Manolito Gafotas es un charlatán capaz de marear no sólo a sus padres, a su abuelo y a la señorita Asunción, sino también a la psicóloga del colegio, a Carabanchel Alto y a España entera.
En su primer libro –Manolito Gafotas– apenas tuvo espacio suficiente para dar un adelanto de su vida. Así que vuelve ahora, un poco envanecido por la fama, pero tan cándido como siempre.
Y no es que a Manolito le pasen cosas extraordinarias, pero tiene el don de contarlas como aventuras inolvidables. Sus familiares y amigos se preguntan: ¿Es que nunca va a callarse este niño?
Elvira Lindo
Pobre Manolito
Manolito Gafotas - 2
ePUB v1.0
nalasss29.07.12
Título original:
Manolito Gafotas
Elvira Lindo, 1995.
Ilustraciones: Emilio Urberuaga
Editor original: nalasss (v1.0)
ePub base v2.0
Este libro está dedicado a mi queridísimo hijo Miguel, por todas las ideas que me dio para escribir estas historias, y a mi sobrina Patricia, que tantas veces me transmitió su entusiasmo hacia mi personaje. A los dos, porque tienen de sobra alegría y ternura, como Manolito Gafotas. Ojalá que este libro les ayude a no olvidarse de estos años, cuando todavía son niños.
Aquí estoy otra vez. Soy Manolito, el mismo de un libro que se llama
Manolito Gafotas
. Hay tíos que se piensan que saben todo sobre mi vida por haber leído ese libro. Hay tíos en el Planeta Tierra que se creen muy listos. Dice mi abuelo Nicolás que con mi vida se podrían rellenar enciclopedias; y no lo dice porque sea mi abuelo, lo dice porque es cierto. En los ocho años que llevo viviendo en la bola del mundo (del mundo mundial) me han pasado tantas cosas que no me daría tiempo a contarlas en los próximos 92 años; y digo 92 porque a mí, si pudiera elegir, me gustaría morirme a los cien años; es que morirse antes no merece la pena. Es lo que yo le digo a mi abuelo.
—Morirse a los ochenta y siete no mola, abuelo; te mueres a los cien años y quedas como un rey, con dos ceros como catedrales.
Yo no puedo entender a esas personas tan importantes que se ponen a escribir sus memorias cuando son viejos y sólo les sale un libro de 357 páginas. Te digo una cosa: yo tengo sólo ocho años y a mí, ahí, en 357 páginas, mi vida no me cabe. Así que tendré que escribir libros y libros y libros para que te vayas enterando de la verdad de mi vida:
Manolito se compra un chándal, El Imbécil tiene nombre, Los chistes de Manolito, Manolito en Nueva York
. Bueno, este último es de ciencia ficción, porque yo en Nueva York no voy a estar nunca; es una tradición que hay en mi familia, la de no ir nunca a Nueva York; es casi tan antigua como la de comer doce uvas en Noche Vieja o bailar la conga en las fiestas de Carabanchel. Hasta donde yo puedo saber de mis antepasados ninguno fue a Nueva York, y no creo que yo vaya a ser el primero, porque en mis ocho años de vida en este Planeta no he sido el primero en nada; pregúntaselo a mi
sita
Asunción, que me definió al acabar el curso como «el clásico niño del montón». Pero no quiero adelantarte el final del libro, no voy a ser como el Orejones, que se va tres días antes que tú a ver una película para contarte el final y reventártela. Es una gracia típica de mi gran amigo (aunque sea un cerdo traidor).
En este libro vienen algunas de las aventuras que me pasaron en los últimos meses, y son tantas, tantas, las cosas que me ocurren todos los días que me costó mucho decidirme por cuáles contarte. Y lo malo es que todo el mundo tenía que meter baza:
Yihad me dijo que si no sacaba la aventura del silbato nos veríamos las caras un atardecer en el parque del Ahorcado.
La Susana Bragas-sucias me pedía todos los días un capítulo para ella sola:
—… y no como en el otro libro, que sólo contaste lo de las bragas, gracioso —me dijo.
La Luisa no quería que apareciera la historia de
Los cochinitos
, pero, como en el fondo, le hacía mucha gracia, me propuso que a ella y a Bernabé les sacara con seudónimo. Al final, se me olvidó y están con sus verdaderos nombres. Mi madre ha dicho:
—Ya veremos las repercusiones del librito en el barrio.
El Imbécil, como de momento es analfabeto, tiene una única obsesión: que le saquen continuamente en los dibujos. Así, cogerá el libro, señalará sus retratos con el chupete (llenando las hojas de babas) y dirá:
—Yo.
Y pasará las hojas hasta que vuelva a encontrarse. Cuando sepa leer exigirá ser el protagonista. Fijo.
La madre de Arturo Román llamó a mi madre para decirle:
—Con lo amigo que es mi Arturo de Manolito y la vez anterior el pobre sólo decía una frase.
El Orejones me confesó el otro día que después de mucho pensar ha llegado a la conclusión de que las partes que más molan son las que sale él.
—Te lo digo con el corazón —me dijo llevándose la mano al lado derecho (su fuerte no es la anatomía humana).
El dueño del Tropezón me pidió que no sacara que el año pasado intoxicó a medio Carabanchel Alto con una ensaladilla rusa que estaba caducada; así que ese capítulo lo guardaré para hacerle chantaje de vez en cuando.
Los únicos que no han protestado ni han pedido nada han sido mi padre (aunque sé que está muy contento porque en este libro aparece cantidad) y mi abuelo, que, viendo que entre unos y otros no me dejaban en paz, me dijo:
—Tú a tu bola, Manolito; si quieren salir en un libro que se lo escriban ellos.
Así que eso he hecho, he ido a mi bola, que para eso soy el que cuenta estas espeluznantes historias.
Antes de que se me olvide: quiero darle las gracias a Paquito Medina, que me corrigió las faltas de ortografía. Se había ofrecido a corregírmelas la
sita
Asunción, pero yo no tenía ganas de que luego me pasara por el morro lo pedazo de bestia que soy; además, si le dejo el libro a la
sita
seguro que me lo cambia de tal manera que me lo convierte en
La sirenita
. Estoy seguro de que Paquito Medina nunca le dirá a nadie que me tuvo que corregir 325 faltas.
Aquí tienes el segundo tomo de la gran enciclopedia de mi vida. Prepara sitio en la estantería porque esto es sólo el principio.
No veas la bronca que me cayó; todavía me tiemblan las piernas. Y no sólo fue la bronca; mi madre me puso el castigo más terrible de la historia del
rock and roll
. Cuando me estaba gritando todas las humillaciones a las que iba a ser sometido durante este fin de semana, le dije:
—Por favor, ¿podrías ir más despacio que lo voy a apuntar en un papel?
Y mi madre gritó más si cabe para decir:
—Encima con cachondeíto.
Ella es así, más chula que un ocho. Apunté mi castigo en un papel y mandé a mi abuelo Nicolás a hacer fotocopias para poner una copia en todos los lugares estratégicos de mi casa, esos lugares que yo visito con mucha frecuencia: el wáter, la nevera, la tele y el sofá. No me podía arriesgar a olvidarme; las represalias de mi madre pueden ser terribles; no la conoces bien.
Mi castigo consiste en:
No verás la televisión en todo el fin de semana. Y no preguntarás continuamente: «Entonces, ¿qué hago?»
No llamarás al imbécil
El Imbécil
(el Imbécil es mi hermano pequeño). Y no preguntarás continuamente: ¿Alguien me puede decir cómo se llama el Imbécil?
No saldrás con tus amigos al parque del Ahorcado.
No recibirás paga durante dos fines de semana.
Comerás verdura sin decir «Qué asco»
Ayudarás a poner y a quitar la mesa.
No le esconderás la dentadura al abuelo.
No le pedirás recompensa para encontrarle la dentadura.
Te lavarás los pies todas las noches.
No comerás bollicaos hasta nueva orden.
Cuando mi abuelo leyó estos nueve mandamientos me dijo al oído, para que no lo oyera mi madre:
—Manolito, yo hubiera preferido ir a la cárcel.
A la cárcel… ¡Qué cerca he tenido la cárcel estos días! Esas cárceles que dice mi
sita
Asunción que debería haber para los niños como nosotros, unos niños que no tienen vergüenza.