Read Nocturna Online

Authors: Guillermo del Toro y Chuck Hogan

Tags: #Ciencia Ficción, Terror

Nocturna (55 page)

BOOK: Nocturna
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Había herido al Amo. Por lo menos lo había cortado.

Pero escasamente había constatado esto cuando el Amo regresó y lo golpeó en el pecho con sus garras. Eph sintió que sus pies se elevaban por el aire, su espalda y hombros chocaban estruendosamente contra la pared, y que sus músculos estallaban de dolor mientras caía al suelo.

Fet avanzó con su lámpara, y Setrakian blandió su espada hincado en una rodilla, manteniendo a la bestia a raya. Eph se incorporó tan rápido como pudo, preparándose para recibir más golpes… pero no recibió ninguno.

Estaban solos de nuevo; podían sentirlo. No se escuchó ningún sonido, salvo el zumbido de las luces del techo, muy cerca de las escaleras.

—Lo corté —dijo Eph.

Setrakian utilizó su espada para ponerse en pie, pues tenía un brazo herido. Subió un peldaño y vio la sangre blanca del vampiro.

Subieron las escaleras doloridos pero con decisión. Llegaron al ático de Bolívar, localizado en la planta superior de la casa más alta. Buscaron rastros de sangre de vampiros pero no vieron indicios. Fet pasó a un lado de la cama sin hacer y arrancó las cortinas de las ventanas que oscurecían el cuarto; penetró un poco de luz, pero no los rayos del sol. Eph inspeccionó el baño y le pareció más grande de lo que había imaginado, especialmente por los espejos de marcos dorados que lo reflejaban hasta el infinito. Vio un ejército de doctores Goodweather portando espadas en sus manos.

—Por aquí —jadeó Setrakian.

En una silla de cuero negro del salón de conferencias había rastros frescos de sangre blanca. Dos entradas con arcos y cortinas gruesas dejaban filtrar una luz tenue debajo del dobladillo de los encajes, y el techo de la casa contigua se veía un poco más abajo.

El Amo estaba allí, en el centro del cuarto, su rostro infestado de gusanos, inclinado hacia ellos, mirándolos con sus ojos de ónix, y de espaldas a la luz diurna y mortífera. La sangre blanca e iridiscente goteaba espaciadamente por su largo brazo y su mano, cayendo desde la punta de su garra inhumana al piso.

Setrakian avanzó renqueando, arrastrando su espada por el piso de madera. Se detuvo y levantó la hoja de plata con el brazo indemne, para enfrentarse al Amo, mientras su corazón latía desaforadamente.


Strigoi
—dijo el anciano.

El Amo lo miró impasible, diabólicamente majestuoso, sus ojos como dos lunas muertas en nubes de sangre. El único indicio de su padecimiento era el rebullir excitado de los parásitos sanguíneos en su rostro aterrador.

Para Setrakian, la oportunidad estaba casi a su alcance… y, sin embargo, su corazón se estaba ahogando y apagando.

Eph y Fet acudieron a él, y el Amo no tuvo otra alternativa que luchar para escapar de allí. Su rostro exhibió una mueca feroz. Le arrojó una mesa a Eph de un puntapié, enviándolo hacia atrás, y con su brazo ileso le lanzó una silla a Setrakian. Los dos hombres se apartaron y el Amo se escurrió por el medio resuelto a embestir a Fet.

El exterminador levantó la lámpara, pero el Amo la esquivó y lo arañó en un costado. Fet cayó al lado de las escaleras. El Amo se abalanzó sobre él, pero Fet reaccionó con rapidez y le descargó la lámpara en su rostro contrahecho. Los rayos UVC lo hicieron tambalear hasta la pared, y el yeso crujió con el peso de su tamaño descomunal. El Amo retiró las garras de su rostro; sus ojos se veían más grandes que antes, y su mirada extraviada.

El Amo estaba ciego, pero sólo temporalmente. Los tres hombres comprendieron la ventaja que tenían, y Fet se acercó con la lámpara. El Amo retrocedió frenéticamente. Fet obligó a la bestia inmensa a replegarse en los arcos, y Eph avanzó con rapidez, haciéndole un corte en la capa y arrancándole un pedazo de piel. El Amo lanzó un manotazo errático.

Setrakian intentó esquivar la silla que le había lanzado la bestia y su espada cayó al suelo.

Eph arrancó las gruesas cortinas, y la luz brillante del sol inundó el recinto. Unas rejas de hierro resguardaban las puertas de cristal, y de un golpe desprendió el pestillo, desatando una lluvia de chispas con su espada.

Fet siguió acorralando al Amo. Eph le hizo un gesto a Setrakian para que le diera el golpe de gracia. Fue entonces cuando vio al anciano tendido en el piso, agarrándose el pecho al lado de su espada.

Eph permaneció inmóvil mirando al Amo inerme, y a Setrakian agonizando en el piso.

Fet, quien sostenía la lámpara frente al vampiro como un domador de leones lo haría con un aro de fuego, dijo:

—¿Qué estás esperando?

Eph corrió hacia el anciano. Vio el sufrimiento reflejado en su rostro y su mirada distante. Tenía los dedos adheridos al chaleco, sobre su corazón. No se atrevió a practicarle un resucitamiento cardiopulmonar para no fracturar sus frágiles costillas. Momentos después observó que el anciano intentaba meter los dedos en su chaleco.

Fet se acercó sobrecogido para saber por qué diablos no podían asestarle el golpe de gracia a la bestia. Vio a Setrakian tendido en el piso, y a Eph arrodillado sobre él.

Aprovechando su distracción, el Amo le hundió la garra en el hombro y lo levantó del suelo.

Eph hurgó en los bolsillos del chaleco del profesor y sintió algo. Sacó la pequeña caja de plata y retiró la tapa con rapidez. Una docena de pequeñas pastillas blancas cayeron al suelo.

Fet era un hombre grande, pero se veía como un niño ante el Amo.

Aún tenía la lámpara en la mano, pero no podía mover los brazos. Encandiló al Amo, quemándolo en un costado, y la bestia enceguecida rugió de dolor pero no lo soltó. El Amo lo sujetó fuertemente, y el cuello del exterminador quedó expuesto a pesar de su resistencia. Entonces Fet se encontró cara a cara con aquel rostro indescriptible.

Eph recogió una de las tabletas de nitroglicerina y le levantó la cabeza al profesor. Le abrió la mandíbula e introdujo la píldora debajo de la lengua helada del anciano. Lo sacudió y le gritó, y el anciano abrió los ojos.

El Amo abrió la boca y disparó su aguijón, el cual pasó encima de los ojos desorbitados y de la garganta expuesta de Fet. El exterminador se defendió como pudo, pero la compresión en la parte posterior del cuello impidió el flujo de sangre a su cerebro, y el cuarto se oscureció y sus músculos flaquearon.

—¡No! —gritó Eph, y arremetió contra el Amo con su espada, atravesando la hoja hasta la empuñadura en la espalda de la criatura abominable. Fet cayó al piso. El Amo movió la cabeza, su aguijón se agitó en el aire, y sus ojos nublados se posaron en Eph.

—¡Oye el canto de mi espada de plata! —gritó Eph, golpeándolo encima del pecho. La hoja cantó realmente, pero el Ser Oscuro retrocedió y alcanzó a esquivarlo. Eph lo atacó de nuevo, fallando otra vez, y el Amo trastabilló hacia atrás desorientado, pues los rayos del sol que entraban por las puertas de cristal de la terraza lo golpearon de lleno.

Eph lo tenía acorralado, y el Amo lo sabía. Eph agarró la espada con las dos manos, listo para descargarla sobre el cuello palpitante de la bestia. El rey vampiro lo miró con disgusto, pareció hacerse incluso más alto, y haló la capucha para proteger su cabeza.

—¡Muere! —dijo Eph corriendo hacia él.

El Amo se dio la vuelta y atravesó las puertas de cristal entre un estallido de vidrios. Tendido sobre las tibias baldosas de arcilla del patio, el vampiro encapuchado quedó completamente expuesto a los rayos letales del sol.

Permaneció un momento inmóvil, hincado en una rodilla.

Eph lo empujó y miró fijamente al vampiro encapuchado, a la espera del momento final.

El Amo tembló, y una oleada de vapor se elevó de su capa oscura. Entonces el rey vampiro se encogió por completo, temblando como si estuviera sufriendo un ataque fulminante, sus grandes garras apretadas sobre el pecho como dos zarpas abominables.

Se quitó la capa con un rugido y la prenda cayó humeando a las baldosas. El cuerpo desnudo del Amo se retorció, y su carne nacarada se oscureció, carbonizándose y pasando del blanco azucena a un tono macilento, oscuro y muerto.

La herida que Eph le había propinado en la espalda se convirtió en una cicatriz profunda y negra, como si hubiera sido cauterizada por los rayos del sol. Se dio la vuelta tembloroso para observar la figura de su verdugo, mientras que Fet permanecía en la entrada y Setrakian se incorporaba penosamente con sus rodillas. Quedó desnudo, era fantasmagóricamente delgado, su pubis liso y desprovisto de sexo. Los gusanos enloquecidos por el dolor hicieron estremecer sus músculos exangües bajo la piel chamuscada.

El Amo dirigió su rostro hacia el sol esbozando la sonrisa más terrible, una mueca de dolor intenso y aún de triunfo, dejando escapar un grito en señal de desafío, una maldición siniestra. Llegó al extremo del patio con una velocidad escalofriante, se deslizó por un muro bajo que había en el borde del techo, descendió rápidamente hasta el tercer piso por el andamio… y desapareció en las sombras matinales de la ciudad de Nueva York.

Nazareth, Pensilvania

E
n una mina de asbesto abandonada hace mucho tiempo y de la cual no existía ningún registro, en un inframundo localizado en las profundidades subterráneas de los bosques de Pensilvania, cuyos túneles laberínticos y madrigueras se extendían varios kilómetros, tres Ancianos del Nuevo Mundo conversaban en una cámara completamente oscura.

Sus cuerpos se habían vuelto tan suaves como piedras de río gracias al paso del tiempo, y sus movimientos eran casi imperceptibles. No tenían la menor necesidad del mundo que se extendía allá arriba en la superficie. Sus sistemas corporales habían evolucionado hasta alcanzar la mayor eficiencia posible, y sus mandíbulas de vampiro funcionaban a la perfección. Asimismo, su visión nocturna era extraordinaria.

Los Ancianos habían comenzado a almacenar alimentos para el invierno en las jaulas al oeste de los túneles profundos. El grito ocasional de un humano cautivo retumbaba en los socavones, reverberando como una llamada animal.

Ha sido obra del Séptimo.

A pesar de su apariencia humana, ellos no necesitaban hablar para comunicarse. Sus movimientos, así como la mirada de sus ojos rojos y ahítos, eran espantosamente lentos.

¿Qué es esta incursión?

Es una violación.

Él piensa que somos viejos y débiles.

Alguien más está participando en esta transgresión. Alguien tuvo que ayudarle a cruzar el océano.

¿Uno de los otros?

Uno de los Ancianos del Nuevo Mundo viajó mentalmente al Viejo Mundo a través del océano.

No siento eso.

Entonces el Séptimo se ha aliado con un humano.

Con un ser humano, contra todos los demás.

Y contra nosotros.

¿Acaso no es evidente que es el único responsable de la masacre búlgara?

Sí. Ha demostrado su disposición para matar a su propia especie si pudiera cruzar el océano.

Es indudable que la Guerra Mundial le hizo mucho daño.

Durante mucho tiempo se alimentó en las trincheras, y se dio un banquete en los campos.

Y ahora ha roto la tregua. Ha pisado nuestra tierra. Quiere todo el mundo para él.

Lo que quiere es otra guerra.

La garra del más alto se movió, un acto físico extraordinario para un ser tan curtido en las deliberaciones y en la inmovilidad elemental. Sus pieles eran simples cascaras, pues eran renovables. Quizá se habían vuelto complacientes. Demasiado cómodos.

Entonces le daremos lo que quiere. No podemos seguir siendo invisibles.

El cazador entró en la cámara de los Ancianos y esperó a ser llamado.

Lo has encontrado.

Sí. Intentó regresar a casa, como todas las criaturas.

¿Bastará con él?

Será nuestro cazador solar. No tiene otra opción.

En una jaula cerrada del túnel occidental y tendido en el frío piso de tierra, Gus yacía inconsciente, soñando con su madre, y ajeno al peligro que le esperaba.

Calle Kelton; Woodside, Queens

S
e reunieron en la casa de Kelly. Eph y Fet limpiaron el desastre dejado por Matt y quemaron sus restos con hojas y ramas en el jardín trasero de la casa. Entonces Nora llevó a Zack de nuevo a su casa.

Setrakian estaba acostado en la cama plegable del patio cubierto. Se había negado a ir a un hospital, y Eph aceptó su decisión. A fin de cuentas, tenía fuertes contusiones en el brazo, pero no estaba fracturado. Su ritmo cardiaco era lento, aunque uniforme, y se estaba recuperando. Quería que Setrakian descansara sin la ayuda de medicamentos, y le llevó un vaso de brandy cuando fue a verlo al final de la noche.

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