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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Romántico

Olvidé olvidarte (20 page)

BOOK: Olvidé olvidarte
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Dicho aquello, Javier pagó la cuenta y se marchó sin siquiera mirarla. Necesitaba respirar. Se sentía agobiado. Necesitaba contarle aquella intromisión de Belén a Elsa, aunque no sabía cómo. Belén, enfadada por aquel desplante, le contempló alejarse. No pensaba claudicar, por lo que su mente comenzó a planear su siguiente ataque. Horas después un Javier más tranquilo, ya en el hospital, decidió no comentar nada a Elsa. Belén era historia. Era algo archivado y olvidado.

El miércoles Tony y Elsa viajaron hasta Phoenix. Allí se celebraba la boda de Lahita y Kamal. Con su preciado cuaderno en las manos, Elsa dijo en el hotel mientras cenaba un sándwich de pollo:

—Veamos, a las cinco se reunirán todas las mujeres para celebrar el Sangeet en la casa de Lahita.

—¿El Sangeet es el momento en que las mujeres le cantan canciones a la novia para fastidiarla? —preguntó Tony divertido.

—Sí —sonrió ella—. Mientras yo estoy con Lahita tú irás al Bratma del novio, y no pienso aceptar un no como respuesta.

Tony arrugó la nariz y asintió. El Bratma era una celebración con los familiares del novio en la que a éste se le manchaba con una pasta pegajosa. Luego todos bailaban alrededor de él hasta que el novio también lo hacía.

—Recuerda —añadió Elsa—. A las nueve y media tenemos reservadas en Scortes veinte mesas para cenar.

—Qué fastuosas son estas bodas a veces, ¿verdad?

Elsa asintió. Tras beber de su vaso de Coca-Cola añadió:

—Para los hindúes el matrimonio es una gran fiesta. Por eso suelen ser bodas vistosas y ricas. La unión de dos personas representa la
samskara
, la confianza sagrada. Ellos creen en el absoluto poder del Dios Brahman y…

Con cara de guasa, Tony la interrumpió:

—Uff… reina, ¡déjalo! Yo si me salgo de Buda o Dios no me entero. Me voy a dormir.

Al día siguiente, Tony y Elsa se levantaron muy temprano. Tenían que ocuparse de multitud de preparativos para la boda, que iba a durar dos días. Cuando Elsa llegó a casa de Lahita, lo primero que hizo fue preocuparse de que se encendieran todas las luces, incluso unos farolillos que había en la entrada. Aquello era una tradición e indicaba que se iba a celebrar una boda. Elsa y Tony se ocuparon de que tanto el Sangeet como el Bratma fueran un éxito. Luego, a las nueve y media de la noche, los novios celebrarían una fiesta occidental con unos amigos. Cuando concluyeron los preparativos, regresaron a su hotel y cayeron destrozados.

La mañana de la boda empezaron a trabajar muy temprano. A primera hora llegó Nirmal, la abuela de Lahita, con unas primas y le regalaron unos brazaletes de marfil para darle suerte en su matrimonio, además de alguna que otra joya. A las diez llegó Nika, que comenzó a preparar polvo de henna, té, aceites y jugo de limón. La henna la utilizaría para pintar las manos y los pies de la novia. Nirmal, la abuela, le explicó a Elsa que según la leyenda, cuanto más oscura se ponía aquella mezcla en las manos y pies, más te querría tu futuro esposo. Sin tiempo que perder, comenzaron a peinar el pelo castaño de Lahita y a pintarle el tan conocido lunar rojo entre los ojos, signo de que se casaba. El sari que Elsa consiguió para la novia dejó boquiabiertos a todos. Era de color rojo intenso con finos bordados, a juego con un velo igualmente rojo que le cubría la cara. Las mujeres comenzaron a enjoyar a la novia para que tuviera la imagen de la diosa de la abundancia. A las cuatro llegó el caballo blanco que habían buscado para la ocasión. Un feliz novio se montó junto a un sobrino, como mandaba la tradición. Luego le cubrieron la cabeza con una especie de gorro, para que no viera nada. A partir de ese momento, comenzó una peregrinación desde la casa de Kamal hasta la de Lahita.

Cuando empezó la ceremonia, la novia esperaba con los ojos mirando al suelo y no los levantó hasta que ambos estuvieron sentados. Una vez en el pequeño altar que Elsa había mandado construir en una enorme habitación, Lahita y Kamal se intercambiaron flores y se ataron unos amuletos en las manos. Baúl, un amigo del novio, encendió un pequeño fuego que ardería junto a los novios durante la ceremonia. Concluidas las canciones y oraciones, Elsa avisó a Brenda y Moushe, primas de la novia, para que unieran con un gran lazo a los novios. Tras aquello, Lahita y Kamal dieron siete vueltas alrededor del fuego ceremonial para simbolizar que juntos resolverían los problemas. Tras recitar unos textos sagrados, Kamal aplicó un polvo rojizo sobre el cabello de Lahita. Eso indicaba a todo el mundo que ya era su mujer. Al bajar del altar les cubrió una inmensa lluvia de arroz. La fiesta se celebró en unos salones cercanos y hubo diversión hasta bien entrada la noche. Elsa, mientras bailaba con Kamal, vio la felicidad en los ojos de la abuela de Lahita. Aquello le hizo pensar en Javier. En ese momento, decidió asistir al Pow Pow. Conocería a Sanuye.

22

Por Dios, ¿pero qué estoy haciendo?», pensó Elsa, que todavía no podía creer que estuviera montada en ese avión con Javier, volando hacia el aeropuerto internacional de Tulsa. Junto a ellos una soriente Aída viajaba con sus niños. Cuando llegaran a su destino debían esperar a Rocío, que volaba desde Nueva York. Mientras Elsa miraba por la ventanilla del avión, Javier la observaba tocándole con suavidad la mano. En ese momento, Elsa le miró y se quedó casi sin respiración al encontrarse con sus maravillosos ojos negros.

—¿Pasa algo? —preguntó con una sonrisa.

Javier suspiró y tras sonreír, la besó y le susurró al oído haciéndola vibrar:

—Sólo admiraba lo guapa que eres, cielo.

Elsa se puso roja como un tomate al oír aquello y ver que sus sobrinas no dejaban de mirarles y cuchichear. Llevaba cuatro meses y medio con él, pero no se acostumbraba a la dulzura de aquel hombre. Él, al ver la cara de ella, dijo con una sonrisa:

—Ven aquí. —Y tomándola con delicadeza de la barbilla, le susurró—: Este viaje es muy especial para mí. Todo va a salir bien.

Elsa asintió e intentando sonreír respondió:

—¿Le dijiste a tu bisabuela que llevarías compañía?

—Por supuesto. Y como dijo ella, estará encantada de que su casa durante unos días se llene de luz, juventud y alegría —dijo él sonriente.

—Sanuye es muy especial para ti, ¿verdad?

Javier asintió y la besó. En ese momento se oyó a la azafata pedir que se abrocharan los cinturones. Iban a aterrizar. Las niñas, junto a Aída, al escuchar aquello, comenzaron a aplaudir. Con puntualidad llegaron a Tulsa.

Tras tomarse algo en la cafetería, sonrieron al ver llegar a Rocío corriendo hacia las niñas.

—¡Tía Rocío! —gritó Julia al verla correr hacia ellas.

—¡Tía Rocío! —chilló Susan yendo a su encuentro—. Mamá, mamá, la tía ya está aquí.

Cuando las niñas llegaron a la altura de Rocío, ésta se detuvo y antes de que se abalanzaran sobre su cuello gritó:

—Un momento,
siquillas
. ¿Seguro que vosotras sois mis sobrinas? —Las niñas asintieron encantadas—. Entonces, si sois mis sobrinas ¿a qué esperáis para besarme locamente?

Y dicho aquello, las niñas se abalanzaron sobre ella, mientras ésta las besaba y les mordisqueaba el cuello con amor, al tiempo que Javier, Aída con el pequeño Mick y Elsa les miraban. Media hora después, tras repartir abrazos a diestro y siniestro, Javier fue con sus sobrinas a alquilar un monovolumen. Así podrían ir todos juntos. Rocío, tras guiñar el ojo a Aída, dijo:

—Te veo estupenda, Elsa.

—Será porque mi hermano la trata muy bien.

Elsa sonrió mientras sus amigas seguían cotilleando.


Ozú, siquilla
, una cosa es verle en foto y otra en persona. —Y con gesto pícaro susurró—: Elsa,
miarma
. ¡Qué bien te lo tienes que estar pasando! Uff… Virgencita… ¡Qué cuerpo tiene!

—Tenemos buenos genes, ¿acaso lo dudas?

—No, yo no dudo nada, Pocahontas. Con un hermano así, qué iba yo a dudar.

—¡Vaya dos arpías! —apostilló Elsa.


Miarma
, ¿no tendrás otro hermano para que me apañe el cuerpo, de arriba abajo? ¡Di que sí! ¡Di que sí!

Elsa y Aída rieron a carcajadas al escucharla, mientras Rocío continuaba:

—¡Virgencita! Qué pedazo de tiarrón. —Y mirándolas dijo—: Ya veréis la cara que pone Celine cuando venga para la comunión de las niñas. Sacará todas sus armas de mujer fatal, se encenderá un cigarro y… —Al ver las caras de sus amigas tosió y dijo—: Pero qué hago yo hablando de la loba de Celine. ¡Yo quiero un tío así para mí!

—Vale, te buscaré un novio —dijo Aída.

—Disculpa, chata —aclaró haciendo reír a Elsa—. Yo no quiero novio. Me conformo con que me apañe el cuerpo un apache durante el fin de semana.

Aída soltó un resoplido.

—¡Ni se te ocurra decir eso delante de Sanuye! —remachó.

—¿Por qué? ¿Los indios no se apañan el cuerpo?

Elsa, incapaz de seguir riendo de pie, se sentó. Rocío era graciosa como ella sola.

—No me refiero a eso —señaló Aída intentando no reírse.

—Pues o te explicas, Pocahontas, o no entiendo nada —dijo Rocío.

—No vuelvas a hablar de ¡apaches! Mi bisabuela era una hoppi. Aunque cuando se casó con mi bisabuelo Awi Ni´ta, pasó a ser una cherokee. No lo olvides. ¡No hables de apaches!

Sorprendida por aquello, Rocío asintió y preguntó:

—Pero vamos a ver,
siquilla
. ¿No son indios los cherokee y los apaches?

Elsa, que se había cultivado leyendo sobre tribus los últimos días, contestó:

—Indios son. Pero Sanuye, Pocahontas y Javier son de la tribu cherokee, y aquí cada tribu lleva su linaje y su historia con gran honor.

—Por cierto, chicas, ¡ni se os ocurra llamarme Pocahontas! —Sus amigas sonrieron—. Aquí mi nombre es Amitola y el de Javier, Amadahy. Y en lo que se refiere a los apaches, al padre de mi bisabuela le mató un apache. Por lo tanto, date un puntito en la boca, ¿vale?

—¡Virgencita! —exclamó Rocío impresionada.

Tras beber un poco de Coca-Cola, Rocío se fijó en que Aída estaba ojerosa y preguntó antes de que Javier regresara:

—¿Y con Mick qué pasa?

—Pues pasan muchas cosas —suspiró ella con gesto serio—, pero tranquilas, por mi parte está todo superado.

En ese momento, llegó un grupo de ejecutivos a la cafetería. Al ver a las tres mujeres solas, empezaron a piropearlas. Elsa y Rocío, acostumbradas a aquel acoso, hicieron como si no oyeran nada, pero Aída, que acostumbrada a su papel de madre de familia no estaba acostumbrada a eso, se puso contenta, lo que desató las risas de sus amigas. Aída necesitaba sentirse guapa y mujer.

23

El corto viaje hasta la casa de la bisabuela Sanuye en las afueras de Tulsa estuvo lleno de sorpresas. El pequeño Mick vomitó encima de los pantalones de Rocío, que a punto estuvo de hacer lo mismo al oler lo que a su sobrino le había salido por la boca. Tuvieron que parar para limpiarse todos, momento en el que pasó una gran manada de reses guiadas por vaqueros. Todos quedaron impresionados, en especial las niñas, que sólo habían visto animales en el zoológico. Javier abrazó a Elsa. Estaba feliz. Adoraba aquella tierra y nunca había faltado al Pow Pow anual de Tulsa. Sabía cuánto significaba para Sanuye su presencia. Para ella aquello era parte de su raza, de su historia y de su vida. Tiempo atrás acudía allí muchos fines de semana para despejarse de su trabajo en el hospital, del ruido de la ciudad y de los antiguos problemas con su ex, Belén. Javier había volado hasta Tulsa para estar con Sanuye, que con su voz y su tranquilidad le daba paz y sosiego.

Mientras Javier conducía les iba explicando que Oklahoma era una ciudad moderna y sin grandes atascos. Les habló del Penn Square Mall, el barrio más elegante y lujoso de la localidad, y Rocío, divertida, comentó que si Celine viviera en Oklahoma, sin duda alguna lo elegiría. Eso hizo reír a todo el mundo. Cuando llegaban a un conjunto de casas de madera, Javier tocó el claxon del minibus. Con rapidez, apareció una mujer que, levantando, la mano les saludó.

Cuando él detuvo el minibús, bajó de un salto y, tras cuatro zancadas, llegó hasta donde estaba la mujer. Ambos se abrazaron y se dijeron algo que nadie entendió. Aída, al igual que su hermano, corrió para abrazar a la anciana, que mesándole el cabello y agarrándole la cara lloró emocionada. Llevaban unos seis años sin verse. La última vez que Aída acudió a un Pow Pow, las gemelas tenían dos años y ahora tenían ocho. Julia y Susan, sus pequeñas, no se separaron de la bisabuela en cuanto ésta les sonrió.

—Abuela, te presento a Elsa y Rocío —dijo Javier señalándolas.

La mujer clavó su mirada en ellas y sonrió.

—Encantada —susurró Elsa a la mujer de rostro ajado.

Rocío, ilusionada por estar allí, le dio dos besos con rapidez y dijo:

—Muchísimas gracias por invitarnos. Tiene usted una casa preciosa.

—Sois bien recibidas en mi hogar. Los amigos de mi familia son mis amigos —respondió Sanuye con una encantadora sonrisa. Al ver cómo su nieto miraba a Elsa, se fijó en ella y comprendió que aquella muchacha era la responsable de robarle horas de sueño a Javier.

Entraron en la casa de madera, donde había cuatro habitaciones. Aída y los niños ocuparon una, Rocío y Elsa otra, Javier una tercera y Sanuye la suya.

—¡Qué pasada, Elsa! —comentó Rocío mientras sacaba algunas ropas de la maleta para colgarlas en el pequeño armario—. ¡Hemos conocido a Sanuye! ¿Has visto su cara? Es una india como las que hemos visto toda la vida en las películas de John Wayne. ¿Y su pelo? —continuó excitada—. ¡Qué trenzas tan largas!

—¡Cierra el pico! —la reprendió Elsa nerviosa—. Te va a oír.

Un par de horas después, varios vecinos de Sanuye se acercaron hasta la casa para dar la bienvenida a los familiares de su vecina. A partir de aquel momento, Aída pasó a ser Amitola y Javier Amadahy.

Amadahy era muy conocido en aquella pequeña comunidad. Nunca había faltado a los Pow Pow y solía participar con sus amigos. Uno de ellos era Chimalis, un profesor de sociología que vivía en Tulsa, que al verle le abrazó. Llevaban unos meses sin verse.

—Gracias por asistir al Pow Pow —susurró Sanuye a Elsa.

—Gracias a usted por invitarnos —respondió ella mirándola con afecto.

—Amadahy —dijo Sanuye mirando a su nieto, que reía con unos hombres— es un chico muy querido en estas tierras, al igual que Chimalis, Abeytu o Sush. A todos les gusta participar en los Pow Pow. Para ellos y para los más ancianos de la tribu representa el pasado de su cultura.

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