Paciente cero (23 page)

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Authors: Jonathan Maberry

Tags: #Terror

BOOK: Paciente cero
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—¿Qué condiciones?

—Estará aquí mientras esté usted. Al parecer piensa que necesita un cuidador. —Aquello parecía divertirle—. La comandante Courtland lo está poniendo al tanto de todo.

—Rudy no es un luchador.

—Todos servimos según nuestra naturaleza, capitán. Además, puede que su amigo sea más duro de lo que usted cree.

—No he dicho que no fuese duro. Sencillamente no quiero que le ponga una pistola en la mano.

—Entendido.

Entramos en un gran muelle de carga que había sido vallado recientemente con bloques de hormigón y el olor a piedra caliza y a cemento todavía impregnaba el aire. Había una hilera de casas remolque gigantes, como las que se usan como oficinas temporales en las obras de construcción. A medida que pasábamos junto a cada una de ellas, Church las iba identificando con una palabra: criptografía, vigilancia, operaciones, ordenadores.

Pasamos por delante de una cuya puerta estaba marcada con un doce en letras de imprenta negras. Esta vez Church no hizo ningún comentario. En el exterior había cuatro guardias armados, dos mirando hacia fuera y dos mirando hacia la única puerta de la unidad; también había una metralleta de calibre 50 sobre un trípode detrás de una semicircunferencia de sacos de arena, con su malvada boca negra apuntando hacia la puerta del contenedor. Reduje el paso durante un momento, frunciendo el ceño, sintiendo la tensión que había en el aire y de repente tuve un escalofrío, como si una mano helada me agarrase la nuca.

—Maldita sea —dije respirando—. ¿Tiene más de esos ahí dentro?

—Entre otras cosas, sí —dijo en voz baja—. Es nuestra sala de cirugía y ahí es donde está nuestro prisionero. Pero, respondiendo a su pregunta, tenemos un total de seis.

—¿Cómo Javad?

El rostro de Church pareció endurecerse al decir:

—Los seis caminantes estaban todos en St. Michael: un médico, tres civiles y dos agentes del DCM.

—¡Dios… mío!

—Esta noche voy a enviar a tres de ellos a nuestras instalaciones de Brooklyn para su estudio. Los demás se quedarán aquí.

—¿Para su estudio? Pero… está hablando de su propia gente.

—Están muertos, capitán.

—Church, yo…

—Están muertos.

47

Hotel Ishtar, Bagdad / 30 de junio

—¿Quién llamó por teléfono? —preguntó Gault mientras salía del baño envuelto en una bata de felpa color carmesí—. ¿Era Amirah?

Toys le ofreció un café en una taza de porcelana china.

—No, era el yanqui otra vez.

—¿Qué quería? No…, déjame adivinarlo. Los estadounidenses por fin asaltaron la planta de cangrejo, ¿verdad? Por fin…

—No —dijo Toys—. Parece que han asaltado las otras instalaciones. Las de Delaware. La planta de empaquetado de carne —dijo, haciendo énfasis en las últimas tres palabras, disfrutando de las implicaciones de cada sílaba.

Gault soltó un gruñido de desconcierto y se bebió el café.

—Eso es mala suerte —dijo. Se sentó y se mordió los labios durante unos segundos—. ¿Y la otra planta? Se suponía que tenían que localizar y que infiltrarse primero en esa.

Toys resopló.

—El Gobierno de los Estados Unidos siempre hace lo correcto en el momento equivocado. ¿Qué frase es esa que te gusta tanto?

—Lo hacen todo al verrés.

Toys se rió. Le encantaba que Gault dijese aquello.

Gault acabó su café y extendió la taza para pedir más. Toys la rellenó y se sentaron; Gault en la silla acolchada junto a la puerta acristalada y Toys encaramado al borde del sofá con su taza sobre las rodillas. En un iPod colocado sobre una plataforma de altavoces Bose sonaba Andy Williams cantando a Steve Allen con Alvy West al saxofón alto. Meet Me Where They Play the Blues. Toys había estado pasando la gran colección de música de big bands de Gault al iPod. Gault se preguntaba de dónde había sacado el tiempo.

Cuando la canción terminó, Toys dijo:

—Esta alteración en el calendario… ¿va a cambiar algo? Con El Musculín, quiero decir.

—He estado dándole vueltas a eso. Es un momento poco oportuno. En realidad habría sido mucho mejor que hubiesen asaltado primero la planta de cangrejo y no entiendo por qué no lo hicieron.

—¿Habrán descodificado los archivos del almacén? Dijiste que solo era cuestión de tiempo.

—Cuestión de un tiempo muy preciso. Pagué mucho dinero para asegurarme de que esos archivos no pudiesen ser descodificados tan pronto. El lápiz de memoria estaba dañado deliberada y específicamente, y los programas fueron corrompidos solo lo suficiente como para darnos al menos cuarenta y ocho horas, aunque utilizasen el mejor equipo. —Sacudió la cabeza con frustración—. El doctor Renson y ese otro cerebrito de la informática me aseguraron que no existía tecnología para hacerlo más rápido.

—¿Y qué hay del MindReader?

Gault hizo un gesto como para desestimarlo.

—Lo del MindReader es un mito. Es folclore de Internet que surgió de las fantasías de algún pirata informático. Lo llevan mitificando desde los años noventa.

Toys insistió.

—¿Y si es real?

Gault se encogió de hombros.

—Si es real, el DCM lo tiene, y entonces, sí, fastidiarían el calendario. Pero ¿y qué? Llegados a este punto nada de lo que hiciesen podría detener el programa.

—Tú eres el jefe —dijo Toys con un tono dolido que sabía que fastidiaba a Gault—. Pero eso no responde a la pregunta de qué hacer con la planta de cangrejo… y si esto echará a perder toda la operación.

—No —dijo Gault después de pensar durante un momento—, no echará a perder el plan. Ahora hay demasiadas cosas en marcha. Pero en cuanto a la planta, no será un desastre total.

Toys estudió su cara y comenzó a sonreír.

—Ya estás poniendo esa cara, conozco esa cara. ¿Qué has estado maquinando?

Gault le lanzó una sonrisa enigmática.

—Espera otra llamada del yanqui muy pronto.

—Mmm —susurró Toys—. La esperaré ansiosamente.

48

Almacén del DCM, Baltimore / Martes, 30 de junio; 9.24 p. m.

El interior del laboratorio era una mezcla entre el sueño húmedo de un científico y un terrible desorden: montañas de libros y columnas de copias impresas apiladas, tazas de café por todas partes y mesas llenas de todo tipo de equipos forenses y de diagnóstico. Cromatógrafos de gases, secuenciadores de ADN portátiles y muchos chismes que yo nunca había visto, ni siquiera en el laboratorio criminalístico estatal. Chismes de ciencia ficción. Las máquinas pitaban y zumbaban, y docenas de técnicos con batas de laboratorio blancas pulsaban botones, ponían notas en sujetapapeles e intercambiaban miradas sonrientes. En medio de todo aquello había una mesa de despacho, más grande que las demás, que era todo un santuario para los frikis de la cultura pop y, aunque me enorgullezco de no mostrar sorpresa casi nunca, me quedé con la boca abierta al ver lo que vi. En un despliegue increíble de humor negro o de un mal gusto espectacular, había revistas de terror, muñecos cabezones con cuellos de muelle en forma de zombis de media docena de películas, al menos cincuenta novelas de zombis con páginas marcadas y toda la colección de figuras de acción de resina de los superhéroes de Marvel como zombis decadentes. Sentado como un escolar feliz en medio de este oasis de mal gusto estaba un desaliñado tipo chino de treinta y tantos con un corte de pelo horrible y una camisa hawaiana bajo la bata de laboratorio. Church se detuvo junto a la mesa, pero no demasiado cerca. Su traje inmaculado y su aire de mando contrastaban notablemente.

—Capitán —dijo Church—. Déjeme presentarle al doctor Hu.

Lo miré fijamente.

—¿Doctor Who? ¿Me está tomando el pelo? ¿Es algún nombre en clave absurdo o algo así?

—H-U —dijo Church deletreándolo.

—¡Ah!

Sin levantarse de su silla, Hu me tendió la mano y yo hice lo mismo. Esperaba un apretón de manos flojo y húmedo, pero rompió el estereotipo y me dio un apretón seco y firme. Sin embargo, lo que dijo sí era lo que me había esperado:

—Usted es el asesino de zombis. Tío, acabo de ver el montaje de Delaware. ¡Uau! ¡Para fliparla! Vaya si sabe patearles el culo a los zombis.

Olía a pan viejo horneado, que no es tan bueno como se podría pensar.

—Pensé que sus chicos les llamaban caminantes.

—Sí, a veces. —Se encogió de hombros—. Es políticamente más correcto, supongo. No estresa a las tropas.

Le hice un gesto con la cabeza señalando a sus juguetes.

—Y usted no querría parecer insensible, claro.

Hu sonrió.

—Negarlo es estúpido. Estamos luchando contra muertos vivientes. ¿Preferiría llamarlos ciudadanos no muertos? Quiero decir, al principio quería llamarlos FFSV.

Lo miré a él y luego a Church.

—Formas foráneas sin vida —dijo Church con una cara totalmente inexpresiva.

—¿Lo pilla? —dijo Hu—. Porque son de fuera de este mundo.

—¿Cómo es que la gente no le pega un tiro? —le dije.

Él extendió las manos.

—Porque soy útil.

Y juraría por Dios que vi a Church decir en silencio las palabras «Solo lo justo». Pero solo dijo en alto:

—El doctor Hu disfruta más de sus chistes que su público.

—Dijo lo mismo de mí la primera vez que hablamos.

Church se giró hacia el científico y le dijo:

—Por favor, conteste a cualquier pregunta que le haga el capitán Ledger.

—¿Qué nivel de autorización tiene?

Church me miró y dijo:

—Tiene las puertas abiertas. Ahora es de la familia.

Y tras decir eso se acercó a una estación de trabajo cercana, retiró una silla, se sentó, cruzó las piernas y pareció desconectar de nosotros.

Hu me miró de arriba abajo durante un momento y luego esbozó una gran sonrisa.

—¿Tiene formación en ciencia?

—Medicina forense, por el trabajo —dije—, unos cuantos cursos nocturnos y una suscripción a la revista Popular Science.

—Utilizaré palabras sencillas —dijo intentando no sonar tan condescendiente como era—. Estamos ante una enfermedad tremendamente compleja. No es algo que haya evolucionado, no es que la Madre Naturaleza se irritase y lanzase una mutación. Ni siquiera es un patógeno irritado que podría haber evolucionado. Estamos en una zona extraña. Alguien creó esto en un laboratorio y quienquiera que lo hiciese es inteligente.

—Fue a hablar don Evidencias —dije.

—No —dijo—, quiero decir terroríficamente inteligente. Quien hizo esto debería tener una estantería llena de Premios Nobel y una sopa de letras entera detrás de su nombre. Yo no tengo el material para hacer esto, y eso que los chicos del señor Church me compran muchos juguetes chulos. Esto necesita de unas instalaciones de investigación de primera, microscopios electrónicos, salas limpias y un montón de mierda de las que probablemente nunca ha oído hablar. Quizá cosas de las que nadie ha oído hablar. Se trata de tecnología radical, capitán.

—Llámeme Joe.

—¿Joe? —dijo, y luego chasqueó los dedos—. Eh… su nombre es Joe Ledger.

—Sí, creo que ya habíamos quedado en eso.

—Sale en los cómics. Ya sabe… el doctor Spectrum —dijo con expectación—. El doctor Spectrum, el superhéroe de los cómics Marvel. Su identidad secreta es Joe Ledger. Oye, eso mola bastante, ¿no crees?

—Pues la verdad es que no demasiado.

—Doctor… —dijo Church con una ligera nota de advertencia en su voz.

—De acuerdo, de acuerdo, vale. Estamos hablando de la enfermedad —dijo, y por un momento vi al científico que había tras la fachada de friki—. Mire, la ciencia solo mola a veces; el otro noventa y nueve por ciento de las veces es terriblemente aburrida. Aparte del hecho de que el proceso empírico requiere una repetición interminable en cada uno de sus pasos, también está la realidad de las normativas federales y estatales sobre lo que podemos y no podemos hacer. Muchas oportunidades de investigación están limitadas y algunas bloqueadas. Las armas biológicas y ese tipo de cosas.

—¿Incluso en el Ejército?

—Sí.

—¿Incluso en el Ejército supersecreto? —dije medio sonriendo.

Él dudó.

—Bueno, eso empieza a ponerse más divertido, pero incluso entonces no lo puedes publicar la mitad de las veces, lo que significa que no recibes premios y que no escribes best sellers.

—¿Y nada de groupies?

—Usted bromea, pero hay mujeres a las que les atraen los cerebros. No todos morimos vírgenes.

—De acuerdo. ¿Y qué relación tiene esto con los zombis?

—Creo que todos llevamos un auténtico científico loco dentro. Un supervillano.

Parecía realmente feliz ante esa idea. Sentí ganas de darle un puñetazo.

Miré a Church, que levantó las cejas como diciéndome «Usted fue el que quería hablar con él».

Hu dijo:

—Hablo en serio. Tenemos a alguien con un gran intelecto y muchos recursos. Y estoy hablando de grandes recursos de verdad. No olvide que muchos terroristas proceden de países productores de petróleo. Nuestro doctor Maligno necesitaría ese tipo de financiación para hacer algo así.

—Lo capto. ¿Así que su supervillano ha conseguido despertar a los muertos?

—No, mire… estos caminantes en realidad no están muertos…, pero tampoco están vivos.

—Pensé que solo existían esas dos opciones.

—Los tiempos cambian. ¿Conoce esa peli, La noche de los muertos vivientes? Bueno, creo que muerto viviente es un nombre bastante acertado para lo que tenemos aquí. —Cogió de la mesa un Slinky, uno de esos juguetes que consiste en un gran muelle, y se lo pasó de una palma a otra—. Veamos. El cuerpo está diseñado por evolución para tener redundancias naturales, sin las que nunca sobreviviríamos a las heridas o a las enfermedades. Por ejemplo, solo necesitamos en torno a un diez por ciento de la función del hígado, un veinte por cierto de la función renal, y parte de un pulmón. Se puede vivir sin brazos y piernas. Hay millones de páginas de investigación y evaluaciones de casos de pacientes que han seguido viviendo bien pasado el punto en que su cuerpo debería haberse apagado. En algunos casos podemos descubrir por qué y otros todavía es un misterio. ¿Me sigue hasta aquí?

—Claro.

—Ahora fíjese en los caminantes. Si estuviesen completamente muertos entonces no estaríamos teniendo esta conversación. Yo seguiría en Brooklyn y usted estaría haciendo lo que hacía antes de que Church lo obligase a estar aquí. ¿Por qué? Porque los muertos están muertos. Tienen cero funciones cerebrales, no se levantan ni persiguen a la gente.

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