Barrie Ellison no dijo nada, pero tragó saliva muy dificultosamente.
—¿Os gusta la idea de ser utilizados como tapadera para la promoción de ventas de los Gottschalk? ¡Que os aproveche, hermanos y hermanas! —Inconscientemente, el acento de Diablo iba decantándose hacia el gutural georgiano/jamaicano/criollo de los enclaves del sur, y se dio cuenta y lo siguió utilizando, dejando que sus emociones controlaran su lengua—. ¡Yo voy a seguir cuidando de mí mismo, amigos! ¡No voy a arriesgar mi piel por la cabellera afro de ningún estúpido! ¡Seguid divirtiéndoos con vuestros secretos, con vuestros planes, con vuestras ideas! Yo digo mierda. Seguid haciendo publicidad para esos asquerosos, ¡yo me largo de aquí, y ahora!
Ciego de rabia, caminó a grandes zancadas hacia la puerta, y se detuvo tan sólo cuando uno de los dos macuts armados que lo habían traído hasta allí, y montaban guardia en la entrada desde su llegada, le golpearon lo suficientemente fuerte en la barriga como para que el dolor penetrara en su armadura de furia.
Recobrando el dominio de sí mismo, se volvió lentamente, y descubrió que Lenigo estaba de pie, mirándole furioso. Hubo un momento durante el cual el aire pareció chasquear con invisibles relámpagos. Luego Lenigo se volvió hacia el hombre que tenía más cerca, Mehmet abd'Allah.
—¡Parece como si el Mayor Black no hubiera perdido los sesos después de todo! ¡Hizo bien dejando marchar a ese traidor!
Con voz tensa, Mehmet dijo:
—Sí, Morton, pero si sabe tanto como parece…
—¡Ningún leal nigblanc vendería nuestros secretos a un asqueroso hurgón! ¡Le oíste decir que se lo contó todo a Matthew Flamen! —Lenigo se secó su sudoroso rostro—. ¡El lunes el maldito bastardo habrá esparcido la noticia a los cuatro vientos!
—No, muchacho —dijo Diablo—. Los Gottschalk compraron la Holocosmic para eliminar el programa de Flamen. Quieren que vosotros sigáis con la promoción de sus ventas.
—Y él no dijo que le hubiera contado nada a Flamen —dijo el doctor Barrie Ellison—. Dijo que Flamen se lo había contado a él.
—Pero no vais a creer…
Las palabras de Lenigo se desvanecieron mientras miraba a su alrededor, el anillo de oscuros y serios rostros que lo circundaban.
—Creo que todo lo que ha dicho encaja —dijo reluctante Rosaleen Lincolnson—. Co-mo el que los blancs están mejor armados que nosotros en este mismo momento, y aunque consigamos algunas unidades del sistema C, deberemos aprender primero a utilizarlas.
—Y mientras tanto los blancs podrán caer sobre nosotros como halcones —dijo Diablo—. Tan asustados de que seamos capaces de pagar el precio rebajado del nuevo equipo, que querrán asegurarse de que ninguno de los enclaves esté en condiciones de pagar ni siquiera el primer plazo.
—Son unos viciosos bastardos —concedió el doctor Ellison—. Es propio de ellos.
—¡Pero…! —estalló Lenigo.
Mehmet abd'Allah lo cortó en seco.
—¿Es esto una campaña de ventas de los Gottschalk? —le preguntó a Diablo.
—La mayor que hayan emprendido nunca, eso es todo. —Diablo apretó los puños—. Si caéis en la trampa, no tendréis un momento de paz durante el resto de vuestras vidas, y no van a ser unas vidas demasiado largas de todos modos.
—¡No le escuchéis! —gritó Lenigo.
Los demás lo ignoraron. Estaban intercambiándose serias miradas. Jones W. Jones dijo:
—Imagino que esto necesita ser verificado antes de que nos comprometamos más a fondo. Quiero decir, sé que los Gottschalk siempre ofrecen sus nuevas armas primero a los enclaves, pero una cosa es pensar que lo hacen como una compensación por su inferioridad económica y numérica, y otra como un plan deliberado.
—¿Nunca veis mis emisiones fuera de Blackbury? —preguntó Diablo con una genuina sorpresa.
—Naturalmente, pero…
—¿Pero qué? —Diablo dio una patada contra el suelo—. ¿Pero nunca las tomáis en serio, simplemente las olvidáis como propaganda antiblanc? ¡Al infierno con todos vosotros, entonces! Había verdad en ellas, la verdad tal como yo la veo, y eso es lo que os estoy diciendo ahora, y honestamente preferiría vivir entre los blancs que entre unos estúpidos que le siguen los pasos a ese bastardo de Lenigo y bailan con él al son que les tocan los Gottschalk. Dejadme salir de aquí antes de que empiece a vomitar.
Se dirigió de nuevo hacia la puerta a grandes zancadas, esta vez los macuts no hicieron ningún intento de detenerle.
Cuando se hubo ido, Lenigo dijo:
—Hermanos y hermanas, os doy mi palabra…
Pero no le estaban escuchando. Estaban prestando atención al doctor Ellison, que decía:
—En cualquier caso, si este tipo de detalles supuestamente secretos ha llegado hasta Pedro Diablo, y si tenemos que creer que los ha sabido de boca de un hurgón blanc, entonces debemos ser prudentes. Simplemente las cosas no van a ir tal como las habíamos planeado.
—Pero… —dijo Lenigo.
—Cállate —le dijo Mehmet abd'Allah, y se volvió de nuevo hacia el doctor Ellison.
—A mí al menos no me gusta ser usado —dijo el doctor—. No más que a él. —Señaló con la cabeza hacia la puerta cerrada por donde Diablo había desaparecido—. De modo que sugiero que deberíamos…
Flamen miró de la cinta sin fin de Celia a la imagen real y de nuevo a la cinta sin fin, e intentó con un cierto desconcierto analizar sus propios sentimientos. ¿Había algo que no iba bien…? No, no era eso exactamente; simplemente, no iba como había esperado. La furia que había sentido al saberse privado de su emisión por el nuevo directorio de la Holocosmic —todos ellos hombres de paja de los Gottschalk, agrupados a toda prisa procedentes de media docena de cadenas y componiendo un consejo directivo de lo más heterogéneo— hubiera debido mantenerse indefinidamente. Ver la carrera de toda una vida ser arrancada de sus manos en un momento era algo como para crear una inquina eterna.
Y sin embargo, en menos de una semana, se sentía más relajado de lo que se había sentido en muchos años, olvidando preocuparse por el futuro. Sí, eso era: esa necesidad había desaparecido de su mente.
Agitó la cabeza. Tendida en un largo sofá frente a él, Celia alzó los ojos.
—¿Ocurre algo? —preguntó.
—Nada —dijo Flamen en un tono de vaga sorpresa.
La miró de nuevo. Ya llevaba dos días allí; simplemente había llegado, sin avisar, con todo su equipaje, procedente de casa de Prior, y se había instalado en su propia casa como si no se hubiera producido ninguna discontinuidad. Estaba completamente libre de las se-cuelas de las drogas que le habían administrado en el Ginsberg, por todo lo que Flamen podía decir, excepto que de su comportamiento había desaparecido una cierta tensión; no había ni el menor asomo de la irritabilidad que había coloreado su voz y su expresión durante interminables meses antes de ser hospitalizada. También habían sentido más placer en la cama del que podía recordar antes.
En una palabra, parecía feliz.
Quizá hubiera sido bueno, se dijo Flamen a sí mismo, que su plan de hacer saltar a Mogshack de su posición de influencia se hubiera desmoronado en la extraña confusión del último fin de semana. ¿Qué había ocurrido? Todo había sido un amasijo tan fantástico de escuetos y verificables hechos —como la noticia del nuevo equipo de proceso de datos de los Gottschalk y la inexplicable referencia a «Robert» Gottschalk— mezclados con un conjunto de absurdos absolutos. Pero debido a ello, él había abandonado su intención de hacer que Celia fuera evaluada por los parámetros de Conroy, y parecía que eso había sido muy afortunado para él. Nadie podía negar que Celia estaba mejor ahora de lo que había estado en años, quizá mejor que nunca durante toda su vida de casada.
Lanzó un pequeño suspiro de satisfacción. Haber evitado el hacer el ridículo era algo de lo que debía sentirse agradecido, por supuesto, pero tenía a Celia de vuelta, más que simplemente curada, era aún mejor.
Sonó el carillón de la Tri-V frente a él, y se dio cuenta con un sobresalto de que ya era mediodía. El aparato estaba programado para conectarse automáticamente a la hora de su emisión, y no había anulado la instrucción porque aquella era la primera vez que estaba en casa al mediodía desde que los Gottschalk compraran la cadena; había pasado todos los días anteriores en su oficina, arreglando todas sus cosas y haciendo no demasiado ansiosas inda-gaciones sobre empleos alternativos.
Ahora que pensaba en ello, ni siquiera estaba seguro del uso que había dado el nuevo directorio a su tiempo de emisión. Miró a la pantalla cuando se iluminó, y se quedó sorpren-dido más allá de todo lo indecible al ver aparecer un oscuro rostro familiar: Pedro Diablo.
—¿Qué demonios?
Se había medio puesto en pie. Contrarrestando el impulso con un esfuerzo, volvió a sentarse. ¿Qué infiernos hacía Pedro Diablo allí? Dispuesto a encolerizarse de nuevo, aguardó mientras los indicativos de la estación aparecían en la pantalla, seguidos por la publicidad de unos deslizadores de importación.
—¡Esta semana —dijo una voz azucarada—, nuestro sondeo del mediodía por el planeta Tierra es conducido por nuestro hurgón invitado Pedro Diablo!
¡Delirante! ¡Fantástico! La boca de Flamen se afirmó en una amarga línea. Pedro Diablo estaba diciendo:
—Viernes, amigos, y ésta es mi última aparición como anfitrión de este programa… La próxima semana tendrán de nuevo a su anfitrión habitual, con el que espero tener el privilegio de colaborar, por un tiempo al menos. Así que, por última vez en solitario, he aquí una visión del mundo a través de unos ojos nigblancs…
Clic, clic, y en la pantalla apareció la familiar forma como una fortaleza del Ginsberg. La voz de Diablo siguió:
—¿Qué se esconde detrás de la obligada dimisión del director del hospital de Higiene Mental del Estado de Nueva York, el doctor Elías Mogshack?
¿Qué?
Y Mogshack, en su oficina, inmóvil como una roca, los ojos cerrados, un espécimen de catatonía clásica, todos sus músculos congelados.
—Aquí lo tienen, tomándose al parecer demasiado en serio su propia afirmación de ser un individuo —dijo Diablo, con un tono de cortante ironía.
Clic, clic, y una serie de escenas reconstruidas, tan buenas como cualquiera de las que el propio Flamen hubiera montado nunca…, una reluctante admiración profesional empezó a echar a un lado su resentimiento, su asombro ante la referencia de pasada de que la emisión iba a «volver a la normalidad» la próxima semana, y el shock de la noticia acerca de la dimisión obligada de Mogshack. El director fue visto y oído con Reedeth, chillándole por la comred que había un complot para echarle y amenazándole con destituirle porque Reedeth había permitido que Xavier Conroy entrara en el hospital.
—Suena como si el doctor Mogshack quisiera aislarse del mundo un poco demasiado
—dijo Diablo juiciosamente, mientras la pantalla volvía al monstruoso bastión de cemento del conjunto del hospital—. Los rumores dicen…
Y Mogshack con un quemador Gottschalk en la mano, cubriendo la puerta de su oficina mientras Ariadna Spoelstra intentaba entrar; disparando, convirtiendo la puerta en un montón de plástico fundido y cenizas; Reedeth lanzándose sobre Ariadna como un jugador de rugby y derribándola al suelo una fracción de segundo antes de que un rayo en abanico la partiera por la mitad.
—Y aquí está esa vieja historia acerca de quién curará a los médicos —dijo Diablo—. Predigo una masiva investigación del estado sobre el modo operativo del Hospital Ginsberg durante los últimos años…
La comred zumbó, y Flamen le lanzó un grito para rechazar la llamada. Pero la llamada era prioritaria, y en la pantalla apareció el blando rostro de Eugene Voigt. Viéndole, Flamen cambió instantáneamente de opinión y en vez de ello bajó el sonido de la Tri-V.
—Señor Voigt, ¿qué infiernos está ocurriendo en la Holocosmic? —exclamó.
—Sería más apropiado preguntar qué está ocurriendo en el trust de los Gottschalk —zumbó Voigt bajo la cortina de su bigote de morsa—. Confío en que pueda usted parar las disposiciones que haya podido tomar y hacerse cargo de nuevo de su emisión.
—Sí, por supuesto… No he tomado aún ninguna decisión irrevocable, con la ligera esperanza de seguir haciendo lo mismo en otro sitio. ¿Usted…, usted consiguió que fuera revocada la decisión?
—No exactamente —murmuró Voigt—. Pero como quizá sepa, o quizá no, la orden de comprar la mayoría de las acciones de la Holocosmic surgió de un nuevo y ultra-avanzado centro de proceso de datos en Nevada, sobre el cual manteníamos centrada toda nuestra atención puesto que era el señor Anthony Gottschalk quien había firmado todos los contratos para él, y cuando descubrimos que se estaba desarrollando en él un serio fallo de funcionamiento tomamos…, esto…, medidas para hacer que las reparaciones resultaran extremadamente difíciles. Para ser exactos, nos aseguramos de que virtualmente todo el equipo de mantenimiento más cualificado de la IBM quedara reservado para un contrato de revisión con la CPC, y la cosa funcionó estupendamente. Acaba de serme notificado por el propio señor Marcantonio Gottschalk en persona que la compra de la Holocosmic y la cancelación de su emisión fue una decisión no autorizada, y que esta mañana había sido revocada por una mayoría sustancial en una discusión familiar en su propiedad de Nueva Jersey.
Hizo una pausa, sin sonreír, pero con los ojos achicándose en medio de una red de complacidas arrugas.
—Yo…, espero que no se sienta disgustado con la noticia.
—¡Cristo, es fantástico! —exclamó Flamen—. Es usted un sucio marrullero, señor Voigt…, y eso es un cumplido.
Voigt se alzó de hombros y se ajustó complacido su oreja derecha.
—Nuestra introvertida época no es el ambiente más feliz para un especialista en comunicaciones, señor Flamen. Uno hace todo lo que puede por luchar contra el constante dete-rioro de los contactos persona-a-persona. Es un prerrequisito necesario para la continuación de nuestras carreras. Incidentalmente, supongo que no habrá estado viendo usted el programa del mediodía de la Holocosmic esta semana.
—Estaba tan malditamente irritado con la jugada que me habían hecho que no hubiera podido. Ni siquiera sabía que Diablo se había hecho cargo de él. ¿Arregló usted eso?
—Bueno, a primera hora de la mañana del pasado lunes recibí una llamada confidencial del señor Marcantonio Gottschalk, que como cabeza titular del trust había sido encargado de llevar a cabo las negociaciones informales relativas a su nueva y diversificada aventura en el campo de las teletransmisiones, solicitándome a alguien que pudiera llenar el espacio con un grupo de programas mientras se tomaba una decisión definitiva respecto al contenido futuro de la emisión eliminada, y como sea que a causa de la obligación impuesta por el contrato Washington-Blackbury necesitábamos encontrar un puesto adecuado para el señor Diablo… —Voigt hizo un amplio gesto con las manos—. No computamos lo que sentiría usted al respecto, ya que pensamos que, siendo reemplazado por un talento tan notorio…