Entonces me acerqué a su pupitre y le di una naranja.
Usted decía que nunca se iba a olvidar del día de ayer, pero es mejor que lo olvide… —le dije.
Ella me miró con ojos colorados:
—Ven acá —me tomó suavemente de un brazo, me acercó a ella y me beso en la oreja. No sé si lo soñé o me lo dijo al secreto, pero creo haberle oído esto: —No importa sufrir, porque él me ama…
Yo me puse como tomate y sentí una rabia atroz en la cabeza. ¿Qué le había hecho yo para que viniera a darme un beso y a dejarme en vergüenza delante de todos? ¡La vida es muy injusta!
Cuando volví a mi asiento, sentí como todos me tiraban besitos en secreto. Tenía más rabia que un volcán.
Pasó un rato en que yo sentía mi rabia y el ruido de besitos y mis manos no aguantaban más de ganas de dar puñetes.
De repente la Srta. Carmen dijo:
—O'Higgins ganó la batalla de Rancagua, pero no había vencido a los realistas…
Todos pusimos atención en la esperanza de vivir otra guerra.
—Sabían los patriotas que en la Argentina, don José de San Martín estaba luchando también contra los realistas. Los argentinos igual que los chilenos querían ser libres. Y O'Higgins y muchos patriotas se fueron a la Argentina para luchar con ellos. O'Higgins y San Martín se parecían por lo valientes.
—Y también por sus estatuas —dije yo.
—Entre los chilenos patriotas que llegaron a la Argentina había uno que le gustó mucho a San Martín por su habilidad y por su audacia. Era Manuel Rodríguez.
—Ese tiene calle —dije yo.
—Era un hombre joven, arrebatado, revoltoso y valiente. Se atrevía a todo. Disfrazándose de vendedor, de mujer o de cura se metía al campamento de los realistas para averiguar sus planes. Así le daba noticias frescas de todo a San Martín.
Me gustó ese Manuel Rodríguez y por eso puse atención.
—San Martín le encomendó a él que hiciera un batallón a su gusto. Y Manuel Rodríguez eligió a los más valientes, aunque fueran como fueran con tal de que se atrevieran a todo. Para alistarse en su pelotón, Manuel Rodríguez los ponía antes a prueba: Tenían que resistir sin pestañear lo menos veinticinco azotes. Los mandaba disfrazados al campamento realista y conversando y conversando los patriotas de Manuel Rodríguez les hacían creer que no se preocupaban ni estaban preparados. Entonces los realistas también se despreocupaban. Ahí llegaba Manuel Rodríguez con sus fuerzas, los sorprendía, atacaba y los vencía.
—Cuéntenos más de Manuel Rodríguez —dijo Pérez.
—Los españoles lo perseguían sin poder encontrarlo. Ofrecían una cantidad de oro al que lo apresara vivo o muerto. Pero él se escapaba de sus manos. Un día llegaron a buscarlo a la casa de un juez donde él estaba escondido. Había ahí dos borrachos. Cuando vio venir a los guardias españoles, Rodríguez se hizo el borracho al lado de los otros. Habló con los guardias que lo perseguían y ellos ni lo reconocieron y se fueron.
—¿Qué más hizo? —preguntó Navarro.
—Otro día llegó a casa de un jefe realista vestido de panadero y le dejó el pan sin que sospecharan que era él.
—Cuéntenos más —pidió Gómez a la Srta. Carmen.
—Bueno… La plaza de Melipilla estaba tomada por los españoles. Llegó Manuel Rodríguez con ochenta huasos a caballo, los sorprendió y antes que pudieran defenderse, se tomó la plaza. Así los españoles no podían más con él y ofrecían mil monedas de plata por su cabeza. Cuando Manuel Rodríguez supo esto, se acercó al coche del representante del Rey de España y le abrió la puerta para que él bajara. ¡Cómo iba a pensar ese caballero que era el propio perseguido! Y así, se atrevía a todo. Otra vez se disfrazó de marino y se metió en la cocina de un Jefe realista y pudo oír lo que planeaban ellos en el comedor.
—¡Era un choro! —dije pensando que me gustaría ser como él.
Cuando terminó la clase la Srta. Carmen ya no tenía los ojos colorados y a mí no me ardía la cabeza ni me tiraban besitos. Todos queríamos jugar a "Manuel Rodríguez".
ESA NOCHE, mientras estaba feliz durmiendo, desperté con la rabia del día antes. Oía besitos de los chiquillos riéndose de mí. También sentía en la oreja el secreto de la Srta. Carmen. ¿Para que me lo dijo? ¿Qué me importaba a mí que "´Él la amara"? Eso es lo malo de todas las mujeres. Lo único que les importa es el amor. Me dio tanta rabia con ella que me desvelé…
Al otro día me levanté temprano y estuve ensayándome de dar puñetes para todos lados. Porque veía que al entrar al colegio iban a empezar todos a tirarme besitos. Y estaba decidido a defenderme. Y en la casa armaron más rosca porque reventé la almohada, y el colchón se cayó por la ventana y se le quebró la pata al velador.
Y nadie me hizo burla en el colegio porque resulta que se habían robado en la noche nada menos que la Caja de Fondos.
Y había Radiopatrullas y Detectives y cuánto hay.
Pero la Srta. Carmen tocó la campana y nos encerró en la clase como si nada pasara.
—Estamos a punto de terminar la Historia de Chile —dijo— y me interesa terminarla para pasar a otras materias.
—Eso es lo malo de estudiar. Se termina una cosa y vamos con otra. No se acaba nunca —dije yo.
—Cuando has almorzado bien, no deberías comer nunca más… —dijo ella—. Son tonterías. Volvamos a Manuel Rodríguez. ¿Dónde preparaba él su batallón? ¿Dónde estaban San Martín y O'Higgins?
Nadie contestó.
—Papelucho, dime dónde estaba O'Higgins.
—Creo que en Argentina —dije, y le achunté.
—Perfectamente contestado. El ejército Libertador estaba ya listo para atacar a los realistas. Venía de la Argentina y tenía que pasar la Cordillera de los Andes. Una parte venía con San Martín como General y la otra parte con O'Higgins. Tenían que atravesar la cordillera en mulas porque los caballos se resbalaban en las quebradas. Era un camino penoso y largo. Paso a paso.
—¿Cuántos años se demoraron? —pregunté.
—Ningún año, pero sí un mes entero. Salieron a principios de enero y divisaron la tierra chilena en los primeros días de febrero.
—¡Qué aburridas eran las guerras de antes! —dije yo.
—El 12 de febrero, al amanecer, el ejército de O'Higgins se encontró con los realistas. Era en los cerros de Chacabuco.
—Srta., yo conozco la cuesta de Chacabuco —dijo Pérez. —Muy cerca de allí —dijo ella— San Martín dio orden de avanzar a los dos grupos de patriotas. Pero los realistas estaban muy preparados y los recibieron con cañonazos. Y los patriotas no pudieron seguir adelante. Al ver esto los realistas se creyeron ganadores y se descuidaron. De repente, O'Higgins con su ejército se deja caer sobre ellos de sorpresa. Los realistas se defienden valientes.
Pero los patriotas chilenos estaban resueltos a ganar la batalla. Una lluvia de fuego, sablazos, lucha cuerpo a cuerpo. Parecían soldados de hierro y los realistas no tuvieron más remedio que arrancar. Ahí quedaron tendidos sus caballos, sus armas, los prisioneros, los muertos y los heridos. La batalla de Chacabuco había sido ganada por los chilenos.
—¿Y con eso se acabó la guerra?
—No todavía. O'Higgins fue elegido Director Supremo de Chile, que es más que un Presidente. Eso fue el año 1817.
—¿En 1817? —dije yo—. Es bien fácil de acordarse.
—¿Por qué es fácil?
—Porque es fácil —contesté.
—Vamos a ver si lo recuerdas —dijo como sacándome pica—. Pero sigamos adelante. O'Higgins había ganado a los realistas, pero no estaba tranquilo porque sabía que había muchos de ellos en Chile. Cualquier día podían armar una revolución. Entonces decidió averiguar lo que pensaba la mayoría del pueblo chileno. Y mandó poner en todos los cuarteles dos libros para que en ellos firmara todo chileno. En uno debían firmar los que querían la Independencia de Chile y en el otro los que no la querían, o sea los realistas. Así se sabría cuáles eran más.
El libro de los Patriotas, de los que querían la Independencia de Chile se llenó de firmas. El otro no tuvo tantas. Entonces O'Higgins escribió el Acta de la Independencia de Chile y la firmó. Eso fue el 12 de febrero de 1818, un año después de la batalla de Chacabuco. Ese día el pueblo de Chile vio la Jura de la Bandera, que significa que Chile era un país libre con su bandera propia.
—¿Y fue una fiesta muy linda? —pregunté.
—Impresionante —dijo ella.
—Tres veces impresionante —dije yo—. Pero yo creo que O'Higgins eligió el 12 de febrero para la Jura de la Bandera porque era más fácil para nosotros recordarlo. Porque el 12 de febrero se ganó la batalla de Chacabuco, y el 12 de febrero se fundó Santiago. Era un día bien conocido.
—Tienes razón. Pero entretanto los realistas se aprovecharon de que O'Higgins estaba ocupado de otras cosas y atacaron a los patriotas en el sur.
—¡Chitas! —dije yo porque a mí me habría pasado lo mismo. Ya ni me acordaba de los realistas.
—Cuando supo esto O'Higgins, partió con San Martín a defender su ejército. Acamparon cerca de Talca, en Cancha Rayada y estaban arreglando su posición, cuando se les vino encima el ejército realista. Estaba oscuro y era una confusión. Los patriotas trataron de defenderse, pero era difícil en la oscuridad de la noche y sin conocer el terreno. El caballo de O'Higgins cayó muerto y el propio General recibió un balazo en el brazo derecho. No había más solución que dispersarse. Este fue el desastre de Cancha Rayada.
ME DIO TANTA RABIA ese desastre que no podía pensar en otra cosa.
Así que me acerqué a la Srta. Carmen en el recreo y le pregunté:
—Oiga, entonces, ¿Chile no es libre todavía?
—¿Por qué Papelucho?
—Por el desastre de Cancha Rayada y también porque Maldonado siempre me está sacando pica con que España es nuestra madre patria y otras patillas.
—Maldonado es español, no lo olvides.
—Bueno, pero ¿Chile es libre o no?
—Totalmente libre.
—¿Y cómo?
—Después del desastre de Cancha Rayada se corrió la noticia de que O'Higgins y San Martín habían muerto en la batalla. Pero era mentira. El ejército patriota volvía a Santiago y resolvió acampar en Maipú, cerca de los Cerrillos. Los realistas estaban cerca de allí.
—¿Hubo otra batalla más?
—Otra, la decisiva.
—¿Decisiva? —pregunté.
—Decisiva quiere decir la que le dio el triunfo a los patriotas. Fue el día 5 de abril. Esa mañana San Martín en persona dirigió la batalla. Fue una pelea a muerte y duró muchas horas.
—¿Y O'Higgins?
—Estaba en Santiago, herido en cama. Acuérdate que había recibido un balazo en el brazo derecho… Pero cuando supo que su ejército estaba luchando en Maipú, se levantó de la cama, se vistió y partió al galope. Peleó con toda su alma, a pesar de estar herido. Esa batalla de Maipú fue la decisiva y la ganaron los patriotas.
—¿Decisiva? —pregunté.
—Ya te expliqué lo que es decisivo.
—¿No hay más batallas, entonces? "Decisiva" quiere decir "última".
—La última batalla, Papelucho. No te olvides, fue el 5 de abril. Ese día, a las 6 de la tarde, había en Maipú 500 muertos y dos mil prisioneros realistas. Desde ese momento Chile era completamente libre.
—¡Por fin! Ya veía que me iba a salir con otro desastre. Así que Maipú es tremendo de importante. Y yo ni lo conozco siquiera. ¿Está muy lejos?
—Al lado de Santiago. Cuando O'Higgins ganó esa batalla, le prometió a la Virgen del Carmen, la Patrona de nuestro ejército, levantar un gran templo en su honor, donde mismo conquistó la libertad de los chilenos.
—Pero entonces no cumplió su palabra, porque total sólo hace poco que lo hicieron.
—Ahora han terminado de construir el Templo de Maipú, pero O'Higgins había hecho antes ahí una iglesita a esa misma Virgen que está en el altar mayor.
—Me gustaría verla.
La señorita Carmen salió al patio del recreo y palmoteó las manos para llamarnos a todos:
—Les tengo una sorpresa —dijo sonrisosa con dientes multicolores—. Mañana iremos a conocer el Templo de Maipú. Pueden traer algo para hacer pic-nic, porque no habrá clase. Conocerán el campo de la batalla que dio la libertad a Chile.
Todos aplaudimos y decidimos revivir la Batalla de Maipú tal como fue, bien peleada y bien ganada. Después entraríamos al Templo a darle gracias a la Virgen del Carmen y rezar una buena Ave María.