Al salir de un festival, los estudiantes de las preparatorias 2 y 3 caen bajo la furia policiaca. Se les hace retroceder a los edificios universitarios, y para protegerse improvisan barricadas con camiones… «Brotan» o aparecen montones de piedras. El pleito dura cerca de cuatro horas. Hay detenidos… Los estudiantes se refugian en San Ildefonso. Al principio no se capta la estrategia gubernamental. ¿Para qué inventar el conflicto, para qué tal saña? Luego viene la explicación obvia: se procede así para liquidar el complot en su cuna. A Díaz Ordaz, convencido de los puñales en la sombra, el secretario de Gobernación lo subsidia con información que dibuja detalladamente la fantasía conspirativa. Pero lo inesperado es la respuesta estudiantil. Con piedras y objetos, estos adolescentes y jóvenes hacen retroceder a sus verdugos. En rigor, esta decisión de no dejarse del oprobio a nombre de la ley crea, desde la perspectiva estudiantil, el Movimiento. Ahora, cuando la memoria —y por razones entendibles— gira en torno del 2 de octubre, se ha borrado ese momento vertiginoso del 26 de julio, pero si Díaz Ordaz precipita la resistencia al soñar con la conjura, los estudiantes de las preparatorias, al resistir, precipitan la toma de conciencia.
Sin duda, hay a lo largo de los meses excesos verbales, algunas provocaciones, y mitos y leyendas asumidos como verdades estrictas (por ejemplo, el número de muertos previo al 2 de octubre, la matanza en San Ildefonso), pero lo fundamental del Movimiento, y no localizo argumentos sólidos en contrario, fue su carácter
civil, legal y
heroico.
En los días posteriores al 26 de julio, los dueños de joyerías responsabilizan a la policía de los robos. No se les hace caso. Se ordena el linchamiento moral del Movimiento, y de eso se escapan unas cuantas publicaciones. Pero el aislamiento no se da porque el Movimiento crea su propio sistema de comunicación gracias a las brigadas y el mero impulso del rumor entusiasta.
En la noche del 26, se distribuye el boletín de la Jefatura de Policía. Actuaron, aclaran, porque José R. Cebreros, presidente de la FNET, solicitó la restauración del orden y la captura de «quienes estaban provocando esos actos, aunque se tratara de auténticos estudiantes».
En la noche del 26 de julio se ratifica en su esplendor la Teoría de la Conjura. «¿Ya ven? Lo habíamos dicho". El gobierno se alarma y se regocija simultáneamente. El mal se desenmascaró pero ya nadie tendrá duda del programa de los apátridas. Y como si hiciera falta, la orden llega a los medios informativos, a la clase política, al Ejército, a la policía, al Poder Judicial (regalémosle ese nombre): «Ahogue mos a la hidra antes de que nos asfixie, salvemos las Olimpiadas.» Ha llegado la hora de darle solidez a la Teoría de la Conjura divulgando sus descubrimientos. El primero: despertar a la nación acosando al enemigo. Si el depósito de energía de un complot es la masa manipulable, hay que ganarle la partida a la subversión con andanadas propagandísticas. Si el sacrosanto nombre de la Revolución Mexicana ya no moviliza, debe acudirse al entusiasmo sobreviviente: el miedo, el pánico ante el reino de las sombras que envenenan las conciencias. Si no hay ciudadanía, que reaccione el colectivo del pavor. Y desde el 26 de julio la andanada en los medios informativos busca que la sociedad se aterre. Y la estrategia falla al no atemorizarse los estudiantes y vastos sectores de la opinión pública, entre otras cosas por no sentirse antes del 2 de octubre en medio de una guerra.
Desde el 27 de julio, los politécnicos le dan una salida organizada a su radicalismo. El Comité de Lucha del IPN presenta su pliego petitorio:
Del bazucazo a favor de las institucionesDesaparición de la FNET.
Expulsión de los dirigentes de la misma y de seudoestudiantes priístas que son agentes del gobierno.
Desaparición de los cuerpo represivos.
El 27 y el 28 de julio el Zócalo se ve espectral y gélido. En San Ildefonso, un grupo reducido de estudiantes se da ánimo y relata su triunfo, o lo que califican de triunfo. Les estimula no haberse dejado, y los amedrentra lo que sigue, aunque las autoridades universitarias (representadas por el doctor Alfonso Millán) los visitan y apoyan. Hablan sin tregua, con una mezcla de miedo y optimismo.
En la madrugada del 30 de julio, soldados de línea de la Primera Zona Militar, comandados por el general José Hernández Toledo, penetran en los edificios de San Ildefonso (donde se encuentran las preparatorias 1 y 3), en las preparatorias 2 y 5 de la UNAM, y en la vocacional 5. Al convoy lo integran tanques ligeros, jeeps equipados con bazukas y cañones de 101 milímetros, y camiones transportadores de tropas. La tropa marcha a bayoneta calada. Ábrete Sésamo: un bazucazo destruye una puerta de San Ildefonso. Las notas de prensa dan alguna idea de lo ocurrido: «La enfermería del plantel estaba tinta en sangre. Paredes, pisos, techos, mobiliario, puertas y ventanas fue ron mudos testigos de los sangrientos hechos».
El gobierno desata una campaña de prensa, radio y televisión contra «los subversivos», y las Explicaciones Patrióticas se desbordan. A las dos de la tarde del 30 de julio, el secretario de la Defensa Marcelino García Barragán afirma: «Estamos preparados para repeler cualquier agresión y lo haremos con toda energía, no habrá contemplaciones para nadie». (En esta crónica se hace uso de la extraordinaria recopilación del maestro Ramón Ramírez,
El Movimiento Estudiantil de México, julio-diciembre de 1968
, dos volúmenes, Ediciones Era, 1969. Debido a estos libros indispensables, don Ramón padeció el hostigamiento del gobierno.) Y el general García Barragán le puntualiza a los paterfamilias sus deberes:
Los padres tenemos obligación para la sociedad en que vivimos, para la patria y nuestros propios hijos y lo más cuerdo es encauzarlos en el estudio y que no pierdan ni un minuto, ni un segundo, en el aprovechamiento de sus clases, y mucho nos ayudarían con su autoridad paternal a observar el orden, lo que aprovecharía en mucho el país
(El Universal
, 31 de julio)
El general García Barragán da su versión de la intervención militar de la madrugada del 30 de julio: «no se disparó un solo cartucho, no se trató mal a los estudiantes», aunque participaron tres batallones de la brigada de infantería, un escuadrón de reconocimiento, un batallón de transmisiones, dos batallones de la guarnición de la plaza, otro de guardias presidenciales y otro de paracaidistas. En suma, la guerra contra el extraño enemigo de existencia nunca comprobada. El general es preciso: «La puerta de la Preparatoria 1 no fue abierta de un bazucazo , sino por un conjunto de bombas molotov lanzadas por los propios estudiantes». Y concluye: «Los estudiantes se dejaron arrastrar por las pasiones personales que fueron aprovechadas por grupos extremistas que los azuzaron hasta conducirlos a extremos de violencia. No creo que los estudiantes formen parte de una conjura».
A lo largo del proceso, las contradicciones y las omisiones, las distorsiones y las inexactitudes victiman a la información oficial. Así por ejemplo, según el parte del 30 de julio de 1968, en el desalojo de los «alborotadores» por órdenes del secretario de la Defensa, sucede lo siguiente:
III. Un grupo aproximado de 300 a 400 estudiantes se parapetaron en la Preparatoria UNO negándose a salir y recibiendo el personal de Paracaidistas y Policía Militar a balazos, bombas Molotov, tabicazos así como de numerosos detonadores que usan las bombas de aviación de manufactura americana.
IV. Se les exhortó a abrir la puerta, incluso se apuntó con el Bazooka, un pelotón de paracaidistas al paso veloz y con una viga trató de forzar la entrada, en dicho momento se escuchó una fuerte detonación resultando heridos los CC. Soldados Paracaidistas Jesús García Vargas y Joaquín Nava Bernal, con la fuerza de la explosión cediendo dicha puerta.
V. Al estar abierta la puerta los granaderos y policía entraron apoyados por personal de esta Unidad, capturándose CIENTO VEINTISIETE hombres, DIEZ bombas Molotov, DOS botes de gasolina, UNA botella de ácido nítrico de CINCO litros, UNA botella de amoniaco, UNA caja con propaganda comunista, todo esto se le hizo entrega al C. Teniente de Granaderos Carlos Valderrábano Medina perteneciente a la Primera Compañía de dicho cuerpo.
Otra vez se despliegan las contradicciones que nadie se toma el trabajo de señalar. Si los «alborotadores" reciben a balazos a los soldados, ¿por qué no se encuentra un arma en el decomiso? Si son de 300 a 400 los estudiantes parapetados en San Ildefonso, de los cuales ninguno consigue salir, ¿por qué sólo se captura a 127 de ellos? ¿Por qué se niega haber usado la bazuca, pese a los testimonios fotográficos? Y sobre todo, ¿por qué desde el principio se recurre al Ejército, a los puestos de socorro, a los vehículos protegidos, al calificativo de «Zona de Acción» para el terreno del conflicto? Sólo hay una respuesta: porque el Presidente Gustavo Díaz Ordaz cree hallarse ante el bosquejo de un golpe de Estado. Las pesadillas de la paranoia se militarizan.
Prosigue la toma por etapas de la ciudad. Se ordena el cateo de las casas y departamentos alrededor de San Ildefonso. El ejército se adueña de otros centros educativos. En la Vocacional 5 los estudiantes, antes de la entrada de la tropa, cantan el Himno Nacional. El ejército se justifica: intervino a solicitud del regente del Distrito Federal, general Alfonso Corona del Rosal, para resolver «la situación planteada por los agitadores». Y a las 2:30 de la mañana se produce una alucinada puesta en escena del Exorcismo contra la Conjura. Citan a la conferencia de prensa el secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez, el regente, el procurador general de la República Julio Sánchez Vargas y el procurador del D.F., Gilberto Suárez Torres. El cuarteto se armoniza: «La acción militar: 1. Fue razonable; 2. Sirvió a los intereses de la colectividad; y 3. Estuvo apegada a la ley».
Como de costumbre, se anuncia lo que nunca se comprobará. El regente Corona del Rosal es un escribiente del Juicio Final: «La filiación de los promotores del plan de agitación y subversión […] se encuentra en la identidad de algunos de los detenidos y en la propaganda por ellos desplegada […]. En mi opinión se trata de elementos ¿el Partido Comunista» (varios de ellos detenidos esa noche). El secretario de Gobernación es un tanto contradictorio: "Las medidas adoptadas se orientan a preservar la Autonomía Universitaria de los intereses mezquinos e ingenuos, muy ingenuos, que pretenden desviar el camino ascendente de la Revolución Mexicana.»
La indignación suscitada por la imagen del soldado con las bazucas, se concentra por lo pronto en una fórmula legal. La importancia extrema que se le concede a la Autonomía Universitaria, da noticia de cuan distante se halla la noción de derechos humanos y civiles.
¿Por qué surgen con tal celeridad en 1968 las comunidades de enseñanza superior: universitaria, politécnica, normalista, del Colegio de México, de los estudiantes de teatro del INBA, días antes sólo conglomerados sin unidad posible? El primero de agosto la respuesta es unívoca: «Se violó la Autonomía Universitaria, se violaron los recintos del IPN». Hoy, esta justificación se desvanece un tanto en los recuerdos y los análisis, pero entonces impulsa las nuevas actitudes y consolida los espacios de libertad de expresión y reunión. La Autonomía Universitaria en 1968 retiene y acrecienta su poderío movilizador.
Tras el bazucazo, se requiere de una fórmula de grandes resonancias para persuadir y radicalizar a una muy débil opinión pública, distribuida en unos cuantos órganos periodísticos y en sectores de funcionarios jóvenes, periodistas, profesionistas, sectores progresistas, académicos, estudiantes. Al ser entonces los residuos de cultura jurídica la única y última zona de fe en la democracia, resulta inevitable centrar el debate en torno a la violación de la Autonomía. Se ha vulnerado la esencia de la UNAM (su extraterritorialidad) y esto es inadmisible, porque en el país priísta la UNAM garantiza lo excepcional del conocimiento y de los derechos de la crítica. Son indignantes el vandalismo oficial del 26 y el 30 de julio, la entrada del ejército a las escuelas, el vislumbre del Estado de Sitio, pero lo que ordena o encauza a la protesta es un argumento: «la violación de la Autonomía». ¿Eso quiere decir que si no entran los soldados a las escuelas, la reacción hubiese sido distinta, menos homogénea, mucho más política que jurídica y política? Sí, exactamente eso, si uno se atiene a las protestas por represiones anteriores, tan escasamente concentradas en la protección de las instituciones simbólicas. Y le «sale lo universitario» a cientos de miles, no sólo porque los chovinismos particulares en algo compensan de la agonía, del chovinismo nacional, sino por dos hechos comprobables: a) La Autonomía Universitaria es el argumento legal que desautoriza las devastaciones del gobierno, y b) En 1968 apenas se utilizan el término y la idea de los derechos humanos y civiles, al ser lo habitual la carencia de derechos. El Poder Judicial está en ruinas, nadie cree en la justa aplicación de las leyes, el principio de la «cultura jurídica» vigente es el atropello, y una defensa de los derechos humanos en 1968 hubiese sido casi inconcebible.
Desde 1958 no se sentía tan viva, tan convulsa a la Universidad (entonces por antonomasia). La atmósfera es histórica, o como se le llame a las sensaciones de participación conjunta. En Radio UNAM se leen apasionadamente los boletines de noticias. Pese a la situación, es inevitable reírse de una nota de
El Sol de México:
«El estudiante de Comercio de la UNAM, Federico de la O García, de 23 años, falleció ayer a consecuencia de una intoxicación por tortas que comió en la lonchería Kolm de Anillo de Circunvalación o de viejas heridas en las cabeza, y no por lesiones sufridas en los recientes disturbios». El comunicado es de la Procuraduría del Distrito Federal.
En C.U. hay premura y resentimiento. A la Explanada llegan en oleadas los estudiantes y los maestros que denuncian la violación de la Autonomía. Se presenta el rector Barrios Sierra y el ánimo se desborda. Su gesto es sereno pero no dramático, y el aplomo es su rasgo característico. Una multitud tensa y respetuosa lo sigue, acompasada por gritos previsibles: «¡Viva la Universidad!», «¡Viva México!», «¡Viva Barros Sierra!»
El rector pone la Bandera Nacional a media asta y el silencio es abrumador. En ese minuto, para los presentes, la UNAM hace las veces de la nación.