—Acaba el postre —dijo, y se levantó para recoger.
De la cocina me llegaba el ruido de platos y el gluglú del fregadero; fui hasta allí, no para molestarle, sino más bien para hacer las paces. Pero allí dentro vi el papel de embalaje de la Redoute que salía del cubo de la basura y aquello me recordó mi misión. Es decir, había que demostrar la ESTRATEGIA, y aquel era el mejor momento para desenfundar mi arma letal.
—¿Le ayudo?
—No, puedo solo —replicó en tono glacial sin ni siquiera mirarme.
—Yo no le he dado mi regalo —dije sacando de mi espalda una página de ti doblada en cuatro.
Entonces me miró. Cerró el grifo y se secó las manos con un paño. (Por cierto, R. tiene un congelador, ¡evidentemente! Cuando le pregunté por qué me había mentido INCLUSO en cuanto al frigorífico, me respondió que los Mister Freezer eran una porquería química que estropeaba los dientes. Ya sabes que con los dulces él siempre está erre que erre…) Se acercó a mí y le entregué la poesía. Volvimos al salón para estar más tranquilos, él se sentó en el sofá y lo leyó con mucha atención. A su espalda yo repetía los versos en silencio porque, claro, me sabía la poesía de memoria.
ME PREGUNTO
(Poema de Navidad)
Me pregunto por qué ya no hay bosques,
con árboles majestuosos y otoño de fuego
Me pregunto por qué ya no cae la nieve,
y los hombres bonachones y rechonchos
desaparecieron para siempre
Me pregunto por qué la hierba ya no es tan verde,
y no hay más que homigón tan frío e inerte
Me pregunto dónde estarán los renos,
y el trineo de miel borrado en el cielo
Me pregunto por qué los amables dragones
secuestran a las princesas que no han hecho nada
Me pregunto por qué el sol es tan agradable
pero desaparece siempre en el fondo de la chimenea.
Y adónde va el hollín cuando todo se ha consumido.
M.E.
Levantó la vista hacia mí, y sus ojos brillaban. Parecía emocionado, angustiado, triste, pasmado, un verdadero
maelstrom
de sentimientos tras sus grandes gafas. Sin abrir la boca, se levantó y se fue al lavabo, al fondo del pasillo. Aproveché para correr de puntillas hacia la cocina y sacar el papel de embalaje de la basura: me sentía como un agente secreto en una película de acción, con un oído al acecho por si volvía R., intentando descubrir un secreto de Estado.
En el sobre plastificado se leía:
Rémy Lunel y Amélie Foret
Recogida paquete en Mam Baby / Centro comercial Belzunce
64130 Mauléon-Licharre
¡Lo sabía! ¡Raphaël, sí, sí, y un jamón!
Conozco el lugar, Mauléon-Licharre. No queda muy lejos de casa, a unos cincuenta kilómetros en dirección a Pau. ¡Pero lo de recoger el paquete en otro sitio no se me había ocurrido! El caso es que en casa no se hacen pedidos así (y a mí, en cuestión de tiendas, las que me flipan son las de segunda mano, con pingos que no lleva nadie, ¡y además el reciclaje es ecológico! Cuánto echo de menos ir con mamá a rebuscar en esos lugares que huelen a naftalina…). Oí el sonido de la cadena y dejé otra vez el papel en la basura, tal como lo había encontrado. Me planté en el salón, me senté en la tapicería raída amarilla con aspecto de aquí no pasa nada, mientras mi corazón tocaba un tam-tam desbocado.
—Perdóname —dijo a la vuelta, y se sentó a mi lado en el sofá—. Es un poema muy bonito —siguió—. Estoy contento de que lo hayas escrito para mí.
—¿Pues por qué pone esa cara?
—Soy un «dragón»… ¿de verdad es eso lo que piensas?
—Es una metáfora —dije encogiéndome de hombros—. Es poesía, no tiene que ofenderse. Además, digo que es amable.
—No estoy ofendido… Más bien triste. Creía que aprendiendo a conocerme, aprenderías a quererme. No pensaba que te sintieras tan desgraciada.
—Si me cae bien… Lo que pasa es que miente siempre, y no se puede conocer a alguien que miente siempre.
—Te mentí al principio, es verdad, no tenía más remedio que hacerlo… Pero hace mucho tiempo que no lo hago. Sabes todo lo que necesitas saber, te aseguro que… ¿Qué más querrías saber?
Hice como que pensaba y luego pregunté:
—¿A cuántos kilómetros está mi casa, por ejemplo?
—A unos trescientos —respondió sin pestañear.
No creo que sea verdad, me extrañaría que hubiera cruzado todo el departamento para ir a recoger un paquete. A partir de entonces no hice más preguntas, porque él no hacía más que venderme motos sin casco ni nada. Si quiero la verdad, tendré que descubrirla yo sola, como una persona mayor.
Aunque eso implique rebuscar en la basura.
Guéthary, 15 de agosto,
cielo estrellado, mar oscuro
En el norteCariño:
Hoy ha pasado algo curioso: ha venido a vernos Stanislas, tu Stanislas. Tú cumpliste catorce años en abril, él cumplió 24 en mayo. Avanzáis en decenas paralelas, casi sin desfase, y nunca me había dado cuenta de ello. Cuando seas mayor de edad, si sigues queriéndole, aún será lo suficientemente joven para que todo sea posible. Incluso será más guapo, con las patitas de gallo en los repliegues de sus ojos y los mofletes de la infancia como nieve al sol, ¡solo a los hombres embellecen las arrugas! Lo que quiero decir, Madi, es que cuanto más tiempo pase, este amor de niña, imposible, irreal, puede convertirse en un hecho plausible. ¡Oh! Por supuesto que no me engaño. Si vivieras todavía aquí con nosotros, ya habrías pasado página. (¿Tal vez ya has pasado página…?) Pero yo me he quedado atascada contigo en este novio, con sus iniciales en rotulador en tus braguitas, en las suelas de tus zapatillas de deporte y grabadas con el cuchillo suizo en la madera de pino de tu mesa. Qué le vamos a hacer si ya es un poco mi yerno… Un yerno de cuento de hadas, el cuento que nos ha creado esa fantasía tuya, un yerno virtual; pero en cuanto lo vi llegar, vestido de lino blanco y téjanos azul oscuro, pensé que realmente en tu cabeza el príncipe encantador tenía este aspecto.
Sentía curiosidad por ver a Salomé, como todo el mundo, pero no era solo eso. No había vuelto a nuestra casa
desde que,
y enseguida he comprendido que presentía lo mismo que yo, a pesar de la presencia de tu hermana, a pesar de los rayos de sol difractados en el salón: el espacio excesivo, la asfixia del espacio excesivo. Se le veía violento, inquieto por si decía algo inoportuno, pero su torpeza dejaba al descubierto esa sinceridad que creo que ya no veo en nadie. Mi corazón, como una cuerda, se encogió, y tuve ganas de estrecharle entre mis brazos.Está enamorado, pero tranquila, no durará: la pena en su mirada, cariño, era un libro abierto. Es joven, tonto. A esa edad, uno se encapricha de lo peor. Antes de tu padre hubo alguien; no, no mucho tiempo, apenas unos meses… sobre el filo de la navaja, cada paso a punto de caer. Lo conocí en la Sorbona: era mi profesor de historia medieval. Sé perfectamente que no parece algo excitante, dímelo a mí… Pero lo era, ¡y mucho! Un hombre mayor que yo y la erótica del poder… Yo no tenía más que veintidós años y aún estaba en casa. Vivimos una pasión loca, habitaciones de hotel —su idea del romanticismo, decía, una cama distinta para cada encuentro, flores en los jarrones,
room service
por la mañana, las impecables sábanas arrugadas con nuestros juegos y el asalto a los barrios, cada noche uno distinto—, éramos turistas en nuestra propia ciudad. Hasta el día en que supe que en este torbellino no había ni una pizca de romanticismo: simplemente estaba casado. ¡La traición, cariño! Y sentirte ingenua, ¡como recién salida del huevo! Con aquel romance, Madi, me convertí en charco, en alcantarilla… y no salí con nadie más hasta Raphaël, a quien conocí tres años después en el Salón del Libro, donde Papy dedicaba
La Décadence des Sages.Aquel hombre, aquel primer hombre se llamaba Dimitri. De algún modo, gracias a él amé a tu padre. El amor verdadero: el que beneficia más que perjudica. Unos años después comprendí que aquel hombre me había atraído porque se parecía mucho a Papy. Algo corriente e ineludible: «¡El complejo de Edipo!».Tú no sabes cómo se llama pero también lo has vivido: Raphaël, a tus ojos, ¡era un dios viviente!
Y todo para decirte una cosa, cariño: no conozco a la tal Louison, pero conozco a Stanislas. Conozco la mirada en la que se rompe la tristeza cuando me ha hablado de ella.
¿Sabes? Ahora reconozco la desgracia con tanta facilidad…
Tu hermanita está bien, va cobrando fuerza y engordando día a día, como Larry en su época. Ya había olvidado ese perfume de bebé. Sería tan feliz si tú pudieras notarlo también, extasiarte como nosotros ante tanta perfección, las minúsculas uñas, los pies acabados de modelar, los labios tan pequeños, ¡y sin embargo tan ávidos! Como siempre que aparece un bebé, jugamos al juego de las dos familias. Tú tienes los rasgos Capdevielle, mi pelo, los ojos de Mounie, la nariz de Papy. Salomé no tiene más que dos semanas pero creo que es más Etchart: desde que nació pensé que se parecía a Raphaël, la boca fina, las cejas altas, el mentón contundente. Tú no has conocido a tus abuelos, pero el padre de papá tenía la misma frente que ella. Tiene aún los ojos azules, evidentemente, pero se ven claros, ¡y me gustaría tanto que hubiera heredado de mi parte las esmeraldas de tu tía!
Salomé sin familia… Solo papá y yo, Amélie, Samuel. Pienso que tú has tenido la suerte de conocer a un par de antepasados; y la ira contra mi padre renace en oleadas cuando miro a esa niña a la que despojaron de todo incluso antes de que existiera. Fotos, fotos, miles de fotos, he aquí lo que tendrá ella para poder quereros. ¡Pero no son más que papel!
De todas formas, gracias a ella estoy mejor. Me levanto Ella y Tú, respiro Ella y Tú, como Ella y Tú, y de la inmensa nada se reconstruye una apariencia de realidad. Pero tu padre… la pareja es un sistema de columpio, como aquel en el que jugabais Nathan y tú en el jardín, sentados uno frente al otro, siguiendo el contrapeso. Yo estoy mejor, pero Raphaël se desmorona. Para un padre, siempre es difícil al principio, el vínculo de fusión entre la madre y el pequeño, la lactancia, todas esas cosas se le escapan. Esas sensaciones, esos olores, esos gestos que vuelven a empezar todos los días, el llanto nocturno y las nanas… catorce años atrás, cariño, el tiempo se remonta a lo largo de la cuna como un reloj invertido, destellos de memoria en los animalitos luminosos proyectados en las paredes, los despertares sudorosos en plena noche para comprobar que sigues ahí… que ella sigue ahí.
Él me ha sostenido durante esos tres años, y ahora me toca a mí. Pero al lado de él, no doy la talla. No soy una roca, cariño, soy tan poca cosa… Yo sedimento con demasiada lentitud y él se desmorona demasiado deprisa;
no
sé qué hacer. ¡No sé qué hacer! Ayudarle, pero ¿cómo? Intento sobrevivir por vosotras, por Salomé y por ti, pero no tengo fuerza suficiente para salvar a mi marido.Tienes que volver, Madi. Oye mi plegaria, estés donde estés, bajo tierra, en España, en Bélgica, en Perú, no quiero volver a hacer girar mesas ni soportar tarots, no quiero volver a oír a los gendarmes con sus pistas borradas antes incluso de que se crearan, no quiero oír de nuevo latir mi corazón a cada cadáver de niña… un zapato… un jersey… una mochila…,ya no quiero esos recortes de prensa «Aparece su hijo después de siete años de ausencia» amontonados ridículamente por la desesperación, ya no quiero tu habitación, el aspirador, el plumero y luego cambiar las sábanas para alguien que no duerme allí, que ya no duerme allí, el último libro de Harry Potter que acaba de salir en la mesilla de noche sin nadie que lo lea, ya no quiero el reflejo en los grandes almacenes ante un vestido que te habría gustado… ¿qué talla?… ¿Qué TALLA?
Ya no lo quiero; tu padre no puede más.
Te lo ruego, cariño, tienes que volver. Porque eres la única que puede salvarnos.
Nunca olvides que te quiero.
MAMÁ
Estamos a 20 de abril, un día que no hay que olvidar: esta tarde he hablado con la Pelirroja.
La Pelirroja se llama Ellie, nombre que casa con ella. Es canadiense pero no tiene acento.
La Pelirroja es guionista.
A los cinco minutos me ha citado a Philip Roth.
—He decidido cambiar la ficción de ser yo misma por la auténtica y satisfactoria ilusión de ser otra persona.
Me ha invitado a un café y la he hecho reír. Es increíble pero le parezco divertido.
En estos momentos escribe el guión de una película de vampiros gore para el cine, algo muy gracioso en una chica que parece un hada. Sobre todo lo que no tengo que hacer es presentársela a Antoine: se enamoraría de ella.
—El pelo rojo —me explica ella—. La marca de las brujas. Persigo a personas que no existen, así evito meter la pata.
La Pelirroja es un personaje.
Mi bruja rubia, en aquellos días, me ponía morros. Sin noticias, la llamé al cabo de cuatro días, pues su ausencia me retorcía las tripas en cuanto se me hubo pasado el enfado… siempre se me pasaba.
—Yo misma no puede, tiene una cita.
Esa pequeña comedia duró casi tres semanas, hasta que un sábado por la noche, muy tarde y muy borracha, llamó a mi puerta: necesidad de sexo, imagino, ya que, a pesar de nuestros problemas anexos, esta parte de la historia era perfecta y ella no tenía ninguna intención de sustituirme para esta actividad precisa.
Safe sex, safe love..
.Volví a encontrar, pues, mi isla, como uno que está a punto de ahogarse, con el chute de Louison en las venas, vivo otra vez.
—Cuestión de arte —me dijo, apoyándose en el codo, una vez acabado el asunto—. No tiene nada que ver con la sexualidad. Bueno, sí, pero es una idea de la sexualidad, una visión, una abstracción, ¿entiendes?
—Tus tetas no me han parecido muy abstractas,
baby.
—¡Qué plomo eres a veces! ¿Crees que si tú escribieras una escena de jodienda, yo te montaría un pollo? No, claro que no, porque sería completamente ridículo.
—Si escribo una escena de jodienda, ¡es Yo misma quien me la inspirará!
—Un gran detalle, cielo.
—Yo tengo detalles. Ese es el problema. «Demasiado bueno, demasiado bobo», decía mi abuela.
—La mía decía: «A caballo regalado no le mires el diente».
—No veo la relación.
—Yo tampoco. Es por conversar. Tengo hambre, ¿vamos a comer?