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Authors: Guillermo del Toro,Chuck Hogan

Oscura (22 page)

BOOK: Oscura
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Y así comenzó otra década de pesquisas —pero esta vez en pos de la leyenda del Anciano descarriado, el séptimo inmortal, cuyo poder se decía que rivalizaba con el de cualquiera de los demás—. Este viaje condujo a Palmer hasta dar con el paradero del cobarde Eichhorst, quien organizó la cumbre.

Ocurrió dentro de la Zona de Exclusión que rodeaba la central nuclear de Chernóbil, en Ucrania, unos diez años después de la catástrofe del reactor, acaecida en 1986. Palmer tuvo que entrar en la zona sin su caravana de apoyo habitual (su ambulancia sin distintivos ni mecanismos de seguridad), pues los vehículos en movimiento levantaban el polvo radiactivo, mezclado con cesio-137, de modo que nadie desearía recibir la estela tóxica que dejaban los coches. Así que el señor Fitzwilliam —el guardaespaldas y médico de Palmer— lo condujo a él solo, y con rapidez.

El encuentro tuvo lugar al caer la noche, por supuesto, en una de las llamadas aldeas negras que rodeaban la planta: asentamientos evacuados que salpicaban la zona de diez kilómetros cuadrados más atribulada del planeta.

Pripyat, el mayor de estos asentamientos, había sido fundado en 1970 para albergar a los trabajadores de la planta, y su población había aumentado a cincuenta mil en el momento del accidente y de la exposición a la radiación. La ciudad fue evacuada totalmente tres días después. Un parque de atracciones había sido construido en un extenso terreno
del centro urbano, y su inauguración estaba prevista para la celebración del primero de mayo de 1986: cinco días después del desastre, y dos días antes de que la ciudad quedara vacía y desolada para siempre.

Palmer se reunió con el Amo a los pies de una noria
que nunca se estrenó, sentada con la misma inmovilidad que un gigantesco reloj parado. Fue allí donde se selló el acuerdo, y el Plan Decenal fue puesto en marcha, con el ocultamiento de la Tierra como el momento señalado para la travesía.

Por su parte, a Palmer se le prometió la eternidad, y un asiento al lado derecho del Amo. No como uno de los acólitos que hacían recados, sino como un socio en el Apocalipsis, a la espera de que le fuera entregado el control de la raza humana, tal como había pactado.

Antes de finalizar la reunión, el Amo tomó a Palmer del brazo y subieron a la cima de la noria gigantesca. Una vez allí, Palmer, que se sentía aterrorizado, observó Chernóbil, la almenara roja del reactor 4 en la distancia, como un sarcófago plúmbeo y acerado que contuviera la pulsación de cien toneladas de uranio lábil.

Y ahora, allí estaba, diez años después, a un paso de entregar las pruebas de todo cuanto le había prometido al Amo en aquella noche oscura en una tierra enferma. La plaga se estaba propagando ahora con mayor rapidez a cada hora que pasaba, por todo el país y a lo largo y ancho del globo terráqueo, pero él aún estaba obligado a soportar la humillación de entrevistarse con este vampiro burócrata.

Eichhorst tenía mucha experiencia en el diseño y construcción de corrales, así como en la optimización de los mataderos para lograr una eficiencia absoluta. Palmer había financiado la «restauración» de decenas de plantas cárnicas en todo el país, todas ellas rediseñadas según las especificaciones de Eichhorst.

Confío en que todo esté en orden
, señaló Eichhorst.

—Naturalmente —respondió Palmer, apenas capaz de disimular su disgusto por la criatura—. Lo que quiero saber es cuándo confirmará el Amo su parte del pacto.

A su debido tiempo. Todo a su debido tiempo
.

—Mi tiempo ya se está acabando —dijo Palmer—. Usted conoce mis problemas de salud; sabe que he cumplido todas mis promesas, con todos los plazos, que he servido al Amo con fidelidad y a conciencia. Pero empieza a hacerse tarde. Merezco cierta consideración.

El Señor Oscuro todo lo ve y de nada se olvida
.

—Le recordaré el asunto pendiente que él y usted tienen con Setrakian, su «mascota» y ex prisionero.

Su resistencia está condenada al fracaso
.

—De acuerdo. Y sin embargo, sus operaciones y diligencia suponen una amenaza para algunos individuos. Por ejemplo, para usted mismo. Y para mí.

Eichhorst permaneció un momento en silencio, como si le concediera su aprobación.

El Amo arreglará sus asuntos con el
Juden
en cuestión de horas. Llevo un tiempo sin alimentarme, y me prometieron comida fresca
...

Palmer ocultó un gesto de disgusto. ¡Con cuánta rapidez su repugnancia se transformaría en hambre, en necesidad! ¡Qué pronto juzgaría su ingenuidad actual como un adulto considera retrospectivamente las necesidades de un niño!

—Todo ha sido arreglado.

Eichhorst le hizo una señal a uno de sus hombres, y éste se dirigió hacia uno de los corrales más grandes. Palmer escuchó un lloriqueo y miró su reloj, esperando que concluyera el encuentro.

El hombre regresó agarrando de la nuca a un niño de no más de once años de edad, como un granjero cargando a un cochinillo. El niño, temblando y con los ojos vendados, lanzaba puñetazos
al aire, pateando y procurando ver por debajo de la venda que le cubría los ojos.

Eichhorst giró la cabeza tras oler a su víctima, estirando la barbilla en un gesto de agradecimiento.

Palmer observó al nazi y se preguntó para sus adentros qué se sentiría después del dolor de la conversión. ¿Qué significaría existir como una criatura que se alimenta de sangre humana?

Palmer se dio la
vuelta y le hizo señas al señor Fitzwilliam para que pusiera en marcha el coche.

—Le dejaré para que coma en paz —dijo, y dejó al vampiro a solas con su alimento.

 

 

Estación Espacial Internacional

 

A
DOSCIENTOS VEINTE
kilómetros sobre la Tierra, los conceptos del día y de la noche tienen muy poco sentido. Orbitar el planeta una vez cada hora y media permitía divisar más amaneceres y atardeceres de los que una persona podría contemplar en su vida.

La astronauta Thalia Charles roncaba suavemente dentro de un saco de dormir anclado a la pared. La ingeniera de vuelo estadounidense completaba su día número 466 en la órbita terrestre baja, y sólo le faltaban seis más para entrar en el transbordador espacial de acoplamiento que la llevaría de regreso a casa.

La Misión de Control establecía sus horarios de sueño, y hoy iba a ser un día «ocupado», pues tendría que preparar la ISS para recibir al
Endeavor
y al módulo de instalaciones de investigación
que transportaba. Oyó la voz que la llamaba, y disfrutó de unos segundos apacibles mientras pasaba del sueño a la vigilia. La sensación etérea de estar soñando despierta era una constante en la gravedad cero. Se preguntó cómo reaccionaría su cabeza a una almohada tras su regreso. Cómo sería estar una vez más bajo el yugo entrañable de la gravedad terrestre.

Se quitó el antifaz y la almohadilla del cuello, metiéndolos dentro del saco de dormir antes de aflojar las correas y bajar al suelo. Dejó su goma del pelo
sobre la litera antes de salir, y sacudió su cabello
negro y largo, alisándolo con sus dedos y meneando
la cabeza para dejarlo en su sitio, y acto seguido se sujetó de nuevo la goma
con un nudo doble.

La voz de la Misión de Control del Centro Espacial Johnson, localizado en Houston, le dijo que fuera al ordenador
portátil en el módulo de la unidad para una teleconferencia. Esto era inusual, pero no un motivo de alarma.

La banda ancha tenía una gran demanda en el espacio, y se asignaba con mucho cuidado. Se preguntó si habría ocurrido otra colisión orbital de basura espacial, y si los restos habrían salido disparados por la órbita con la potencia propia de la detonación de una escopeta. Le desagradaba mucho tener que refugiarse como medida de precaución dentro del
Soyuz
TMA, la nave espacial adjunta. El
Soyuz
era su salida de emergencia de la ISS. Dos meses atrás, había ocurrido una amenaza similar, y entonces se había visto obligada a permanecer ocho días dentro del módulo de la tripulación, el cual tenía forma de campana. La basura espacial era la mayor amenaza para el funcionamiento de la ISS, y para el bienestar psicológico de la tripulación.

La noticia, tal como descubriría ella, resultó ser incluso peor.

—Hemos descartado el lanzamiento del
Endeavor
hasta nuevo aviso —le anunció Nicole Fairley, directora de la Misión de Control.

—¿Descartado? ¿Quieres decir que lo están aplazando? —preguntó Thalia, esforzándose por no evidenciar su profunda decepción.

—Indefinidamente. Están pasando muchas cosas aquí. Algunos acontecimientos preocupantes. Tendremos que esperar.

—¿Qué? ¿Los propulsores de nuevo?

—No, nada mecánico. El
Endeavor
está bien. No se trata de un problema técnico.

—Está bien...

—Para ser honesta, no sé cuál pueda ser la causa. Tal vez hayas notado que no has recibido ninguna actualización de noticias en estos últimos días.

No había acceso directo a Internet en el espacio. Los astronautas recibían información, vídeos y correos electrónicos a través de un enlace de datos en la banda K
u
.

—¿Tenemos otro virus?

Todos los ordenadores
portátiles de la ISS operaban con una intranet de red inalámbrica, generada por el ordenador
central.

—No se trata de un virus informático, no.

Thalia se agarró para no moverse tanto.

—De acuerdo. Dejaré de hacer preguntas y me limitaré a escucharte.

—Estamos en medio de una pandemia mundial desconcertante. Todo parece indicar que comenzó en Manhattan, y se ha propagado desde entonces por numerosas ciudades. Al mismo tiempo, se ha detectado un gran número de desapariciones humanas, algo que está en relación directa con lo anterior. Estas desapariciones se atribuyeron inicialmente a personas enfermas que permanecían en casa por incapacidad laboral, y que necesitaban atención médica. Pero ahora se han presentado disturbios. Me refiero a calles enteras en la ciudad de Nueva York. La violencia se ha extendido a su vez a otros países. El primer informe de ataques en Londres llegó hace cuatro días, y luego en el aeropuerto de Narita en Tokio. Todos los países están controlando
las fronteras y las relaciones internacionales, en un esfuerzo por evitar un colapso en los viajes y en el comercio, lo cual, según tengo entendido, es exactamente lo que cada país debería garantizar bajo las circunstancias actuales. La Organización Mundial de la Salud ofreció ayer una conferencia de prensa en Berlín. La mitad de sus miembros estuvieron ausentes. La pandemia pasó oficialmente de la fase de alerta cinco a la fase seis.

Thalia no podía
creerlo.

—¿Es el eclipse? —preguntó.

—¿Qué dices?

—El ocultamiento. Cuando lo vi desde aquí arriba..., la gran mancha negra de la sombra lunar se extendía por el noreste de los Estados Unidos como un punto muerto... Supongo que tuve una especie de... premonición.

—Bueno, todo parece haber comenzado en esos momentos.

—Era así como se veía. Algo de muy mal agüero.

—Hemos tenido algunos incidentes serios aquí en Houston, y también en Austin y Dallas. La Misión de Control está funcionando con el setenta por ciento de los empleados, y el número disminuye dramáticamente cada día que pasa. Y puesto que los niveles de personal de la operación no son fiables, no tenemos más remedio que aplazar el lanzamiento.

—De acuerdo. Comprendo.

—La nave rusa que subió hace dos meses te llevó suficientes suministros de comida y baterías como para un año en caso de que sea necesario.

—¿Un año? —preguntó Thalia, con más énfasis de lo que hubiera querido.

—Sólo en el peor de los casos. Esperemos que las cosas estén de nuevo bajo control aquí, y que podamos traerte de vuelta en unas dos o tres semanas.

—Fantástico. Así que, mientras tanto, seguiré comiendo
borscht
liofilizado.

—Este mismo mensaje está siendo retransmitido al comandante Demidov y al ingeniero Maigny por sus respectivas agencias. Somos conscientes de tu situación, Thalia.

—Llevo varios días sin recibir ningún correo electrónico de mi marido. ¿Habéis retenido vosotros también esos correos?

—No, no. ¿Dices que varios días?

Thalia asintió con la cabeza. Se imaginó a Billy como siempre, en la cocina de su casa en West Hartford, con un trapo de cocina al hombro, preparando algún plato suculento y elaborado.

—¿Podrías ponerte en contacto con él? Supongo que querrá saber lo del aplazamiento.

—Intentamos hacerlo, pero no recibimos respuesta. Ni en tu casa ni en el restaurante.

Thalia tragó saliva. Se esforzó en recobrar la compostura.

«Él está bien —pensó—. Soy yo la que está orbitando el planeta en una nave espacial. Él está allá abajo, con los dos pies en la tierra. Se encuentra bien».

No manifestó otra cosa que no fuera fortaleza y confianza, pero nunca se había sentido tan lejos de su marido como en aquel instante.

 

 

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L
A MANZANA YA ESTABA
ardiendo cuando Gus llegó acompañado de Ángel y los Zafiros.

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