—Perfecto, gracias. Entonces ya hablaremos.
Alessandro sale. Adela se acerca a Tony Costa. Se quedan así, en medio de esa oficina de luz mortecina, sobre una vieja alfombra color burdeos desgastada, con una planta de hojas un poco amarillentas en la esquina y un enorme mapa de Roma pegado en la pared, bajo un cristal rajado por uno de los bordes. Alessandro se despide una última vez. Después se mete en el ascensor. Aprieta el botón de la planta baja. El ascensor se pone en marcha justo en el momento en que Tony Costa cierra su puerta acristalada. Alessandro se imagina al investigador y a su ayudante. Volverán a sus investigaciones sobre el placer antes de ocuparse de Camilla. Camilla. La mujer de su amigo Enrico. Fui testigo de su boda, piensa Alessandro, y hoy por la tarde he sido testigo del hecho de que, en breve, alguien empezará a seguirla sin que ella lo sepa. Alessandro mira el reloj. Y todo ha sucedido en apenas diez minutos. Cierra el ascensor y sale del portal. Sólo se necesitan diez minutos para arruinar la vida de una persona. Bueno. Si uno quiere arruinársela. Alessandro decide no pensar más en ello y se dirige hacia su coche. Niki lo ve, sonríe y aprieta el botón, liberando los seguros de las puertas.
—¡Eh, ya era hora! ¡No sabes la de ideas que se me han ocurrido!
Alessandro se mete en el coche y arranca.
—A ver, cuéntame.
—No… todavía no tengo las ideas bien claras.
—¿Cómo? ¡¿Se te han ocurrido un montón de ideas confusas?!
—Jo, no empieces a meterte conmigo. Te lo diré cuando llegue el momento.
Niki pone los pies en el salpicadero. Pero basta con que Alessandro la mire un instante para que los baje.
—Ok. Hagamos una cosa: si mi idea te gusta, es decir, si al final acabas usando mi idea, tendrás que pasearme un día entero en tu coche con mis pies en el salpicadero, ¿Trato hecho?
—Trato hecho.
—No, lo tienes que prometer.
—¿El qué?
—Lo que acabo de decir
—Pero nada más, ¿eh? Quiero saber bien qué es lo que prometo, porque si hago una promesa, después me gusta cumplirla. ¿De acuerdo?
—Sí, pero que conste que eres un pesado.
—No, es cuestión de querer cumplirla.
—Ok, entonces sólo un día con los pies en el salpicadero.
—De acuerdo. Entonces… —Alessandro sonríe—. Prometido.
Niki alarga una mano hacia él. Alessandro se la estrecha sellando el pacto.
—¿Y qué has ido a hacer ahí arriba?
—Nada, ya te lo he dicho, un encargo para un amigo mío.
Niki se recoge el pelo y utiliza el bolígrafo para sujetarlo.
—Tu amigo quiere saber si su mujer lo engaña.
Alessandro la mira asombrado.
—Eh, ¿tú cómo sabes…?
—En ese timbre ponía «Tony Costa. Investigador privado». No es tan difícil, ¿sabes?
—Te he dicho que te quedases en el coche.
—Y yo te he pedido que me dijeras qué era lo que ibas a hacer.
Alessandro sigue conduciendo.
—Vale, no tengo ganas de hablar de eso.
—Ok, entonces hablo yo. No hay nada peor que querer saber una cosa si alguien no te la quiere contar. Por ejemplo: tú has dicho que lo habíais dejado con tu novia, ¿no?
—Tampoco me apetece hablar de esa historia.
—Ok, entonces también hablaré yo de eso. Tú, por ejemplo, ¿querrías saber si ella te ha engañado?
Alessandro piensa: pero ¿que está pasando? ¿Es que ahora todos se han obsesionado con mi historia?
Pero Niki insiste.
—¿No es peor? Quiero decir, a lo mejor ha sido una historia bonita, ¿qué necesidad hay de estar mal? Yo, por ejemplo, lo he dejado con mi novio, ¿no? Lo que vivimos lo vivimos. Y ya está. No hay que saber nada más. Fue bonito. Pero fue… ¿No es más fácil así? A lo mejor saber que te ha engañado te hace sentir mejor, pero ¿de qué sirve? ¿Qué quieres, una justificación para estar mejor? ¿Necesitas que haya otro por medio para estar sin ella? Yo creo que es importante lo que se siente. Claro que si para ti no se ha acabado… entonces ése es otro discurso. Entonces tienes ganas de estar mal. —Niki lo mira con curiosidad—. ¿Y bien?
—¿Y bien, qué?
—Bueno, que si… sigues estando mal todavía.
Justo en ese momento suena el móvil de Alessandro. Lo coge y mira la pantalla.
—Es de la oficina.
—Jo. ¡Siempre te salva la oficina! Hay que ver…
—¿Sí?
—Hola, Alex…
Alessandro cubre el micrófono con la mano y se vuelve hacia Niki.
—Es mi jefe.
Niki lo mira como diciendo «¿Y qué quieres que haga?»
—Sí, dime, Leonardo.
—¿Dónde estás?
—Por ahí. Estoy recopilando datos.
—Muy bien, eso me gusta. El producto es para la gente, y por lo tanto es preciso buscar entre la gente… ¿Se te ha ocurrido alguna idea buena?
—Estoy trabajando. Sí. Ya he tomado algunas notas.
—Ah… —Silencio al otro lado.
—¿Sí? ¿Leonardo?
—Disculpa. No debería decírtelo. Bueno, Marcello y su equipo me han presentado un proyecto. —Silencio de nuevo. Alessandro traga saliva.
—¿Sí?
—Sí.
—¿Y cómo es?
Silencio, más breve esta vez.
—Bueno.
—Ah, ¿bueno?
—Sí. Bueno… pero clásico. Vaya, de un joven como él esperaba algo mejor; no sé cómo decirlo… algo más fuerte. En realidad, no más fuerte, ni más conservador, qué sé yo, algo revolucionario. Sí, eso es, revolucionario, nuevo. Eso mismo, nuevo… Nuevo y sorprendente.
—Nuevo y sorprendente. Es justo en lo que yo estoy trabajando.
—Lo sabía. Lo sabía. No hay nada que hacer. Al final el más revolucionario eres siempre tú. Quiero decir, que tú siempre eres nuevo y sorprendente.
—Bueno. Eso espero.
—¿Cómo «espero»?
—No, quería decir que espero que te guste.
—También yo. Oye, mañana por la mañana tengo una reunión pero ¿podrás enseñarme algo por la tarde?
—Creo que sí.
—Ok, entonces a las cuatro en mi despacho. Adiós, un saludo. Sigue caminando entre la gente. Me gusta esta nueva manera tuya de investigar. Nueva y sorprendente. Por ahí… sí. No hay nada que hacer. A tu manera, tú sí que eres un revolucionario. —Y cuelga.
—Sí… Leonardo… —Alessandro mira a Niki—. Ha colgado.
—Bien, ahora todo me parece más fácil.
—¿A qué te refieres?
—Sólo nos falta encontrar una idea nueva y sorprendente.
—Ah, claro, fácil.
—Bueno, al menos las ideas están mucho más claras. Ya verás como mañana antes de las cuatro te daré una de mis ideas nuevas y sorprendentes.
Alessandro coge de nuevo su móvil y marca un número.
—¿Qué haces, lo estás llamando tú? ¿Quieres aplazar la cita? Pero si yo te lo tendré seguro para las cuatro…
—No… ¿Andrea?
—Sí, jefe, es un placer oírte. ¿Cómo van las cosas?
—Fatal.
—¿Por qué, hay mucho tráfico?
—No, mañana tengo una cita con Leonardo por la tarde. Tengo que presentar un proyecto.
—Pero ¡si aún no estamos listos! ¿Qué podemos hacer?
—No lo sé. Lo que es seguro es que tenemos que encontrar una idea nueva y sorprendente.
—Sí, jefe.
—Tú puedes hacer una cosa.
—Dime, jefe.
—¡Coge aquel atajo de inmediato!
—¡Estupendo! ¡No esperaba otra cosa!
Alessandro cuelga.
—¿A qué te refieres con lo del atajo?
—A nada.
—Pero ¿por qué siempre tienes que responder «Nada»? Es peor que cuando me decían de pequeña «Eso son cosas de mayores».
—Nada… Es una cosa de mayores.
—Cuando haces eso te juro que no te soporto. Venga, quita, déjame conducir.
—¿Qué?
Niki casi se le sube encima.
—Pero ¿estás loca? Ya tuvimos un accidente, ¡espera al menos a cumplir los dieciocho!
—Ni hablar. ¿Por qué tienes que traerme mal fario? ¿Por qué forzosamente tengo que tener un accidente?
—Bueno, tienes bastantes posibilidades…
—Para nada… ¡Venga, quita!
—No.
—Perdona, ¿no viste lo bien que me lo monté con los dos policías? ¡Logré convencerlos. ¡Venga! Sólo un ratito de nada. A lo mejor mientras conduzco se me ocurre alguna otra idea bonita para tus caramelos.
—No son míos.
—Va, no fastidies más. —Niki está casi montada encima de él—. ¡Bájate ya!
—Pero si dijiste que este coche no te iba bien porque tenía el cambio automático.
—Sí, pero lo he pensado mejor. Este coche es tan grande que si logro maniobrar y dominarlo, ¡no habrá un solo coche que se me resista!
Alessandro sale de debajo de Niki y se baja.
—Lo malo es si no lo logras con éste…
Niki se pone el cinturón de seguridad mientras Alessandro da la vuelta.
—De todos modos, después del accidente que tuviste, por tu culpa claro, tenías que ir al chapista, así que golpe más, golpe menos…
Alessandro sube y se pone también el cinturón.
—Mejor «golpe menos».
Niki sonríe, después toca el navegador.
—¿Qué haces?
—Estoy probando este trasto, aunque de todas formas yo nunca llevaré uno en mi coche. Mis padres me comprarán el modelo más básico de coche. ¿Cómo se le quita el sonido?
—¿El sonido?
—Sí, esa voz que habla como en «
Star Treck
» y dice «trescientos metros… gire a la derecha».
—Ah, así. —Alessandro aprieta una tecla del monitor y aparece el mensaje de «no audio».
—Bien.
Niki comienza a programar el navegador, entonces se percata de que Alessandro la está mirando fijamente.
—¡No me mires!
—Vale. —Alessandro se vuelve hacia el otro lado—. ¿Adónde quieres ir?
—Ya lo verás. Ya está.
—Sal con cuidado, por favor.
Pero Niki no le hace ningún caso y aprieta el acelerador, provocando una fuerte sacudida.
—Muy bien, te acabo de decir con cuidado.
—Para mí esto es ir con cuidado.
Alessandro niega con la cabeza.
—Me rindo.
Niki sonríe y empieza a conducir. Esta vez va lentamente. Pasa entre los otros coches, pone el intermitente, gira. De vez en cuando, Alessandro la ayuda, coge el volante y le corrige la curva.
—Ehhh, ¿sabes que eres mejor que el resto de los amigos que me enseñan?
—¿Cómo, tu padre no te enseña?
—Mi padre no tiene tiempo.
Alessandro la mira. Le sonríe. Qué extraño.
—Mi padre se divertía enseñándome, dándome lecciones.
—En realidad, te transmitió una cierta calma, paciencia y tranquilidad.
—Quisiera poder encontrar el tiempo para enseñar a mis hijos…
Niki lo mira y se encoge de hombros.
—Por supuesto, entretanto, lo has encontrado para mí. Y eso es hermoso… —Después Niki le sonríe—. Y yo, por mi parte te entreno para cuando lleguen tus hijos.
—Claro que sí.
Alessandro la mira. Después piensa para sus adentros. Ya… pero a saber cuándo será eso. Me gustaría tener un niño. Qué se necesita… Me falta sólo la persona con quien tenerlo. Elena se ha ido. Le asalta una cierta tristeza. Y aquí estoy, con una que es como si fuese una niña a medio crecer y que además me ha obligado a adoptarla. ¡Joder! Niki pone el intermitente y aparca.
—¿Qué haces? ¿No seguimos con la lección?
—No, ya hemos llegado. —Niki se quita el cinturón y baja.
—Pero ¿dónde? —Alessandro baja también del coche—. ¿Tienes otra competición?
—No, son las ocho y media y tengo hambre. Espera, que aviso a mis padres. —Marca rápidamente un número—. ¿Sí, mamá…? Sí, he estado estudiando en casa de una amiga… Lo sé. Estaba un poco depre y le he hecho compañía. No. No, no la conoces. —Niki sonríe a Alessandro—. Ahora vamos a comer algo. Sí, si me tienes que llamar y el móvil está sin cobertura, estamos en el Zen Sushi, en via degli Scipioni… Sí… ¿Eh? Lo encuentras en las Páginas Amarillas o, si no, ven si es algo urgente. No. Hemos venido a cenar, tenía hambre, me ha insistido. Dice que invita ella. Sí. Que no, que quiere pagar ella. ¡Es así! No, no la conoces, pero te la presentaré pronto. Ok, sí. Estudiaremos un rato todavía y luego voy para casa, no tardaré, venga. Prometido. No, prometido, pronto en serio. Adiós, un beso, saluda a papá. —Niki cierra el teléfono—. He dicho que pagabas tú porque así se cree que estoy con una amiga que se siente mal de verdad, porque me obliga a ir a cenar con ella y le he dado la dirección del restaurante para que está tranquila, ¿sabes…?
—Ah, ya lo entiendo, ¿y a cambio?
—A cambio nada, invitas tú y espero que te diviertas. Perdona, pero no te voy a dar un eslogan diseñado y una idea tan buena por nada.
Justo en ese momento suena el teléfono de Niki.
—Jo, número oculto… ¿Y ahora quién será? —Decide responder—. ¿Sí?
—Eh, ¿dónde te metes?
Niki se vuelve hacia Alessandro.
—Es Olly. Demonios, tenía que llamarla.
—Nosotras estamos en la explanada, para el bbc. Dijiste que esta noche vendrías… y que a lo mejor incluso lo hacías.
—Mentí.
—¡Vale, pero ven igualmente!
—Pero ¿en serio estáis ahí?
—¡Sí!
—¿Esta noche también? ¿Y no os aburrís?
—No, no nos aburrimos. Es superguay, está tu ex, que está montando el número. Está medio borracho y te busca como un loco. ¡Me ha preguntado que por qué no estabas aquí con las Olas!
—Pues porque estoy aquí, con un tipo muy guay…
—¿Qué? ¿Quién es? ¡Cuéntamelo todo ahora mismo! —Después Olly sonríe al otro lado del teléfono—. Ah, ya entiendo. No es verdad, me estás mintiendo, ¿a que sí?
—No, ya sabes que yo no miento.
—¿Y si te ve Fabio?
—Qué me importa. Lo dejamos, precisamente porque no me dejaba salir ni siquiera con vosotras. ¿Y ahora que ya no estoy con él tengo que preocuparme? Ni hablar. Oye, Olly, tengo que colgar. Dile a Fabio que ya me iba a acostar. De todos modos, no tiene valor para llamarme a casa. Mañana te lo explico todo.
—No, no, espera, Niki, espera.
Demasiado tarde. Niki ha colgado. Después mira a Alessandro, que todavía está turbado.
—Yo he apagado el mío. ¿Por qué no apagas tú el tuyo? Así nos regalamos una noche tranquila para acabar bien el día.
Niki sonríe y entra primera en el local. Alessandro coge su teléfono. Lo mira un momento. Decide no esperar una posible llamada de Elena, al menos esa noche. Esta idea le produce un cierto placer. De modo que lo apaga y se lo mete satisfecho en el bolsillo. Entra en el restaurante con un extraño sentimiento de nueva libertad. Poco después, ya están comiendo. Ríen. Bromean. Como una de esas parejas felices de estar juntos; de las que sueñan, para las que todo está aún por descubrir; de las que tienen un poco de miedo y un poco no… Como esa extraña sensación de cuando estás en la playa y hace calor. De repente te entran ganas de darte un baño. Te levantas de la toalla. Te acercas al agua. Te metes dentro. Pero el agua está fría. A veces muy fría. En ese momento, hay quien lo deja correr y vuelve a tumbarse y a soportar el calor. Otros, en cambio, se sumergen. Y tan sólo estos últimos, después de unas cuantas brazadas, alcanzan a saborear hasta el fondo ese gusto único y un poco extraño de libertad total, hasta de sí mismos.