Oscura (21 page)

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Authors: Guillermo del Toro,Chuck Hogan

BOOK: Oscura
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Pero eso no tardaría en cambiar.

El exterminador abrió el armario donde guardaba los venenos y le mostró a Setrakian sus paquetes de cebos y trampas, sus botellas de halotano y de sulfato de aluminio tóxico. Las ratas, explicó, carecían del mecanismo biológico que inducía al vómito. La función principal de la emesis era purgar al cuerpo de sustancias tóxicas, razón por la cual las ratas eran particularmente susceptibles a la intoxicación, habiendo evolucionado y desarrollado otras características para compensar esto. Una de ellas era que podían ingerir casi cualquier cosa, incluyendo sustancias no comestibles
como la arcilla o el hormigón, lo que ayudaba a diluir el efecto tóxico en el cuerpo hasta que la rata pudiera expulsar el veneno en sus excrementos.

La otra era la inteligencia de estos roedores, sus complejas estrategias para evitar ciertos alimentos, algo que contribuía a su supervivencia.

—Lo curioso —dijo Fet— fue cuando le arranqué esa cosa a la criatura y pude verla con claridad.

—¿Sí? —preguntó Setrakian.

—La forma en que me miró: apostaría que tampoco pueden vomitar.

Setrakian meditó en eso y asintió.

—Creo que estás en lo cierto
—señaló—. ¿Puedo preguntarte cuál es la composición química de estos raticidas?

—Depende —dijo Fet—. Estos de aquí contienen sulfato de talio, una sal metálica muy densa que ataca el hígado, el cerebro y los músculos. Es inodoro, incoloro y altamente tóxico. Esos venenos contienen un disolvente sanguíneo muy común en los mamíferos.

—¿Disolvente? ¿Cuál es? ¿Algo parecido al Coumadin?

—Parecido no, exactamente igual.

Setrakian miró la botella.

—Así que yo mismo he estado tomando veneno para ratas desde hace años.

—Sí. Tú y millones de personas más.

—¿Y qué efecto tiene?

—El mismo que si tomaras una cantidad excesiva. El anticoagulante produce una hemorragia interna: las ratas se desangran. No es nada agradable.

Setrakian tomó la botella para examinar la etiqueta y notó algo en la parte posterior del estante.

—No quiero alarmarte, Vasiliy, pero ¿no son éstos excrementos de ratón?

Fet avanzó para mirar de cerca.

—¡Hijos de puta! —exclamó—. ¿Cómo puede ser?

—Una infestación menor, estoy seguro —dijo Setrakian.

—Menor, mayor, ¿qué importa? ¡Se supone que este es un lugar tan inexpugnable como el Fuerte Knox!

Fet apartó algunas botellas para ver mejor.

—Es como si los vampiros irrumpieran en una mina de plata.

Mientras Fet inspeccionaba obsesivamente la parte posterior del armario en busca de más evidencias, Eph observó que Setrakian se guardaba una de las botellas en el bolsillo de su chaqueta.

Eph lo siguió y cuando estuvieron a solas le preguntó:

—¿Qué vas a hacer con eso?

Setrakian no mostró ninguna vergüenza por haber sido descubierto. El viejo tenía las mejillas hundidas, y su carne era una pálida sombra de gris.

—Fet dijo que era un diluyente sanguíneo. Y como todas las farmacias están siendo saqueadas, no me gustaría que se agotara.

Eph escrutó el rostro del anciano, procurando comprobar si mentía.

—¿Nora y Zack están listos para viajar a Vermont? —le preguntó Setrakian.

—Casi. Pero no a Vermont. Nora reparó en un detalle importante: es la casa de los padres de Kelly, y ella podría sentirse atraída a ese lugar. Nora conoce un campamento de niñas en Filadelfia, estuvo allí durante su infancia. En estos momentos está fuera de temporada. Hay tres cabañas en una pequeña isla en medio de un lago.

—Bien —dijo Setrakian—. El agua los mantendrá a salvo. ¿Cuándo irán a la estación del tren?

—Pronto —respondió Eph, mirando su reloj—. Todavía tenemos un poco de tiempo.

—Podrían ir en coche. ¿Te das cuenta de que ya estamos fuera del epicentro? Este barrio, que no tiene acceso directo al metro y cuenta con pocos edificios de apartamentos, no es muy propicio para una infestación rápida, y todavía no ha sido totalmente colonizado. No estamos en un mal sitio.

Eph negó con la cabeza.

—El tren es la forma más rápida y segura de eludir
esta plaga.

Setrakian dijo:

—Fet me habló de los policías fuera de servicio que fueron hasta la casa de empeños. Se han organizado en patrullas de vigilancia después de poner a sus familias a salvo fuera de la ciudad. Tienes algo similar en mente, supongo.

Eph se quedó atónito. ¿El anciano había intuido su plan?

Estaba a punto de confesárselo cuando Nora entró con una caja abierta.

—¿Para qué es esto? —preguntó, dejando la caja cerca de las jaulas para mapaches. En su interior había toda clase de cubetas y productos químicos—. ¿Vais
a instalar un cuarto oscuro?

Setrakian la miró.

—Hay ciertas emulsiones de plata que quiero probar con los gusanos de sangre. Tengo esperanzas de que una fina capa de plata, si consigo derivarla, sintetizarla y manipularla, pueda ser una arma eficaz para el exterminio masivo de esas criaturas.

—¿Cómo vas a comprobarlo? ¿Dónde vas a conseguir un gusano de sangre? —preguntó Nora.

Setrakian levantó la tapa de una cubitera de poliestireno, revelando un frasco que contenía el corazón de un vampiro que palpitaba con lentitud.

—Voy a extraer el gusano que alimenta a este órgano.

—¿No es peligroso? —preguntó Eph.

—Sólo si me equivoco. Ya he segmentado a estos parásitos en el pasado. Cada sección se regenera y se transforma en un gusano con funciones completas.

—Sí —dijo Fet, regresando del armario—. Lo he comprobado.

Nora sacó el frasco y observó el corazón que el anciano había alimentado durante más de treinta años, manteniéndolo vivo con su propia sangre.

—¡Guau! —exclamó—. Es como un símbolo, ¿no?

Setrakian la miró con gran interés.

—¿Qué quieres decir?

—Este corazón enfermo guardado en un frasco. No lo sé. Creo que representa aquello que terminará siendo la causa de nuestra perdición.

—¿A qué te refieres? —preguntó Eph.

Nora lo miró con una expresión de tristeza y simpatía.

—Al amor —dijo.

—Ah —exclamó Setrakian, confirmando el comentario de Nora.

—Los insepultos regresando a por sus seres queridos —complementó Nora.

—El amor humano corrompido por la necesidad vampírica.

—Puede ser, de hecho, el mal más alevoso de esta plaga. Y por eso tienes que destruir a Kelly —indicó Setrakian.

Nora estuvo de acuerdo
con esta observación.

—Tienes que liberarla de las garras del Amo. Tienes que liberar a Zack. Y, por extensión, a todos nosotros.

Eph se sobresaltó, pero sabía muy bien que ella tenía razón.

—Lo sé —señaló.

—Pero no basta con saber cuál es el camino adecuado —dijo Setrakian—. Estás siendo llamado a realizar un acto que va en contra de todo instinto humano. Y en el acto de liberar a un ser querido... saborearás el significado de la conversión. Ir en contra de todo lo que eres. Ese acto lo cambia a uno para siempre.

Las palabras de Setrakian estaban llenas de sentido, y todos permanecieron en silencio. Y Zack, evidentemente aburrido del juego de vídeo que Eph le había encontrado, o tal vez porque la batería ya se había agotado, regresó de la furgoneta y los vio reunidos.

—¿Qué pasa?

—Nada, joven. Hablamos de estrategias —contestó Setrakian, sentándose en una de las cajas, y descansando sus piernas—. Vasiliy y yo tenemos una cita en Manhattan, así que, con el permiso de tu padre, te llevaremos de paseo al otro lado del puente.

—¿Qué tipo de cita? —preguntó Eph.

—En Sotheby’s. Un adelanto de la próxima subasta.

—Pensé que no ofrecían un adelanto para ese artículo.

—Así es —dijo Setrakian—. Pero tenemos que intentarlo. Es nuestra última oportunidad. Cuando menos, Vasiliy podrá observar las medidas de seguridad.

Zack miró a su padre y le preguntó:

—¿No podemos hacer lo mismo que hace James Bond para protegerse, en lugar de subir a un tren?

—No temas, pequeño ninja. Debes irte de aquí —respondió Eph.

—¿Y cómo estaréis en contacto y os comunicaréis? —preguntó Nora, sacando su teléfono—. En todos los distritos están derribando las torres de telefonía móvil. Al mío sólo le funciona la cámara.

—En el peor de los casos, podremos reunirnos aquí. Tal vez deberías utilizar la línea telefónica convencional para hablar con tu madre y decirle que estamos de camino —comentó Setrakian.

Nora se dispuso a hacer
eso, y Fet salió a poner en marcha la furgoneta. Eph pasó su brazo alrededor de su hijo, delante del anciano.

—Sabes, Zachary —dijo Setrakian—, en el campo de concentración del cual te hablé, las condiciones eran tan brutales que muchas veces sentí deseos de agarrar una piedra, un martillo y una pala, y golpear a uno o a dos guardias. Seguramente habría muerto con ellos, y sin embargo, en el calor ardiente del momento de la elección, habría logrado algo. Al menos mi vida, mi muerte, hubiera tenido un significado. —Setrakian miró al niño, aunque Eph sabía que esas palabras estaban dirigidas a él—. Era mi manera de pensar. Y cada día me despreciaba por no hacerlo. Cada momento de pasividad se siente como un acto de cobardía frente a la capacidad de la opresión inhumana. Con frecuencia, la supervivencia se siente como una forma de indignidad. Pero, y ésta es la lección, tal como lo veo ahora, a veces, la decisión más difícil es no martirizarte por alguien, sino vivir por ellos. A causa de ellos.

Sólo entonces miró a Eph.

—Espero que te lo tomes muy en serio.

 

 

Instalación de Soluciones Selva Negra

 

L
A CAMIONETA
seguida por la caravana de tres vehículos se detuvo frente a la entrada de la empacadora de carne Soluciones Selva Negra, ubicada al norte del estado de Nueva York. Los hombres que venían en las camionetas de delante y de detrás desplegaron sus enormes paraguas negros, mientras las puertas traseras de la camioneta se abrían para dar paso a una rampa automática.

Una silla de ruedas fue bajada hacia atrás, y su ocupante fue cubierto inmediatamente con los paraguas y conducido rápidamente hacia el interior. Los paraguas sólo bajaron cuando la silla accedió a la instalación sin ventanas situada entre los corrales de ganado. El ocupante de la silla de ruedas era una figura que vestía un hábito similar a un burka para resguardarse del sol.

Eldritch Palmer, que vigilaba la entrada desde un lateral, no se molestó en saludar al ocupante, y más bien esperó a que le retiraran el velo.

Se suponía que Palmer iba a reunirse con el Amo, y no con uno de sus sórdidos lacayos del Tercer Reich. Pero el Oscuro no se veía por ninguna parte. Palmer advirtió entonces que no había tenido una audiencia con el Amo desde su encuentro con Setrakian.

Una pequeña sonrisa descortés se esbozó en las comisuras de los labios de Palmer. ¿Se sentía complacido de que el profesor le hubiera propinado una herida al Amo? No exactamente. Palmer no sentía el menor afecto por las causas perdidas, como era el caso de Abraham Setrakian. Aun así, como hombre acostumbrado a la condición de presidente y consejero delegado, a Palmer no le importaba que el Amo hubiera demostrado algo parecido a la humildad.

Se reprendió a sí mismo para no permitir nunca que estos pensamientos acudieran a su mente en presencia del Oscuro.

El nazi se fue despojando de cada una de sus prendas. Thomas Eichhorst, el oficial nazi que había dirigido una vez el campo de exterminio de Treblinka, se levantó de la silla de ruedas, y las telas negras que le resguardaban del sol se apilaron a sus pies como capas de piel. Su rostro conservaba la arrogancia de un comandante de campo, aunque el tiempo había difuminado sus ángulos como una pátina de ácido corrosivo. Su piel era tan suave como una máscara de marfil. A diferencia de cualquier otro «Eterno» de los que Palmer había conocido, Eichhorst insistía en llevar traje y corbata, manteniendo el típico aspecto de un caballero muerto vivo.

La aversión
que Palmer sentía por el nazi no tenía nada que ver con sus crímenes contra la humanidad, pues él mismo estaba a cargo de un verdadero genocidio. Más bien, su disgusto por Eichhorst procedía de la envidia. Le molestaba que el nazi estuviera bendecido con la eternidad —el gran don del Amo—, pues la anhelaba con todas sus ansias.

El millonario
recordó entonces su primer encuentro con el Amo, una reunión facilitada por Eichhorst. A esto le habían seguido tres décadas de pesquisas e investigaciones, de explorar la fisura donde el mito y la leyenda se fundían con la realidad histórica. Palmer terminó por rastrear incluso a los propios Ancianos y logró concertar una reunión. Declinaron su solicitud para unirse a su clan Eterno, rechazándolo de plano, aunque Palmer sabía que ellos habían aceptado en su linaje a hombres cuyo valor neto era significativamente más bajo que el suyo. Su desprecio incondicional, después de tantos años de esperanza, era una humillación que Eldritch Palmer sencillamente no podía soportar. Era sinónimo de su mortalidad y de su renuncia a todo lo que había realizado en esta vida introductoria. «Polvo eres y en polvo te convertirás»: eso estaba bien para las masas, pero él sólo se conformaría con la inmortalidad. La corrupción de su cuerpo —que nunca había sido un amigo para él— no era más que un pequeño precio a pagar.

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