Pathfinder (39 page)

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Authors: Orson Scott Card

BOOK: Pathfinder
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—Podéis acompañar a vuestra madre siempre que acepte tales invitaciones —respondió Flacommo—. Pero, como es natural, no podréis hacerlo solo, porque cada vez que un miembro de la familia real abandona mi casa para ir a la ciudad, debe hacerlo bajo custodia. Por desgracia, todavía existe gente cuyo odio contra la familia real no ha quedado aplacado tras años de gobierno revolucionario.

Rigg estaba convencido de que la misión de los guardias era impedir que los miembros de la familia real se fugaran, salieran de la ciudad y reclutaran un ejército. Pero no había razón para decirlo. Tenía un objetivo distinto en mente.

—¡Oh, eso ya lo sé! —dijo—. Alguien trató de asesinarme anoche.

Todos los comensales exclamaron a la vez. ¡No! ¡Quién! ¡Cuándo! ¡Cómo se lo impediste!

—No me fue muy difícil —dijo Rigg—. Simplemente tuve que dormir en un sitio distinto al previsto. Quisieron asesinarme por medio de una trampa.

—¿Qué clase de trampa? —inquirió Flacommo—. Si alguien ha entrado en mi casa…

Rigg hizo un gesto tranquilizador y sonrió.

—Estoy convencido de que todo se hizo sin vuestro conocimiento, mi querido amigo. Me permitís que os llame «amigo», ¿verdad? Habéis sido muy bondadoso con mi madre y con mi hermana.

—Sí, os lo ruego, será un honor que penséis en mí de ese modo —dijo Flacommo. Aunque, como es lógico, aún no había olvidado las palabras de Rigg de la noche anterior.

—Era una cajita con akses dentro, colocada bajo mi cama. Era tan frágil que el mero acto de haberme tendido sobre ella habría bastado para romperla y liberar a los lagartos. Y todos sabéis la suerte que habría corrido después de eso, puesto que los atrae el calor corporal.

—¿Y cómo los detuvisteis? —preguntó alguien.

—No lo hice —dijo Rigg—. Los esquivé. Por lo que sé, siguen allí. Yo aconsejaría cerrar la puerta a cal y canto y dejarlos en paz. Morirán de hambre dentro de pocas semanas, sobre todo si la temperatura de la habitación es elevada. Es complicado acabar con ellos de otro modo. Existen gases que los paralizan, pero su efecto no es instantáneo y hasta que hacen efecto, el que los utiliza corre el riesgo de que una de las alimañas le salte encima y se apunte la victoria en su particular duelo.

—¿Y dejaron tales criaturas en vuestros aposentos? —preguntó Flacommo, incrédulo—. ¿Cómo detectasteis su presencia?

—Como sabía que hay gente que aún odia a la familia real, puesto que uno de ellos había tratado de asesinarme de camino aquí, me he vuelto cauteloso. Siempre miro debajo de la cama. —Esperaba que nadie interrogara a Largo, puesto que éste sabía perfectamente que ni siquiera había llegado a entrar en su cuarto, y mucho menos se había asomado debajo de la cama.

—¡Gracias al Santo Vagabundo! —dijo Flacommo, y muchos de los comensales asintieron.

Rigg se volvió hacia su madre, que no parecía en modo alguno alarmada, y lo miraba entre bocado y bocado de las gachas que estaba tomando, un desayuno mucho más modesto que el de cualquier otro de los presentes.

—Mi señora Madre —dijo—, no sé cómo tomarme este incidente. Estoy bastante convencido de que no se me sentenció a muerte por el mero hecho de mi pertenencia a esta familia. Al fin y al cabo, los asesinos podrían haber atentado contra cualquier otro de los miembros de la realeza que viven aquí, pero decidieron atacarme sólo a mí.

Su madre tomó otro bocado.

—Sólo se me ocurren dos razones que justifiquen este tratamiento especial. Una de ellas es que mi presencia desestabilice el acuerdo por el que mi hermana y vos vivís bajo la protección del Consejo de la Revolución. En este caso sería el propio consejo, o alguna facción en su seno, quien desea mi muerte. La otra es que soy varón y desde que mi bisabuela asesinó a todos los miembros masculinos de la familia y decretó que sólo las hembras podían gobernar, algunos han esperado con impaciencia el nacimiento de un heredero varón, con la esperanza de que alcanzara la edad suficiente para derogar ese antiguo decreto y restablecer a un emperador.

—Si en verdad existe la gente que dices —respondió Madre con tono templado—, dudo mucho que tratara de asesinarte.

—No es probable, en efecto —dijo Rigg—. Desde que descubrí mi verdadera identidad, o al menos la posibilidad de que yo fuese esa persona, me he preguntado quién había sido el responsable de secuestrarme y apartarme del lado de mi madre, mi padre y mi hermana. Una posibilidad era que fuesen miembros de la facción que deseaba colocar a un varón en el trono. Pero de haber sido así, ¿por qué no me adoctrinaron para que desempeñara ese papel? ¿Por qué no me criaron para ser un rey? Y puedo aseguraros que jamás tuve el menor indicio de que estuviera relacionado en modo alguno con la realeza o de que me esperara un destino importante. Así que debo concluir que el hombre que me crió no pertenecía a dicha facción.

Madre no dijo nada, pero esbozó una leve sonrisa.

—Sin embargo, nunca se sabe lo que podría llegar a hacer un demente para lograr la restauración de la monarquía. Y entre esos dementes, sin duda, los peores de todos son los que desean la restauración de la línea sucesoria masculina.

—Hay mucha gente loca en el mundo —dijo Madre—. Algunos están locos y guardan silencio mientras que otros, en su locura, no hacen más que hablar y hablar hasta desquiciar a todo el mundo.

—Comprendo vuestro reproche, Madre, pero realmente estoy tratando de entender cómo están las cosas, para saber qué peligros me amenazan.

—El peligro puede venir de cualquier parte —respondió ella con dulzura—. Puede venir de todas partes al mismo tiempo.

—Simplemente me pregunto si el intento de acabar con mi vida procede de la facción que apoya una restauración femenina de la monarquía y considera un gran peligro la existencia de un heredero varón. Esta facción habría estado esperando todos estos años a que volviera a aparecer para poder asesinarme obedeciendo el edicto de mi bisabuela.

—Esa ley fue derogada por el Consejo de la Revolución —dijo Flacommo—. Mucha gente ignora incluso que haya llegado a existir alguna vez.

—Pero como la Radiante Tienda no llegó a derogarla nunca —respondió Rigg—, existe gente desequilibrada que considera que sigue teniendo fuerza de ley y que acabar con mi vida sería un acto noble. Lo digo porque el hombre que trató de asesinarme de camino aquí era exactamente uno de tales desequilibrados.

—Tus palabras bailan a nuestro alrededor como las del más ladino de los cortesanos —dijo Madre—. Cuesta creer que no te criaran como miembro de la casa real.

—El hombre al que llamaba «Padre» me enseñó a pensar con escepticismo y curiosidad, eso es todo. Y a decir lo que pienso. Siempre repetía: «Si quieres saber algo, pregúntaselo a alguien que lo sepa.» Así que tengo que haceros dos preguntas, Madre. Primera, ¿me enviasteis mi real padre y vos lejos de vuestro lado cuando era niño para protegerme de tales enemigos? ¿O se me llevó alguien que pensaba que había que protegerme de vos?

Se hizo un silencio mortal. Madre dejó de moverse y su mano quedó suspendida en el aire con la cuchara inclinada, de la que caían las gachas gota a gota sobre la mesa.

Rigg, consciente de la impresión que había causado, fue un paso más allá

—Dejad que formule la pregunta de un modo más sencillo. Madre, ¿es vuestro deseo que muera? Porque si es así, dejaré de esforzarme por salvar la vida y el próximo intento de asesinato tendrá éxito. No quisiera causaros infelicidad con mi regreso.

Su madre volvió a moverse, para dejar la cuchara en el cuenco.

—Me duele que puedas hacerme esa pregunta.

—Y a mí —dijo Rigg— que os neguéis a responderla.

—La responderé, aunque la propia pregunta me atormenta. No tuve nada que ver con tu desaparición. Creí que te habían secuestrado quienes deseaban tu muerte y asumí que estabas muerto. Te lloré a diario durante los primeros años, y desde entonces, siempre que aparecías en mis pensamientos, cosa que sucedía con frecuencia, he derramado miles de lágrimas por ti. Y cuando tuve noticias de que quizá pudieras seguir con vida, apenas me atreví a creer que te permitieran volver a mi lado. E incluso después de tu llegada, traté de comportarme de un modo que impidiera que alguien pudiera alarmarse por la fuerza y la profundidad de mi regocijo. Soy consciente de que corres grave peligro y me alegro de que te criaran con la prudencia suficiente para no caer en la trampa que te habían tendido. Pero me decepciona profundamente que hayas podido pensar que he sido yo la responsable de tendértela.

—No os conozco, Madre —dijo Rigg—. Sólo sé lo que se cuenta de la familia real, y como podréis imaginar, no son unos relatos muy favorables. He estudiado Historia y conozco las centenares de ocasiones en las que miembros de las diferentes casas gobernantes se asesinaron entre sí por el poder. Pero ahora que he oído vuestras palabras y he visto vuestro rostro al pronunciarlas, y consciente de las condiciones en las que vivís aquí, comprendo que sois mi madre amantísima. Perdonadme por haberos preguntado esto, pero vos y yo sabemos que no tenía otra alternativa. Y gracias por haber respondido y más aún por haberlo hecho como lo habéis hecho.

Se levantó de su asiento y se arrodilló junto a la silla de su madre, mientras ella se volvía para mirarlo. Muchos de los presentes reaccionaron con consternación, porque era ilegal prosternarse ante un miembro de la realeza y Madre hizo ademán de impedírselo. Pero Rigg respondió con voz fuerte, que dejó volar como un látigo para exigir silencio:

—Me arrodillo ante esta mujer como un hijo se arrodilla ante su madre. El más humilde de los pastores puede hacerlo ante su progenitora. ¿Y a mí, por el mero hecho de la sangre que corre por mis venas, se me prohíbe mostrarle a mi madre el respeto que se merece? Contened vuestra lengua. ¡Prefiero morir a dejar que el miedo me impida demostrar lo mucho que la respeto y la amo!

Los que se habían levantado volvieron a sentarse. Y entonces, mientras Rigg inclinaba la cabeza para apoyarla en el regazo de su madre, ella alargó la mano y le acarició el pelo, y luego lo hizo levantarse, lo abrazó y lloró contra su cabello, mientras lo llamaba «mi niño», «mi niño pequeño», y daba gracias al Santo Vagabundo por devolvérselo después de su largo viaje por las tierras del norte.

Entre tanto, Rigg se preguntó lo que estaría pensando su hermana de todo aquello y lo desquiciante que debía de ser para ella asistir a todo, pero de manera acelerada, sin la presencia de palabras o sonidos que la ayudaran a comprender la situación.

En cuanto a su madre, sólo la creía a medias. A fin de cuentas, ¿no se habría comportado del mismo modo si lo hubiera querido muerto? Sí, sus emociones parecían sinceras y poca gente poseía la capacidad de simularlas con tanta verosimilitud. Pero ¿acaso el hecho de que siguiera con vida no era la mejor prueba de que sabía actuar como lo exigieran las circunstancias para garantizar su propia supervivencia?

Sin embargo, en alguien tenía que confiar, si no quería que su vida en aquel lugar se volviera imposible. Así que decidió creer que su madre no había conseguido sobrevivir fingiendo sentimientos que no albergaba, sino fingiendo que no albergaba ninguno, y por consiguiente aquella demostración de emociones era tan genuina como extraña en ella. Y eso quería decir que lo amaba. Que no quería que lo mataran.

Confiaría en ella. Y si al final resultaba que se había equivocado al tomar esa decisión, bueno, ya haría frente al desengaño cuando llegara. No sería muy difícil, porque, de ser ésa la verdad, el desengaño sólo precedería unos pocos segundos a su muerte.

16

EL PUNTO CIEGO

Ram observó la gran imagen holográfica del nuevo mundo.

—¿Cómo lo vas a bautizar? —preguntó el prescindible.

—¿Acaso importa eso? —dijo Ram—. Le ponga el nombre que le ponga acabará significando «Nuestro mundo». Lo mismo que le pasa a «la Tierra» hoy en día.

—¿Crees que los colonos olvidarán el mundo del que proceden?

—Claro que no —dijo Ram—. Pero los niños nacidos aquí pensarán en la Tierra como un planeta lejano en el que vivían sus padres. Y sus bisnietos no conocerán a nadie que haya visto la Tierra.

—A los prescindibles también nos gustaría saber cómo les vas a explicar a los colonos el hecho de que hemos retrocedido once mil ciento noventa y un años en el tiempo.

—¿Por qué debería decírselo? —preguntó Ram.

—Por si alguno de ellos piensa que llegarán más naves para ayudarlos.

—¿Tenemos la certeza de que no va a ser así?

—¿Por qué iban a mandarlas? Por lo que saben en la Tierra, no habéis conseguido dar el salto, simplemente habéis desaparecido.

—Al contrario —dijo Ram—. Por lo que saben en la Tierra, hemos desaparecido, lo que quiere decir que el salto ha sido un éxito. Desde su punto de vista, si no hubiéramos dado el salto, la nave habría seguido en la misma trayectoria o habría explotado. Sin restos ni signos detectables de nuestra presencia, la única conclusión posible es que el salto ha tenido éxito. Lo que quiere decir que enviarán naves detrás de nosotros, naves que repetirán el salto y, presumiblemente, se dividirán en diecinueve copias distintas y retrocederán once mil ciento noventa y un años. Recibiremos cantidades ingentes de ayuda.

—Hemos estado pensando en ello —dijo el prescindible—. No se nos ocurre ninguna razón que explique el salto hacia atrás en el tiempo o las replicaciones de las naves. Según los datos de que disponen los ordenadores, el salto se produjo correctamente. Cosa que es indudable, porque ahí tenemos nuestro mundo, todavía sin bautizar.

—No he olvidado que tenemos que bautizarlo —dijo Ram con irritación—. Pero ¿qué prisa hay?

—Cada segundo se producen diez mil conversaciones entre nosotros y los ordenadores de la nave —respondió el prescindible—. Nuestros informes serán más eficientes si el planeta tiene un nombre.

—Tampoco he olvidado tus afirmaciones anteriores —dijo Ram—. Si todos los campos generados nos hicieron saltar sin contratiempos, ¿por qué hay diecinueve naves, once mil ciento noventa y un años en el pasado?

—Por ti —dijo el prescindible.

Al terminar el desayuno, Rigg sabía que su auténtico trabajo estaba a punto de comenzar. Tenía que ganarse la confianza de Madre… y obligarla a realizar una demostración de afecto en público no era el mejor modo de empezar. Como Param pasaba la mayor parte del tiempo invisible, sólo Madre podía transmitirle sus mensajes, sólo Madre podía conseguirle la confianza de su hermana.

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