Oda a un banquero (28 page)

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Authors: Lindsey Davis

Tags: #Intriga, Histórico

BOOK: Oda a un banquero
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—¿No estarás manejando tu telar como una ama de casa que cumple con sus obligaciones?

Era una broma. Lisa había estado leyendo columnas enteras de cifras mientras un esclavo, que a todas luces estaba acostumbrado a la tarea, tomaba notas al dictado. Al entrar, oí a la ex esposa redactar mensajes sobre clientes del banco con voz firme. Hablaba mejor que Vibia, aunque supuse que Lisa tenía unos orígenes aún más humildes.

—¿Está tu hijo por aquí?

—No.

Probablemente mentía, pero yo no tenía ninguna excusa para registrar el lugar.

—¿Cómo sobrelleva la pérdida de su padre?

—Está desconsolado, pobre chico —suspiró su madre; me pareció que todavía mentía—. Pero intenta ser fuerte.

—El hecho de tener unos padres ricos le debe ayudar a soportarlo.

—Eres un cínico espantoso, Falco. Diómedes es un chico muy sensible.

—¿Cuáles son sus aptitudes? ¿Qué tienes previsto hacer con él?

—Estoy intentando ayudarle a decidir lo que quiere ser en la vida. Una vez que se haya recuperado de la muerte de su padre, creo que estudiará sus aspiraciones. Casarse pronto. Establecerse para construir una cartera de propiedades. Hacer algo consigo mismo en la comunidad.

—¿La vida pública? —arqueé las cejas.

—Crísipo deseaba muchísimo que se labrara un puesto en la sociedad.

—Más de un descendiente de banquero ha hecho eso —admití—. Nuestro noble Emperador, por nombrar alguno. —Las finanzas eran un hábil pasaporte. Los descendientes llegaban a Roma bien provistos de dinero, si no de algo más; todo lo que tenían que conseguir era respetabilidad social. Si no recordaba mal, la familia de los Flavio lo había hecho mediante matrimonios inteligentes. Y luego las posiciones civiles y militares, directamente hacia lo más alto, saltaron a sus brazos acogedores.

—¿Con quién se va a casar Diómedes?

—Todavía tenemos que decidir la joven adecuada. Pero en estos momentos estoy tratando el tema con una buena familia.

—Paso a paso nupcial, ¿eh? —me burlé de una manera ofensiva.

Lisa supo que yo había llegado al auténtico tema de la entrevista. Aun así, se la veía incómoda, quizá porque todavía no le había dicho cuál era el motivo de mi visita.

—Me acaban de dar una información sorprendente, Lisa.

—¿De verdad? —Al tiempo que parecía indiferente, abandonó las cuentas y le hizo una seña a su escriba para que abandonara la habitación. No apareció ninguna criada para hacerle de acompañante. Era una mujer fuerte, de quien yo desconfiaba; yo habría agradecido la presencia de una ama de compañía… para protegerme.

—He oído que has heredado la mitad del
trapeza
. —Lisa inclino la cabeza—. ¡Eres una mujer afortunada! ¿Ya sabías dónde quedaba tu sitio en la herencia cuando hablamos de eso previamente?

—Siempre ha existido el propósito de este legado.

—¿Pero tu prudencia te obligaba a no decir nada?

—Siempre podía haber ocurrido —dijo con un poco de malicia—, algún cambio de planes de última hora. —Tendría que ser un testador valiente el que cambiara el testamento de Crísipo una vez que Lisa creía que era su principal legataria.

—¿Con la nueva esposa orientada a mejorar su propia posición? —insinué—. ¿Alguna vez Crísipo te había sugerido que podía cambiar la herencia?

—No.

—Y después del divorcio, ¿continuaste encargándote de los asuntos en el
trapeza
?

—A las mujeres no se les permite dedicarse a la banca —me corrigió.

—¡Oh!, no creo que eso te hubiera cohibido. ¿Me estás diciendo que Lucrio lo dirige todo? Me imagino que hace lo que tú le dices.

—Nadie ha tomado nunca todas las decisiones. Crísipo y yo… y Lucrio, también… éramos un consejo conjunto de dirección.

—¿Ah, Crísipo formaba parte de él?

Pareció sorprendida.

—Era su negocio.

—Pero tú eras la fuerza que lo hacía funcionar… y todavía lo eres. Y ahora está de forma conjunta en tus manos y en las de Lucrio… ¡pero me han dicho que estás a punto de volverte a casar!

—Sí, probablemente lo haga —respondió Lisa, sin inmutarse por mi feroz entrada— ¿Quién te lo ha dicho?

—Lucrio.

Me pregunté si estaría enojada con el liberto, pero no lo aparentaba.

—¿Te dijo cómo se llama el hombre con quien me voy a casar?

—Por desgracia se le olvidó mencionarlo. —Ella me estaba insinuando de una manera tímida lo que debía preguntarle para obtener los detalles—. Bueno, ¿quién es ese afortunado novio, Lisa? ¿Alguien que conoces desde hace tiempo?

—Podríamos decir que sí.

—¿Un amante?

—¡Por supuesto que no! —Eso la puso furiosa. Los informantes estábamos acostumbrados. Fuera lo que fuese lo que ella afirmara, yo investigaría si había tenido una aventura con el nuevo marido.

—Reconócelo. ¿No te das cuenta de que eso te coloca en el primer lugar de mi lista de sospechosos?

—¿Por qué debería hacerlo?

—Tú y tu amado teníais un premio como incentivo para matar a Crísipo, así tú podrías hacerte con el banco.

La mujer se rió con delicadeza.

—No había ninguna necesidad, Falco. De todas formas yo siempre iba a heredar el banco.

—Tu nuevo novio quizás hubiera querido una propiedad más directa… y quizá también estaba impaciente.

—No sabes de lo que estás hablando.

—Cuéntamelo tú, entonces.

Lisa habló con frialdad.

—Ha sido una costumbre centenaria que, cuando se hereda un banco griego, se deje conjuntamente a la viuda del propietario y a su agente de confianza. —Eso era lo que Lucrio me había contado. Sin embargo, él, de una manera subrepticia, no había revelado la siguiente y peculiar broma ateniense—: Para proteger el negocio, también es costumbre que los dos herederos, posteriormente, unan sus fuerzas. —Entonces, Lisa dijo, como si no fuera nada extraordinario—: Me voy a casar con Lucrio.

Tragué saliva. Luego, aunque parecía que no era una unión hecha por amor, le deseé a la novia toda la felicidad posible. Era de suponer que la riqueza compartida de la pareja hacía que la formalidad de desearles lo mejor para su vida futura resultara superflua.

XXXIII

Ésta era la fase peligrosa en la que el caso podía desvanecérsenos. El problema no era la falta de datos, sino que casi había demasiados para coordinarlos.

El trabajo no había terminado ni mucho menos. Sin embargo, no había pistas sustanciales a pesar de los numerosos cabos sueltos. Preparé un informe provisional para Petro en el que resumía el callejón sin salida:

• El encargado del scriptorium, los escribas y los esclavos de la casa están todos descartados, ya sea por su ausencia demostrada, por la confirmación de haber sido vistos fuera de la escena del crimen o por la ausencia de manchas de sangre en el interrogatorio inicial.

• Todavía tenemos que encontrar las ropas manchadas de sangre del asesino.

• La esposa, ex esposa e hijo, y el agente del banco han proporcionado coartadas aceptables; algunas de sus historias son dudosas, pero en teoría pueden dar cuenta de sus movimientos durante la hora de la muerte.

• Las personas que ganaban algo desde el punto de vista financiero se llevaban bien con la víctima, ya tenían dinero de antemano y, de todas formas, estaban incluidos en la herencia.

• Los autores cuentan con motivos:

• Avieno, el historiador, tiene una gran deuda.

• Turio, el idealista, ha ofendido e insultado a la víctima.


Scrutator
, el escritor satírico, se ha rebelado en contra de que lo presten como a un esclavo.

• Constricto, el aspirante a poeta amoroso, es un borracho y candidato a que lo echen.

• Urbano, el dramaturgo, se va a largar y está enfadado por los rumores denigrantes sobre él.

• Por desgracia, no hay pruebas concluyentes que relacionen a ninguno de ellos con el crimen.

—¿Algunos puntos oscuros? —preguntó Petro.

—Pisarco, el fletero que perdió los barcos y las cargas, tuvo una pelea con la víctima el mismo día en que murió. Todavía no hemos conseguido interrogarle; está fuera de la ciudad.

—¿Embarcado?

—En el interior; atracado en Preneste. Tiene una villa allí; es donde se suponía que mandarían a
Scrutator
a puntear apaciblemente una lira… quizá para compensar el sufrimiento financiero del fletero.

—Está fuera de nuestra jurisdicción —se lamentó Petro; los vigiles sólo operaban dentro de Roma. Entonces añadió con astucia—: Pero al final me puedo encontrar con que tenga un hombre viajando en esa dirección. O le podemos echar el guante para interrogarle la próxima vez que venga a la ciudad a suplicar un nuevo préstamo… ¿Crees que lo hará?

—Siempre lo hacen. De alguna manera encontrará una nueva garantía. ¿Con qué frecuencia un mercader de larga distancia de los océanos deja de comerciar?

—¿Algo más que deba saber?

—El gran misterio: una de las visitas que tuvo el muerto. Nos dijeron que Urbano acudió ese día, pero él lo niega. Me parece sincero. No hay duda de que había sido invitado y parece ser que el portero lo contó, así que ¿era otra persona? El sistema es tan impreciso y desorganizado que nadie lo sabe con seguridad. Si hubo un visitante de más, no sabemos quién es.

—¡Diantre! Sólo Crísipo nos lo podría decir, y está metido en su urna funeraria. ¿Eso es todo?

—Sigo creyendo que deberíamos investigar a los clientes del banco.

—¿Y bien?

—No me fío del hijo.

—¡Tú no te fías de nadie!

—Es cierto. Entonces, ¿qué te parece, Petro?

—Creo que el banco es el meollo de la cuestión. —Era de esperar. Él era un inversor prudente, que desconfiaba de la gente que manejaba los ahorros de otras personas—. Voy a volver a llamar a Lucrio para presionarle. No digo que le pidamos información confidencial, pero debe darnos algunos nombres y direcciones para que nosotros mismos podamos interrogar a los clientes. Compararemos la lista que nos dé con los nombres que nos apropiamos la otra noche cuando tuvimos acceso a sus registros. Si intenta ocultarnos algún cliente, ya sabremos dónde agarrarnos.

—Supone mucho esfuerzo —comenté.

Mi querido amigo Lucio Petronio sonrió con picardía.

—¡Es justo el trabajo que te va!

En ese momento fue cuando llamé a mi socio, aunque Petronio había rehusado pagar sus honorarios.

Aulo Camilo Eliano, el hermano de Helena, se encontraba sin oficio ni beneficio ya que no tenía una auténtica carrera, así que decidió que quería jugar a ser investigador. Nadie pensaba que perseverara en ello, pero yo tenía que ser cortés con la familia de Helena, o sea que me lo endilgaron hasta que decidiera abandonar. No tenía aptitudes pero, como hijo de un senador, contaba con una cierta presencia, suficiente para impresionar a la gente del ámbito mercantil, con un poco de suerte.

—¿Qué tengo que hacer? ¿Merodear por los callejones y espiar? —Mostró entusiasmo… demasiado. Se había presentado con una flamante túnica ocre que destacaría a un kilómetro y medio de distancia en el tipo de callejones que yo utilizaba habitualmente para las vigilancias. Rebosaba del entusiasmo juvenil que sólo dura cerca de medio día.

—Llamar a las puertas, hijo. Aprender a seguir llamando durante una semana mientras los aburridos esclavos insisten en decirte que tu presa ha salido. Cuando te encuentres cara a cara con los testigos, diles que somos demasiado honorables como para extraer información privada de su banquero, pero que estamos llevando a cabo una investigación por asesinato y que, por lo tanto, sería mejor que cooperaran. Pregúntales con discreción sobre sus depósitos… no les importará; disfrutan alardeando de sus fondos de plata. Cuando se hayan ablandado, les interrogas de forma severa sobre qué préstamos tenían.

—¿Cualquiera con un préstamo es un mal tipo?

—Si eso fuera verdad, toda la población de Roma serían unos villanos, especialmente tu ilustre padre, que tiene su vida entera empeñada.

—¡No puede evitarlo! Desde el momento en que un romano tiene una posición social, se ve obligado a gastar. —Me alegraba oír cómo Eliano defendía a Camilo padre, que ya había malgastado esperanzas y dinero en él. Al menos, el hijo parecía agradecido.

—Lo mismo vale para estas personas, a menos que sepamos de alguna deuda que sea…

—¿Enorme? —preguntó Eliano con impaciencia.

—No, no; sus deudas pueden ser de cualquier envergadura… mientras crean que las podrán devolver. Lo que estoy buscando es alguien que se sintiera presionado.

—¿Vas a estar conmigo en esto? —Al final, tuvo un débil asomo de preocupación.

—No. —Lo miré fijamente con lo que esperaba que fuera una expresión inescrutable—. Es una operación de dos hombres. Tenemos que mantener a un hombre en la reserva para que pueda volver después y disculparse si ofendes a alguien.

—Te encanta bromear, Falco.

—¿Quién estaba bromeando? —Camilo Eliano era un patricio de veinticinco años que nunca en su vida había tenido que pasar por una situación social delicada.

Eliano se fue solo, con una lista de direcciones. Tuve que proporcionarle una tablilla de notas; le dije que trajera la suya la próxima vez. En el último momento, se le ocurrió preguntarme si era probable que esto fuera peligroso. Le dije que no lo sabía, y le aconsejé que recibiera clases de defensa personal en su gimnasio. Solía ir siempre con el ceño fruncido y todavía se puso más huraño cuando le recordé que en Roma era ilegal ir armado.

—¿Entonces qué hago si tengo problemas?

—Retroceder. Si es inevitable, puedes pegarle a quien sea… el modo ideal es hacerlo justo antes de que te golpeen a ti. No obstante, intenta recordar que cualquiera de los tipos desagradables que te encuentres puede que sea amigo mío.

Seguro que armaba un lío tremendo. Yo me conformé con dejar que lo hiciera. En primer lugar, pensaba que lo sabía todo; cometer errores era la única manera de que algún día aprendiera. Y en segundo lugar, la confusión siempre resulta útil cuando un caso está estancado.

—Supongo que si surgen problemas me culparás de todas formas, ¿no, Falco?

El querido hermano de Helena era más inteligente de lo que me temía.

Le asigné a mi aprendiz los clientes más sencillos. Sin que él lo supiera, yo también estaba por ahí fisgoneando los nombres que me parecían más peliagudos.

Trabajamos con los deudores y los acreedores durante unas cuantas semanas. Mientras tanto, Petronio solicitó de manera formal que las cohortes de vigiles responsables de los alrededores del Foro buscaran a Pisarco. Cambiamos de mes. Ese agosto fue sofocante. Tuve que explicarle a Eliano que sólo las personas honestas y los delincuentes de carrera paraban por vacaciones. En nuestro mundo crepuscular, nosotros seguíamos adelante. En el mejor de los casos, la gente se sorprendería tanto al vernos, que podríamos cogerla desprevenida. Y en el peor de los casos, como Pisarco el fletero, estarían fuera, inaccesibles en algún refugio a la sombra de los helechos.

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