Papelucho Historiador (4 page)

Read Papelucho Historiador Online

Authors: Marcela Paz

Tags: #Infantil

BOOK: Papelucho Historiador
3.25Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Parlamentar es hablar en vez de pelear —me explicó ella—. Ahora no habrá guerra porque los españoles quieren oro y el Toqui ya les ha dicho que no hay. Ellos no tienen ningún interés en matarnos…

Seguí comiendo y oyendo. Entonces el Toqui los invitó a desayunarse y se sacaron sus cascos de acero y con harto apetito se comieron las frutas.

Cuando se fueron, el papá dijo que se volvían al Perú.

Después supe que el señor Diego de Almagro se había peleado con otro español en el Perú y éste lo hizo matar.

De todos modos, el señor Diego de Almagro chico y tuerto y todo, fue el primer español que vino a Chile.

XIII

PERO DESDE ESE DÍA, nosotros los indios ya no quedamos tan tranquilos y felices como antes. Siempre estábamos pensando que podía llegar otro ejército y atacar nuestro pecho desnudo. Por eso nos hicimos unas pecheras de cuero de llama, pero no las usábamos porque nos molestaban. No se podía correr y saltar como lo hacíamos con el puro taparrabos.

Y tal como pensábamos, llegó un buen día el conquistador don Pedro de Valdivia. En ese tiempo un conquistador no era un pituco; era un guerrero. Este don Pedro de Valdivia es bastante conocido porque tiene una avenida en Santiago y también tiene micro. Ojalá todos los hombres famosos tuvieran su avenida y su micro, porque sería mucho más fácil aprender historia.

Don Pedro de Valdivia venía desde España con su flamante armadura y con un pelotón de ciento cincuenta soldados españoles bien armados. En el Perú había conquistado mil indios que traía él como su tropa. Y aunque allá era millonario, dejó todas sus riquezas por venir a conocer Chile. Quería hacer ciudades y correr aventuras. No le interesaba ser rico, sino conocer y hacer cosas choras y lindas.

Nosotros los indios de Chile estábamos tan desparramados que don Pedro con su ejército ganaba fácilmente la pelea.

Un buen día llegó a las orillas del río Mapocho y como hacía mucho calor, se sacó su armadura y se bañó.

En ese tiempo el Mapocho era un río como todos los ríos de campo, sin orillas y con agüita clara.

Al zambullirse don Pedro en el agua, oyó una voz que le decía: "En este valle precioso nacerán hombres famosos".

Don Pedro se rascó la cabeza y miró para todos lados, pero no vio a nadie cerca. Entonces zambulló de nuevo su cabeza en el agua y por segunda vez oyó la voz que decía: “En este valle precioso nacerán hombres famosos.” Y por tercera vez metió la cabeza al agua y oyó lo mismo.

No se atrevió a contar lo que había oído, sino que muy pensativo, subió al cerrito de Huelen y se sentó en un peñasco a pensar, mientras se secaba al sol.

Y mientras pensaba, un rayito de sol se le metió en un ojo y lo deslumbró. Y como él se restregó ese ojo, ese rayo se le metió al cerebro. Era una idea.

—Aquí debo hacer una ciudad —dijo la Idea—. Una gran ciudad…

Desde ese día don Pedro empezó a trabajar y el 12 de febrero fundó abajito del cerro y a la orilla del Mapocho, la ciudad de Santiago. Y la llamó Santiago porque era un Santo patrono de España, Al cerrito Huelen lo llamó Santa Lucía porque yo creo que tenía una polola que se llamaba así.

Con su pelotón de soldados y los mil indios hizo hartas casitas de madera y dejó al medio una plaza, que es todavía la Plaza de Armas.

XIV

COMO TODO LE HABÍA SALIDO tan fácil, decidió hacer más ciudades en todas las partes lindas de Chile y partió con su tropa.

Los indios mirábamos estas casitas de madera y esta ciudad de Santiago con su gente nueva y que nos trataba con desprecio y nos sacaba mucha pica.

Una noche, en la ruca del cacique Michimalongo estábamos conversando, cuando de repente el Cacique, que era muy callado, hizo una gran carraspera y dijo:

"¿Por qué hemos de dejar a los españoles como dueños de nuestras tierras? ¿Por qué no las defendemos? Nos hemos dejado conquistar como unos cobardes. Somos una colonia de España y ya no somos libres."

—¡Echemos a los conquistadores! —dijeron los que estaban ahí, poniéndose de pie.

—¡Vamos a la pelea! —gritaban otros saltando de gusto.

En un momento estaban todos listos con sus armas.

Calladitos salieron de sus rucas y se encaminaron a la nueva ciudad que no estaba muy lejos. Los españoles dormían en sus llamantes casitas…

Como una tempestad cayeron los indios sobre Santiago.

Salieron de sus casas los santiaguinos y se refugiaron en la Plaza. Una lluvia de flechas los perseguía. Se atrincheraron en medio y formaron barricadas en las calles con estacas y ramas. Desde allí disparaban contra nosotros.

Para asustar a los indios los santiaguinos degollaron a siete caciques y tiraron sus cabezas por encima de las trincheras.

Esto nos enfureció más todavía, y la batalla se volvió tremenda.

Entonces los santiaguinos montaron a caballo y se lanzaron sobre los indios como un rodado de rocas.

Arrollados por los caballos, tuvimos que arrancar…

Pero antes de eso, le habíamos prendido fuego a las casas de madera y la ciudad ardía como una inmensa fogata.

XV

CUANDO VOLVIÓ VALDIVIA del sur y se encontró con la ciudad quemada, la hizo construir de nuevo. Para que no pudieran quemarla hizo las casas con murallas de adobe, que es puro barro y les puso techos de teja. Hay muchas de esas casitas, todavía en Santiago.

—Todo ha sido para mejor —dijo Valdivia—. Ahora los indios no se atreverán a asaltarnos después de esta derrota.

Y muy tranquilo y feliz partió de nuevo a fundar más ciudades. Nunca se imaginó lo que iba a pasar. Iba montado a caballo y su tropa también porque como no había autos ni trenes, era el único modo de viajar. Nosotros todavía les teníamos miedo a los hombres a caballo.

No podíamos convencernos de lo que eran. Nos parecían unas cuestiones invencibles.

—Yo he sido caballerizo de Pedro de Valdivia. Eso quiere decir que cuidaba sus caballos. Sus caballos son animales muy nobles y no hay que tenerles miedo. Mueren más fácilmente que los pumas. Los españoles montan en sus caballos para correr en las batallas, pero también mueren. Igual que nosotros los indios. Si ustedes me siguen, podemos derrotar a Valdivia.

Como un trueno salió un grito del pecho de los indios: "¡Lautaro Toqui!" y con eso quedó elegido.

Al día siguiente partió Lautaro seguido de nosotros.

Era un gran guerrero y había pensado muy bien la manera de vencer a los españoles. Los atacaría por todos lados y tantas veces que los cansaría.

Llegó Lautaro al fuerte de Tucapel donde estaba Valdivia. Había con él sólo cincuenta soldados y unos cuantos indios conquistados.

Se armó la pelea. Don Pedro peleó como un valiente, pero Lautaro y sus indios lo atacaron y atacaron hasta vencerlo.

Mientras peleábamos le íbamos prendiendo fuego a las casas y al fuerte. Las llamas crecían, como lenguas gigantes y daban un calor tremendo lanzando chispas y palos ardiendo.

Y los españoles tuvieron que entregarse. Lautaro tomó preso a Valdivia.

—Si me dejas en libertad —dijo don Pedro—, me voy de tus tierras con mis soldados y te regalo mil ovejas.

Pero Lautaro no quiso.

Dicen algunos que como contestación a esto el indio Leocatán mató a Valdivia de un macanazo.

Esa noche tuvimos una fiesta estupenda. En vez de fogata teníamos el fuerte y la ciudad entera ardiendo. Bailamos y saltamos y comimos asado a la fortaleza que es mucho más rico que el asado al palo.

XVI

DESPUÉS DE ESO los indios le dijimos a Lautaro que asaltáramos más ciudades, todas las que edificaba Valdivia, para echar a los españoles de una vez.

Lautaro se entusiasmó y partimos en los mismos caballos de los españoles. Nada de montura ni patillas. Montábamos en pelo y los caballos corrían mucho mejor con los araucanos en taparrabos que con los españoles armados y sus pesadas monturas.

Era una avalancha terrible el ejército de Lautaro con sus flechas, sus caballos, sus macanas y sus teas encendidas. Por donde pasábamos quedaba el fuego ardiendo como inmensa hoguera y todos tenían que arrancar.

Ahora era Lautaro el conquistador.

Lo aclamamos y partimos como un chifle.

Adelante Lautaro en su caballo blanco, con su pelo largo al viento y su lanza de madera con punta de hueso. Detrás de él seiscientos indios gritando a los caballos para darles ánimos. Era una polvareda espantosa la que dejaban atrás porque los caminos eran de pura tierra.

Corrían a Santiago, pero ahí fue lo malo.

Los españoles estaban preparados y nos esperaban con cañones y rifles.

Lautaro creía que lo ayudarían los indios Picunches, pero los muy cobardes se habían pasado a los españoles.

Yo encuentro que es un gran insulto decirle a un gallo "¡Picunche!" Yo no aguantaría si me lo dijeran a mí.

Si los Picunches hubieran ayudado a Lautaro, a lo mejor toda la historia de Chile habría sido distinta.

Lautaro se fue a Peteroa y ahí se puso a descansar. Los españoles aprovecharon que Lautaro descansaba y de sorpresa se dejaron caer con sus cañones, rifles, etc. ¡Nos vencieron!

Al Toqui Lautaro le cortaron la cabeza y para asustarnos la ensartaron en una picota.

¡Nunca entendían los españoles que a los araucanos no nos da miedo morir!

XVII

CAUPOLICÁN era el Toqui Supremo.

Todos lo conocemos, por su estatua, y por su Teatro con Águilas Humanas y a veces con patinadores en hielo.

Al lado de Caupolicán peleaba el Cacique Galvarino que era un indio muy encachado. Bravo, huesudo, con ojos de cóndor y más fuerza que un toro.

Pero a pesar de todo, un buen día lo dejaron preso en una de las peleas con los españoles. Y ese Jefe dio orden que le cortaran las manos.

Galvarino estiró un brazo y se dejó cortar la mano sin pestañear. Luego estiró el otro y no dijo ni pío…

Cuando se vio sin manos, le gritó a los españoles: "Todavía me quedan fuerzas para pelear contra ustedes. ¡Cortad esta garganta que tiene sed de vuestra sangre!"

Pero los españoles prefirieron dejarlo vivo para que los demás indios vieran lo que les podía pasar.

Galvarino esperaba…

Vio que entre los españoles había un Picunche que cumplía sus órdenes. Enrabiado del dolor se tiró encima para matarlo. Lo golpeaba con sus brazos sin manos y si no se lo quitan lo habría muerto ahí mismo.

—¡Os arrepentiréis de no haberme quitado la vida! —le gritó a los españoles.

Y cumplió su palabra porque era el más feroz en el combate.

Por fin los españoles lo tomaron preso de nuevo y entonces lo ahorcaron.

XVIII

CAUPOLICÁN nos dijo un día:

—¡Asaltaremos Cañete y luego una a una las ciudades que ocupan los españoles!

—¡Bravo! —gritaron los indios—. ¡Viva Caupolicán! Prendamos fuego a todas las ciudades. ¡Fuego a Cañete!

Pero Caupolicán quería ir a las seguras y sorprender a los españoles antes que sacaran sus cañones.

Llamó a un indio de los que tenían los españoles y le preguntó:

—¿Duermen siesta los soldados de España?

—Sí —le contestó éste——. Duermen todos los días después de haber almorzado.

Caupolicán le creyó.

Pero era un indio traidor. Fue donde el capitán español y le contó todo.

Caupolicán sin sospecharlo preparó el asalto para esa hora y entró en Cañete con su ejército.

Pero apenas habíamos entrado los araucanos, se cerraron las puertas de la ciudad, y los españoles que estaban escondidos esperando este asalto nos cayeron encima. Se armó la grande. Fue una carnicería terrible. En la batalla araucanos y españoles murieron por montones.

Nos vencieron y Caupolicán fue tomado preso.

Le amarraron las manos con pesadas cadenas.

Caupolicán era un gran valiente y en su orgullo de indio sufría terriblemente al verse derrotado y prisionero de los españoles.

Cuando terminó la batalla, la mujer de Caupolicán que se llamaba Fresia, quiso ir a verlo con su hijo.

El Toqui Supremo, amarrado con cadenas, la miró con sus ojos llenos de lágrimas por primera vez. El sabía que iba a morir y que su hijo no lo vería más.

Fresia era brava como india que era y esposa de un valiente.

—¿No prometiste vencer a los españoles? ¿No sabes morir en el combate como un valiente? ¡Me avergüenzo de verte prisionero y no quiero ser madre de tu hijo! —y diciendo esto lanzó a su niño a los pies de Caupolicán.

Other books

Cockeyed by Richard Stevenson
A Gathering of Spies by John Altman
Unknown by Braven
Among the Tulips by Cheryl Wolverton
Ghost Aria by Jeffe Kennedy
Forged in Stone by Alyssa Rose Ivy