé que no debería comerme nada de lo que robé, y más siendo un niño arrepentido como soy ahora, pero dímelo en confianza, ¿tú qué harías?
A mí no me queda más remedio en esta vida que ser del Real Madrid. Mi padre es del Real Madrid, mi tío Nicolás (que trabaja en Noruega de camarero) es del Real Madrid, todos los de mi sangre son del Real Madrid. Antes de que existiera el Real Madrid, en la época de las cavernas, mis antepasados, los primeros García Moreno que habitaron el Planeta Tierra, salieron de su cueva y, contemplando el típico atardecer prehistórico, exclamaron:
—Algún día existirá el fútbol, y un equipo, el Real Madrid. No estaremos aquí para verlo.
—Pero sí nuestros descendientes.
Qué escena más emotiva. El caso es que si uno vive en Carabanchel (Alto) y no es del Real Madrid es mejor que calle para siempre o que se vaya a vivir a otro sitio. Si yo no fuera del Real Madrid sería la vergüenza de mi familia, me pegaría Yihad (el chulito), mi padre no podría ir con la cabeza bien alta por la calle y la Luisa (mi vecina de abajo) le diría a mi madre:
—¿Que tu niño no es del Real Madrid? ¿Has hablado de esto con la psicóloga del colegio?
No te creas que exagero. Comenzaré mi historia desde el principio de los tiempos, o sea, un siete de enero de 1995:
Aquel sábado histórico el Real Madrid jugaba un partido contra el Barcelona, así que mi madre hizo dos tortillas, una poco cuajada para mi abuelo y mi padre, que les gusta encontrarse el huevo tipo moco, y otra para el Imbécil y para mí, que nos gusta que quede más seca que una pasa. Metió todo en una tartera que compró en la teletienda y nos despidió con lágrimas en los ojos.
No éramos los únicos que íbamos a ver el partido; nos encontramos en la calle con una peregrinación de cientos de miles de vecinos. Nuestros pasos no se encaminaban hacia el Santiago Bernabéu, sino hacia el bar el Tropezón, que es el bar más famoso de mi barrio.