La sala era grande, tanto como el auditorio de un colegio, con un techo alto y ventanas de lamas cubiertas de mugre. Contra la pared más alejada había una tercera hilera de cajas azules, y contra la pared de la izquierda más mesas de laboratorio. Esparcidos por toda la sala había al menos una docena de guardias armados, todos con armas automáticas, y quizá cuatro hombres más con batas de laboratorio. Pero en la esquina izquierda había una gran jaula hecha con tubos de acero y malla metálica industrial, como la que se usa para los gallineros. Diez de las cajas azules tenían las puertas abiertas y tres guardias estaban utilizando picanas eléctricas para llevar hacia la jaula a una fila de caminantes tambaleantes y que gruñían.
La jaula estaba llena, de lado a lado, de niños.
Claymont, Delaware / Martes, 30 de junio; 6.26 p. m.
Los niños estaban acurrucados todos juntos dentro de la jaula, con los ojos abiertos como platos y les temblaba la boca. Podía ver que algunos de ellos estaban llorando, pero no hacían ruido, aunque no sabría decir si lo que silenciaba sus voces era el terror que les producían los caminantes o bien las amenazas de los guardias.
Me eché hacia atrás y les pasé el espejo a los demás para que echasen un vistazo rápido.
Pronuncié las palabras «necesitamos prisioneros» en silencio, pero no sé si alguno de ellos fue capaz de procesar la idea. Top, el único de nosotros con hijos, tenía la expresión más homicida que jamás había visto en un rostro humano.
Levanté tres dedos y todo el mundo se colocó en sus posiciones: Ollie y Skip en el flanco izquierdo, y Bunny y Top conmigo. Hice la cuenta atrás rápido.
—¡Ahora! —grité mientras entrábamos corriendo en la sala.
Claymont, Delaware / Martes, 30 de junio; 6.27 p. m.
Bunny abrió fuego con la escopeta sobre los dos guardias que estaban más cerca, haciéndolos volar por los aires en una maraña roja de extremidades sacudiéndose en el aire; Top le disparó a dos de los técnicos de laboratorio y luego dirigió sus balas al grupo de guardias. Podía oír disparos y gritos a medida que Ollie y Skip atacaban a los guardias situados en el extremo más alejado. Yo corrí en línea recta, con el arma preparada, y le disparé al guardia que había junto a la puerta de la jaula. Era un tiro largo; si no apuntaba bien podría matar a uno de los niños, pero no tenía elección. Los caminantes estaban a metros de distancia. Mi disparo le dio al guardia en la boca, que rebotó contra la malla y cayó, con los dedos todavía en el seguro. Al caerse se abrió la puerta.
Los guardias que llevaban la picana se giraron hacia nosotros. Dos de ellos las tiraron y buscaron sus armas. Le disparé a uno dos veces en el pecho, pero, cuando estaba girando el cañón hacia el otro, el caminante que estaba más cerca saltó sobre él clavándole los dientes en la garganta. Cayeron juntos al suelo. Le disparé al guardia que quedaba, al que pillé en un momento de elección difícil: soltar la picana y coger la pistola o esquivar a los caminantes. Mi bala lo tumbó en manos de un caminante. La criatura, un hombre asiático de mediana edad vestido con un chándal, lo tiró al suelo y comenzó a atacarlo. Le disparé al caminante en la parte de atrás de la cabeza.
De repente vi un hombre acercarse a mí corriendo por mi derecha y al girarme vi que había al menos ocho guardias más al otro lado de la primera hilera de cajas azules. Abrieron fuego con sus AK-47 y tuve que ponerme a cubierto detrás de una de las mesas de laboratorio. Me tiré al suelo, rodé, fui a salir a la otra esquina y vacié mi cargador sobre ellos, derribando a dos. Mientras sacaba el cargador y ponía otro, Top Sims los pilló desde un ángulo oblicuo, destrozando a tres de ellos con ráfagas de su MP5. Skip Tyler abrió fuego desde el otro lado y los guardias intentaron salir del fuego cruzado.
Detrás de mí había mucho ruido y cuando me giré vi a los niños saliendo por la puerta abierta de la jaula. Tres caminantes se abalanzaron sobre ellos y entonces me puse de pie y empecé a correr, disparando por encima de los niños, apuntando a la cabeza del caminante mientras esquivaba los disparos. Los niños estaban histéricos y, presas del pánico, corrían por toda la planta de producción. El fuego del equipo Eco decayó en cuanto vieron a los niños salir de entre los técnicos de laboratorio y los guardias, intentando huir de los caminantes, buscando cualquier salida, pero solo se encontraban con armas, dientes y terror.
Uno de los técnicos de laboratorio apartó la bata blanca, sacó una Sig Sauer y le disparó a una niña de diez años en el pecho.
—¡A la mierda los prisioneros! —oí decir a alguien y el técnico murió bajo una granizada de balas. La voz que había oído era la mía y las balas, las mías y las de Top.
Un guardia sacó un Uzi e intentó dispararme aunque había una fila de niños entre nosotros. Le atravesé un ojo.
—¡Corred! —les grité a los niños—. ¡Id por ahí! —dije señalando hacia la puerta, e incluso intenté empujar a algunos en aquella dirección, pero estaban demasiado aterrorizados.
—¡Detrás de ti! —oí gritar a Bunny, así que me agaché, me giré y entonces vi a un caminante (un animal corpulento con una camiseta de fútbol) que se lanzaba sobre mí, con la boca ya empapada de sangre. Se acercaba tan rápido que sabía que un disparo en la cabeza no lo detendría, así que lo ataqué y le di una patada en el muslo que le hizo frenar en seco; mientras me giraba tras darle la patada, saqué la pistola, se la puse en la barbilla y le volé la tapa de los sesos. Cuando cayó hacia atrás se me echó encima otro caminante. Este era una mujer joven que llevaba lo que en su momento fue un traje hecho a medida y muy caro. Le disparé en la garganta, pero la bala solo le rasgó la piel y a mí se me acabaron las balas. No había tiempo para volver a cargar la pistola mientras venía hacia mí, así que me giré y la esquivé. No consiguió agarrarme, cayó al suelo y fue deslizándose durante tres metros. Con un ser humano, la impresión y el golpe me habrían dado unos cuantos segundos para volver a cargar, pero el caminante se levantó de inmediato y se me tiró a las piernas, intentando enterrar los dientes en mi carne. Con la mano derecha saqué el cuchillo y le clavé la hoja lo más profundo del cráneo que pude, justo por encima del cuello. La furiosa tensión desapareció de inmediato y cayó al suelo, con un trozo de mi pernera entre los dientes.
Top Sims vino por mi izquierda y me cubrió mientras recargaba. En el tiempo en que yo ponía el nuevo cargador y sacaba el seguro, abatió a un técnico y a un caminante.
Oímos un bufido y al girarnos vimos a tres caminantes acosando a Bunny. Había media docena de niños acurrucados detrás de él y tenía el cargador vacío. Le clavó la culata plegable del arma en la cara a un caminante y vi que se ponía muy nervioso cuando vio al monstruo sacársela sin más. Años y años de entrenamiento te preparan para luchar contra la persona más agresiva, pero ninguno de nosotros había sido entrenado para luchar contra la muerte, contra cosas que no se podían herir, que eran casi imposibles de detener.
Hice ademán de ir en su dirección, pero Top me hizo un gesto con la mano para que no fuese.
—¡Lo tengo!
Las balas quemaron el aire a mi alrededor y de repente vi a un par de guardias que estaban usando una mesa volteada como escudo. Gilipollas. La mesa era de aluminio. Atravesé el fino metal con cuatro tiros, de dos en dos, y ambos hombres cayeron de espaldas con heridas en el pecho.
Un leve movimiento me hizo volver a girarme y entonces un niñito de unos siete años me agarró la pierna con ambos brazos, gritando, con la cara empapada en lágrimas.
Un caminante venía trotando hacia nosotros, con los dientes rojos y esgrimiendo una sonrisa hambrienta. Le disparé en el pecho y en la cabeza y luego le pegué un tiro a un guardia. El niño me soltó y se giró para mirar al suelo. Tenía un lado de la cara manchado de sangre de un terrible mordisco. El caminante lo había alcanzado antes de que pudiese correr hacia mí en busca de ayuda. El cuerpo del niño sufrió un espasmo, se retorció y luego se quedó quieto.
Dios todopoderoso.
Al otro lado de la sala vi a Skip y a Ollie moviéndose por los bordes de la sala con una hilera de niños entre ambos y matando a todos los adultos con los que se encontraban.
Un guardia estuvo a punto de alcanzarme con una pequeña ráfaga de balas de su AK-47, pero vi moverse el cañón y apreté el gatillo antes que él. Vi que todavía quedaban algunos niños en la jaula. La puerta estaba cerrada, pero no con llave, y los niños se aferraban con los dedos a la malla metálica intentando mantener la puerta cerrada mientras seis caminantes intentaban abrirla. Lo único que había mantenido a los niños a salvo hasta ahora había sido la falta de coordinación de los caminantes, pero la puerta se iba abriendo poco a poco. Crucé la sala.
Los disparos me hicieron apartarme hacia la izquierda y algunas balas impactaron contra una mesa de laboratorio, haciendo añicos el cristal y llenando el aire con una lluvia de fragmentos afilados. Me puse detrás de un técnico para que las balas lo alcanzasen a él. Había un guardia al otro extremo de la mesa apuntando a Skip. Había demasiados niños en medio, así que le di un golpe en la muñeca con el cañón de mi arma y le golpeé el cuello con la mano izquierda. Salió volando de espaldas apartándose de mi camino. Levanté el arma y le disparé a tres de los caminantes utilizando dos balas para cada uno, concentrándome en los que estaban más lejos de los niños. Cayeron al suelo. Luego me ocupé de los tres que quedaban. Utilicé mis dos últimas balas para matar a uno de ellos a quemarropa, y mientras su cuerpo caía le di una patada de frente que le hizo derribar al zombi que había junto a él. Ambos se desplomaron y me di la vuelta para enfrentarme a la última criatura que quedaba en pie, un hombre con vaqueros y una camiseta de Hellboy. Me lancé contra su pecho con los antebrazos para que, con su peso, cerrase la puerta de la jaula. Él bajó la cabeza hacia mi brazo y cogió la correa de mi chaleco de Kevlar con los dientes. Intenté agarrarle las orejas con las manos, pero no funcionaba, así que lo agarré por el pelo y por la parte de atrás del cinturón y le hice embestir con la cabeza contra la pared. Se le rompió el cráneo al primer impacto; los huesos del cuello al tercero. Lo solté justo cuando el zombi que estaba debajo del que yo había golpeado salía arrastrándose desde debajo del cuerpo del otro, arrastrándose hacia mí apoyado en las manos y en las rodillas. Le di una patada descendente en la nuca que lo tumbó; se retorció durante un momento, pero luego se quedó inmóvil.
Apoyé la espalda contra la jaula mientras cambiaba el cargador. El último. La sala todavía estaba llena de confusión, pero ahora cada uno de mis hombres había establecido una estación defensiva. Top y Bunny tenían al menos a diez niños detrás de ellos y estaban hombro con hombro, apuntando con sumo cuidado para abatir a caminantes, técnicos y guardias. Al otro lado de la sala, Skip Tyler tenía a seis niños metidos en un hueco que había entre una mesa destrozada y una hilera de cajas azules. Delante de él había una montaña de cuerpos. Ollie estaba a la entrada y cuando los últimos guardias intentaban pasar junto a él para escapar, les disparó con total frialdad.
En el centro de la habitación todavía había media docena de caminantes, algunos guardias y otros niños. Todo el mundo estaba cubierto de sangre y me di cuenta de por qué ninguno de mis chicos había ido a rescatar a aquellos niños. Era imposible saber si estaban infectados o no.
Me quedaban doce balas y allí todavía había seis niños. Tenía que intentarlo.
Entré corriendo y disparando, derribando a guardias y a caminantes por igual. Uno de los niños corrió hacia mí y me arrodillé, haciéndole señales con la mano, aunque intentaba disparar para no darle, pero cuando estuvo más cerca vi que tenía los ojos vacíos, la boca abierta y que enseñaba los dientes. Era el niñito que se había agarrado a mí para que lo protegiese.
—¡Dios! —susurré con la garganta impregnada de ceniza caliente. Y le disparé.
Por un momento hubo una tregua en medio de los disparos, cuando el niño cayó de espaldas desde el punto de impacto y se deslizaba por el suelo hasta detenerse. Sentía que todos los ojos de la sala se posaban en mí, quemándome con sus miradas. Los niños se acurrucaron detrás de mis hombres y volvieron a llorar con renovado terror.
Entonces otro de los niños que había en el centro de la sala empezó a gritar con un hambre sobrenatural y fue corriendo hacia el grupo de Skip.
Los disparos se reanudaron.
Cuando hubieron acabado, en el centro de la sala no se movía nada, excepto una nube de humo y la niebla blanca, que ahora estaba empañada de rojo.
Permanecí al borde de la carnicería, con la pistola levantada por delante de mí, con una sola bala. El estruendo que sentía en los oídos quizá podría ser el eco de los disparos, o quizá mi propio corazón latiendo como los tambores de la condenación.
Muy despacio, embriagado por el miedo y el terror por lo que había hecho, bajé el arma.
Claymont, Delaware / Martes, 30 de junio; 6.35 p. m.
Pedí ayuda.
Había una mesa volteada detrás de mí y me apoyé en ella mientras vigilaba la sala. Una nube de humo acre flotaba como un velo azul en el aire húmedo y los niños seguían llorando. Todos mis hombres parecían afligidos. Excepto Ollie Brown, cuyo rostro no mostraba nada en absoluto. Podría haber hecho sudar tinta a Church. Skip parecía estar a punto de vomitar; los rostros de Bunny y de Top estaban tensos de ira.
Me preguntaba qué expresión tendría mi cara. Quizá de conmoción, probablemente de miedo. Pero si mis facciones reflejaban realmente lo que sentía entonces mi expresión sería una mezcla de horror por lo que había estado a punto de ocurrirles a estos pobres niños y unas terribles ganas de vomitar por lo que acababa de hacer. Que me viese obligado a hacerlo no cambiaba nada para mí. Me sentía sucio.
Hacía cinco minutos, en esa sala había docenas de personas. Ahora casi todas estaban muertas. Había matado al menos a una cuarta parte de ellas. Había matado a tanta gente que había perdido la cuenta. Aquella idea me arrolló como un tren en marcha. Había matado antes, pero esto era peor. Diez veces peor que la redada del destacamento especial. Y parte de la culpa que sentía era una vergüenza secreta porque, en el fondo de mi alma de guerrero, parte de mí estaba golpeándome el pecho y gritando por el exultante triunfo, aunque partes más civilizadas de mí se avergonzasen.