Nada hacía que el tiempo pasara más deprisa, ni hojear una revista ni escribir «Pelasio el Simpasio» ni arreglar mi cuarto hasta dejar incluso los deuvedés en orden alfabético. Lo único que me quedaba por hacer era meterme debajo de mi edredón morado y esperar. Me lo coloqué por encima como una tienda de campaña, aislándome del universo, y ahí es precisamente donde estaba cuando empezó a sonar el teléfono. Miré la pantalla y el nombre de Aaron iluminó mi mundo.
—Hola —le dije, ridículamente contenta de tener noticias suyas.
—Hola —contestó él con el tono opuesto.
—¿Qué tal ha ido la cosa? ¿Se ha enfadado? ¿Te ha dado un puñetazo? —No hubo respuesta—. ¡Ay, Dios! Te lo ha dado, ¿verdad? ¿Estás bien?
Se oyó a Aaron resoplar.
—He estado a punto, te lo juro.
—¿Qué quiere decir eso de
he estado a punto
? ¿Es que no se lo has dicho?
—No he podido, Zo. De verdad. Hemos tenido que ir a ver a mi padre. El miércoles pasado había quedado con su novia, así que nos dijo que nos viéramos mejor esta tarde. Quería decirnos una cosa importante sobre ella.
Cerré los ojos, asustada por el rumbo que estaba tomando la conversación.
—¿Qué cosa?
—Por decirlo de algún modo, que no se van a separar.
—¿Está embarazada?
—Qué va. Se van a casar. Él se lo pidió el día de San Valentín. La boda va a ser en abril.
—¿En
abril
? ¿No es un poco pronto?
—No ven motivo para esperar. Le tenías que haber oído —dijo Aaron—. Está lo que se dice enamorado.
—Y tú, ¿estás bien?
—Yo sí, pero Max… Consiguió guardárselo por dentro mientras estábamos con mi padre, pero al llegar a casa explotó. De mala manera.
Me quité el edredón de la cabeza porque de pronto me faltaba el aire.
—Aun así se lo tenemos que decir. —Aaron no respondió. Me tumbé de espaldas y contemplé el techo con la mano apoyada en la frente—. No podemos ocultárselo. Y menos después de lo ayer. Se lo
tenemos
que decir. —Por el teléfono zumbó el sonido de la nada—. ¿Aaron? Di algo, por favor.
—Lo siento de verdad.
Tragué saliva, con el miedo brotando de mi interior.
—¿Qué quieres decir?
—Que él me necesita, Zo. Y te necesita a ti.
—Pero yo no puedo fingir —dije, con los ojos llenándoseme de lágrimas—. No puedo ir al instituto el lunes y callarme lo que pasó en la biblioteca.
—
Por favor
—suplicó Aaron—. Vamos a darnos un tiempo para pensar qué hacemos.
—¿De verdad me estás diciendo que vaya y le dé un beso y me comporte como si no hubiera pasado nada?
—Sí… No… Ay, no sé. Mira, ¿podemos vernos mañana? —me preguntó con voz de desesperación, así que le conté lo de la fiesta de Dot, y que iba a tener toda la casa para mí por unas horas porque mi madre quería que me quedara a repasar para un examen de Ciencias—. Pues voy y hablamos —dijo—. Algo se nos ocurrirá, te lo prometo.
—De acuerdo.
Hubo un silencio un rato y luego un susurro apagadísimo. —No me arrepiento, Zo. Igual debería, pero no.
Apreté el teléfono.
—Yo tampoco. Ni un poco.
—Te cambia la voz cuando sonríes.
Se me agrandó la sonrisa.
—A ti también.
—La cosa se ha complicado.
—Sí.
—Pero lo vamos a arreglar.
—Ya lo sé.
—Y entonces…
—Y entonces.
—Se me va a hacer largo, Chica de los Pájaros.
—Muy largo.
Al día siguiente estaba yo fingiendo repasar mis apuntes sobre la atracción magnética cuando llamaron a la puerta. Encontré en el porche a Aaron con unos vaqueros azules y una sudadera verde, y en la mano una raqueta de tenis.
—¿Me devuelves la pelota, por favor? —dijo como un niño pequeño, y yo di un gritito de esos tontos que dan las niñas y salté a sus brazos, comprendiendo de repente los principios del magnetismo infinitamente mejor que con todas las explicaciones que nos habían dado en clase—. Todavía no me has devuelto la pelota —dijo Aaron mientras yo tiraba de él para hacerlo entrar en mi casa. En mi casa, Stu. Aaron estaba dentro de
mi casa
, con sus zapatillas de deporte sobre mi alfombra, con su olor mezclándose con el del abrillantador de mi madre.
—¿De verdad se te ha caído una pelota en mi jardín?
—Se me ha ido una por encima de tu tejado —dijo Aaron fingiendo un saque y dándole sin querer con la raqueta a la pantalla de la lámpara.
Cruzamos a toda velocidad la casa entera hasta emerger en el jardín de atrás para lanzarnos a la caza de la pelota, mirando entre las hojas y metiendo la cabeza en los matorrales y apartando las plantas con los pies. Aquello se convirtió en un desafío, en una carrera loca por ver quién la encontraba primero, y la localizamos los dos exactamente al mismo tiempo al lado de una maceta. Pegando un salto espectacular, la agarré antes que Aaron y salí corriendo a toda velocidad, gritando de alegría con la pelota en la cabeza. Aaron me alcanzó, me cogió por la cintura y me levantó por los aires.
—¡Viva la Chica de los Pájaros! —proclamó llevándome por todo el jardín mientras yo saludaba a mis vociferantes fans, y luego caímos los dos en la hierba húmeda—. Buen trabajo.
—Gracias —contesté mientras fingía una reverencia. Nos tumbamos de espaldas con nuestras manos tocándose pero no agarradas, porque había unas normas a las que nos teníamos que atener y una conversación que teníamos que mantener.
—Entonces, ¿qué vamos a hacer? —preguntó Aaron poniendo la voz seria.
—Espera —rezongué—. Tampoco hace falta que sea ahora mismo. Vamos a quedarnos un instante así tumbados.
De pronto empezó a cantar un pájaro y me incorporé, buscando por todas partes de dónde venía el sonido.
—¿Una golondrina? —me preguntó Aaron.
Solté una risita.
—No es más que un gorrión común. Las golondrinas siguen todavía en África. Probablemente corriendo aventuras increíbles. —Volví a dejarme caer de espaldas en la hierba y esta vez Aaron me cogió la mano.
—Eso es lo que voy a hacer yo —dijo entrecerrando los ojos mientras el gorrión levantaba el vuelo con un ruido que sonaba a libertad—. Viajar por el mundo.
—Voy contigo. Cuando se lo hayamos dicho a Max y yo haya terminado el instituto y mi madre no pueda impedírmelo. Voy a ahorrar todo el dinero de la biblioteca y nos iremos a…
—¿A Londres? ¿A Manchester? ¿A Leeds? —se burló Aaron—. No íbamos a llegar muy lejos con lo que tú ganas.
—Tú tienes el dinero que te dio tu padre —le dije—. Podrías llevarnos a los dos en busca de aventuras.
Aaron me atrajo hacia su pecho, con mis piernas balanceándose entre las suyas mientras nuestros corazones palpitaban uno sobre el otro.
—Tú te vienes conmigo —murmuró haciéndome cosquillas con el aliento en la oreja—. A Sudamérica o a donde sea. —Me besó en la frente. Y luego en los párpados. Y después en los labios, abriendo la boca y lanzando la lengua contra la mía. Me aparté, moviendo un dedo delante de su cara.
—¡Compórtate! Se supone que no vamos a hacer nada malo.
Aaron se me subió encima, tapándome el sol.
—A veces hay buenas razones para hacer cosas malas —murmuró—. Tú pregúntale a Guy Fawkes.
—Qué
cutre
.
—¡Si a ti te encanta!
—A mí me encantas tú —susurré poniéndole una mano a cada lado de la mandíbula y acercándome a él, cubriéndole la cara de besos diminutos, encontrando con los labios el puente duro de su nariz y el remolino suave de sus cejas y la rasposa barba de tres días de su barbilla mientras su boca decía:
Y a mí tú y a mí tú y a mí tú
.
Bajo el peso de Aaron empecé a sentirme cada vez más ligera hasta estar de verdad ahí en lo alto con el gorrión, bajando en picado y elevándome por encima del séptimo cielo. Cuando empezó a chispear, Aaron me ayudó a ponerme de pie y, Stu, no podíamos parar de besarnos, llegamos hasta el cobertizo del jardín en una confusión de bocas y manos y pies que tropezaban, pisando las herramientas y apretándonos para pasar junto a la caja de azulejos, acelerándonos cada vez más a medida que nuestro amor iba empañando las ventanas y puede que llenando de rocío las telarañas y haciendo destellear la seda.
Aaron despejó un espacio entre los trastos, descolgó la chaqueta de mi padre de su clavija y la extendió sobre el suelo polvoriento. Encontré con los dedos el final de su jersey y tiré de él hacia arriba con la necesidad de verle de sentirlo de estar cerca de su piel, y allí estaba, pálida y suave y firme, y se la acaricié hasta el último centímetro mientras él jadeaba sin ruido, abriendo la boca mientras mis dedos peinaban el pelo castaño y rizado en suaves espirales de por debajo de su ombligo.
Me cogió las manos con una de las suyas, me levantó los brazos y me quitó la camiseta por la cabeza, mi pelo subiendo alto alto alto con la camiseta para volver a caer
en un susurro
sobre mis hombros desnudos. Sus ojos me decían: «Qué guapa eres» y así era como me sentía mientras él me quitaba el sujetador, despacio, muy despacio, como si tuviera miedo de hacerlo mal. Casi sin poder respirar tiré de él hacia la chaqueta y nos envolvimos en ella lo mejor que pudimos, nuestros cuerpos enredándose en un nudo que nadie habría podido deshacer. Mi piel tocaba su piel, su cuerpo estaba más caliente que el mío. Metió el brazo por debajo de mi cuello. Parpadeábamos al mismo tiempo, aspirábamos el mismo aire. Y justo cuando nuestros labios estaban a punto de tocarse se oyó un ensordecedor
RING RING
RING RING
RING RING
Aaron se metió la mano en el bolsillo trasero y por la cara que puso supe quién le estaba llamando.
—¿Debería hablar con él? —me preguntó con voz de pánico. Antes de que yo pudiera responderle, Max colgó.
Dejé caer la cabeza en el brazo de Aaron y solté un bufido de alivio… que acabó otra vez en un respingo al ver que mi propio teléfono empezaba a zumbar en mi bolsillo.
—Es mejor que contestes, Zo.
—¡No puedo! —dije, pero de todas formas apreté el botón, y apoyándome en un codo le di la espalda a Aaron.
Hablamos, Stu, y casi no soy capaz ni de escribirlo, porque Max estaba con un disgusto enorme por lo de la boda de su padre y yo lo único que pretendía era salir del paso, murmurando cosas que no sentía, porque tenía a su hermano tumbado a mi lado, y su pecho desnudo subía y bajaba mientras escuchaba la conversación, tapándose los ojos con las manos.
—Y ¿tú qué haces? —me acabó preguntando Max, y a mí se me contrajo la garganta. Carraspeé. Dos veces.
—Nada. Estoy repasando para el examen de Ciencias —conseguí decir, y Aaron echó a un lado la vieja chaqueta de mi padre y se puso bruscamente de pie.
Max suspiró por el teléfono.
—Yo también tendría que hacerlo. ¿Te quieres venir? Tengo toda la casa para mí solo. Mi madre ha salido de compras con Fiona, y mi hermano no sé dónde está.
Torcí el gesto.
—Tengo que quedarme aquí —dije mientras Aaron se ponía la sudadera, metiéndosela por la cabeza y empujando los brazos por las mangas—. Lo siento. Me tengo que concentrar.
—Por favor —dijo con una voz que no reconocí—. Necesito verte.
—Lo siento —le dije disculpándome por cosas que él no habría podido creer jamás—. Tengo que colgar.
Me costó un rato librarme de él y cuando por fin dejé el teléfono, me entraron náuseas de la vergüenza.
—Has hecho lo que tenías que hacer —dijo por fin Aaron, pero estaba mirando la cortacésped en lugar de a mí, y de su voz había desaparecido cualquier matiz cariñoso—. La culpa la tengo yo —murmuró ordenándose el pelo con dedos crispados—. No debería haber venido.
—No digas eso. Por favor, no digas eso.
Se sentó encima de la caja de azulejos, con cara de odiarse a sí mismo.
—¿Qué estamos haciendo, Zoe? Esto está mal. Pero mal de verdad. —Me incorporé hasta ponerme de rodillas y me abracé con fuerza a sus piernas. Aaron me puso la mano en la espalda desnuda y yo apoyé la cabeza en su regazo—. No puede volver a pasar.
—Lo sé.
—Tenemos que decirle la verdad.
Levanté la vista para mirarle.
—Ya. Pero ¿cuándo?
—Pues no sé. Tendremos que esperar a que llegue el momento oportuno, supongo.
—No hay momento oportuno —murmuré—. Va a ser horrible lo hagamos cuando lo hagamos. Horroroso. —Al ver que me echaba a llorar, Aaron me acarició el hombro y me odié a mí misma por ser tan débil, pero no era capaz de contener las lágrimas—. Aunque mejor esperamos hasta después de la boda. Por lo que me dijiste ayer por teléfono. Lo de que él te necesita. Y a mí. No podemos…
—Pero para eso falta un siglo, Zo.
Nos miramos el uno al otro sintiéndonos desamparados. Sorbí por la nariz, intentando ser fuerte.
—Solo faltan unas semanas. Unas semanas, nada más. —Le cogí las manos con las mías, enjugándome la cara con el brazo—. Pero deberíamos fijar una fecha para decírselo. Como…, no sé. El 1 de mayo o algo.
Aaron me dio un beso en la frente.
—De acuerdo. El 1 de mayo.
Y así fue como lo decidimos, Stu, eligiendo la fecha al azar, y no quiero hablar de lo que pasó esa noche, ni ahora ni nunca. No quiero hablar ni de la lluvia ni de los árboles ni de la mano que iba desapareciendo ni de las sirenas azules de la policía ni de los llantos ni de las mentiras ni del ataúd ni del sentimiento de culpa culpa culpa que tengo cada minuto de todos y cada uno de los días. Y si lo tengo que escribir, prefiero hacerlo con lápiz para poder borrarlo todo inmediatamente, suprimiendo por completo esa parte de mi vida para que se disuelva en la nada y yo pueda empezar de nuevo, dibujándome como quiero ser, que es con una sonrisa de libertad y un corazón puro y un nombre que pueda escribir con mayúsculas porque no me dé miedo revelarlo en una carta garrapateada en un cobertizo.
Con cariño,
Zoe xxx
Calle Ficticia, 1
Bath
12 de abril
Mi querido Stu:
Para cuando recibas esta carta estarás ya muy cerca del final, y no sabes cuánto siento no haber podido hacer más para salvarte. Lo único que me queda por esperar es que en tus últimos días salga el sol y que sus rayos entren por tu ventana mientras el halcón de cola roja se eleva hacia el cielo. Espero que todo te parezca diferente, el amarillo más vivo y el azul más intenso y las plumas de un escarlata más encendido que nada que hayas visto en tu vida. No sé si te sentirás tranquilo o si el corazón se te estará volviendo loco. Si tuvieras uno de esos monitores de hospital, me pregunto si estaría en plan BUM BUM BUM como si tuviera un gigante atrapado dentro, o bumbumbumbumbum como si hubiera un ratón corriendo por los cables.