Perdida en un buen libro (9 page)

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Authors: Jasper Fforde

Tags: #Aventuras, #Humor, #Policíaco

BOOK: Perdida en un buen libro
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—¿De quién?

—Hay una probabilidad del 73% de que sea de Fletcher… algo que las pruebas históricas parecen apoyar. Falsificar a Shakespeare es una cosa, falsificar una obra en colaboración con él otra muy diferente.

Se hizo el silencio. Victor se masajeó la frente y pensó atentamente.

—Vale. Por extraño e imposible que pueda parecer, tal vez tengamos que aceptar que es cierto. Podría ser el mayor acontecimiento literario de la historia, de
todos los tiempos.
Mantengamos el silencio y haré que el profesor Spoon le dé un vistazo. Tenemos que estar completamente seguros. No voy a pasar por la misma vergüenza que sufrimos con lo del fiasco de la
Tempestad.

—Puesto que no es de dominio público —comentó Bowden—, Volescamper tendrá los derechos durante los próximos setenta y seis años.

—Todos los teatros del planeta querrán representarla —añadí—, y los derechos cinematográficos…

—Exacto —dijo Victor—. No sólo ha realizado el mayor descubrimiento literario de los últimos tres siglos sino que también ha dado con una mina de oro. La pregunta es cómo ha languidecido tanto tiempo en una biblioteca sin ser descubierto. Los académicos se pasan por allí desde 1709. ¿Cómo se les ha pasado por alto? ¿Alguna idea?

—¿Retrosustracción? —propuse—. Si un agente renegado de la CronoGuardia decidiese ir a 1613 y robar una copia podría acabar con unos buenos ahorrillos en las manos.

—OE-12 se toma muy en serio las retrosustracciones y me asegura que
siempre
las detectan, más tarde o más temprano, o ambas cosas… y las castiga con severidad. Pero es posible. Bowden, llama a OE-12.

Bowden acercaba la mano al teléfono justo cuando empezó a sonar.

—¿Hola? ¿No lo es, dicen? Vale, gracias.

Colgó.

—La CronoGuardia dice que no es una retrosustracción.

—¿Cuánto crees que vale? —pregunté.

—Cien millones —respondió Victor—, doscientos millones. ¿Quién sabe? Llamaré a Volescamper y le diré que mantenga la boca cerrada. La gente mataría sólo por leerla. Nadie más debe saberlo, ¿me oís? —Asentimos—. Bien. Thursday, la Red se toma muy en serio los asuntos internos. OE-1 querrá hablar contigo, aquí, mañana, a las cuatro, sobre lo del Skyrail. Me han dicho que te suspenda pero les he contestado que ni hablar, así que tómate el día libre hasta mañana. Buen trabajo, los dos. Recordad, ¡ni una palabra a nadie!

Le dimos las gracias y nos fuimos. Bowden miró a la pared durante un momento antes de decir:

—Pero lo de las respuestas del crucigrama me da mala espina. Si no opinase que las coincidencias no son más que elementos aleatorios o el uso abusivo de un recurso dramático dickensiano, diría que un viejo enemigo tuyo quería vengarse.

—Uno con sentido del humor, es evidente —le dije sombría.

—Supongo que eso descarta la Goliath —comentó Bowden—. ¿A quién llamas?

—A OE-5.

Me saqué la tarjeta del agente Phodder del bolsillo y marqué el número. Me había dicho que le llamase si se producía «un suceso sin precedentes», y eso hacía.

—¿Hola? —respondió con brusquedad una voz masculina después de que el teléfono sonase un buen rato.

—Thursday Next, OE-27 —dije—. Tengo información para el agente Phodder.

Una larga pausa.

—El agente Phodder ha sido cesado.

—Entonces, para el agente Kannon.

—El agente Phodder y el agente Kannon han sido cesados —respondió el hombre—. Un raro accidente colocando linóleo. Los funerales son el viernes.

Una noticia inesperada. No se me ocurrió nada adecuado que decir, así que murmuré:

—Lamento oírlo.

—Bastante —dijo el tipo brusco, y colgó.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Bowden.

—Los dos han muerto —dije tranquilamente.

—¿Hades?

—Linóleo.

Nos quedamos un momento sentados en silencio.

—¿Tiene Hades los poderes necesarios para manipular coincidencias?—preguntó Bowden.

Me encogí de hombros.

—Quizá —dijo Bowden pensativo— después de todo fuese una verdadera coincidencia.

—Quizá —dije, deseando creerlo—. Oh… casi lo olvido. El mundo se acabará el 12 de diciembre a las 20.23.

—¿En serio? —respondió Bowden con desinterés. Para nosotros las declaraciones apocalípticas no tenían nada de particular. La destrucción inminente del mundo se había predicho todos los años desde los albores de la humanidad.

—¿A qué se deberá esta vez, a una plaga de ratones o a la ira de Dios? —preguntó Bowden.

—No estoy segura. A las cinco tengo que estar en otra parte. Hazme un favor.

Le pasé la bolsita de muestras que mi padre me había dado. Bowden miró fijamente la sustancia gelatinosa del interior.

—¿Qué es?

—De eso se trata exactamente, de saberlo. ¿Harás que el laboratorio lo analice?

Nos dijimos adiós y salí corriendo del edificio. Choqué con John Smith, que maniobraba una carretilla cargada con una zanahoria del tamaño de una aspiradora. «Prueba», decía una etiqueta enorme adherida al vegetal descomunal. Le abrí la puerta.

—Gracias —dijo con la voz entrecortada.

Me metí en el coche y salí del aparcamiento. Tenía cita a las cinco con el médico y no iba a faltar por nada del mundo.

6

Familia

Landen Parke-Laine había estado conmigo en Crimea en el 72. Había perdido una pierna a causa de una mina y a su mejor amigo a consecuencia de un error militar. Su mejor amigo era mi hermano, Anton… y Landen testificó contra él en la vista posterior a la desastrosa carga de la Brigada Ligera Blindada. Acusaron a mi hermano de la debacle, a Landen lo licenciaron con honores y a mí me condecoraron con la Estrella de Crimea al valor. Estuve diez años sin hablarle y ahora estamos casados. Es curioso cómo acaban sucediendo las cosas.

T
HURSDAY
N
EXT

Recuerdos de Crimea

—¡Cariño, estoy en casa! —grité. Se oyó un ruido de patas en la cocina.
Pickwick
intentaba caminar sobre las losetas para venir a recibirme. Lo había creado yo misma cuando todavía se podían comprar equipos caseros de clonación en cualquier tienda. Era una primera versión 1.2, lo que explicaba que no tuviese alas: tardaron otros dos años en completar la secuencia. Emitió
ploc-plocs
de emoción y hundió y subió la cabeza para saludar, buscó un regalo en la papelera y finalmente me trajo correo basura de la tienda Lorna Doone. Le acaricié la papada y corrió a la cocina, se detuvo, me miró y agitó la cabeza unas cuantas veces más.

—¡Hoooolaaaaa! —gritó Landen desde su estudio—. ¿Te gustan las sorpresas?

—¡Cuando son agradables! —le grité en respuesta.

Pickwick
volvió a mi lado, hizo algo más
de ploc-ploc
y me tiró de la pernera del pantalón. Volvió a la cocina y me esperó junto a su cesta. Intrigada, le seguí. Pude comprender la razón de su excitación. En medio de la cesta, entre los grandes montones de papel cortado, había un huevo.


¡Pickwick!
—grité emocionada—. ¡Eres una chica!

Pickwick
cabeceó un poco más y me acarició con afecto. Al cabo de un rato lo dejó y delicadamente se metió en la cesta, ahuecó las plumas, movió el huevo con el pico y le dio varias vueltas antes de colocarse delicadamente encima. Una mano me tocó el hombro. Acaricié los dedos de Landen y me puse en pie. Me besó en el cuello y me rodeó con sus brazos.

—Creía que
Pickwick
era chico —dijo.

—Yo también.

—¿Es una señal?

—¿Que
Pickers
ponga un huevo y resulte que es chica? —respondí—. ¿Quieres decir que estás embarazado, Land?

—No, tonta, sabes muy bien a qué me refiero.

—¿Lo sé? —pregunté, mirándole con fingida inocencia.

—¿Y bien?

—¿Bien qué? —Miré el rostro sonriente y preocupado con lo que yo creía que era una expresión impasible. Pero no pude mantenerla mucho rato y estallé en risas juveniles y lágrimas saladas. Él me abrazó con fuerza y, delicadamente, me colocó la mano sobre la barriga.

—¿Ahí? ¿Hay un bebé?

—Sí. Una cosita rosada que emite ruidos. Estoy de siete semanas. Probablemente nacerá en julio.

—¿Cómo te sientes?

—Bien —le dije—. Ayer estaba un poco mareada, pero puede que no tuviese nada que ver. Seguiré trabajando hasta que empiece a caminar como un pato y luego pediré la baja. ¿Cómo te sientes
tú?

—Extraño —dijo Landen, abrazándome una vez más—. Extraño… pero eufórico —sonrió—. ¿A quién se lo puedo decir?

—Todavía a nadie. Probablemente sea la mejor decisión… ¡Tu madre se pondría a hacer punto como una loca!

—¿Y qué tiene de malo que mi madre haga punto? —preguntó Landen, fingiendo indignación.

—Nada —reí—. Simplemente, que tenemos pocos armarios.

—Al menos lo que ella teje no es deforme —dijo—. El jersey que tu madre me regaló por mi cumpleaños… ¿Qué cree que soy, una sepia?

Hundí mi cara en su cuello y le abracé con fuerza. Él me frotó la espalda con suavidad y nos quedamos juntos varios minutos sin hablar.

—¿Qué tal el día? —me preguntó al fin.

—Bien —empecé—, hemos encontrado el
Cardenio,
un francotirador de OE-14 me ha matado de un disparo, me he convertido en una autoestopista que desaparece, he visto a Yorrick Kaine, he sido víctima de algunas coincidencias de más y he dejado inconsciente a un neandertal.

—¿No ha habido pinchazo en esta ocasión?

—En realidad, dos… simultáneos.

—¿Qué tal es Kaine?

—La verdad, no lo sé. Llegaba a la mansión de Volescamper cuando nosotros nos íbamos… ¿No sientes ni la más mínima curiosidad por lo del francotirador?

—Esta noche Yorrick Kaine da una conferencia sobre las realidades económicas del acuerdo de libre comercio con Gales…

—Landen —dije—, esta noche es la fiesta de mi tío. Le prometí a mamá que asistiríamos.

—Sí, lo sé.

—¿Quieres saber ahora lo del incidente con OE-14?

Landen suspiró.

—Vale. ¿Cómo ha sido?

—No quieras saberlo.

Mi tío Mycroft había anunciado su jubilación. A los setenta y siete, y tras los acontecimientos del Portal de Prosa y la reclusión de Polly en «Vague solitario como una nube», los dos habían decidido que ya era suficiente. La Corporación Goliath le había ofrecido a Mycroft no uno sino dos cheques en blanco para que reanudase el trabajo en el Portal de Prosa, pero Mycroft se había negado una y otra vez, asegurando que le habría sido imposible reproducir el Portal aunque hubiese querido. Llevamos el coche hasta casa de mamá y aparcamos calle arriba.

—Nunca hubiese dicho que Mycroft se jubilaría —dije mientras recorríamos la calle.

—Yo tampoco —admitió Landen—. ¿Qué crees que hará ahora?

—Lo más probable es que vea
¡Nombra esa fruta!
Según él los culebrones y los concursos son la forma ideal de desaparecer de este mundo.

—No anda muy desencaminado —comentó Landen—. Cuando llevas años viendo
El 65 de Walrus Street
puede que la muerte se convierta en una especie de distracción agradable.

Abrimos la puerta del jardín y saludamos a los dodos, que engalanados para la ocasión llevaban todos una llamativa cinta rosa alrededor del cuello. Les ofrecí golosinas y ellos picotearon y se abalanzaron con glotonería.

—¡Hola, Thursday! —dijo el hombre de pelo prematuramente gris que acudió a la puerta.

—Hola, Wilbur —dije—. ¿Cómo te va?

Wilbur y Orville eran los únicos hijos de Mycroft y Polly, y eran especiales por… bien, ya veréis.

—Estoy muy bien —respondió Wilbur, sonriendo afable—. Hola, Landen… leí tu último libro. Mucho mejor que el anterior, debo decir.

—Eres muy amable —respondió Landen con sequedad.

—Me han ascendido, ¿sabes?

Hizo una pausa para permitirnos murmurar sonidos de felicitación antes de continuar.

—En Cosas Útiles Consolidadas hay promoción interna para los que resultan prometedores y, después de diez años en la administración de fondos de pensiones, CosasCon ha creído que estaba preparado para dedicarme a algo nuevo y más dinámico. Ahora soy director de servicios de una subsidiaria suya llamada Desarrollos MycroTech.

—¡Dios, qué coincidencia! —exclamó Landen—. ¿No es ésa la empresa de Mycroft?

—Una coincidencia —respondió Wilbur estoicamente—, como bien dices. El señor Perkup, el director de MycroTech, me dijo que se debía exclusivamente a mi diligencia; yo…

—¡Thursday,
tesoro!
—interrumpió Gloria, la esposa de Wilbur. Antes una Volescamper, se había casado con Wilbur creyendo equivocadamente: a) que él heredaría una fortuna y b) que era tan inteligente como su padre. En ambas cosas se había equivocado… espectacularmente—. Querida, estás simplemente divina… ¿Has perdido peso?

—No tengo ni idea, Gloria, pero… tienes un aspecto diferente.

Y así era. Normalmente iba vestida de pies a cabeza con ropa y calzado caros, llevaba sombrero, maquillaje y todos los aditamentos. Ese día llevaba pantalones chinos y una camisa. Apenas se había maquillado y se había recogido el pelo, habitualmente peinado a la perfección, en una cola de caballo con una goma negra.

—¿Qué te parece? —preguntó, girando para que los dos la viésemos.

—¿Qué ha pasado con los vestidos de quinientas libras? —preguntó Landen—. ¿Ha pasado el alguacil?

—No, esto es la última moda… y tú deberías saberlo, Thursday.
The Femole
está promocionando el
look
Thursday Next. Esto es lo
in
en estos momentos.

—Qué ridiculez —le dije—. Si
Bonzo
el perro maravilla hubiese rescatado a Jane Eyre, ¿ahora llevarías un collar con tachuelas y estaríais olisqueándoos?

—No hace falta que seas ofensiva —respondió Gloria arrogante mientras me repasaba de arriba abajo—. Deberías sentirte
orgulloso..
Eso sí, en el número de diciembre de
The Femole
pone que una cazadora marrón de aviador se ajusta más al
look.
Tu cazadora negra está un poco pasada de moda, me temo. Y esos zapatos… ¡Por amor de…!

—¡Un segundo, un segundo! —respondí—. ¿Cómo puedes decirme que no me ajusto al
look
Thursday Next? ¡Yo
soy
Thursday Next!

—La moda evoluciona, Thursday… He oído que la moda del próximo mes se inspirará en los invertebrados marinos. Deberías disfrutarlo mientras puedas.

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