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Authors: Guillermo del Toro y Chuck Hogan

Tags: #Ciencia Ficción, Terror

Nocturna (52 page)

BOOK: Nocturna
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—¡Chingón! —dijo Gus, completamente entusiasmado—. ¿Cómo hago para enlistarme?

Pero su salvador se había distraído con algo. Gus lo miró más de cerca, por entre las sombras de su capucha, y observó que su rostro era tan blanco como la clara de un huevo. Sus ojos eran negros y rojos, y la boca seca y casi desprovista de labios.

El cazador le estaba mirando las cortadas de las manos.

Gus conocía esa mirada: acababa de verla en los ojos de su hermano y de su madre.

Intentó retroceder, pero lo sujetaron firmemente del brazo. La cosa abrió la boca y la punta del aguijón asomó.

Otro cazador se acercó y le apuntó con su ballesta. Le quitó la capucha, y entonces Gus pudo ver la cabeza calva y despojada de orejas de un vampiro maduro, así como sus ojos envejecidos. El vampiro le cedió su presa al segundo cazador, y Gus reparó en su rostro pálido mientras lo llevaban a la camioneta negra y lo arrojaban al asiento de la tercera fila.

Los demás vampiros encapuchados subieron al vehículo, que arrancó haciendo un giro de ciento ochenta grados a toda velocidad en medio de la avenida. Gus advirtió que era el único ser humano a bordo del vehículo. ¿Qué querrían de él?

Un golpe en la sien lo dejó inconsciente y Gus no alcanzó a hacerse más preguntas. El SUV regresó al edificio en llamas, atravesó la humareda de la calle como un avión traspasando una nube, dejó los motines atrás, dobló por la próxima esquina y se dirigió al norte.

La bañera

LA «BAÑERA»
del derribado World Trade Center, la cuenca de siete pisos de profundidad, estaba tan iluminada como si fuera de día para los trabajos nocturnos que se realizaban, incluso antes del amanecer. Sin embargo, el sitio estaba silencioso y las grandes máquinas apagadas. Las labores que se habían realizado durante las veinticuatro horas del día casi desde el colapso de las torres se habían paralizado.

—¿Por qué aquí? —preguntó Eph.

—Porque se sintió atraído. Los topos construyen sus madrigueras en los troncos muertos de los árboles caídos. La gangrena nace en las heridas. Sus orígenes están en la tragedia y el dolor.

Eph, Setrakian y Fet se sentaron en la parte posterior de la furgoneta del exterminador, estacionada en la calle Church y Cortland. Setrakian se sentó al lado de la ventana con un telescopio. Había poco tráfico y sólo circulaba el taxi o el camión de reparto ocasional antes del amanecer. No había peatones ni otras señales de vida. Estaban buscando vampiros y no habían visto ninguno.

Setrakian, con el ojo puesto en el lente, dijo:

—Hay demasiada luz aquí. Ellos no quieren dejarse ver.

—No podemos seguir dando vueltas alrededor del sitio una y otra vez —señaló Eph.

—Si hay tantos como sospechamos —dijo Setrakian—, entonces deben de estar cerca, a fin de regresar a su madriguera antes del amanecer. —Miró a Fet—. Son como alimañas.

—Les confesaré algo —señaló Fet—. Nunca he visto una rata entrar por la puerta principal. —Meditó un poco más en el asunto y le dijo a Eph—: Tengo una idea.

Avanzó por el norte hacia el ayuntamiento, una manzana al noreste del WTC. Llegaron a un parque grande, y Fet estacionó en el espacio designado para autobuses.

—Este parque es uno de los nidos de ratas más grandes de la ciudad. Todos los contenedores de la basura fueron reemplazados, pero no sirvió de nada. Las ratas juegan aquí como ardillas, especialmente al mediodía, pues muchas personas vienen a almorzar. La cercanía de la comida les complace, pero ellas pueden procurársela casi en cualquier sitio. Lo que realmente ansían es la infraestructura —dijo señalando el suelo—. Allá abajo hay una estación de metro abandonada. Es la antigua estación del ayuntamiento.

—¿Todavía está conectada? —preguntó Setrakian.

—Todo se conecta de una manera u otra bajo tierra.

Observaron con atención y no tuvieron que esperar mucho.

—Allí —indicó Setrakian.

Eph vio a una mujer desastrada, iluminada por la luz de un poste a unos treinta metros.

—Una mujer desamparada —dijo.

—No —replicó Setrakian, pasándole el telescopio infrarrojo.

Eph vio una mancha roja intensa contra un fondo difuso.

—Es un organismo —señaló Setrakian—. Allí hay otra.

Era una mujer gorda que caminaba como un pato y poco después se resguardaba bajo la sombra, al lado de la reja del parque.

Después vieron a otra persona; era un hombre con un delantal de vendedor ambulante, llevando un cuerpo al hombro. Lo dejó sobre la reja y trepó con torpeza. Se rompió el pantalón tras enredarse, se incorporó como si no hubiera sucedido nada, recogió a la víctima y se dirigió a un árbol.

—Sí —dijo Setrakian—. Aquí es.

Eph se estremeció. La presencia de esos patógenos ambulantes, de esas enfermedades humanoides le hacía sentir un asco profundo. Sintió náuseas al verlos avanzar tambaleantes hacia el parque; esos animales inferiores que evitaban la luz y obedecían a algún impulso inconsciente. Notó que tenían prisa, como si fueran pasajeros tratando de tomar el tren a casa.

Bajaron silenciosamente de la furgoneta. Fet llevaba un mono Tyvek de protección y botas altas de caucho. Les ofreció estos implementos a Eph y a Setrakian, quienes sólo aceptaron las botas. Sin decir nada, Setrakian los roció a ambos con una lata en aerosol para eliminar olores que tenía la imagen de un ciervo en el centro de una mira telescópica. Obviamente, la sustancia no podía neutralizar el dióxido de carbono que emitían al respirar, y mucho menos el sonido de su sangre corriendo por las venas.

Fet era el que más cosas llevaba. En una bolsa tenía la pistola de clavos y tres cargadores adicionales con clavos de plata. Llevaba varias herramientas en su cinturón, incluyendo su monóculo de visión nocturna y su lámpara de luz negra, además de una daga de plata que le había prestado Setrakian, en una funda de cuero. Tenía una lámpara Luma en la mano, y la UVC en una bolsa de malla sobre el hombro.

Setrakian llevaba su bastón, una lámpara Luma y un lente infrarrojo en el bolsillo de su abrigo. Se tocó el pecho para ver si tenía las pastillas en el chaleco y dejó el sombrero en la furgoneta.

Eph también llevaba una Luma, así como una espada de plata de sesenta y cinco centímetros con la funda terciada en el pecho.

—No creo que tenga mucho sentido combatir contra la bestia en su territorio —dijo Fet.

—No tenemos otra alternativa —replicó Setrakian—. Esta es la única hora en la que sabemos dónde está. —Observó el cielo tornándose azul con los primeros rayos de la aurora—. Vamos. La noche está terminando.

Se dirigieron a la puerta de la reja, la cual permanecía cerrada con candado durante la noche. Eph y Fet treparon por ella y le dieron la mano a Setrakian. El sonido de unos pasos en la acera —rápidos, como de unos talones arrastrándose— los hizo avanzar con rapidez.

El parque estaba oscuro y lleno de árboles. Escucharon el agua que circulaba en la fuente y los automóviles que comenzaban a circular.

—¿Dónde están? —susurró Eph.

Setrakian sacó su lámpara de calor. Inspeccionó la zona y se la pasó a Eph, quien vio formas rojas brillantes moviéndose con sigilo.

La respuesta a su pregunta era: están en todas partes. Y convergían afanosamente en un punto localizado al norte.

No tardaron en descubrir cuál era el lugar: un quiosco situado a un lado de Broadway, una estructura oscura que Eph no podía ver bien desde donde estaba. Esperó a que el número de vampiros empezara a disminuir, y la lámpara de Setrakian no detectó otras fuentes significantes de calor.

Corrieron hasta allí. La luz creciente les permitió ver que era una caseta de información. Abrieron la puerta; el quiosco estaba vacío.

Entraron en el pequeño pabellón donde había varios estantes metálicos atiborrados de folletos turísticos y horarios de
tours
en el mostrador de madera. Fet alumbró dos puertas metálicas en el piso con su pequeña Maglite. Tenían un par de agujeros abiertos en los extremos, y los candados habían desaparecido. Las letras MTA
[5]
estaban grabadas en las puertas.

Eph encendió la linterna. Las escaleras descendían a la oscuridad. Setrakian alumbró un aviso casi borrado y Fet comenzó a bajar.

—Es una salida de emergencia —informó Fet—. Sellaron la antigua estación del ayuntamiento después de la Segunda Guerra Mundial. La curva de las vías era demasiado abrupta para los nuevos trenes y el andén demasiado estrecho, aunque creo que el tren local número 6 todavía pasa por aquí. —Miró a ambos lados—. Creo que demolieron la antigua salida de emergencia y colocaron este quiosco encima.

—De acuerdo —dijo Setrakian—. Vamos.

Eph los siguió sin molestarse en cerrar las puertas, pues quería habilitar una salida a la superficie por si era necesario. Los costados de los peldaños estaban sucios y empolvados, pero la parte del centro estaba limpia debido a las pisadas constantes. Aquel lugar era más oscuro que la noche.

—Próxima parada, 1945 —anunció Fet.

Las escaleras terminaban en una puerta abierta que conducía a otras más amplias y con acceso al antiguo entresuelo.

Una cúpula de baldosas con cuatro arcos dejaba filtrar la luz azul por la claraboya ornamentada y moderna de cristal. La taquilla estaba cubierta por escaleras y andamios. Las entradas en arco no tenían torniquetes.

El arco del extremo conducía a otras escaleras amplias, después de las cuales había un andén angosto. Escucharon el chirrido lejano del freno de los trenes y entraron en el andén.

Era como la nave central de una catedral. Los antiguos candelabros de bronce con bombillas oscuras y desnudas colgaban de los arbotantes, y los baldosines parecían cremalleras gigantes. Dos claraboyas de la bóveda filtraban la luz por los vitrales de color amatista; las otras habían sido selladas poco después de la Segunda Guerra Mundial para evitar posibles bombardeos. Más allá, la luz se colaba débilmente por las rejillas, pero con la suficiente claridad para que pudieran ver las curvas agraciadas de las vías férreas. No había un solo ángulo recto en todo el lugar. Las superficies cubiertas con baldosas estaban muy deterioradas, incluyendo un aviso terracota cercano; era dorado y con bordes verdes, empotrado en placas blancas con letras azules que decían:
AYUNTAMIENTO
.

Una película de polvo metálico revelaba huellas de vampiros que se perdían en la oscuridad.

Siguieron las huellas hasta el final del andén y saltaron a los rieles todavía en uso. Apagaron las linternas, y la lámpara de Eph mostró una gran cantidad de rastros iridiscentes y multicolores de orina que se perdían en la distancia. Setrakian estaba buscando su lente térmico cuando oyeron unos ruidos detrás. Eran vampiros retrasados que bajaban por las escaleras del entresuelo para ir a la plataforma. Eph apagó la lámpara, cruzaron los tres carriles y se ocultaron detrás de un saliente que había en la pared.

Las alimañas bajaron de la plataforma y arrastraron los pies por las piedras polvorientas a ambos lados de los rieles. Setrakian las observó con su detector de calor y vio dos siluetas de un anaranjado brillante; su forma o postura no revelaron nada inusual. Una de las criaturas desapareció y Setrakian no tardó en comprender que se había deslizado por una abertura en la pared. La otra se detuvo, se dio la vuelta y miró en dirección a ellos. Setrakian no se movió, pues sabía que la visión nocturna de la criatura era potente pero aún no se había desarrollado del todo. Su lente térmico indicaba que la zona más caliente de los vampiros era su garganta. Una mancha líquida de color naranja se escurrió por su pierna y adquirió un color amarillo tan pronto como cayó como al suelo; estaba evacuando su vejiga. Alzó la cabeza como un animal husmeando a su presa, miró las vías… metió la cabeza y desapareció por la grieta del muro.

Setrakian salió de nuevo a la vía férrea seguido por sus dos compañeros. El desagradable olor de la orina fresca y caliente invadió el túnel, y el olor a amoniaco quemado despertó recuerdos oscuros en Setrakian. Sus compañeros se dirigieron a la grieta.

Eph sacó su espada de la funda. El pasaje se ensanchaba en una catacumba con paredes irregulares y vaporosas. Encendió su lámpara Luma y un vampiro agazapado lo atacó de inmediato, lanzándolo contra la pared antes de que Eph pudiera golpearlo. Su lámpara cayó entre un montón de basura, y por el destello índigo logró ver que era —o había sido— una mujer. Llevaba una chaqueta estilo ejecutivo sobre una blusa blanca y sucia, maquillaje negro y ojos amenazantes como los de un mapache. Abrió la quijada y enrolló la lengua en el preciso instante en que Fet irrumpió desde el pasadizo.

La apuñaló con su daga y ella se dobló hacia delante. Fet gritó y la apuñaló de nuevo en el pecho, debajo del hombro, donde anteriormente había estado su corazón. La vampira trastabilló hacia atrás pero se abalanzó sobre él. Fet le hundió la daga en el vientre; ella se retorció y gruñó, más por la sorpresa de verse agredida que por su propio dolor. Estaba claro que no se daría por vencida.

Eph ya se había incorporado, y cuando la vampira atacó a Fet, él agarró su espada con las dos manos y la descargó sobre ella desde atrás. El impulso asesino todavía le era ajeno, y por eso su golpe no fue tan fuerte como para decapitarla. Sin embargo, le rompió las vértebras cervicales, y la cabeza de la vampira se desplomó hacia delante. El tronco y los brazos convulsionaron al caer sobre la basura, como si chisporroteara en una sartén con aceite hirviendo.

No tenían tiempo para impresionarse con la escena. Los sonidos
splasb-splash-splash
que retumbaban en la catacumba eran los pasos apresurados de otro vampiro que corría a avisar a los demás.

Eph recogió su Luma del suelo y salió a perseguirlo con la espada en ristre. Imaginó que perseguía al vampiro que había acechado a Kelly, y la rabia lo impulsó a avanzar con decisión entre los charcos del pasadizo vaporoso. El túnel giraba a la derecha, y una gruesa tubería salía de las piedras y se adentraba por un hueco estrecho. El vapor contenía algas y hongos que resplandecían bajo la luz de su lámpara. Distinguió las siluetas vagas de los vampiros que corrían delante con sus manos abiertas y arañaban el aire con sus dedos.

El vampiro desapareció por un recodo. Eph observó asustado con su linterna, y vio unas piernas deslizándose por un orificio que había debajo de la pared. El ser se movía con la misma agilidad de un gusano y se escurrió por la grieta. Eph lanzó un sablazo a esos pies inmundos, pero éstos se movieron con mucha rapidez y su espada se estrelló contra el suelo.

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